Wednesday, December 23, 2015

Un día en la vida - Parte 6

Afuera, la noche ha caído. En la entrada de la casa los tres perros se despiden. Todos llevan la misma ropa que tenían al llegar al domicilio, excepto por Argos, a quien se le ha sumado un collar de cuero en el cuello que posteriormente tendrá su nombre; siente su rostro un poco enrojecido por salir así a la calle, pero ya es de noche y no parece haber nadie a la redonda. Pronto su nuevo amo se pondrá en contacto con él, pero por lo pronto ya le ha dado su primer instrucción. Los otros esclavos se despiden de él, pero Argos les detiene y les comenta la primer tarea que el amo requiere de él y espera ellos le puedan acompañar…

Mientras tanto, en la casa, el amo se dirige a sus esclavos:

“Bueno, eso ha estado bien. Pronto tendremos en casa un nuevo perro, para que se vayan acostumbrando. Por otra parte…” el amo cambia su tono de voz a uno más grave. “Me parece, mi esclavo, que tú y yo tenemos algo pendiente.”

“Tú, ve a tu habitación,” le gruñe el amo a Migue. El chico no espera más instrucciones y sale de la sala, mirando a Manuel por el rabillo del ojo al pasar a su lado. Manuel, por su parte, se mantiene impasible, sin dejar que emoción alguna traicione su rostro.

El amo le indica con un gesto al esclavo que le siga, juntos suben al segundo piso. Se sienta en el cómodo sillón junto al ventanal en el que horas antes Manuel vigiló a los perros del patio, y da suaves palmadas a mano abierta en su rodilla. La indicación es clara por lo que la obedece sin cuestionarla, acostándose boca abajo en su regazo.

“Cuenta.”

El sonido de piel golpeando a piel resuena en la habitación al hacer contacto la gruesa mano del amo contra la piel desnuda de su esclavo. Éste hace un gesto pero se mantiene firme, gritando “¡Uno, señor!”. Otros golpes como el anterior le siguen, de fuerza cada vez superior pero de ritmo y posición variados; las nalgas del esclavo se enrojecen con cada golpe mientras continúa su conteo.

A las veinte nalgadas su amo le indica se ponga en pie. El esclavo conoce lo suficiente a su amo como para saber que el castigo no puede haber acabado aún, cosa que comprueba cuando observa a su amo moviendo el sillón, acercándolo para que se encuentre pegado al ventanal que da a la calle. Un escalofrío cruza su espalda.

No le vuelve a hacer un gesto al esclavo, simplemente le agarra de la muñeca y lo tira a su regazo. Las nalgadas previas habían sido lentas aunque arrítmicas, pero las que le siguen son rápidas y violentas. Manuel aún tiene tiempo para contemplar su mortificación ante encontrarse expuesto de esa forma frente al ventanal, cualquier persona que pase por la calle que se encuentra del otro lado del patio podrá ver cómo él, un hombre adulto de 28 años vestido con nada más que pulseras y un collar, es castigado como si se tratase de un niño malcriado.

No puede evitar mirar afuera, sobresaltándose ante lo que ve. Unas figuras se encuentran en la calle. Sólo le es posible apreciar sus siluetas, se encuentran paradas a orillas del círculo de luz que arroja un farol en la calle, pero no le es posible ver su rostro ni puede adivinar si están mirando lo que ocurre en casa. Piensa que posiblemente se encontrarán esperando al autobús nocturno, ruega porque no puedan verlo pero la idea no es suficiente para hacer a un lado su consternación; las luces de la casa actúan como reflectores en un escenario entre la oscura noche, y él está siendo el protagonista de tan denigrante escena.

“¡Señor! ¡Disculpe, señor, es que hay alguien afuera, creo que podrían estar vien…! ¡¡OWW!!” Las nalgadas no se interrumpen en ningún momento. Al contrario, aumentan de intensidad, haciendo a Manuel aullar de dolor.

“¿Te di permiso de que hablaras? Sigue contando”, el amo le dice secamente.

Los múltiples azotes comienzan a hacerse notar en las abusadas nalgas del esclavo. Aprieta los ojos e intenta no pensar en lo que el grupo voyerista del exterior pueda estar viendo, se concentra en contar golpe tras golpe. Al dolor físico se le suma la humillación de la situación, el verse expuesto de esa manera; intenta no pensar en ello pero le es imposible evitarlo. Pronto la situación le empuja al límite y se encuentra a sí mismo llorando abiertamente como haría un niño pequeño al ser castigado de aquella manera; con trabajos continúa contando, la mandíbula le parece fallar por lo que balbucea los números, diciéndolos con dificultad.

El amo ha tomado una de sus zapatillas y con ella continúa su violento ataque. El esclavo se intenta proteger casi inconscientemente, pero el amo le aprisiona bajo su brazo y con la otra mano continúa los golpes. Aúlla del dolor, pero los golpes no paran.

No sabe cuántos azotes ha recibido cuando el amo finalmente se detiene, pero cuando libera la presión de su cuerpo sobre el de él, se encuentra hecho un desastre. Manuel se pone de pie lo más rápidamente que puede. No se atreve a mirar a su amo a los ojos, se encuentra profundamente humillado y avergonzado de haberse quebrado de aquella manera; se apresura en secarse los ojos con el dorso de su mano y colocarse en posición de firme, aunque separado del ventanal y fuera de la vista de los mirones del exterior.

“Creo que los perros han disfrutado del show.”

Manuel alza una de sus cejas, confundido. Sigue con la vista la dirección a la que apunta el amo y mira hacia afuera, donde previamente viera a las siluetas de otras personas; ahora puede verlos con claridad, aplaudiendo en aparente aprobación del espectáculo que han visto. Se trata de Argos, junto a los otros dos perros, en clara instrucción del amo. Se pregunta si también habrá ordenado los aplausos, o si estos habrán sido por iniciativa propia.

“Eso es todo por ahora. Ve a descansar.”

Camino a su habitación se encuentra a Migue saliendo del baño. Le mira inquisitivamente, pero Manuel esquiva su mirada. Odia ser visto de aquella manera, sus ojos aún están rojos y el llanto seguramente se escuchó retumbando por la casa. Pasa a su lado sin dirigirle palabra alguna, y la mirada de Migue se posa inmediatamente en su trasero escarlata.

No es la primera vez que Manuel recibe nalgadas por parte de su amo, aunque no suelen ser tan intensas como lo ha sido en esta ocasión. La mejor posición para dormir en estos casos, él sabe, es tomar la posición que Migue adoptó en la mañana: boca abajo con el culo al aire. Bosteza, cansado, y piensa en los hechos del día; el último pensamiento que pasa por tu mente antes de conciliar el sueño es que mañana será otro día en la vida de este esclavo doméstico.

Wednesday, December 9, 2015

Un día en la vida - Parte 5

El amo despide en la entrada a sus dos amigos, agradeciéndoles una vez más el tomarse la molestia de jugar un rato con los perros y prometiéndoles que les volverá a invitar una vez que el can elegido este ejerciendo en su nuevo rol.

De vuelta en casa, su esclavo alfa se le acerca para comentarle el incidente ocurrido antes de que llegara del trabajo mientras vigilaban a los perros, obviando en su relato el detalle de que lo hacía con uno de los candidatos. Aprueba del castigo impartido por Manuel, y piensa para sí en que su siguiente adquisición será una jaula de castidad para ayudar a la calentura del esclavo; por otra parte, le recuerda a Manuel de su propio castigo, aún pendiente desde la hora de la comida cuando le manchó el pantalón de líquido pre-seminal, y a ser administrado en la noche antes de dormir.

En el patio le esperan los tres perros, sucios, sudados y cansados.

“Bueno, perros, creo que ya es hora de que sepan mi elección”, les dice el amo. “Vamos adentro para que salgan de dudas… pero primero, una limpieza rápida, que no quiero que me ensucien la sala con sus patas sucias”.

Agarra una manguera, y tras alinearlos contra la pared les suelta un chorro de agua fría a presión, mojándolos de pies a cabeza; la noche es cálida y el agua les refresca y remueve el sudor en sus cuerpos, producto del esfuerzo realizado. Una vez satisfecho el amo de que se encuentran totalmente empapados, les da instrucciones de que se sequen agitando sus cuerpos de manera salvaje e indica a sus esclavos que les terminen de secar con toallas.

Acabado el ritual, los perros se encuentran nuevamente en casa adoptando la posición que han aprendido a realizar cuando están a la espera de una nueva instrucción: las manos como patas delanteras apoyadas en el piso, de rodillas y con el culo pegado a los tobillos. El amo camina frente a ellos lentamente, observando a cada uno con detenimiento como si fuera la primera vez.

“Muy bien… muy bien. Lo han hecho bien, y no sé ustedes, pero yo me he divertido”, les dice de manera calmada y pausada. “Dieron lo mejor de sí, me parece, y aunque al final sólo adoptaré a uno de ustedes como mi nuevo perro, consuélense en saber que al menos han hecho una excelente labor. Durante el día he estado observando sus aptitudes, su desempeño y sobre todo, su disposición; en mi mascota quiero más que una cara bonita, un cuerpo bien labrado o un gusto por la humillación: quiero entrega y obediencia, lealtad y confianza, confianza que mi animal tendrá en mí.”

Una pausa. Los tres perros tienen su atención absoluta centrada en el amo, pendientes de cada palabra. El amo se coloca frente al más joven de los esclavos, Omar el chico de cabello rojizo, y le mira directamente a los ojos, quien desvía el rostro ante la penetrante mirada del amo. Él, sin embargo, le toma suavemente de la quijada y lo obliga a mirarlo nuevamente. Aplica un poco de presión en la quijada, haciendo que el perro abra el hocico al tiempo que se baja la cremallera y saca su grueso y duro miembro.

“El chihuahua. No confías en mí, no completamente, pero serías estúpido si lo hicieras”, le dice el amo, introduciendo lentamente su miembro en los suaves labios del chico sin dejar de verlo directamente a los ojos. “La confianza es algo que se gana, y eso es algo que aplica tanto a la bestia salvaje como al amaestrador. Eres carne tierna, fácilmente sometible pero demasiado endeble, puedo divertirme mucho contigo enseñándote de lo que eres capaz… y sospecho que tú mismo te sorprenderías si vieras hasta qué limite puedes llegar. No serías una mala elección, si me decidiese por un perrito faldero, y hay algo caliente en tus labios, aunque torpes.”

El chico respira con dificultad, traga saliva y asiente al escuchar la evaluación del amo a su persona. Es verdad que él mismo se ha sorprendido por las cosas que ha hecho, sabe que si continua sirviendo al amo sólo sería el inicio de ello, pero aunque hubo momentos en que se sintió incapaz de seguir, la excitación le impulsó a continuar. Había probado la sangre, y ahora quería más.

Un fino hilo de saliva conecta al perro con el miembro del amo cuando este lo saca, dejándole jadeante. Pasa al al siguiente candidato, José, chico de ceño fruncido y apariencia hosca. Como hizo con el esclavo anterior, le mira a los ojos para declarar sus observaciones finales al mismo tiempo que le da a probar una ración de su tiesa verga, previamente ensalivada.

“El doberman. Sabes, me gustan tus tatuajes, creo que te van bien como un animal salvaje. Eres fuerte, y puedo ser más duro contigo de lo que podría ser en un inicio con los otros dos… pero no estás entrenado, no como perro. Es claro que ya estás experimentado, me gusta lo que estás haciendo con la lengua, pero un perro debe tener una actitud que a ti te falta… aunque, siempre me ha gustado un reto. No tengo idea qué te llevó a querer venir aquí esta noche, pero lo que sí sé es que si decido quedarme contigo, vas a aprender a tomar una postura más sumisa.”

José le mira sin parpadear. Las palabras del amo le hacen pensar, él mismo considera haberse portado de una manera obediente, pero al parecer el amo notó algo en él que le hace decir no es lo suficientemente sumiso. Quizá hay algo en su actitud que se dejó entrever al cumplir las órdenes, algo inconsciente que le frena y le impide entregarse por completo a la humillación de ser tratado como un animal. Hasta ahora había tomado un rol dominante, pero ya hacía tiempo que tenía esa espina que le atraía de servir a alguien más por lo que había saltado ante la oportunidad de probarse, especialmente tras platicar con el amo que ahora tenía enfrente. Y la experiencia que acababa de vivir ese día en casa del amo sólo había reforzado lo que antes sospechaba: quería ser un perro, su perro.

El último de los perros se mueve incómodamente en su lugar, cambiando su peso de una nalga a la otra. Mira al amo y le esboza una tímida sonrisa que éste no le devuelve antes de abrir el hocico, en espera del mismo trato recibido por los otros perros. El amo le agarra del pelo y lo jala para adelante, haciendo que el perro lo reciba a la fuerza.

“El pug. Mira que si uno de ustedes es un perro, ese eres tú. Como animal te desempeñas muy bien en tu rol, eres tanto sumiso como obediente y sé que no tendría problema contigo en entrenarte. Y tendría que hacerlo, eres de culo gordo y quiero un perro para jugar con él, me temo que contigo te me colapsarás exhausto cuando lo hagamos. Habría que ponerte en una dieta especial o te acabarás todas las croquetas. Por otra parte… apenas si puedes respirar con mi verga en tu hocico, da lástima ver que no eres capaz de recibirme por completo. Como te dije antes, espero mucho de mi perro.”

Efectivamente, Rody apenas es capaz de escuchar lo que se le dice, su atención enfocada en no atragantarse con el pedazo de carne que se encuentra mamando. Intenta relajar la garganta con lágrimas en las comisuras de sus ojos cerrados, pero el esfuerzo es inútil y en cuanto el amo le suelta, comienza a toser apoyándose en el piso. Desde que el amo ha recibido visitas, le ha dado la impresión que es particularmente duro con él, disfruta humillándolo más que a los otros dos perros. Quizá algo en él provoca ese efecto…

El amo regresa a José, y en el vello de su peso restriega su verga para remover la saliva que la recubre. Satisfecho de que se encuentra limpia, la acomoda de vuelta dentro de su pantalón. Se dirige a los tres candidatos, en esta ocasión simultáneamente:

“Bien. Como pudieron ver, esa fue su prueba final, con la cual finalmente elegiré a mi nueva mascota. Ya desde antes tenía una idea de mi decisión, pero nunca está de más… probar… la que será mi nueva adquisición, por supuesto.  Así que sin hacer más teatro, te digo a ti, mi animal, que te elijo para que me sirvas”, toma a José de la barbilla y le sonríe. Éste alza ligeramente las cejas, mirando a su nuevo amo con orgullo, y comienza a agitar el culo sin que se le indique, haciendo que el rabo de plástico se mueva de un lado a otro.

Los otros perros miran al perro elegido, uno confundido, otro decepcionado. Su expresión no pasa desapercibida al amo.

“Ustedes”, les dice “no me cabe duda que tendrán a quien servir también. Son excelentes mascotas, y encontrarán también a otro amo. Puede que no les haya elegido para este rol, pero ya habrá oportunidades para ustedes también. De eso estoy seguro.”

Vuelve a dirigirse a José. “¡Perro! Tras todo un día de ejercicios, pruebas y juegos, te he elegido a ti por encima de los demás para servirme como mi mascota personal. ¿Estás de acuerdo con mi elección, dejarás atrás tu humanidad para pasar a ser un perro en mi presencia? Si aceptas tu rol como una bestia, responderás como tal; de lo contrario, que tu respuesta sea un reflejo de tu humanidad.” José no lo duda, y ladra inmediatamente. “Excelente. Siente éste el caso, te tomaré como mi perro, aunque la transición será paulatina. Pero lo que sí ocurrirá el día de hoy es que serás bautizado con un nombre apropiado para un animal.”

El amo guarda silencio unos momentos, contemplándolo. Observa la armonía de las figuras geométricas que están dibujadas con tinta en su brazo, así como el piercing en su pezón y su velludo cuerpo. Contempla su físico, producto del ejercicio, y su semblante taciturno.

“A partir del día de hoy serás conocido como Argos, nombre que tuvo la fiel mascota de Ulises. El perro le esperó durante muchos años, y cuando su amo volvió de la guerra fue el único que lo reconoció. Como él, deberás ser leal y fuerte, obedecerme y siempre serme fiel, mientras que por mi parte yo te protegeré y te cuidaré como un miembro más de este clan.” El amo extiende la mano, y Manuel le entrega un collar de eslabones plateado, preparado para la ocasión. Se lo coloca en el collar de cuero. “Esta correa de perro será el primero de los símbolos de tu entrega. Pronto tendrás también una placa personalizada con tu nombre para que la portes con orgullo en tu día a día. Espero grandes cosas de ti, Argos.”

Argos ladra en respuesta. Tiene una sonrisa torcida, la primera que le han visto en todo el día.

“Candidatos, la sesión del día de hoy ha terminado. Como les dije hace unos momentos, lo han hecho bien; a Argos le estaré dando más instrucciones, mientras que a ustedes,” el amo alza las cejas en dirección a los otros candidatos “seguiremos en contacto. Creo que esta no será la última vez que nos veamos… Ahora, mis esclavos les ayudarán a quitarse el equipo, podrán encontrar su ropa en la sala. Vayan y descansen, que se lo han ganado. Argos, tú ven conmigo.”


Manuel observa a su amo y a su nuevo perro mientras le quita el equipo a Omar. Su amo pasea a Argos con su nueva correa y le habla en voz baja, no alcanza a escuchar lo que le dice pero se le ve animado. Se pregunta qué cosa tendría que decirle que no pueda hacer enfrente de ellos. Curioso… 

Wednesday, November 25, 2015

Un día en la vida - Parte 4

Al llegar a casa, lo primero que ve el amo es a sus dos esclavos haciéndole una reverencia. Ambos se acercan y le besan los zapatos antes de quitárselos junto a sus calcetines, para besarlo nuevamente pero ahora directamente en el pie desnudo. El amo disfruta ocasionalmente de un baño de saliva en sus pies, particularmente tras un día difícil, pero este día se siente más ansioso que nada por evaluar a los candidatos que sabe que le esperan, como se lo indicó su esclavo alfa en un mensaje. Se dirige al patio.  

Ahí les encuentra, los tres mirándolo cada uno con expresión diferente: uno de ellos parece temeroso, el otro serio y el último curioso. Es la primera vez que se ven en persona.

“Que tal, perros. Como ya les he dicho a cada uno de ustedes, me interesa adoptar un perro… hay tantos allá afuera, ¿saben? Algunos de ellos son trabajadores, otros ejecutivos, estudiantes u obreros. No todos se dan cuenta de lo que son, del corazón de perro que tienen que les lleva a emocionarse cuando tienen alguien a quien pertenecer. Pero ustedes están aquí. Ustedes saben que disfrutan estar aquí. Y eso ya les separa del resto”.

Hace una pausa. Tiene la atención entera de los tres candidatos y de los dos esclavos, que le miran desde la entrada a la casa.

“Actualmente tengo dos esclavos bajo mi servicio. Ya los conocieron. Son buenos esclavos, pero ellos no son perros… son mis esclavos. Ellos me sirven y se encargan de las tareas. Ustedes, en cambio, son perros, y como tales me entretienen como animales que son. Se espera menos tareas de ustedes, pero también habrá menos confort en sus vidas. Es una diferencia importante y confío no la olvidarán.” Otra pausa. “Ahora bien… sólo tengo espacio disponible para adoptar a uno de ustedes, por lo que les pondré unas sencillas pruebas para evaluar su desempeño en este rol. Al final elegiré a uno con el cual quedarme, así que espero  mucho de ustedes. Lo más importante no es el nivel de experiencia, sino su disposición. Bien, ¿alguien tiene alguna pregunta?”

Ninguno de los tres responde, ninguno de ellos le cuestiona por haberlos hecho esperar durante horas.

“Bien, entonces podemos comenzar. No quiero escuchar ni una sola palabra saliendo de ninguno de ustedes a menos de que yo expresamente se los indique, se comportarán como los perros que son. Ahora, primero que nada muero de hambre, así que acompáñenme a la cocina porque vamos a cenar. Síganme.”

Una vez desamarrados, los tres perros caminan detrás de él a cuatro patas. Rody, el más grande los tres, va al frente moviéndose de forma sorprendentemente ágil para su tamaño, mientras que José se mueve de forma lenta y deliberada. Omar, en cambio, camina lenta y torpemente. El rol de observador de los dos esclavos aún no concluye, es necesario prestarles atención puesto que aunque el amo no lo haya mencionado, la cena se trata de una prueba más para ellos.

Antes de sentarse él mismo a comer, el amo sirve la cena para los perros: de la alacena saca una bolsa de trocitos de carne en su jugo, del tipo que se les da a los perros cuando se les quiere premiar por haber hecho un truco, y la sirve en un plato hondo. No ha acabado con ella; pone el plato en una silla y ante la atenta mirada de los candidatos se baja la bragueta y sin quitarse el pantalón saca por la abertura su flácido miembro. Lo toma con una mano y apunta flojamente al plato para comenzar a orinar, como si se encontrase en un urinal cualquiera; el fuerte olor acre invade la habitación, el chorro cae sobre la comida, mezclándose con los jugos de la carne y formando espuma al borde del plato. El chorro disminuye en intensidad hasta volverse un pequeño chorro, tras lo cual el amo sacude su pene para deshacerse de las últimas gotas.

La comida, de apariencia menos que apetecible, ha quedado condimentada con su particular sabor.

El plato es colocado frente a los tres perros. Ninguno de ellos parece particularmente dispuesto a ser el primero en comer; el amo les observa a los tres sin comentario alguno, impasible.

El primero en acercarse al plato es Rudi. Titubea un poco, inclina la cabeza y sin usar las manos toma en su hocico una gran porción de la carne sazonada por los jugos del señor. Alza la cabeza para masticar tras agarrar un gran bocado, su cara ha quedado manchada por la salsa roja y un poco de líquido escurre por las comisuras de su boca. El amo le dedica una sonrisa y estira la mano para acariciar el cabello del muchacho, quien le mira orgulloso.

“¡Buen chico! Algo me decía que serías el primero…”, ríe de buena gana. “Y es que… ¡Pareces más un puerquito que un perro! Ya decía yo que tenías buen apetito. Anda, a comer puerquito, sólo intenta no acabarte todo porque los demás también necesitan comer.”

Sin dejar de reír, le dedica una fuerte nalgada y se sienta a la mesa para ser atendido por sus esclavos. El comentario hace que el chico baje la cabeza, volviendo a agarrar otro bocado del plato. El siguiente en hacerlo es José, cerrando los ojos y evitando en lo posible aspirar al hacerlo; es con visible inconformidad que mastica, de forma más refinada y con movimientos lentos que le evitan mancharse como Rody. Tras masticar a consciencia, con gran pesadez de su parte pasa saliva para tragar la carne, haciendo un gesto al hacerlo.

Entre los dos perros el plato se va vaciando. Omar no ha sido participe de la cena, aún titubea y se mueve inquieto de un lado a otro, como buscando una entrada para comer también del plato. Se mete entre los dos, quienes se hacen a un lado para permitirle el paso, y sin pensarlo mucho da un pequeño mordisco a la comida, el cual escupe al suelo casi inmediatamente. El amo interrumpe su propia cena y le mira intensamente. El candidato, cohibido, se inclina y agarra el pedazo de carne medio masticado del piso. Aprieta la quijada más de lo necesario con cada mordisco que da, pero termina tragando todo sin mayor incidente.

Ahora que todos los cachorros comen del mismo plato es necesario turnarse para evitar pegarse entre sí. Pronto dejan vacío el plato, quedando en él solamente un poco de la orina del amo, la cual ninguno de los tres busca acabar. Esperan a que se les indique su siguiente instrucción, mientras que el amo acaba su cena sin prisas.

Quince minutos más tarde, los perros esperan en la sala. Desconocen qué es lo que esperan, el amo no les ha concedido hablar para cuestionarle de qué se trata y tampoco cuentan con la compañía de ambos esclavos, quienes ahora toman su cena. Esperan sentados sobre sus talones y con las manos al frente apoyadas en el suelo, pero solo José logra estar completamente quieto. Los perros voltean al instante cuando suena el timbre de la casa, anunciando la llegada de alguien.

“¡Oscar, Uriel, ya era hora!”, el amo saluda a sus visitas, recibiéndoles personalmente. Omar da un pequeño alarido al ver entrar a dos desconocidos y se oculta detrás del sillón para evitar ser visto, pero al contrario el ruido atrae la atención de las visitas, quienes interrumpen sus saludos para dirigirse a los perros.

“¡Oye, no están nada mal! Me gusta este cachorro. Aún no están entrenados, ¿verdad?” dice uno de los dos, inclinándose sobre Omar. Es alto y delgado, de cabello corto cuidadosamente peinado para ocultar sus entradas. Viste con pantalón Dockers, zapatos cafés y camisa desabrochada de dos botones. Su acompañante, en cambio, usa ropa más casual: pantalones de mezclilla raidos y una apretada playera blanca que marca sus bíceps. Ambos aparentan tener alrededor de treinta y tantos años.

“Así es, no están entrenados así que ten cuidado no te vayan a morder”, le dice el amo con una sonrisa. “Apenas elegiré a uno, para eso me van a ayudar.”

“Tú y tus juegos raros”, le recrimina sonriendo también Uriel, el de playera apretada. “Pues si no hay remedio… ”

Se acerca a los chicos. Omar, oculto detrás del sillón, parecía haber olvidado su rol de perro; encogido contra el suelo, se tapaba sus genitales avergonzado de ser visto de esa forma por aquellos desconocidos; Oscar, el otro visitante de ropa más formal, le revolvió el pelo y le dedicó una sonrisa, encantado con el cachorro.

“Estás hecho una bola de nervios, pero apuesto que con el entrenamiento necesario podrías volverte un buen perrito faldero. A ver, cachorrito, dame la patita”, extiende la mano cara arriba esperando respuesta del perro. Omar le dirige una rápida mirada al amo, quien le indica con un gesto de cabeza que regrese el saludo. Oscar mantiene la posición mientras el perro le extiende una pata indecisa, saludándole de la forma que un verdadero animal haría pero sin dejar de cubrirse con la otra mano su miembro, ahora semi-erecto.

El otro visitante por su parte centra su atención en Rody, a quien agarra bruscamente de las lonjas, provocándole un salto y un chillido.

“¡Este perro está fuera de forma! No sé si te convenga, yo creo que no puede hacer mucho, apenas empieces a jugar se va a cansar.” Le aprieta las capas de grasa extra que tiene consigo en los costados provocando incomodidad en el chico, quien se remueve en su lugar y da pequeños gemidos. Uriel le agarra sin miramientos, posando sus velludas manos en su pecho y apretándole firmemente hasta que Rody se intenta hacer para atrás, pero la visita sólo lo agarra más firmemente del área como si se trataran de las tetas de una mujer, juntando y apretando uno contra otro. “¡Pero al menos es divertido! Eh, Oscar, ¿ya viste a este animal?”

Oscar, su acompañante, sigue jugando con Omar como si de un perro pequeño se tratara. Tras enseñarle cómo debe dar la mano, le ha mostrado también cómo es que debe hacerse el muertito y saludar. Asiente en dirección a Uriel respondiendo a su llamado, y decide él también enseriarse  y comenzar a revisar al cachorro con el que juega.

“Bien, buen chico. Ahora quédate quieto, vamos a ver si es que tienes pedigrí”, le dice Oscar al perro. El pelirrojo asiente, sin darse cuenta de lo poco natural que es ese gesto en un animal, y se coloca en la posición de espera en la que había estado previamente: hincado y con las manos al frente apoyadas en el suelo.

Oscar camina en un círculo lento alrededor de él. Se acerca mucho pero no lo toca; Omar tiene un escalofrío al sentir el aliento en su cuello cuando Oscar se inclina a sus espaldas para mirarlo de cerca. Lo revisa sin prisa, saboreando el nerviosismo del chico. Observa con detenimiento las pecas en su espalda desnuda, la manera en que alza el culo en su posición actual, y la forma en que muerde su labio cuando más nervioso se pone. El mismo Oscar se relame los labios al ver al chico.

Mientras ambas visitas revisan a los perros, el amo se acerca al tercero de ellos que ha quedado: José le espera con la cabeza alzada, mirándolo a los ojos cuando se acerca. El amo no pierde tiempo explicándole que él mismo lo revisará, simplemente le agarra de la quijada y le hace abrir el hocico. Con la mano con que le agarra, le manipula para que baje la cabeza y que los dientes inferiores queden expuestos a la luz de la habitación, los cuales observa con detenimiento. Le introduce su dedo índice y lo pasa entre las encimas y los dientes, haciendo el labio a un lado para poder observarle mejor; acaba torciendo el dedo para colocarlo en su paladar y forzándolo hacia arriba, haciéndole alzar la cabeza para revisar también los dientes superiores. Al finalizar la inspección bucal se limpia el dedo contra el pecho velludo del perro.

Pasa sus manos por el pecho velludo del perro, evaluando su reacción ante su tacto en diferentes áreas. No reacciona demasiado de los pezones pero le incomoda le agarren de los costados. Los brazos son más fuertes que las piernas pero tampoco están mal formadas. El tatuaje en el brazo realza sus músculos. En general al amo le gusta lo que ve.

Satisfecho su interés, le indica al perro se gire, presione el frente de su cuerpo al suelo y alce el culo, como haría una hembra para mostrar su disponibilidad. En esa posición el perro parece tener la cola erecta. Hace a un lado las nalgas y pasa un dedo por en medio de ellas hasta llegar a la cola; una ligera capa de vello recubre casi todo el camino y también lo tiene en las mismas nalgas, algo que habrá de desaparecer si entra a su servicio. Le da una nalgada y le indica vuelva a su posición original.

En el otro lado de la habitación, Uriel ya ha acabado con la revisión física del perro que había agarrado originalmente. No está impresionado con lo que ha visto.

“Como perro vas a tener la capacidad de un Pug, me parece. Tienes las llantas como si fueras uno, quizá incluso las de un Shar Pei, no me imagino que puedas hacer el esfuerzo físico que requiere tu amo… aunque por otra parte… bien podemos poner eso a prueba”, le dice Uriel. Le agarra de la oreja y lo lleva al pasillo, con el animal trastabillando a cuatro patas tratando de seguirle el paso.

Con una fuerte nalgada, el visitante le indica que corra al lado opuesto de la casa lo más rápido que pueda y regrese. No pierde tiempo Rody en comenzar su tarea, agitando la cadera y moviendo su amplio culo de un lado a otro provocando que su cola se agite violentamente. La  escena le parece graciosísima a Uriel, quien estalla en carcajadas al ver al robusto perro esforzarse por moverse rápidamente.

“¡Bien!”, le dice Uriel, una vez que el perro ha completado su tarea y se encuentra una vez más a su lado, corto de aliento. “No estuvo tan mal como temía. Pero si quieres ser un buen animal vas a tener que hacerlo mejor que eso. ¡Eh! ¡Tú, el otro perro, el del tatuaje! Ven para acá y muéstranos qué tan rápido puedes tú.”

José, cuya intrusiva revisión por parte del amo finalmente ha concluido, dirige su atención a Uriel y se encamina a cuatro patas hacia él. El visitante le repite las mismas instrucciones que le dio a Rody, y con otra nalgada lo lanza a correr a la pared de fondo para regresar lo más rápido que pueda. José, aún estando en forma, no hace un tiempo mucho mejor que el perro anterior; le estorba la cola para moverse libremente, y el andar a cuatro patas le resulta complicado y poco natural.

“Mal perro. Se suponía ibas a mostrarle al otro cómo se hacía”, le dice Uriel. Le dirige un grito a su acompañante: “¡Oscar, deja de jugar con ese perro y tráetelo para acá!”

Omar ya ha aprendido a hacer diferentes trucos bajo la tutela de Oscar al momento en que le toca a él hacer la prueba de velocidad. Al recibir la nalgada que le impulsa sale disparado al otro extremo de la casa a toda velocidad, tanta que resbala con el piso de azulejo y se golpea contra la pared, pero esto sólo le frena un instante antes de seguir su loca carrera a donde le esperan Oscar y Uriel. Llega respirando por la boca y con el culo adolorido por la cola que tiene insertada; los dos visitantes le reciben dándole palmadas en el costado.

“¡Bastante mejor! La verdad me sorprendiste, de los tres fuiste el más rápido. Ciertamente mucho mejor que tú, perro”, le dice a Rody, quien baja la cabeza. “Como te dije hace rato, hay que entrenarte mucho para ver si bajas algo de ese peso extra.”

“Y puede comenzar por aquí”, les dice el amo. Muestra una pelota de hule que ha traído consigo del patio trasero. “A ver, ¿quién quiere la pelota? ¿Quién va a atrapar la pelota?”

Omar, envalentado por los halagos recibidos hace unos momentos y una vez más en su rol de animal, saca la lengua y agita su culo para mostrar su emoción. El amo le dirige una sonrisa y avienta la pelota al patio trasero, de donde sale de su vista. Los tres perros salen inmediatamente tras ella, pero la puerta corrediza que da al exterior no permite que pasen los tres al mismo tiempo; José les hace a un lado y sólo él sale por la puerta para volver con la pelota, agarrada con su hocico. El amo toma la pelota (un poco cubierta de salida) y le dirige un cumplido, el cual José responde de una manera que hasta ahora ninguno de los perros ha hecho: da un ladrido, grave y sonoro, al cual el amo responde con un sonido de aprobación.

Los perros están cada vez más metidos en su rol, se da cuenta con satisfacción el amo. Les avienta la pelota varias veces, y en su mayoría es Omar quien vuelve con ella; cohíbe a los otros dos al gruñirles y no teme arrebatarles la pelota cuando estos son los que la agarran primero, en una ocasión incluso se la quita a Omar cuando este ya la tenía en el hocico. Rody, por otra parte, corre patéticamente entre la pelota y el amo, nunca pareciendo llegar realmente a uno o a otro antes de cambiar de dirección. Pronto suda copiosamente por el esfuerzo físico realizado.

Las visitas observan la acción desde su sillón, atendidos por Migue y Manuel ahora que han acabado de cenar. Les gritan a los perros y en ocasiones también ellos son los que lanzan la pelota; Uriel en particular hace comentarios dirigidos a Rody acerca de su peso y su condición física, humillándole.

Cuando el amo se ha cansado de la actividad y los tres perros se encuentran jadeantes, el amo los acerca nuevamente al sillón donde les esperan las visitas y les indica a los esclavos saquen a los perros al patio trasero, donde se les servirá agua mientras ellos discuten acerca de lo que observaron en cada uno.

“El pelirrojo me gusta. Es inexperimentado, sí, pero eso tiene un cierto atractivo…”, dice Oscar, cruzando las piernas.

“Va a ser un problema. Empezar con alguien tan verde tiene sus ventajas, claro, puedes amoldarlo a tu gusto… pero he visto como duda ante instrucciones simples. Te va a dar problemas, te lo digo”, añade Omar por su parte.

“¿Y qué piensan de José? Creo que nunca se los presenté por nombre, es el perro del tatuaje, ya saben, el musculoso; él ciertamente es más experimentado”.

“Está en forma, sí, y es obediente… me da la impresión que no termina de agradarle el rol de perro. Me pregunto por qué habrá querido intentarlo.”

“Mejor forma que el perro panzón”, le interrumpe Omar con un bufido. “Se ponía a jadear cada vez que le ponía una tarea física. Aunque de los tres le vi como el más dispuesto… ”


Los tres continuaron hablando del desempeño de los perros y sus opiniones al respecto. El amo les escucha y hace preguntas, pero él sabía todo ello era innecesario; la decisión ya había sido tomada por él mismo, y sólo pregunta su opinión por curiosidad. Pronto informaría a los perros del resultado…

Wednesday, November 11, 2015

Un día en la vida - Parte 3

Manuel despierta con un sobresalto. No tenía pensado quedarse dormido ni sabe cuánto tiempo lo ha hecho, se supone debe estar al pendiente de los perros y en lugar de eso se dejó caer rendido. Se preguntó si ya habría llegado el amo, no lo creía pero siempre era una posibilidad. Al mirar hacia el patio descubrió sorprendido que solo están ahí dos de los tres perros; el que falta es Omar, el pelirrojo. Maldiciéndose mentalmente comenzó a bajar atropelladamente las escaleras, pero un golpe quedo proveniente de la planta alta le hizo frenarse en seco. Un pensamiento oscuro cruzó por su mente, e hizo un gesto.

El sonido, como descubre al acercarse, proviene de la habitación de Migue. La puerta está cerrada, “probablemente para evitar que lo despertara”, pensó para sí, pero entre más se acerca más claramente puede escucharlos. Las voces del otro lado de la puerta confirman sus temores: Migue no está solo, y ya sospecha quien es su acompañante. Se pega a la puerta para escucharles mejor.

“… sí, así… buen perrito, muy bien… mmmh… sí, lo estás haciendo bien… ¡eh! No, no, cuidado con los dientes… sí, exacto… ” Manuel, pegado a la puerta, escucha atentamente. Le hierve la sangre, sabe que Migue ha tenido fallas en el pasado pero esta era la más grande hasta el momento. No puede resistir más y abre la puerta de golpe, dejando que se azote contra la pared.

“¡¡Migue!!” Los dos chicos en la habitación saltan ante la estrepitosa entrada de Manuel, atrapados in fraganti en actividad prohibida. Migue está sentado en el borde de su cama, mientras que el perro se encuentra de rodillas, aún con el miembro del esclavo en su boca. La expresión de ambos, similar a la de un venado encandilado por un carro, es casi cómica, pero Manuel no ríe.

“Oye, Manuel, mira, es que-”

“Cállate. No digas nada, espera aquí.” Agarra de la oreja al perro y lo saca de la habitación mientras éste gimotea. Nunca le dijo que hiciera eso, le parece que ha tomado su rol de perro bastante en serio. Trastabilla tratando de seguirle el paso, no se mueve lo suficientemente rápido para seguir el ritmo acelerado de Manuel, aún no se acostumbra a gatear ni a tener el butt plug pero no intenta ponerse de pie.

Manuel se detiene súbitamente y Omar casi choca contra sus piernas. El esclavo se ha quedado mirando a la distancia sin reaccionar, el perro lo observa en silencio, curioso y temeroso hasta que el primero reacciona finalmente.

“No vayas a decir nada de esto. No le dirás nada al amo, ni tampoco a los otros perros,” le dice sin voltear a mirarlo. El perro asiente inconscientemente, aunque Manuel no lo vea.

En el patio, los otros dos perros le miran con curiosidad, pero fuera de eso no hacen comentario alguno cuando Omar es amarrado una vez más a su lado.

En la cocina, Manuel toma un vaso de la cocina antes de volver a la habitación de Migue.

En su habitación encuentra al otro esclavo, quien por una vez se mantiene en silencio y sin moverse, cosa rara en él. No acaba de cerrar la puerta Manuel antes de que el otro comience a justificarse.

“Oye… lo siento. Sé que fue muy estúpido de mi parte, un gran error. Pero por favor no se lo digas al amo, nunca había estado tanto tiempo sin correrme y me estoy volviendo loco… y… ahí estaba él, la verdad es que me gustó mucho desde que lo vi ahí afuera. No quería hacer mucho, sólo pensé en jugar un poco con él, pero cuando lo toqué y luego me tocó y yo no buscaba… ” Conforme habla va acelerándose más y más, pronto está soltando palabras a la velocidad a la que suele hacer. Manuel le escucha en silencio, sin interrumpirlo.

“Tienes razón.” Manuel dice en un momento de pausa. El comentario detiene en seco a Migue. “Digo, es normal, ¿no? Las hormonas y todo eso. ¿Por qué no dijiste nada? Incluso te puedo ayudar.”

“¿… en serio?”, dice Migue. No sale de su asombro. “Bueno… en la mañana quise insinuarte algo así, pero siempre te veo tan serio… y obediente a lo que dice el amo… no me atrevía a decirte directamente, creí que no reaccionarías muy bien… ”

“Sí… no te preocupes, sé a qué te refieres” Le da un leve empujón para que se siente en la silla, y subiéndose a la cama se le acerca por su espalda, manoseando su torso desnudo. “Ya sé que a veces puedo ser duro… pero aún recuerdo como era ser el nuevo, las tareas, las obligaciones… y el pasar mucho tiempo en constante excitación. Yo también soy humano, también me caliento.”

Muerde el lóbulo de su oreja mientras continua su toqueteo. Migue suspira con los ojos cerrados, sus pezones se han puesto duros y su verga vuelve a adquirir la firmeza que tenía hasta hace unos minutos. Manuel, ni lento ni perezoso, la toma suavemente con una de sus manos, usando su pulgar para tocarle en la cabeza, haciendo a un lado el prepucio y esparciendo el líquido pre-seminal para usar como lubricante para la masturbación.

Muy pronto Migue se encuentra gimiendo, pidiendo al otro que acelere su ritmo. Las estimulaciones lo llevan al límite, no han pasado más que unos cuantos minutos y ya se siente a punto de explotar. Tensa su cuerpo, siente la excitación tomando el control de su cuerpo y el calor proveniente de su entrepierna se extiende a todo lo largo; Migue aprieta los ojos y con un gruñido lanza tres, cuatro, cinco intensos chorros de semen a presión, con más de él escurriendo, producto de dos semanas de acumulación. El orgasmo es intenso y le deja sin aire, la tensión acumulada parece haberse liberado en un momento para dar paso a la relajación extrema. Poco a poco se recupera, y gira con una sonrisa hacia Manuel.

Pero Manuel no le mira. Centra su atención en el vaso que trajo de la cocina, el cual sostiene con una mano mientras que con la otra le sigue masturbando. No lo vio hacerlo, pero debió tenerlo preparado para atrapar todo el viscoso líquido producto del orgasmo de Migue. Una cantidad considerable de la sustancia reposa ahora en el vaso, pero Manuel continua masturbándolo.

“Ah… espera espera espera… nnh… aguanta, para ya…” Migue hace un débil intento para separar la mano de su miembro, cada vez más flácido, pero Manuel lo hace a un lado con el brazo y continua sus administraciones. Le besa en el cuello y continúa como si no hubiese pasado nada, dejando a un lado el vaso para continuar tocando su cuerpo. Juega con sus aún endurecidos pezones, les da suaves pellizcos y los manipula a su antojo. La inicial sensación de desagrado que sintió Miguel se ve remplazada por el deseo una vez más, su pene comienza a revivir y se entrega nuevamente al deseo y la calentura.

No lo cuestiona, lo único que sabe es lo bien que se siente. Su erección no es tan firme como lo fue antes, pero el placer está ahí de cualquier forma. No hay lugar de su cuerpo que no toque, pasa sus manos por todas partes sin dejar región inexplorada; se pone al frente de él y succiona uno de sus pezones, lo cual vuelve loco a Migue. Le toma otros diez minutos más el llegar al orgasmo a Migue, corriendose en menor volumen y presión, pero aún así le deja sin aliento. Manuel se encarga cuidadosamente de recoger cada gota en el vaso.

Y continúa. Migue ya sospecha lo que Manuel se trae entre manos, más no hace comentario alguno. La sensación de desagrado que sintió anteriormente al ser estimulado después de su orgasmo se intensifica, no está obteniendo el mismo grado de placer que antes pero su cuerpo parece tener una mente propia, aún tras dos orgasmos sigue reaccionando antes los diferentes estímulos.

El tercer orgasmo es doloroso para Migue, quien para entonces ruega porque el castigo acabe pero no hace intento por detenerlo. Manuel lo manipula con habilidad, sabe como estimularlo para provocar un orgasmo aunque éste no le cause placer. Tras recolectar la escasa leche expulsada por el último orgasmo, acomoda al esclavo en su regazo, poniéndolo boca abajo; una fina capa de sudor cubre a Migue de pies a cabeza, el cuerpo le resulta pesado y se deja manipular como si de un muñeco se tratara. Manuel hace círculos en el lampiño agujero del chico, jugueteando con la abertura hasta acabar insertando el dedo índice; el mismo sudor de la victima hace trivial a la operación. Curvea el dedo y le explora hasta encontrar su próstata, la cual estimula habilidosamente sin haber dejado en ningún momento de masturbarle.

El pene del chico muestra ya las secuelas de tanta fricción, se ha puesto rojo y está adolorido. Migue intenta contener las lágrimas, los ojos se le han puesto vidriosos y no sabe cuánto más de aquella operación soportará. La añadida estimulación anal le ayuda a mantener la excitación, pero su pene en este punto se ha encogido, como si hubiese sido asustado e intentase esconderse de más maltrato físico. Es con un espasmo que le llega su último orgasmo, da un chillido agudo que toma a Manuel por sorpresa y se corre, apenas produciendo unas gotas de sustancia casi completamente líquida, como si de orina transparente se tratara. Cae inútilmente en las manos de Manuel, quien no alcanza a preparar el vaso para atraparlo.

Finalmente, Manuel se ve complacido con el castigo. Migue voltea a verlo con ojos rojos, pero no le reclama, sólo lo mira tristemente.

“Ah no, no me vengas con esos ojitos de becerrito recién parido. Creo que tuviste suficiente como para que te dure por semanas, ¿no? Pero vas a acabar deshidratado… es importante tomar cuando uno pierde muchos líquidos. Toma, te preparé un vaso.” Le acerca el vaso que él mismo ha llenado con sus fluidos, pero Migue no lo toma. Manuel ignora su mirada suplicante y él mismo le acerca el vaso a sus labios, inclinándolo para que beba el viscoso contenido. “Así… así… buen becerrito, tomate tu lechita. Aún está calientita, así te gusta más, ¿no?”.

Le inclina aún más el vaso para ayudar a que se termine todo más rápidamente. El esclavo bebe lo más rápido que puede pero termina atragantándose con su propio semen y tosiendo por la garganta irritada. Manuel le espera para que vuelva a beber el contenido del vaso hasta que finalmente se encuentra satisfecho.

“Bien. Ya perdí demasiado tiempo contigo, Migue. Sabes… tienes suerte. Estoy seguro de que el amo no habría sido tan suave como yo, pero si tú no le dices nada, no tengo por qué hacerlo yo tampoco. Seguiré vigilando los perros, espero verte también ahí cuando estés listo”.

Migue observa de rodillas al piso al otro esclavo salir de la habitación. Ser esclavo no es siempre fácil, pero ciertamente es algo que disfruta haciendo, piensa para sí mientras se relame los labios cubiertos de semen seco. 

Thursday, October 29, 2015

Un día en la vida - Parte 2

Finalmente sólo en casa, Manuel intenta de forma fallida concentrarse en un libro. Lleva un buen rato intentando leer la página actual sin poder avanzar, frecuentemente vuelve a él el pensamiento de lo que sucedió hace un rato en la cocina; se siente enojado consigo mismo por lo ocurrido, el amo ha tenido que cambiarse el pantalón (algo que no le ha causado nada de gracia), por lo que es de esperarse que en la noche realice una “actividad de corrección”, otra forma de decir ‘castigo’. En realidad no es el castigo en sí lo que le molesta, sino el haber fallado de esa forma… ciertamente se sentía merecedor de recibirlo, quizá sin él incluso se habría sentido peor.

El timbre le saca de sus cavilaciones; le sorprende un poco, siendo que no espera a nadie hasta de dentro de media hora, pero es de esperarse que alguno de ellos hubiera llegado más temprano de la hora citada. Al asomarse por la mirilla comprueba que efectivamente se trata de uno de ellos, y le abre la puerta con gran nerviosismo debido a su desnudez, vestido solamente como está con las muñequeras y pulseras. Las instrucciones del amo son claras en ese aspecto. El estar desnudo en la casa es una cosa, pero el atender la puerta con una vestimenta tan obscena es otra totalmente diferente.

El muchacho en el umbral es delgado y pequeño de cabello rojizo corto. Su expresión es de sorpresa pura al ver la apariencia de la persona que le ha atendido; se queda boquiabierto unos instantes para gran molestia de Manuel, quien no desea nada más que acelerar el proceso y poder cerrar la puerta lo antes posible. Algún vecino podría pasar por el área en el tiempo que el chico se tarde en reaccionar, piensa para sí.

 “Llegaste temprano”,  le dice con el ceño fruncido. 

“Eh… pues, este, yo pensaba… bueno, hablé con…”

“Oye, hey, respira. Pasa y ya.”

Asiente rápidamente, visiblemente nervioso. Manuel se hace a un lado, invitándole a pasar. Apenas el muchacho cruza el umbral la puerta se cierra detrás de él. 

“Llegaste demasiado temprano”, le reclama al muchacho nuevamente. Éste parece como un pequeño conejo asustado, mira alrededor de la casa como buscando un lugar en donde esconderse.

“Bueno, este…  es que estaba por aquí… y, este, mi amo dijo que…”

“'¿Mi amo?'”, lo interrumpe Manuel. “Aún no es tu amo, recuérdalo. Si lo haces bien puedes serlo, va a depender de tu desempeño y cómo lo hagas con respecto a los demás.”

El chico le mira con ojos como platos. Manuel se obliga a suavizar su mirada y su tono; es claro que el chico está nervioso, no es su culpa que él esté pasando por un mal momento ni tiene por qué desquitarse con él.

“Es la primera vez que haces algo así, ¿no?, no te preocupes. No harás nada que no quieras hacer, nadie te obligará a nada.” El chico le mira y asiente. “Si quieres irte, ahora es cuando y no pasará nada. Pero si no es así mejor empezamos de una vez. Quítate la ropa y échala en esta cesta.”

Unos momentos de silencio. Manuel se pregunta si el chico se irá, pero éste finalmente se decide y comienza a desvestirse lentamente, temblando ligeramente al hacerlo, quizá de nerviosísimo, quizá de frío, o quizá de una combinación de ambas cosas. En su intento por ser más agradable con él y hacerle la situación más fácil, le saca plática, a la cual el muchacho responde casi exclusivamente con monosílabos, muletillas y tartamudeos. De lo poco que logra sacar de él es el nombre Omar.

El chico se detiene al llegar a su ropa interior (un calzoncillo blanco Fruit of the Loom), a lo que Manuel le debe indicar que continúe. Le da la espalda (su cuerpo es dolorosamente pálido, con pecas en los hombros) y desliza sus calzoncillos por sus piernas, dejando entrever un trasero blanco que no parece haber sido tocado alguna vez por los rayos del sol. Al voltear no mira a Manuel a la cara y se tapa ineficazmente sus privados, dejando entrever a pesar de ello su excitación. Su pene, visible entre sus dedos, es circuncidado y no particularmente grueso.  Con un gesto, el esclavo guía a Omar al baño.

En el baño Manuel se encarga de la limpieza del candidato a perro. Omar es el primero de los tres chicos en llegar, y el haber llegado con anticipación le da tiempo al esclavo de asearlo con tranquilidad, concentrándose solamente en él. La primer parte del proceso consiste en aplicarle un enema para asegurar su limpieza interior, a la cual el chico claramente no está acostumbrado, se le mira profundamente incómodo más no protesta cuando el instrumento se le es insertado en el ano para llenarle de solución (tendrá que acostumbrarse si espera ser perro del amo, piensa Manuel para sí). Omar se pone rojo de vergüenza cuando, una vez lleno del estómago, se le lleva a sentarse en la tasa del baño para evacuarse frente a la atenta mirada de Manuel. La operación se repite una vez más para asegurar la limpieza del candidato.

Las siguientes partes de la limpieza son más agradables para él; colocado en la tina, Manuel lo moja por completo con agua tibia usando una manguera plegable y lo enjabona de pies a cabeza, tallando su espalda, cabeza e incluso sus privados, cosa que le hace respingar a pesar de que no hacer comentario alguno. Está avergonzado y excitado al mismo tiempo, dejándose lavar como haría uno a un cachorro. El secado es igual de invasivo, es tallado con gran presteza y un poco de brusquedad, pero no deja de ser agradable.

La vestimenta del candidato a perro es tan básica como la usada por los esclavos; primero se le coloca un simple collar de cuero en el cuello (que en caso de ser elegido portará con su nombre de perro en una cadera), después unas rodilleras que evitarán que se lastime, y finalmente lo más importante: una cola de perro consistente en un butt plug que acaba en una cola respingada hecha de hule. Éste último aditamento no es fácil de usar por su notorio grosor, Manuel se encarga de lubricar generosamente el culo del muchacho para prepararlo para su entrada. 

“Relájate. Respira hondo.” El chico cierra fuertemente los ojos, parece todo menos relajado. Se requerirá aflojarlo más. 

“Apenas nos conocemos y mira que… bueno, ya va, te vas acostumbrando. Tú sólo relájate. ¡Eh! No, no, me estás apretando, así te va a doler… mira, ¿ves? Ahí va uno… casi ni se siente…” Manuel se cuestiona a sí mismo si el chico será virgen, aunque no se lo pregunta. ¿Qué lleva a un chico inexperimentado buscar que su primera experiencia sea una como esta? Ciertamente será memorable, de eso no hay duda, pero probablemente será demasiada intensa para él; al menos puede contar con la seguridad y experiencia de un amo como el suyo. El dedo índice de Manuel se introduce en la entrada del chico y le explora, girando y buscando que se acostumbre a él. Cuando intenta introducir el segundo dedo, siente gran resistencia del esfínter del muchacho, lo que lo lleva una vez más a tratar de calmarlo y relajarlo. Es bueno que haya llegado con tiempo, siendo que la operación está tomando tiempo.

Omar gime quedamente cuando comienzan los movimientos con dos dedos dentro, y gruñe con los tres, pero eventualmente se acostumbra a tener hasta cuatro de ellos, finalmente relajándose lo suficiente para permitirlos dentro de él. Su pene, que se había encogido al iniciar el proceso de dilatación, poco a poco recobra su firmeza.

Cuando la dilatación le parece apropiada, Manuel comienza a introducirle el butt plug que será la cola del perro. No es con poco esfuerzo que lo hace, conforme se va ensanchando puede ver cómo se esfuerza en recibirlo todo, apretando los dientes en vez de relajarse. Finalmente, la parte ancha del plug pasa por su entrada, y con un sonido húmedo su culo se cierra, aprisionando el butt plug dentro de él y dejando por fuera la cola de hule. 

Finalmente está listo. Engancha una correa a su collar y lo pasea a cuatro patas por la casa, practicando el moverse. Sus movimientos son muy lentos y deliberados, es claro que la cola que le sodomiza limita mucho su movimiento, pero se esfuerza en ello. El paseo acaba en el patio trasero, donde le amarra a la sombra del cuarto de lavado y le da instrucciones de esperar a la llegada del amo. Del cuarto de lavado saca un plato de perro metálico, en el cual sirve un poco de agua y coloca frente a Omar sin dirigirle la palabra. 

Pasan diez minutos más cuando llega Migue de la universidad. Tras saludar a Manuel y mirar desde la sala al perro que espera afuera, corre arriba a dejar su mochila y pronto se viste con su usual atuendo de casa, listo para servir. Llega en buen momento, piensa Manuel para sí cuando escucha el timbre sonar nuevamente. 

Migue corre escaleras abajo y se adelanta a abrir la puerta, sin molestarse siquiera en asomarse por la mirilla para comprobar quién se encuentra afuera, para exasperación de Manuel. Éste se asoma por detrás del otro esclavo para ver al muchacho que se encuentra afuera, un muchacho corpulento de alrededor de treinta años, con semblante serio. Le conoce por fotos, por lo que le ha comentado su amo sabe se llama José y que es foráneo, relativamente nuevo a la ciudad. 

“Hola, creo que me esperaban”, dice. Si está sorprendido porque dos hombres desnudos le atiendan a la puerta, lo disimula bien.

“¡Sí! ¡Así es! ¿Qué onda, como estas? Soy Migue, ese es Manuel, ya llegó otro chico, yo apenas vengo llegando… aún no llega el amo, pero está bien, llega al rato y pues, oye, deja tu ropa acá, ahorita necesitamos que hagas unas cosas. Creo que él te dijo, ¿no? ¿te dijo qué esperar? Sí, échalo acá”. Migue continuó bombardeando al nuevo visitante con su incesante charla. 

Una vez desnudo José, los esclavos pudieron contemplar su velludo cuerpo, el cual presumía sin aparente pudor como si fuese lo más natural del mundo. En el brazo izquierdo tenía un tatuaje con un diseño de figuras geométricas perfectas; círculos, rombos y líneas se cruzan de manera armónica entre sí, con lo que parecía un sol al centro. En el pecho, un pequeño piercing metálico relucía en su pezón derecho. Manuel los acompaño al baño, y entre los dos comenzaron a administrarle el proceso de limpieza dictaminado por su amo en días anteriores. 

La voz de Migue era la única que se hacía notar, llenando la habitación con sus comentarios. José, por su parte, se mantenía en silencio, sólo comentando cosas de vez en cuando. El enema probó ser innecesario, aparentemente se había preparado con anterioridad lo cual simplifica el proceso para poder dar paso directamente a la tallada de cuerpo. El reducido tamaño de la habitación de baño prueba ser difícil para el movimiento de los tres.

Casi acaban con la limpieza de José cuando sonó el timbre por tercera vez. Siendo que el amo tenía llaves de la casa, queda claro para Manuel que se debía tratar de el último de los candidatos a perro, por lo que manda a Migue a atender la puerta en lo que él acaba con la limpieza de José. Al secarle, los vellos húmedos se enroscan entre sí, por lo que Manuel procura no tallarle con demasiada fuerza para evitar lastimarlo. 

Migue llegó al baño seguido por el último de los candidatos, un muchacho ligeramente rechoncho, de cara redonda y piel morena, depilado de axilas y verga. Reía nerviosamente, presentándose como Rody. La situación le debe parecer bizarra, pensó Manuel. Ahí están ellos: cuatro muchachos, dos de ellos desconocidos, desnudos en una casa que no conocían mientras que sus anfitriones vestían obscenamente con nada más que unas pulseras de servidumbre, para ser preparados como si fueran perros de servicio. Realmente extraño.

Cuatro personas resultaron ser demasiadas para el pequeño baño. Manuel le indicó a Migue que esperara fuera del baño con Rody en lo que termina de aplicar los preparativos de José como perro; al salir Rody, el último candidato, Manuel le observó muy detenidamente las grandes y redondas nalgas, rosadas y prominentes, ciertamente uno de sus mejores atributos. Sacudió la cabeza y volvió a su tarea; cuenta con la esperanza de que aplicar la cola de perro a éste sería más sencillo de lo que había sido con el primer candidato, pero muy pronto estas esperanzas se desvanecieron: el culo de José era casi tan apretado como el del aparentemente virginal Omar. 

Si bien Omar fue difícil de penetrar, al menos mostró más resistencia al dolor de la que aparenta José. A pesar de su aspecto duro, da pequeños alaridos cuando los dedos de Manuel exploran sus interiores, o bien aprieta la mandíbula y enseña los dientes como si en verdad se tratara de un perro. Pese a los cuidados de Manuel, el desagrado en el cachorro es aparente, se encuentra tenso y aprieta su entrada con tal de protegerla de una invasión, más lo único que logra es hacer más dura para él la inserción; es imposible convencerle de que se relaje, pero eventualmente se le dilata razonablemente bien y, un tanto a la fuerza, el butt plug se le es insertado. 

Una vez vestido con collar, rodilleras, cola y correa es llevado a gatas directamente al patio, Manuel prefiere obviar el hacerle caminar por la casa para acostumbrarlo a andar a cuatro patas, es claro para él que ni uno ni otro disfrutarán la experiencia. El miserable rostro de Omar los recibe en el patio, no parece haber pasado un buen rato en el exterior pero, para sorpresa de Manuel, sí ha tomado del plato que le sirvió previamente. Había pensado que probablemente lo ignoraría, asqueado, pero el plato de agua se encuentra casi completamente vacío. Habría que culpar al cálido día. Tras amarrar a José, llena una vez más el plato con agua y lo coloca entre ambos, con la idea de que lo compartan. Una vez listo, se dirige al baño con la idea de ayudar a Migue con la limpieza del último esclavo, pero antes de hacerlo la mirada de Omar capta una vez más su atención. Se mueve inquieto, y su rostro muestra inconformidad, quizá incluso dolor; se agacha a su lado y le revuelve el pelo como uno haría con un cachorro, preguntándole que le sucede. 

“Este… es que, bueno, umm…” dirige una mirada rápida al recién perro y desvía la mirada. Su titubeo desespera a Manuel.

“¿Qué pasa? ¿Te estás echando para atrás? Mira, si es eso solo dímelo, pero no tengo tiempo de…”

“¡NO! Este… no… no es eso, pero es que… ah… es que quiero ir al baño.” Su voz va bajando de intensidad conforme avanza en lo que dice hasta volverse un suspiro apenas audible.

Manuel le dirige una dura mirada, y de pronto ríe. Ir al baño… bueno, eso es algo que puede hacer.

“Ahh… de haber sabido, si ya veo cómo estás de inquieto, perrito… entonces, qué, ¿quieres cagar?” El rostro del chico pelirrojo se enrojece tanto como su pelo y sacude firmemente la cabeza. “Oh, entonces sólo quieres mear. Eso es más fácil, no tendremos que quitarte tu colita. Ven aquí, perrito, vamos a dar un paseíto.”

Le desata y lo hace caminar (siempre a gatas) a un árbol al otro extremo del patio. Seguramente Omar puede adivinar lo que viene, pero de cualquier manera no dice nada.

“¿Qué pasa, acaso no morías de ganas de mear? No tengo todo el día. Alza la pierna como el perro que eres, vamos.”

El chico alza la mirada y lo mira a los ojos por un momento, para desviar la vista al otro extremo del patio donde lo observa atentamente el otro perro. Es claro que no tendría privacidad, es humillante pero no puede negar que al mismo tiempo excitante.

Con cuidado y siguiendo la indicación que se le acaba de dar, alza la pierna izquierda y suelta un chorro de amarillento líquido que brota en un pequeño chorro. Baja la mirada al piso al hacerlo y cierra los ojos, pero aún así puede sentir las miradas tanto del esclavo como del recién llegado perro.

Habiendo acabado, Manuel regresa al perro a su posición original, le ata, y se dirige al baño para finalmente ayudar a Migue con la limpieza, sólo para encontrar que éste no solo ya ha acabado de realizarle el baño completo al último esclavo, también le ha vestido con sus aditamentos de perro. Revisa su trabajo, y una vez satisfecho, le permite llevarlo al patio para esperar la evaluación del amo.

Ahora, sin que los perros lo supieran, comienza la primera de las pruebas que llevaría al amo a elegir a uno de ellos como su perro: la paciencia. El amo les había citado dos horas antes de lo que él tenía planeado llegar de la oficina, por lo que era labor de sus dos esclavos vigilar sus actividades en ese tiempo para evaluar su reacción. 

En el segundo piso de la casa se acomoda Manuel en un sillón con el libro que previamente había estado leyendo. Gira al sillón en dirección al ventanal, desde el cual se puede apreciar muy bien el patio trasera, aunque los perros desde su posición inferior difícilmente notarían su presencia y se sentirían libres de actuar a su antojo, sin saberse vigilados.

Rody, el último de los perros en llegar, no ha perdido tiempo en comenzar a entablar plática con los otros dos, aunque solamente Omar parece hacerle caso. Ninguno de ellos intenta ponerse de pie, continúan atados a cuatro patas aunque si lo quisieran fácilmente podrían alzarse. Manuel no puede escuchar lo que se dicen entre ellos, pero puede notar los gestos emocionados que intercambian. Por un momento cruza la imagen mental de ellos moviendo la cola de la emoción y sonríe para sí mismo. 

Bostezando, vuelve a su libro, lanzando miradas furtivas de cuando en cuando. Página tras página, sus ojos se vuelven más y más pesados, poco a poco va siendo seducido imperceptiblemente por los brazos de Morfeo, y sin darse cuenta, Manuel cierra los ojos y cae profundamente dormido. 

Thursday, October 15, 2015

Un día en la vida - Parte 1

El reloj despertador marca las 6 de la mañana al momento de sonar. Manuel nunca ha sido de la costumbre de levantarse muy temprano, aún después de este tiempo le cuesta mucho esfuerzo alzarse, pero tras enjuagarse la cara comienza a despabilarse.

Vestirse es más rápido para él que para la mayoría de la gente, si solo porque la mayoría viste algo más que un par de pulseras en brazos y tobillos, además de un collar de cuero que usa para identificarse como la propiedad de su amo. Su cuerpo, anteriormente flácido y débil, cada día muestra más las señales de las rutinas de ejercicio que sigue, en particular en su abdomen que si bien no está marcado al menos ya no sobresale. Su pelo es castaño y sus ojos oscuros, mientras que  su semblante serio refleja su carácter. Finalmente está preparado para comenzar las labores del día.

Y su primera labor le lleva precisamente a la recamara de su amo. Ahí lo encuentra en la penumbra recostado en su cama, profundamente dormido y roncando suavemente. La noche ha sido calurosa, y en lugar de encender el ventilador ha preferido dormir destapado y desnudo. Observa aquel ligeramente velludo cuerpo y recuerda con solo un dejo de nostalgia los días en que él mismo solía tener vello del cuello para abajo. Su atención se centra en la verga de su amo, aún dormida le parece gruesa y potente. Con cuidado se acerca, y toma suavemente su miembro entre sus dedos para acercarlo en su boca y engullirlo; al primer contacto su amo se remueve entre sueños, pero es su pene el que despierta primero al ser cubierto por la experta boca de su esclavo, la cual poco a poco se ajusta a su creciente miembro.

La lengua de Manuel recubre de saliva el falo, ahora duro y firme, pasándolo de la manera en que sabe que le gusta. Usa los dedos de su mano derecha para juguetear suavemente con sus bolas, mientras que con la izquierda comienza un suave movimiento arriba y abajo en el rígido miembro que succiona.

Poco a poco aumenta el ritmo hasta adquirir gran velocidad; repentinamente siente las manos de su amo en los costados de su cabeza y sabe en ese momento que él está despierto, pero no por ello frena su labor. Se esfuerza por respirar por la nariz, las embestidas del amo son muy rápidas y cada vez más violentas, hasta que con un último movimiento siente el chorro de su semilla golpeándole el paladar. Traga lo más rápidamente que puede para no derramar una sola gota.

Relame con cuidado la cabeza y la base, pasándola también por sus peludos y ligeramente sudados huevos. El amo, ahora despierto pero aún sin alzarse, observa la labor del esclavo sin dirigirle palabra alguna, hasta que satisfecho se levanta y se dirige al baño de su recamara. Al salir de la habitación, Manuel escucha el sonido del agua cayendo en la regadera. 

La esencia de su dueño le ha dejado un fuerte sabor en el interior de su boca, lo que le hace relamerse los dientes. Es un sabor amargo pero reconfortante, decide postergar su propio aseo y comenzar mejor por adelantar el desayuno. 

Para cuando el amo entra a la cocina el desayuno está listo. El amo, a quien Manuel nunca llama por su nombre, es un hombre de treinta y tres años (cinco más que él mismo) de pelo oscuro y corto generalmente relamido, barba de candado perfectamente recortada y adepto a usar ropa formal aun cuando su trabajo no lo requiere. El día de hoy viste con una camisa azul celeste, corbata lisa azul marino y pantalón negro ceñido. Al entrar gruñe un “buenos días”, agarra un plato y se sirve el huevo revuelto directamente de la sartén. Se sienta y sin dirigirle la palabra le hace un movimiento de cabeza a Manuel indicando la silla a un lado de él, lo que éste interpreta como una invitación a acompañarle; se sirve un plato de comida para sí mismo y se sienta a su lado. Platican mientras desayunan, Manuel recibe instrucciones para el día entre las cuales se encuentra el recibir y preparar a las visitas.

En la puerta de entrada se despide del amo, postrándose y besando suavemente sus zapatos, negros y lustrosos. Éste día será ajetreado para él, habrá mucho que hacer en casa. 

Una vez que se encuentra solo regresa a la cocina a limpiar; mira lo que queda del huevo revuelto en la sartén y suspira: Migue no ha bajado a desayunar. 

Lo encuentra en su habitación dormido de una manera no muy dignificada: boca abajo con el culo rojo alzado por una almohada y roncando ruidosamente. Un poco de saliva se asoma por la comisura de su boca. El día anterior Manuel había estado preocupado por él, pero era difícil estarlo al encontrarlo dormido a pierna suelta. Una fuerte nalgada es suficiente para despertarlo.

“¡OW! ¡SEÑOR! ¡Me re-dormí! ¡No lo…!”

“Tranquilo, Migue, soy yo,” le interrumpe. “Después de lo de ayer creo que nuestro amo prefirió que te quedaras descansando, me imagino que él quitó tu alarma. ¿Cómo sigues, te duele mucho?”

“Bastante,” dice frotando su posterior. “¿Por qué me tenías que despertar de esa forma? ¡Eh, qué malo eres, eso no era necesario!”

“Ya, deja de lloriquear. Voltéate,” de una cajonera saca Manuel un ungüento. Agarra un poco y lo frota entre sus manos buscando calentarlo, pero a pesar de ello Migue da un respingo cuando la fría crema toca su piel. “Hice de desayunar. Aunque nuestro amo te haya permitido descansar un poco más no significa que no tengas cosas que hacer hoy.”

En un principio hace muecas de dolor, pero poco a poco va suavizando su expresión. No es probable que la crema haga un efecto tan rápido en las abusadas nalgas de Migue, por lo que Manuel sospecha que está disfrutando esto más de lo estrictamente necesario. Efectivamente, cuando acaba sus administraciones y éste se voltea puede ver que su miembro muestra una considerable erección, pero la ignora por completo, así como la expresión de expectación en el rostro de Migue.

En cuanto Manuel se levanta, Migue cambia su expresión a una de decepción, pero no le dice nada: sabe que no deben jugar entre ellos sin permiso del amo. Le daba la impresión que el castigo del día de ayer no fue suficiente, generalmente es un chico obediente pese a sus diecinueve años, pero a veces las hormonas lo vuelven un poco loco y lo llevan a situaciones como las del día anterior en que el amo le castigó acostándolo sobre su regazo y azotándolo con la mano.  No parecieron ser golpes muy duros, pero Migue, en su inexperiencia, no tiene gran tolerancia al castigo físico.

Manuel lo mira mientras el otro se prepara. No puede evitar sentirse responsable por él, algo así como un protegido a quien debe guiar y, pese a que en ocasiones le desespera, siente la necesidad de protegerlo. El día anterior se había ofrecido a tomar su lugar en el regazo del amo sabiendo que él no aguantaría muchos azotes y que era inexperimentado, pero el amo le contestó que esa era la manera en que aprendería de sus errores. 

Migue es pequeño de estatura, aún para su edad, y muy delgado. Es además casi lampiño, al punto que el amo había decidido no rasurarle cuando entró a su servicio, e inexperimentado pero altamente entusiasta. Lleva su largo cabello negro recogido en una cola de caballo, el cual cuida extensamente.

Ahora que ambos chicos se encontraron listos comenzaron en conjunto las tareas domésticas. Todo tendría que estar listo para la hora de la comida, incluyendo la preparación de las visitas que ese día llegarían a la casa.

Las labores de limpieza del día ocupan la mayor parte de la mañana de ambos esclavos. Barren, sacuden, trapean y lavan habitaciones, baños y cocina; las actividades divididas entre ambos son menos pesadas. Para cuando la una de la tarde llega Migue se dedica a cocinar. Es un alivio para Manuel, siendo que nunca se ha especializado en ello y prefiere cuando alguien más lo hace. La comida está lista para ser servida a la hora en que el amo llega, así como también se encuentra ordenada ya la mesa para comer.

El amo generalmente no cuenta con mucho tiempo para comer y hoy no es la excepción. Poco les habla antes de sentarse en la mesa, atendido por Migue, quien le sirve un plato de sopa caliente; antes de empezar a comer se baja la bragueta y le indica a su joven sirviente que tome su posición bajo la mesa, con lo que deja claro que no solo está hambriento de comida.

Migue recibe la silenciosa orden con orgullo, su rostro se ilumina y ni tardo ni perezoso se posiciona bajo la mesa, sacando con cuidado el miembro de su amo para introducirlo en su boca con mucho cuidado. Si bien Manuel es inexperimentado en las artes culinarias, Migue lo es en las orales, pero contrarresta esta inexperiencia con un alto nivel de entusiasmo, agradeciendo cualquier oportunidad que se le presenta para practicarlas.

Como si nada ocurriese bajo la mesa, el amo plantica con su otro esclavo, quien se encuentra de pie a la puerta de la cocina listo para atenderle en cualquier cosa que se le ofrezca. Manuel observa de vez en vez las acciones de su compañero, ve como le pasa la lengua y cubre el pene de su amo con saliva; aún no está completamente erecto, pero parece ir en buen camino para estarlo. A pesar de que Manuel no deja de criticar mentalmente su técnica (“No es una paleta… ¡Tienes que agarrarlo con más firmeza!”), la escena le parece sumamente erótica; para el momento en que el plato fuerte es servido, Migue ya tiene problemas para adaptarse al tamaño del pedazo de carne en su boca, pero continua valientemente su esfuerzo.

Poco a poco, casi sin que sus ocupantes lo noten, la temperatura de la habitación ha aumentado. La situación incrementa el libido de los tres, y los esclavos, aún sin estimulación física, comienzan a reaccionar también. Manuel está particularmente atento a ese sentimiento familiar que tiene en la parte baja de su estómago. El estar desnudos por la casa ha reducido en gran medida cualquier sentimiento de pudor que alguna vez pueda haber sentido, incluso tener una erección es algo normal para ellos, pero Manuel tiene un problema con ello: ha comenzado a chorrear líquido pre-seminal. En general, él siempre ha chorreado mucho, es una especie de sello distintivo del cual no se siente particularmente orgulloso debido a los problemas que le ha causado, tales como la ropa interior húmeda en sus años de preparatoria o el ponerlo en evidencia cuando se encontraba en los vestidores de su gimnasio. Aun recientemente, bajo el servicio de su amo, ha llegado a ser problemático.

La atención del amo y Migue se encuentra enfocada uno en el otro. El amo ha hecho el plato de comida a un lado y cierra los ojos para concentrarse mejor en lo que siente, posicionado su mano derecha en la cabeza del esclavo para guiar su ritmo. Siente una ola de calor invadir su cuerpo, comenzando por su entrepierna y cubriendo su cuerpo entero; saborea el momento, siente como se aproxima el clímax, sabe que llegará pronto. Migue, por su parte, acaricia el cuerpo de su señor, pasando una mano debajo de su camisa para acariciar su pecho y otra en sus testículos, sobándolos por encima del pantalón. El amo gruñe, señal bien conocida por sus sirvientes, y Migue ve recompensado sus esfuerzos con un chorro de leche a presión que recibe golosamente, tragando lo más deprisa que puede para evitar que una sola gota llegue a ensuciar el inmaculado pantalón de su señor.

Aún Manuel, estoico como suele ser, se ve afectado por la escena. Distraído por lo que acaba de presenciar tarda unos momentos en reaccionar y darse cuenta que tiene tareas qué realizar; se inclina sin pensarlo sobre el amo para alcanzar los platos sucios y los lleva al fregadera para lavarlos.

“¡Puta madre!”, voltea al escuchar el grito de enojo de su amo. Se ha puesto de pie y mira su pantalón negro, donde una mancha de líquido transparente ha dejado su notable marca; Manuel piensa originalmente que Migue simplemente no pudo tragar el semen en su totalidad, pero un fino hilo de líquido traslucido conecta la mancha en el pantalón directamente al pene de Manuel, traicionando su origen. Una vez más, el chorrear en grandes cantidades le ha metido en problemas.

Wednesday, September 30, 2015

El largo camino a casa

"Cuando desperté, me sentí mareado y desorientado." Art by Wolfman

Cuando desperté, me sentí mareado y desorientado. Lo último que recordaba era el que me había acercado a Sami en el bar, ese perdedor que conocía desde inicios de semestre, quien había accedido a invitarme unas cuantas cervezas sin que requiriera mucha persuasión (o al menos, menos de la usual). No podía recordar mucho más después de aquello, fuera de breves imágenes que vinieron a mi mente... seguía tomando... salíamos del bar, apoyando mis 85 kilos de peso contra su debilucho cuerpo... y después... ¿Qué pasó después?

Mire a mí alrededor. Me encontraba en un área verde, tirado en el piso y completamente desnudo. La ausencia de mi ropa me alarmó, y pese a que busqué con desesperación no pude encontrar ni siquiera un solo calcetín, lo cual significaba que aquél cuatro ojos maricón se la había llevado. El pensamiento me aterró, porque si eso había hecho entonces sin duda habría visto... mi pequeño secreto.

Desde pequeño fui muy activo, alentado por mi familia el deporte ha sido mi pasión: tenis, básquet, beisbol... pero el fútbol americano siempre fue mi favorito. Fui uno de los primeros en iniciar la pubertad entre mis compañeros, y siempre que podía usaba shorts para presumir el vello que en mis piernas crecía. Era motivo de orgullo, una especie de muestra de mi hombría, y cualquiera que se atrevía a cuestionarla pronto descubría que los músculos de mis brazos también se habían desarrollado. Pero hubo un área que no se desarrolló como las demás, y ello me ha causado una profunda consternación en mi vida: mi pene no parecía aumentar significativamente de tamaño.

Ciertamente había crecido desde que inicie la pubertad, pero no como yo había esperado que lo hiciera. Todos los días al salir de la escuela y llegar a la casa me encerraba en la habitación, agarraba una regla y tras poner erecto a mi miembro medía obsesivamente su progreso, esperando ansiosamente el día en que llegara a los dos dígitos. A la fecha aún lo espero.

Ese era mi pequeño secreto. A los dieciocho años nadie lo sabía, ni siquiera las novias que he tenido en el pasado, aunque la ausencia de penetración me ganó la fama de ser un amante tierno y todo un profesional en lo que respecta al sexo oral femenino. Pero ahora… el cerebrito lo sabía también. Hice una mueca al imaginar el momento en que, estando yo inconsciente, Sami me bajó los bóxers y se encontró con mi hombría… al menos tenía el consuelo de que al estar flácido, mi miembro podía hacerse pasar por uno de tamaño normal.

¡O al menos eso pensé! Cuál no era mi sorpresa al descubrir la tremenda erección que tenía. Supongo no es anormal tener una al despertar, pero mi pene estaba tan tieso que incluso me llegaba a doler ligeramente. Los nueve centímetros y medio se encontraban perpendiculares a mi cuerpo en toda su gloria y se obstinaban en amainar a pesar de lo desagradable de mi situación. Había algo inusual acerca de esta furiosa erección… en mis nebulosos recuerdos de la noche anterior, me parecía recordar un sabor curioso en mi bebida, aunque ello no me detuvo de acabármela. ¿Sería posible que aquel perdedor hubiese puesto algo en ella?

Poco a poco, comencé a caer en cuenta de la gravedad de mi situación. Me encontraba total y completamente desnudo a campo abierto en un lugar desconocido, que podía tratarse de cualquier lugar de entre las áreas verdes de los alrededores de la ciudad. No tenía mi celular ni ningún otro medio de comunicación, y mi erección no parecía fuera a desaparecer pronto. Lo peor de todo era que si acaso llegaba a encontrarme con alguien arriesgaba a que se supiera lo reducido de mi miembro. La ciudad en la que vivo no es grande, y sin hacer mucho alarde soy bien conocido por mi participación en el equipo local de fútbol… prácticamente cualquier persona me reconocería, y el rumor no tardaría en esparcirse por todas partes. Mi reputación quedaría absolutamente arruinada.

Nerviosamente investigué los alrededores. No encontré algo que me sirviera para taparme, pero finalmente supe mi localización general: me encontraba en el mirador de una peña desde la cual podía observarse la ciudad a mis pies. Tendría que bajar por un camino pedregoso y luego escabullirme entre algunas callejuelas y calles para llegar a mi casa, pero por suerte no tendría que pasar por alguna avenida importante o el centro de la ciudad. Conocía el camino, y ello me sería útil en sobremanera.

Cerca de mi ubicación encontré una vereda que sabía conducía a la ciudad. Probablemente fue la que tomó Sami cuando me arrastró para acá, pero simplemente no podía imaginar cómo podría haberlo hecho, aún caminando borracho con él. No era un camino particularmente transitado, pero tampoco estaba abandonado… decidí caminar paralelo a él a través de la maleza, con lo cual me aseguraría de seguir el camino correcto y aún así tener oportunidad de esconderme en caso de toparme con alguien en el camino, aunque tendría que andar con cuidado para no lastimarme los pies descalzos.

Llevaba una media hora de lento camino sin escuchar indicio alguno de civilización y comenzaba a considerar caminar directamente sobre la vereda cuando escuché los pasos de alguien acercarse. Rápidamente me interné más en la maleza de la orilla del camino, tumbándome pecho tierra y rogando al cielo fuera suficiente para pasar desapercibido; los pesados pasos se escuchaban cada vez más cerca, a juzgar por su ritmo se trataba de alguien trotando por la vereda por lo que sin duda pasaría de prisa sin verme.

Contuve la respiración y pegué la cabeza al suelo sin atreverme a mirar. Pat, pat… pat, pat… pat, pat… los pasos se escuchaban más y más cerca. ¿Qué sería si la maleza no era lo suficientemente espesa? Quizá al pasar podría ver mis blancas nalgas asomándose a orilla del camino. Sin duda pensaría que soy un pervertido, más aún con la erección que tengo. Está cerca… está a punto de pasar… apreté los ojos…

Pat, pat… pat, pat… las pisadas comenzaron a alejarse poco a poco. Pasó de largo sin verme, ni siquiera había bajado el ritmo. Solté el aire que había estado conteniendo y relajé mis músculos; no había estado cerca, pero aún así me sentía estresado.

Súbitamente escuché el sonido de la hierba al moverse en mi dirección. Quedé congelado. ¿Acaso había regresado? No me atreví a alzar la cabeza para verlo, pese a que podía sentir su presencia cerca. Paró a mi lado, y comenzó a caminar lentamente en círculos a mí alrededor. Aunque no lo veía, podía sentir su mirada, silenciosa y juiciosa; no podía soportarla.

Y entonces lamió mi culo.

Salté sobresaltado. En un instante me olvidé de mis esfuerzos por mantenerme quieto y silencioso y giré alarmado a ver a mi acosador… un perro labrador que me miraba feliz y con mirada boba. El can jadeaba contento y me contempló con curiosidad. Yo me había quedado mudo y lo contemplaba asombrado. Sin previo aviso el perro comenzó a ladrar fuertemente, lo me sacó de mi estupor y me hizo reaccionar finalmente.

“¿Rocko? ¡Eh, Rocko! ¿Dónde te metiste?” Giré en dirección a la voz. El corredor que hacía unos momentos había pasado de largo regresaba buscando a su perro. Me tiré al piso pecho tierra nuevamente, pero el estúpido perro no dejaba de olisquearme y por más gestos que le hacía no se iba de mi lado. Horrorizado, me di cuenta que el perro guiaría a su amo directo a mí, aún si me internara más profundamente en el bosque.

No lo pensé, tomé una decisión. De un salto me puse de pie y salí a la vereda; el retorcido camino no era una línea recta y el dueño no estaba a la vista aún, pero le escuchaba muy cerca, bajando por una vuelta en el camino. Corrí pendiente abajo en dirección opuesta, rumbo a la ciudad, buscando poner la mayor distancia posible entre él y yo, el perro corriendo a mi lado. Cuando me había alejado alrededor de 100 metros, escuché que el corredor gritó asombrado a mis espaldas.

“¡¡OYE!! ¡¡HEY, TÚ!!”

No voltee a mirarlo. Mi plan dependía de que no me reconociera de espaldas, sin contar con que no me siguiera; yo soy un corredor bastante veloz, pero descalzo en camino pedregoso y corriendo con una erección no podía hacerlo demasiado rápido. Mi pequeño pene se azotaba contra mis piernas, haciendo un sonido obsceno de carne contra carne. No dejé de correr, rogando no encontrarme a nadie más camino abajo; el perro eventualmente se cansó de seguirme, y tras diez minutos de veloz descenso yo también paré, seguro de no estar siendo seguido.

Tomé profundas bocanadas de aire. Pese a estar en forma, el terror y el nerviosismo que de mí se habían apoderado hacían que respirara agitado y que mi cuerpo entero estuviera cubierto de sudor frío. No creo que ese corredor me haya reconocido por mi espalda y culo aunque hayamos estado a relativa poca distancia.

Una vez normalizada mi respiración, continué mi camino a orillas de la vereda rumbo a la ciudad, la cual ya se encontraba muy cerca. Si algo bueno había traído mi desventura es que me había acercado a casa, pero fuera de eso me sentía profundamente inquieto, aún más de lo que ya estaba si tal cosa fuese posible. Quizá hay quienes se sienten cómodos y a gusto con su cuerpo, y ese sería yo también… pero cuando tu hombría no supera el tamaño de un niño que apenas comienza la pubertad, uno no puede evitar sentirse mal por ello.

Finalmente llegué al lugar que quería, y sin embargo temía. Al avanzar, el bosque se había hecho cada vez menos y menos frondoso y con ello yo me movía más lenta y cuidadosamente, hasta que abruptamente el pasto era cortado por pavimento. Era una calle cerrada a orillas de la ciudad donde daba comienzo la vereda por la que había descendido. La calle estaba flanqueada por grandes casas modernas, con altas bardas que impedían la vista hacia adentro… o hacia afuera. La ciudad se ha expandido más y más, y éstas, las casas a orillas del bosque, son las más recientes adiciones a la mancha urbana que devora el área del bosque.

Ahora me enfrentaba al dilema que intencionalmente había evitado pensar durante mi camino: cómo proceder. Salir de la relativa seguridad del frondoso bosque me expondría por completo, pero no veía forma de evitarlo. Para llegar a mi casa tenía que adentrarme a la ciudad, en dirección al centro, donde las casas son menos acaudaladas que estas. Aquí no veía un alma a la redonda, no eran calles donde la gente solía transitar caminando, pero siempre existía esa posibilidad.

Observé con detenimiento la calle buscando objetos que podrían servirme en mi trayecto. Había buzones en las esquinas, algunos tupidos arbustos cuidadosamente cortados, y también gruesos botes de basura generosamente colocados a lo largo de la calle. No ofrecían la gran protección, pero si a eso se le suma la ausencia de personas en la calle era posible que pudiera salir bien librado… sin mencionar que en realidad no tenía opción. Podía arriesgarme, o quedarme en mi lugar esperando que algo cambiara. Por un momento consideré esperar a que cayese la noche, utilizar la oscuridad para cubrirme, pero sabía que esa no era una opción: tenía que llegar a casa antes del mediodía para adelantarme a mi familia, mis padres en particular estarían al pendiente y podrían causar una escena que justamente quería evitar.

Aún tardé diez minutos más en decidirme, tiempo en el cual no vi a nadie pasar. Con un horrible sentimiento en la boca de mi estómago, me alcé del pasto y corrí en línea recta a unos arbustos a orilla de una casa. En mi nueva posición escanee los alrededores y al no detectar movimiento, hice el salto a un bote de basura, a una banca, otro arbusto, y a un buzón de correos

Como he mencionado antes, mi ciudad no es de gran tamaño. De vez en cuando tuve que lanzarme y pegarme al piso bajo una banca cuando algún carro pasaba, y a momentos necesitaba quedarme quieto por largos minutos detrás de enormes botes de basura en lo que un transeúnte pasaba a paso flojo frente a mí. En todo momento, aún mientras corría, me cubría el frente para tapar mi erección que en la última hora seguía presente y tan fuerte como en un inicio.

Las casas grandes de la periferia dieron paso a casas más viejas y calles más descuidadas del centro de la ciudad. Si en las anteriores me había encontrado a pocos peatones, estas calles, con sus baches y postes de luz dañados eran aún menos frecuentadas. No sentí alivio por ello.

Me encontraba ya a tan solo tres cuadras de mi casa cuando aquello sucedió. Tras asomarme en una esquina y ver el camino despejado, la crucé y me lancé al piso donde había un montón de bolsas de basura apiladas. No ofrecían gran protección, pero el sentirme tan cerca de casa y en área bien conocida por mí me había envalentonado y estaba siendo más descuidado. Apenas había comenzado a planear cuál sería mi siguiente movimiento cuando escuché las pisadas de un grupo de personas que se acercaban corriendo.

Miré alrededor desesperado. Aún no tenía pensado dónde me habría de esconder después de las bolsas de basura, y ahora que me sentía amenazado me daba cuenta que las bolsas no serían ni cercanamente suficientes para cubrirme y pasar desapercibido. Las personas venían a mis espaldas por la esquina por la que acababa de girar, y frente a mí había una calle larga y sin lugares obvios para cubrirse. Aquí no podía correr desesperado como hice en el bosque, llamaría la atención y la posibilidad de encontrarme a alguien más era demasiado alta.

En mi desesperación intenté saltar una de las bardas que flanqueaban la calle. Sabía que había una casa abandonada desde hacía muchos años del otro lado, más la barda no era pequeña y haría mucho ruido al intentar escalarla. Me aferré al borde e intenté impulsarme inútilmente, mis piernas pateaban al aire y mis brazos se esforzaban por levantarme. Entre mis patadas desesperadas, mi pie encontró un agujero en la barda de madera del cual apoyarme, y gracias a él y a la adrenalina es que finalmente pude saltar al otro lado.

Me tiré al piso mirando hacia el cielo, sudando frío. Mis dientes castañeaban, no podía detenerlos, un hormigueo recorría mi cuerpo entero. Intenté recuperar el aliento.

“¿Quién era? Sé que vino el ruido de por aquí”; me sobresalte al escuchar una voz muy joven a mi lado, pero me tranquilicé al comprender que estaban del otro lado de la barda que acababa de saltar. Creo que no me vieron cruzarla, y a juzgar por sus voces chillonas, debían ser chicos en inicios de la pubertad que seguro se habían escapado de la escuela por el día de hoy para hacer travesuras. Dios sabía que yo había hecho lo mismo a su edad.

“Quizá un gato”, otro chico con voz gangosa sugirió.

“No, fue demasiado escandaloso; había alguien por aquí y salió corriendo cuando nos acer…”

“¡EHH! ¡ACÁ ESTÁ, ESTA DESNUDO!”

El grito hizo que saliera de mi estupor. Miré aterrado la barda de madera y vi un ojo asomándose por la pequeña ranura que me había ayudado a apoyar el pie para cruzar. El ojo se movía rápidamente de un lado a otro, como si escaneara mi cuerpo desnudo tirado en el piso. El dueño del ojo fue empujado a un lado por alguno de sus compañeros quien tomó su posición y comenzó a mirarme sorprendido a través de la pequeña abertura.

“¡Woah! ¡La trae parada! ¡¿Eh, pervertido, qué estás haciendo?!”

No me llamó por mi nombre, una parte de mi mente pensó, quizá no me reconoce o posiblemente no alcanza a ver mi rostro por ese agujero. Pero me habían visto, y eso era ya bastante malo. Sin alzarme empecé a echarme para atrás, alejándome del agujero como un cangrejo. Una vez que estuve seguro que estaba fuera de su rango de visión, me levanté y eché a correr rumbo a la vieja casa.

La destartalada casa había sido abandonada hacía al menos diez años. La conocía bien por haber sido escenario de muchas de mis desventuras de adolescencia, cuando yo y mis amigos nos solíamos colar a ella por un agujero en un costado de la casa para beber y fumar porros en secreto.

Apenas encontré el lugar de aquella abertura me lancé sobre ella. Era un agujero en la pared de concreto de unos 35 centímetros de ancho a la altura de mis rodillas, por el cual fácilmente me había deslizado cuando era más chico, pero que ahora se me estaba dificultando. Encogiendo los hombros, me hice más chico y me arrastré como gusano hacia el interior intentando llegar a la relativa seguridad de la casa. Mi cabeza ya se encontraba del otro lado, pero mis brazos, pegados a mi cuerpo, no me permitían seguir avanzando. Jadeante, intenté seguir avanzando hasta que descubrí con horror que estaba atorado.

La mitad inferior de mi cuerpo seguía en el exterior de la casa, expuesta, mientras que mi torso estaba atorado en la abertura. Moví las piernas desesperado, intentando zafarme, hasta que repentinamente sentí una fuerte nalgada.

“Oye, como que estás muy grande para jugar en estos escondites, ¿no?”, otro azote, y muchas risotadas. De alguna forma los pubertos habían saltado la barda y me habían encontrado en mi intento por ingresar a la casa. Patalee con desesperación en todas direcciones.

“¡Hey, hey, tranquilo viejo! No hay por qué ponerse así”

“Oye Rulo, tenías razón, ¡La tiene bien dura!”

“¿Será que le gusta eso?”

“Para mí que es un pervertido”

“¿Ya le viste el tamaño?

“Woah… ¡esa cosa es del tamaño de un niño!”

Me ponía rojo al escuchar como hablaban de mí y de mi miembro como si no estuviera presente. Sus voces se escuchaban apagadas a través de la pared, había al menos tres o cuatro de ellos. Si no fuera por lo que sea que el perdedor aquel puso en mi bebida, seguro mi pene se habría encogido de la vergüenza… afuera seguían discutiendo.

“¡Claro que sí tengo el doble de tamaño!”

“Está bien que esta chica, pero no creo que tanto…”

“Y te digo que… oye, Rulo, ¿traes regla en tu mochila?”

Mi protesta silenciosa comenzó nuevamente, comencé a patear a diestra y siniestra ¡Ni hablar, ningún niño con apenas dos pelos en las bolas iba a medir mi verga!

“¡Agárralo, Aron!”

Me agarraron entre dos, uno de cada pierna, pero había dejado de poner resistencia. El nombre que dijo… ¿Aron? ¿Sería posible que Aron estuviera ahí? Mi hermano era de la misma edad que estos muchachos, pero de cualquier manera, me costaba pensar que él estuviera ahí y fuera parte de mis atormentadores aunque lo hiciera sin saberlo.

A sus catorce años, Aron estaba tan obsesionado por el deporte como el resto de mi familia. A diferencia mía, lo suyo era el fútbol, lo que le había dado un cuerpo más delgado y piernas fuertes, pero fuera de eso es físicamente muy similar a mí, como una versión en miniatura. Peleábamos como cualquier par de hermanos, pero había notado que en cierta forma me emula y me parece hasta admira. Ciertamente jamás estaría haciendo algo como esto si supiera yo soy la víctima.

Una mano desconocida me tomó firmemente de la verga, haciéndome respingar. La mano pequeña me cubría por completo, hecho que no pasó desapercibido por los burlones niños, y abrió el puño para poner lo que sólo podía asumir era la regla. Dejé caer la cabeza humillado. ¿Y si fuera mi propio hermano quien me estuviese tocando de manera tan íntima?

“¡Ocho centímetros!”, anunció uno de los chicos, triunfante. No es verdad, quería gritarles, no es verdad, son nueve centímetros y medio... nueve y medio…

“¿Qué les dije? Ni a la mitad me llega... ”

“Como si fuera el gran logro, con qué te comparas”, le interrumpió el chico de voz gangosa. Mi orgullo de macho estaba siendo herido profundamente por estos chicos que apenas iniciaban la pubertad. El último comentario del chico hizo que se reanudara la discusión entre ellos, hasta que finalmente decidieron resolver su conflicto midiéndose ellos mismos.

Sonidos de braguetas al abrirse, comentarios burlones de unos a otros, un silencio incómodo y el inconfundible sonido de manos moviéndose sobre carne. Creo que buscaban tener una erección para medirse y compararse a mí.

Al final, resultó ser que solo uno de ellos tenía mal del doble de mi tamaño: Aron, mi propio hermano. Si la vergüenza y la humillación no habían sido suficientes hasta ahora, esto seguro lo superaba. ¿Cómo podía ser posible que alguien con mi misma sangre pudiera haberse visto bendecido de aquella manera? ¿Es que acaso el tamaño que me faltaba había pasado a él, dándole un pene inusualmente grande para su edad? Sentí coraje, e incluso resentimiento hacia mi hermano, como si fuese su culpa que mi propio miembro me hubiera traicionado e impedido ser el hombre que quiero ser.

Los otros chicos aceptaron a regañadientes la victoria de Aron y comenzaron a discutir qué hacer conmigo. A momentos bajaban la voz, lo que me impedía escuchar sus discusiones; finalmente parecieron llegar a un acuerdo con respecto a cualesquiera que fuera la discusión que tenían y uno de ellos comenzó a rebuscar en su mochila hasta que sacó algo de ella. Temía lo que venía.

Sentí algo frío y húmedo, como la nariz de un perro, en mis nalgas. Estuve unos segundos preguntándome de qué se trataba hasta que reconocí que se trataba de un marcador, con el que seguramente estaban marcando mi culo usándolo como si fuera un lienzo en el cual podían dibujar a su antojo. Me concentré en sentir los trazos y tratar de encontrarle sentido a los patrones circulares que hacían para identificar qué es lo que tramaban, pero para mí consternación no podía identificarlos y no sospechaba lo que tramaban.

Unos minutos después, el “artista” aparentemente dio por terminada su obra, e inmediatamente escuché para mi sorpresa que caminaban alejándose de mí, riendo por lo bajo. ¿Habían acabado conmigo, finalmente me dejarían en paz? Ciertamente no me quejaría por ello, pero no podía negar que me desconcertaba.

¡CRACK!

Al momento del golpe, no pude contener el aullido de dolor que salió de mí, sorprendido. Algo me había azotado directamente en las nalgas con gran fuerza, y siendo que no podía moverme mucho en mi posición actual recibí el golpe de lleno en ellas.

Un minuto pasó, y recibí un nuevo y muy doloroso golpe en ellas. Otro más, y otro, y otro, aproximadamente cada minuto recibía un nuevo golpe que variaba en intensidad y no siempre me pegaba directamente en las nalgas, unas pocas veces me golpeaba en las piernas, y en algunas ocasiones ni siquiera recibía yo el azote, sino que éste era recibido por la pared de la casa, retumbando ésta con cada golpe. Comencé a sospechar el sádico juego que los niños se tenían entre manos: lo que habían dibujado en mi trasero se trataba ni más ni menos que de una diana de tiro, la cual ahora usaban para practicar sus cañonazos con el balón de fútbol.

Desde el primer tiro renové mis esfuerzos por escapar, intentando infructuosamente cubrirme con los pies para protegerme de los balonazos que tiraban con gran fuerza. La pandilla no me daba tregua y lanzaban tiro tras tiro con gran precisión, ya dándome en la nalga izquierda, ya en la derecha, a veces justo en el centro. El dolor se estaba haciendo insoportable y no podía sacar las manos para por lo menos frotarme para darme alivio.

No sé cuánto tiempo pasé como su blanco de tiro, pero yo sentía que había pasado una hora para cuando finalmente se detuvieron. Sentía que mi culo irradiaba calor, estaban los glúteos al rojo vivo tras haber recibido tal ataque y me dolían como cuando era niño y había recibido azotes constantes de mi padre. Sentí la presencia del grupo cerca de mí e hice una mueca de dolor cuando uno de ellos tocó mi rabo, comprobando su estado.

“Vaya, realmente se le puso rojo. ¿Ya viste?”

Cuchicheaban emocionados entre ellos. Me dio la impresión sólo habían parado porque se habían cansado, y no por cualquier remordimiento de conciencia que podrían haber sentido. Por mi parte me encontraba sudado, cansado, humillado y adolorido, rogaba porque mi suplicio acabara y quizá, sólo quizá, se cumpliría mi deseo:

“... ya son casi las 12. Tengo que regresar antes de que se den cuenta que no estoy en clases”.

“Y yo”.

“Mm... supongo yo también. ¿Vamos a dejarlo así?”

“Sí, ya encontrará la manera de salir de ahí. Aunque… ”, rió para sí mismo. La risa no me gustó en lo absoluto. Por lo que alcanzaba a oír hurgaba en la tierra y con un gruñido arrancó algo de ella. “... creo que haría un buen florero, ¿no creen?”

Se acercó a mí y separó mis nalgas. Si era posible, mi vergüenza aumentó con el hecho, sentí como me ruborizaba del rostro. Nunca nadie me había visto en un área tan privada. El chico no parecía tener vergüenza. No perdió tiempo en apoyar contra mi entrada el tallo de lo que asumí eran unas plantas recién arrancadas que se sentían frescas como la tierra, las cuales empujó para que entraran sin mucha resistencia por la misma delgadez del tallo.

Los demás presentes estallaron en carcajadas. Supongo que la visión de un culo surgiendo de una pared, rojo y decorado por flores era realmente ridícula, todo esto sin mencionar por la terca y patética erección. Cerré los ojos con fuerza, deseando que acabara mi pesadilla. Este grupo realmente sabía cómo denigrarme cada vez más, especialmente cada vez que pensaba que ya no era posible.

Cuando se hubieron cansado de burlarse me dejaron a mi suerte al fin, dándome cada uno de ellos una nalgada al pasar. Pese a ellas me sentía aliviado pues parecía que mi suplicio llegaba a su fin. Aún no sabía cómo haría para escapar de la pared, pero confiaba que al menos teniendo la tranquilidad de no verme atacado podría pensar en algo.

Con esfuerzo pude expulsé como pude las flores de mi interior. Los siguientes cinco minutos me dediqué exclusivamente a intentar mover hombros y brazos, intentando retroceder. Salir sería mucho más sencillo que entrar, sólo era cuestión de tiempo antes de que pudiera librarme. Súbitamente me detuve. Me pareció escuchar pisadas cerca de mí.

No me había equivocado. ¿Habrían regresado o… se trataba de alguien más? Estaba nervioso nuevamente y quise volver a intentar introducirme en la abertura, pero sabía que era demasiado tarde, sentía una presencia justo detrás mío.

Supongo que los movimientos que realicé sólo debieron haber entusiasmado aún más a mi visitante (¿visitantes?), quien silenciosamente posó sus manos en mis todavía adoloridos glúteos. Algo en su tacto heló mi sangre. Las intenciones de la persona me asustaron.

Las acarició. Aún no podía creer lo que estaba ocurriendo, aquella persona me estaba agarrando de forma descarada y las acariciaba como si se trataran de las de una mujer. Sentí ganas de vomitar. Si antes me había movido violentamente ahora lo hice con más ahínco, retorciéndome salvajemente de un lado a otro lo más que podía en un esfuerzo inútil por escapar. Aquel pervertido me tenía como él quería.

Mi victimario no perdió tiempo en ir directo a su objetivo. Con una mano separó mis nalgas, tras lo cual escupió en su mano y lo frotó toscamente contra mi agujero. Sin mayor ceremonia comenzó a hurgar dentro de mí con uno de sus dedos. Me había puesto rojo de la ira, la denigración estaba yendo demasiado lejos.

“¡¡TE VOY A MATAR, HIJO DE PERRA!!”, vociferé, sin importarme reconociera mi voz. El eco retumbó en la casa y la persona se detuvo, uno de sus dedos dentro de mí hasta el primer nudillo. Pero inmediatamente reanudó sus operaciones, como si no hubiera escuchado nada. Bufé, grité y le insulté de maneras que jamás había hecho antes.

Un dedo dio paso a dos, bien ensalivados. Era incómodo y doloroso, jamás había tenido una experiencia como esta ni tenía la más mínima intención de tenerla, y la persona no estaba siendo exactamente gentil conmigo. Sentía un profundo odio, no solo por él, sino por mí mismo. ¿Por qué tenía aún una erección? ¿Qué diablos tenía mi cuerpo, cómo era posible que no respondiera de la manera en que yo quería que lo hiciera? Una parte de mí estaba consciente que no se trataba más que de una reacción involuntaria producto de la droga, pero de cualquier forma sentía que mi cuerpo debería ser capaz de luchar contra eso, de obedecerme. Quizá el puto creía que me gustaba.

Cuando retiró los dedos no sentí alivio, porque sabía lo que significaba. Efectivamente, pronto estos fueron reemplazados por algo de mayor tamaño que se apoyó contra mi entrada. Gruñí y apreté el culo, empeñado en evitar su acceso. No lo haría, no podría…

El hombre a mis espaldas empezó a dar estocadas, con mi ano como su objetivo. Mis esfuerzos no le disuadieron en lo absoluto, al contrario, parecían alentarlo a intentarlo con más fuerza y dedicación; yo no tenía oportunidad, era solo una cuestión de tiempo pero primero muerto se lo haría sencillo. Poco a poco, la verga comenzó a hacerse paso a través de mis labios anales, su gruesa cabeza haciéndome daño a su paso. Apreté los dientes.

Y entró. Y me dolió el alma. Quiero poder decir que me mantuve estoico, sólo gruñendo pero tomándolo como el macho que soy, pero no fue así. La verdad es que estalle en un llanto desconsolado, una parte por el dolor, otra parte por la humillación. Al ser sodomizado por aquella persona sentí que mi hombría escapaba de mí, que dejaba de ser el macho que siempre me había sentido y salía a flor de piel todas aquellas inseguridades que vivían dentro de mí, silenciosas y solitarias. Aquel hombre me poseía como si yo fuera menos que él, me cogía de una manera que yo jamás había podido hacer con otra persona. Y fue por eso que sollocé como nunca, un adulto llorando a moco tendido.

Si mi victimario se enteró de algo de eso no dio señales de ello. Las embestidas continuaron sin tregua una tras otra, taladrándome el culo como si no hubiera mañana; el dolor era horrible, sentía que me estaba dejando abierto y que jamás volvería a ser el mismo (y en cierta forma, aún lo creo). Su miembro no dejaba de entrar y salir con gran velocidad, y yo moqueaba como un niño, sin poder respirar ni dejar de llorar.

Repentinamente aumentó su ya de por sí acelerado ritmo. Me agarró de las caderas y me movía adelante y atrás lo poco que podía, haciendo que me magullara de brazos y hombros. Se movía con gran velocidad, sacando su miembro por completo de mí y metiéndomelo hasta el fondo, haciéndome aullar del dolor. Él mismo dio un gruñido, tras lo cual sentí con asco que llenaba mis entrañas de su semen. Las ganas de vomitar se intensificaron.

Y así tan repentino como comenzó, terminó. No habían pasado ni cinco minutos desde que había comenzado a cogerme, no había durado mucho tiempo pero a mí me había parecido eterno. Jadeando, se quedó unos momentos más dentro de mí, su miembro haciéndose cada vez más flácido, cuando me dirigió la palabra por primera vez.

“Gracias”

Fue como si me hubieran golpeado en el estómago. Era la voz que más temía escuchar, la voz de mi hermano agradeciéndome por haber usado mi culo como a una puta barata. Gruñí cuando salió de mí, podía sentir su semilla escapando de mi agujero y escurriendo por mi pierna. Estaba entumecido, mi mente en blanco y no podía pensar.

No sé cuánto tiempo pasé ahí. Cuando volví a reaccionar me encontraba solo nuevamente y el líquido se había secado contra mi pierna. Pasé los siguientes minutos buscando librarme de mi prisión, haciendo movimientos lentos y deliberados; me parece que el brusco vaivén de la actividad previa había ayudado a aflojar un poco la presión de las paredes en mis brazos, pero no quería pensar en ello. Finalmente, sentí que mi brazo izquierdo tenía un poco más de espacio para moverse, y con ello resultó trivial liberar el resto de mi cuerpo.

No pasé mucho tiempo en ese lugar, quería dejarlo atrás inmediatamente y con él todos los recuerdos que ahora me traía. Si no salí corriendo fue sólo porque seguía desnudo, pero me apuré en dirigirme a la barda y saltarla en cuanto comprobé que no había nadie del otro lado. Continué escabulléndome entre las calles como había hecho previamente, sin dilatar demasiado siendo que ya era mediodía. Sentía el culo arder con cada paso pero procuraba no pensar en ello, concentrándome en encontrar protección tras protección detrás de la cual taparme.

Para mi gran alivio las tres cuadras faltantes pasaron sin mayor incidente. Podía ver mi casa del otro lado de la calle, sólo tenía que cruzarla y finalmente estaría a salvo. Rogaba porque la vecina no estuviera pegada a la ventana cuando cruzara por el descubierto patio frontal.

Después de que pasó un carro, me armé de valor y salí corriendo, tapándome con ambas manos el frente. Crucé la calle y el jardín frontal en tiempo récord; en la puerta de entrada frené en seco y me agaché a un lado de una de las macetas, donde busqué en la tierra desesperadamente hasta finalmente encontrar la llave de repuesto que guardábamos en caso de emergencias.

Al entrar lo primero que hice fue correr al baño. Aún tenía poco más de media hora antes de que mis padres llegaran a casa, y lo que más deseaba era darme un baño largo y caliente. Me sentía sucio, no solo por toda la tierra y lodo del que me había cubierto, sino también por lo que había pasado conmigo; encendí la regadera y sentí la calidez envolverme. Intenté poner mi mente en blanco mientras me tallaba, pero de pronto veía destellos de Aron con su enorme verga, Aron metiéndome flores, Aron depositando su semilla dentro de mí. Apreté los puños con coraje y di un golpe al azulejo de la pared, frustrado. Quería apartar esos pensamientos pero volvían a mí sin aviso, tomándome por sorpresa. Al menos los efectos de la droga finalmente estaban pasando, mi pene volvía a su estado de reposo.

Tardé media hora en salir de la regadera y habría pasado más tiempo de no ser que mi familia no tardaría en llegar. Descubrí que en mi prisa por entrar al baño no había traído ropa para cambiarme, como suelo hacer. Siempre la llevo al baño para vestirme, producto de mi propia resistencia a encontrarme desnudo, pero ahora estaba solo en casa así que me envolví en una toalla y salí al pasillo.

Camino a mi habitación, escuché el sonido de alguien abriendo la puerta del refrigerador. Alguien había llegado a casa, creí que los escucharía llegar pero claramente no había sido así. Me apuré en caminar llegar a mi cuarto, pero quien había llegado puso su mano en mi hombro.

“Hey Omar”, Aron habló con la boca llena. No voltee a verlo, no quería verlo. “Llegaste antes que yo, y eso que llegué temprano. Escuche la regadera. ¿No tenías hoy entrenamiento?”

“Se canceló”, mi boca estaba seca. Quería poner una distancia enorme entre él y yo, no podía soportarlo.

“¿Qué te pasó en los brazos?”, notó los rasguños y raspaduras que me hice al estar atorado. Apreté los dientes y no respondí. “¡Tienes los hombros llenos de moretones! Y aquí en el lumbar...”

Se quedó callado. Un silencio sepulcral se hizo entre los dos. Giré la cabeza y lo miré por primera vez a los ojos.

Y entonces pude ver en su mirada horrorizada que se acababa de enterar quién había sido su víctima.

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Nota del Autor:
Esta historia fue inspirada por conversaciones con mi pareja, quien además me hizo favor de ilustrar la historia con la imagen de cabecera. ¡Gracias por ello, mi muso!