Wednesday, September 30, 2015

El largo camino a casa

"Cuando desperté, me sentí mareado y desorientado." Art by Wolfman

Cuando desperté, me sentí mareado y desorientado. Lo último que recordaba era el que me había acercado a Sami en el bar, ese perdedor que conocía desde inicios de semestre, quien había accedido a invitarme unas cuantas cervezas sin que requiriera mucha persuasión (o al menos, menos de la usual). No podía recordar mucho más después de aquello, fuera de breves imágenes que vinieron a mi mente... seguía tomando... salíamos del bar, apoyando mis 85 kilos de peso contra su debilucho cuerpo... y después... ¿Qué pasó después?

Mire a mí alrededor. Me encontraba en un área verde, tirado en el piso y completamente desnudo. La ausencia de mi ropa me alarmó, y pese a que busqué con desesperación no pude encontrar ni siquiera un solo calcetín, lo cual significaba que aquél cuatro ojos maricón se la había llevado. El pensamiento me aterró, porque si eso había hecho entonces sin duda habría visto... mi pequeño secreto.

Desde pequeño fui muy activo, alentado por mi familia el deporte ha sido mi pasión: tenis, básquet, beisbol... pero el fútbol americano siempre fue mi favorito. Fui uno de los primeros en iniciar la pubertad entre mis compañeros, y siempre que podía usaba shorts para presumir el vello que en mis piernas crecía. Era motivo de orgullo, una especie de muestra de mi hombría, y cualquiera que se atrevía a cuestionarla pronto descubría que los músculos de mis brazos también se habían desarrollado. Pero hubo un área que no se desarrolló como las demás, y ello me ha causado una profunda consternación en mi vida: mi pene no parecía aumentar significativamente de tamaño.

Ciertamente había crecido desde que inicie la pubertad, pero no como yo había esperado que lo hiciera. Todos los días al salir de la escuela y llegar a la casa me encerraba en la habitación, agarraba una regla y tras poner erecto a mi miembro medía obsesivamente su progreso, esperando ansiosamente el día en que llegara a los dos dígitos. A la fecha aún lo espero.

Ese era mi pequeño secreto. A los dieciocho años nadie lo sabía, ni siquiera las novias que he tenido en el pasado, aunque la ausencia de penetración me ganó la fama de ser un amante tierno y todo un profesional en lo que respecta al sexo oral femenino. Pero ahora… el cerebrito lo sabía también. Hice una mueca al imaginar el momento en que, estando yo inconsciente, Sami me bajó los bóxers y se encontró con mi hombría… al menos tenía el consuelo de que al estar flácido, mi miembro podía hacerse pasar por uno de tamaño normal.

¡O al menos eso pensé! Cuál no era mi sorpresa al descubrir la tremenda erección que tenía. Supongo no es anormal tener una al despertar, pero mi pene estaba tan tieso que incluso me llegaba a doler ligeramente. Los nueve centímetros y medio se encontraban perpendiculares a mi cuerpo en toda su gloria y se obstinaban en amainar a pesar de lo desagradable de mi situación. Había algo inusual acerca de esta furiosa erección… en mis nebulosos recuerdos de la noche anterior, me parecía recordar un sabor curioso en mi bebida, aunque ello no me detuvo de acabármela. ¿Sería posible que aquel perdedor hubiese puesto algo en ella?

Poco a poco, comencé a caer en cuenta de la gravedad de mi situación. Me encontraba total y completamente desnudo a campo abierto en un lugar desconocido, que podía tratarse de cualquier lugar de entre las áreas verdes de los alrededores de la ciudad. No tenía mi celular ni ningún otro medio de comunicación, y mi erección no parecía fuera a desaparecer pronto. Lo peor de todo era que si acaso llegaba a encontrarme con alguien arriesgaba a que se supiera lo reducido de mi miembro. La ciudad en la que vivo no es grande, y sin hacer mucho alarde soy bien conocido por mi participación en el equipo local de fútbol… prácticamente cualquier persona me reconocería, y el rumor no tardaría en esparcirse por todas partes. Mi reputación quedaría absolutamente arruinada.

Nerviosamente investigué los alrededores. No encontré algo que me sirviera para taparme, pero finalmente supe mi localización general: me encontraba en el mirador de una peña desde la cual podía observarse la ciudad a mis pies. Tendría que bajar por un camino pedregoso y luego escabullirme entre algunas callejuelas y calles para llegar a mi casa, pero por suerte no tendría que pasar por alguna avenida importante o el centro de la ciudad. Conocía el camino, y ello me sería útil en sobremanera.

Cerca de mi ubicación encontré una vereda que sabía conducía a la ciudad. Probablemente fue la que tomó Sami cuando me arrastró para acá, pero simplemente no podía imaginar cómo podría haberlo hecho, aún caminando borracho con él. No era un camino particularmente transitado, pero tampoco estaba abandonado… decidí caminar paralelo a él a través de la maleza, con lo cual me aseguraría de seguir el camino correcto y aún así tener oportunidad de esconderme en caso de toparme con alguien en el camino, aunque tendría que andar con cuidado para no lastimarme los pies descalzos.

Llevaba una media hora de lento camino sin escuchar indicio alguno de civilización y comenzaba a considerar caminar directamente sobre la vereda cuando escuché los pasos de alguien acercarse. Rápidamente me interné más en la maleza de la orilla del camino, tumbándome pecho tierra y rogando al cielo fuera suficiente para pasar desapercibido; los pesados pasos se escuchaban cada vez más cerca, a juzgar por su ritmo se trataba de alguien trotando por la vereda por lo que sin duda pasaría de prisa sin verme.

Contuve la respiración y pegué la cabeza al suelo sin atreverme a mirar. Pat, pat… pat, pat… pat, pat… los pasos se escuchaban más y más cerca. ¿Qué sería si la maleza no era lo suficientemente espesa? Quizá al pasar podría ver mis blancas nalgas asomándose a orilla del camino. Sin duda pensaría que soy un pervertido, más aún con la erección que tengo. Está cerca… está a punto de pasar… apreté los ojos…

Pat, pat… pat, pat… las pisadas comenzaron a alejarse poco a poco. Pasó de largo sin verme, ni siquiera había bajado el ritmo. Solté el aire que había estado conteniendo y relajé mis músculos; no había estado cerca, pero aún así me sentía estresado.

Súbitamente escuché el sonido de la hierba al moverse en mi dirección. Quedé congelado. ¿Acaso había regresado? No me atreví a alzar la cabeza para verlo, pese a que podía sentir su presencia cerca. Paró a mi lado, y comenzó a caminar lentamente en círculos a mí alrededor. Aunque no lo veía, podía sentir su mirada, silenciosa y juiciosa; no podía soportarla.

Y entonces lamió mi culo.

Salté sobresaltado. En un instante me olvidé de mis esfuerzos por mantenerme quieto y silencioso y giré alarmado a ver a mi acosador… un perro labrador que me miraba feliz y con mirada boba. El can jadeaba contento y me contempló con curiosidad. Yo me había quedado mudo y lo contemplaba asombrado. Sin previo aviso el perro comenzó a ladrar fuertemente, lo me sacó de mi estupor y me hizo reaccionar finalmente.

“¿Rocko? ¡Eh, Rocko! ¿Dónde te metiste?” Giré en dirección a la voz. El corredor que hacía unos momentos había pasado de largo regresaba buscando a su perro. Me tiré al piso pecho tierra nuevamente, pero el estúpido perro no dejaba de olisquearme y por más gestos que le hacía no se iba de mi lado. Horrorizado, me di cuenta que el perro guiaría a su amo directo a mí, aún si me internara más profundamente en el bosque.

No lo pensé, tomé una decisión. De un salto me puse de pie y salí a la vereda; el retorcido camino no era una línea recta y el dueño no estaba a la vista aún, pero le escuchaba muy cerca, bajando por una vuelta en el camino. Corrí pendiente abajo en dirección opuesta, rumbo a la ciudad, buscando poner la mayor distancia posible entre él y yo, el perro corriendo a mi lado. Cuando me había alejado alrededor de 100 metros, escuché que el corredor gritó asombrado a mis espaldas.

“¡¡OYE!! ¡¡HEY, TÚ!!”

No voltee a mirarlo. Mi plan dependía de que no me reconociera de espaldas, sin contar con que no me siguiera; yo soy un corredor bastante veloz, pero descalzo en camino pedregoso y corriendo con una erección no podía hacerlo demasiado rápido. Mi pequeño pene se azotaba contra mis piernas, haciendo un sonido obsceno de carne contra carne. No dejé de correr, rogando no encontrarme a nadie más camino abajo; el perro eventualmente se cansó de seguirme, y tras diez minutos de veloz descenso yo también paré, seguro de no estar siendo seguido.

Tomé profundas bocanadas de aire. Pese a estar en forma, el terror y el nerviosismo que de mí se habían apoderado hacían que respirara agitado y que mi cuerpo entero estuviera cubierto de sudor frío. No creo que ese corredor me haya reconocido por mi espalda y culo aunque hayamos estado a relativa poca distancia.

Una vez normalizada mi respiración, continué mi camino a orillas de la vereda rumbo a la ciudad, la cual ya se encontraba muy cerca. Si algo bueno había traído mi desventura es que me había acercado a casa, pero fuera de eso me sentía profundamente inquieto, aún más de lo que ya estaba si tal cosa fuese posible. Quizá hay quienes se sienten cómodos y a gusto con su cuerpo, y ese sería yo también… pero cuando tu hombría no supera el tamaño de un niño que apenas comienza la pubertad, uno no puede evitar sentirse mal por ello.

Finalmente llegué al lugar que quería, y sin embargo temía. Al avanzar, el bosque se había hecho cada vez menos y menos frondoso y con ello yo me movía más lenta y cuidadosamente, hasta que abruptamente el pasto era cortado por pavimento. Era una calle cerrada a orillas de la ciudad donde daba comienzo la vereda por la que había descendido. La calle estaba flanqueada por grandes casas modernas, con altas bardas que impedían la vista hacia adentro… o hacia afuera. La ciudad se ha expandido más y más, y éstas, las casas a orillas del bosque, son las más recientes adiciones a la mancha urbana que devora el área del bosque.

Ahora me enfrentaba al dilema que intencionalmente había evitado pensar durante mi camino: cómo proceder. Salir de la relativa seguridad del frondoso bosque me expondría por completo, pero no veía forma de evitarlo. Para llegar a mi casa tenía que adentrarme a la ciudad, en dirección al centro, donde las casas son menos acaudaladas que estas. Aquí no veía un alma a la redonda, no eran calles donde la gente solía transitar caminando, pero siempre existía esa posibilidad.

Observé con detenimiento la calle buscando objetos que podrían servirme en mi trayecto. Había buzones en las esquinas, algunos tupidos arbustos cuidadosamente cortados, y también gruesos botes de basura generosamente colocados a lo largo de la calle. No ofrecían la gran protección, pero si a eso se le suma la ausencia de personas en la calle era posible que pudiera salir bien librado… sin mencionar que en realidad no tenía opción. Podía arriesgarme, o quedarme en mi lugar esperando que algo cambiara. Por un momento consideré esperar a que cayese la noche, utilizar la oscuridad para cubrirme, pero sabía que esa no era una opción: tenía que llegar a casa antes del mediodía para adelantarme a mi familia, mis padres en particular estarían al pendiente y podrían causar una escena que justamente quería evitar.

Aún tardé diez minutos más en decidirme, tiempo en el cual no vi a nadie pasar. Con un horrible sentimiento en la boca de mi estómago, me alcé del pasto y corrí en línea recta a unos arbustos a orilla de una casa. En mi nueva posición escanee los alrededores y al no detectar movimiento, hice el salto a un bote de basura, a una banca, otro arbusto, y a un buzón de correos

Como he mencionado antes, mi ciudad no es de gran tamaño. De vez en cuando tuve que lanzarme y pegarme al piso bajo una banca cuando algún carro pasaba, y a momentos necesitaba quedarme quieto por largos minutos detrás de enormes botes de basura en lo que un transeúnte pasaba a paso flojo frente a mí. En todo momento, aún mientras corría, me cubría el frente para tapar mi erección que en la última hora seguía presente y tan fuerte como en un inicio.

Las casas grandes de la periferia dieron paso a casas más viejas y calles más descuidadas del centro de la ciudad. Si en las anteriores me había encontrado a pocos peatones, estas calles, con sus baches y postes de luz dañados eran aún menos frecuentadas. No sentí alivio por ello.

Me encontraba ya a tan solo tres cuadras de mi casa cuando aquello sucedió. Tras asomarme en una esquina y ver el camino despejado, la crucé y me lancé al piso donde había un montón de bolsas de basura apiladas. No ofrecían gran protección, pero el sentirme tan cerca de casa y en área bien conocida por mí me había envalentonado y estaba siendo más descuidado. Apenas había comenzado a planear cuál sería mi siguiente movimiento cuando escuché las pisadas de un grupo de personas que se acercaban corriendo.

Miré alrededor desesperado. Aún no tenía pensado dónde me habría de esconder después de las bolsas de basura, y ahora que me sentía amenazado me daba cuenta que las bolsas no serían ni cercanamente suficientes para cubrirme y pasar desapercibido. Las personas venían a mis espaldas por la esquina por la que acababa de girar, y frente a mí había una calle larga y sin lugares obvios para cubrirse. Aquí no podía correr desesperado como hice en el bosque, llamaría la atención y la posibilidad de encontrarme a alguien más era demasiado alta.

En mi desesperación intenté saltar una de las bardas que flanqueaban la calle. Sabía que había una casa abandonada desde hacía muchos años del otro lado, más la barda no era pequeña y haría mucho ruido al intentar escalarla. Me aferré al borde e intenté impulsarme inútilmente, mis piernas pateaban al aire y mis brazos se esforzaban por levantarme. Entre mis patadas desesperadas, mi pie encontró un agujero en la barda de madera del cual apoyarme, y gracias a él y a la adrenalina es que finalmente pude saltar al otro lado.

Me tiré al piso mirando hacia el cielo, sudando frío. Mis dientes castañeaban, no podía detenerlos, un hormigueo recorría mi cuerpo entero. Intenté recuperar el aliento.

“¿Quién era? Sé que vino el ruido de por aquí”; me sobresalte al escuchar una voz muy joven a mi lado, pero me tranquilicé al comprender que estaban del otro lado de la barda que acababa de saltar. Creo que no me vieron cruzarla, y a juzgar por sus voces chillonas, debían ser chicos en inicios de la pubertad que seguro se habían escapado de la escuela por el día de hoy para hacer travesuras. Dios sabía que yo había hecho lo mismo a su edad.

“Quizá un gato”, otro chico con voz gangosa sugirió.

“No, fue demasiado escandaloso; había alguien por aquí y salió corriendo cuando nos acer…”

“¡EHH! ¡ACÁ ESTÁ, ESTA DESNUDO!”

El grito hizo que saliera de mi estupor. Miré aterrado la barda de madera y vi un ojo asomándose por la pequeña ranura que me había ayudado a apoyar el pie para cruzar. El ojo se movía rápidamente de un lado a otro, como si escaneara mi cuerpo desnudo tirado en el piso. El dueño del ojo fue empujado a un lado por alguno de sus compañeros quien tomó su posición y comenzó a mirarme sorprendido a través de la pequeña abertura.

“¡Woah! ¡La trae parada! ¡¿Eh, pervertido, qué estás haciendo?!”

No me llamó por mi nombre, una parte de mi mente pensó, quizá no me reconoce o posiblemente no alcanza a ver mi rostro por ese agujero. Pero me habían visto, y eso era ya bastante malo. Sin alzarme empecé a echarme para atrás, alejándome del agujero como un cangrejo. Una vez que estuve seguro que estaba fuera de su rango de visión, me levanté y eché a correr rumbo a la vieja casa.

La destartalada casa había sido abandonada hacía al menos diez años. La conocía bien por haber sido escenario de muchas de mis desventuras de adolescencia, cuando yo y mis amigos nos solíamos colar a ella por un agujero en un costado de la casa para beber y fumar porros en secreto.

Apenas encontré el lugar de aquella abertura me lancé sobre ella. Era un agujero en la pared de concreto de unos 35 centímetros de ancho a la altura de mis rodillas, por el cual fácilmente me había deslizado cuando era más chico, pero que ahora se me estaba dificultando. Encogiendo los hombros, me hice más chico y me arrastré como gusano hacia el interior intentando llegar a la relativa seguridad de la casa. Mi cabeza ya se encontraba del otro lado, pero mis brazos, pegados a mi cuerpo, no me permitían seguir avanzando. Jadeante, intenté seguir avanzando hasta que descubrí con horror que estaba atorado.

La mitad inferior de mi cuerpo seguía en el exterior de la casa, expuesta, mientras que mi torso estaba atorado en la abertura. Moví las piernas desesperado, intentando zafarme, hasta que repentinamente sentí una fuerte nalgada.

“Oye, como que estás muy grande para jugar en estos escondites, ¿no?”, otro azote, y muchas risotadas. De alguna forma los pubertos habían saltado la barda y me habían encontrado en mi intento por ingresar a la casa. Patalee con desesperación en todas direcciones.

“¡Hey, hey, tranquilo viejo! No hay por qué ponerse así”

“Oye Rulo, tenías razón, ¡La tiene bien dura!”

“¿Será que le gusta eso?”

“Para mí que es un pervertido”

“¿Ya le viste el tamaño?

“Woah… ¡esa cosa es del tamaño de un niño!”

Me ponía rojo al escuchar como hablaban de mí y de mi miembro como si no estuviera presente. Sus voces se escuchaban apagadas a través de la pared, había al menos tres o cuatro de ellos. Si no fuera por lo que sea que el perdedor aquel puso en mi bebida, seguro mi pene se habría encogido de la vergüenza… afuera seguían discutiendo.

“¡Claro que sí tengo el doble de tamaño!”

“Está bien que esta chica, pero no creo que tanto…”

“Y te digo que… oye, Rulo, ¿traes regla en tu mochila?”

Mi protesta silenciosa comenzó nuevamente, comencé a patear a diestra y siniestra ¡Ni hablar, ningún niño con apenas dos pelos en las bolas iba a medir mi verga!

“¡Agárralo, Aron!”

Me agarraron entre dos, uno de cada pierna, pero había dejado de poner resistencia. El nombre que dijo… ¿Aron? ¿Sería posible que Aron estuviera ahí? Mi hermano era de la misma edad que estos muchachos, pero de cualquier manera, me costaba pensar que él estuviera ahí y fuera parte de mis atormentadores aunque lo hiciera sin saberlo.

A sus catorce años, Aron estaba tan obsesionado por el deporte como el resto de mi familia. A diferencia mía, lo suyo era el fútbol, lo que le había dado un cuerpo más delgado y piernas fuertes, pero fuera de eso es físicamente muy similar a mí, como una versión en miniatura. Peleábamos como cualquier par de hermanos, pero había notado que en cierta forma me emula y me parece hasta admira. Ciertamente jamás estaría haciendo algo como esto si supiera yo soy la víctima.

Una mano desconocida me tomó firmemente de la verga, haciéndome respingar. La mano pequeña me cubría por completo, hecho que no pasó desapercibido por los burlones niños, y abrió el puño para poner lo que sólo podía asumir era la regla. Dejé caer la cabeza humillado. ¿Y si fuera mi propio hermano quien me estuviese tocando de manera tan íntima?

“¡Ocho centímetros!”, anunció uno de los chicos, triunfante. No es verdad, quería gritarles, no es verdad, son nueve centímetros y medio... nueve y medio…

“¿Qué les dije? Ni a la mitad me llega... ”

“Como si fuera el gran logro, con qué te comparas”, le interrumpió el chico de voz gangosa. Mi orgullo de macho estaba siendo herido profundamente por estos chicos que apenas iniciaban la pubertad. El último comentario del chico hizo que se reanudara la discusión entre ellos, hasta que finalmente decidieron resolver su conflicto midiéndose ellos mismos.

Sonidos de braguetas al abrirse, comentarios burlones de unos a otros, un silencio incómodo y el inconfundible sonido de manos moviéndose sobre carne. Creo que buscaban tener una erección para medirse y compararse a mí.

Al final, resultó ser que solo uno de ellos tenía mal del doble de mi tamaño: Aron, mi propio hermano. Si la vergüenza y la humillación no habían sido suficientes hasta ahora, esto seguro lo superaba. ¿Cómo podía ser posible que alguien con mi misma sangre pudiera haberse visto bendecido de aquella manera? ¿Es que acaso el tamaño que me faltaba había pasado a él, dándole un pene inusualmente grande para su edad? Sentí coraje, e incluso resentimiento hacia mi hermano, como si fuese su culpa que mi propio miembro me hubiera traicionado e impedido ser el hombre que quiero ser.

Los otros chicos aceptaron a regañadientes la victoria de Aron y comenzaron a discutir qué hacer conmigo. A momentos bajaban la voz, lo que me impedía escuchar sus discusiones; finalmente parecieron llegar a un acuerdo con respecto a cualesquiera que fuera la discusión que tenían y uno de ellos comenzó a rebuscar en su mochila hasta que sacó algo de ella. Temía lo que venía.

Sentí algo frío y húmedo, como la nariz de un perro, en mis nalgas. Estuve unos segundos preguntándome de qué se trataba hasta que reconocí que se trataba de un marcador, con el que seguramente estaban marcando mi culo usándolo como si fuera un lienzo en el cual podían dibujar a su antojo. Me concentré en sentir los trazos y tratar de encontrarle sentido a los patrones circulares que hacían para identificar qué es lo que tramaban, pero para mí consternación no podía identificarlos y no sospechaba lo que tramaban.

Unos minutos después, el “artista” aparentemente dio por terminada su obra, e inmediatamente escuché para mi sorpresa que caminaban alejándose de mí, riendo por lo bajo. ¿Habían acabado conmigo, finalmente me dejarían en paz? Ciertamente no me quejaría por ello, pero no podía negar que me desconcertaba.

¡CRACK!

Al momento del golpe, no pude contener el aullido de dolor que salió de mí, sorprendido. Algo me había azotado directamente en las nalgas con gran fuerza, y siendo que no podía moverme mucho en mi posición actual recibí el golpe de lleno en ellas.

Un minuto pasó, y recibí un nuevo y muy doloroso golpe en ellas. Otro más, y otro, y otro, aproximadamente cada minuto recibía un nuevo golpe que variaba en intensidad y no siempre me pegaba directamente en las nalgas, unas pocas veces me golpeaba en las piernas, y en algunas ocasiones ni siquiera recibía yo el azote, sino que éste era recibido por la pared de la casa, retumbando ésta con cada golpe. Comencé a sospechar el sádico juego que los niños se tenían entre manos: lo que habían dibujado en mi trasero se trataba ni más ni menos que de una diana de tiro, la cual ahora usaban para practicar sus cañonazos con el balón de fútbol.

Desde el primer tiro renové mis esfuerzos por escapar, intentando infructuosamente cubrirme con los pies para protegerme de los balonazos que tiraban con gran fuerza. La pandilla no me daba tregua y lanzaban tiro tras tiro con gran precisión, ya dándome en la nalga izquierda, ya en la derecha, a veces justo en el centro. El dolor se estaba haciendo insoportable y no podía sacar las manos para por lo menos frotarme para darme alivio.

No sé cuánto tiempo pasé como su blanco de tiro, pero yo sentía que había pasado una hora para cuando finalmente se detuvieron. Sentía que mi culo irradiaba calor, estaban los glúteos al rojo vivo tras haber recibido tal ataque y me dolían como cuando era niño y había recibido azotes constantes de mi padre. Sentí la presencia del grupo cerca de mí e hice una mueca de dolor cuando uno de ellos tocó mi rabo, comprobando su estado.

“Vaya, realmente se le puso rojo. ¿Ya viste?”

Cuchicheaban emocionados entre ellos. Me dio la impresión sólo habían parado porque se habían cansado, y no por cualquier remordimiento de conciencia que podrían haber sentido. Por mi parte me encontraba sudado, cansado, humillado y adolorido, rogaba porque mi suplicio acabara y quizá, sólo quizá, se cumpliría mi deseo:

“... ya son casi las 12. Tengo que regresar antes de que se den cuenta que no estoy en clases”.

“Y yo”.

“Mm... supongo yo también. ¿Vamos a dejarlo así?”

“Sí, ya encontrará la manera de salir de ahí. Aunque… ”, rió para sí mismo. La risa no me gustó en lo absoluto. Por lo que alcanzaba a oír hurgaba en la tierra y con un gruñido arrancó algo de ella. “... creo que haría un buen florero, ¿no creen?”

Se acercó a mí y separó mis nalgas. Si era posible, mi vergüenza aumentó con el hecho, sentí como me ruborizaba del rostro. Nunca nadie me había visto en un área tan privada. El chico no parecía tener vergüenza. No perdió tiempo en apoyar contra mi entrada el tallo de lo que asumí eran unas plantas recién arrancadas que se sentían frescas como la tierra, las cuales empujó para que entraran sin mucha resistencia por la misma delgadez del tallo.

Los demás presentes estallaron en carcajadas. Supongo que la visión de un culo surgiendo de una pared, rojo y decorado por flores era realmente ridícula, todo esto sin mencionar por la terca y patética erección. Cerré los ojos con fuerza, deseando que acabara mi pesadilla. Este grupo realmente sabía cómo denigrarme cada vez más, especialmente cada vez que pensaba que ya no era posible.

Cuando se hubieron cansado de burlarse me dejaron a mi suerte al fin, dándome cada uno de ellos una nalgada al pasar. Pese a ellas me sentía aliviado pues parecía que mi suplicio llegaba a su fin. Aún no sabía cómo haría para escapar de la pared, pero confiaba que al menos teniendo la tranquilidad de no verme atacado podría pensar en algo.

Con esfuerzo pude expulsé como pude las flores de mi interior. Los siguientes cinco minutos me dediqué exclusivamente a intentar mover hombros y brazos, intentando retroceder. Salir sería mucho más sencillo que entrar, sólo era cuestión de tiempo antes de que pudiera librarme. Súbitamente me detuve. Me pareció escuchar pisadas cerca de mí.

No me había equivocado. ¿Habrían regresado o… se trataba de alguien más? Estaba nervioso nuevamente y quise volver a intentar introducirme en la abertura, pero sabía que era demasiado tarde, sentía una presencia justo detrás mío.

Supongo que los movimientos que realicé sólo debieron haber entusiasmado aún más a mi visitante (¿visitantes?), quien silenciosamente posó sus manos en mis todavía adoloridos glúteos. Algo en su tacto heló mi sangre. Las intenciones de la persona me asustaron.

Las acarició. Aún no podía creer lo que estaba ocurriendo, aquella persona me estaba agarrando de forma descarada y las acariciaba como si se trataran de las de una mujer. Sentí ganas de vomitar. Si antes me había movido violentamente ahora lo hice con más ahínco, retorciéndome salvajemente de un lado a otro lo más que podía en un esfuerzo inútil por escapar. Aquel pervertido me tenía como él quería.

Mi victimario no perdió tiempo en ir directo a su objetivo. Con una mano separó mis nalgas, tras lo cual escupió en su mano y lo frotó toscamente contra mi agujero. Sin mayor ceremonia comenzó a hurgar dentro de mí con uno de sus dedos. Me había puesto rojo de la ira, la denigración estaba yendo demasiado lejos.

“¡¡TE VOY A MATAR, HIJO DE PERRA!!”, vociferé, sin importarme reconociera mi voz. El eco retumbó en la casa y la persona se detuvo, uno de sus dedos dentro de mí hasta el primer nudillo. Pero inmediatamente reanudó sus operaciones, como si no hubiera escuchado nada. Bufé, grité y le insulté de maneras que jamás había hecho antes.

Un dedo dio paso a dos, bien ensalivados. Era incómodo y doloroso, jamás había tenido una experiencia como esta ni tenía la más mínima intención de tenerla, y la persona no estaba siendo exactamente gentil conmigo. Sentía un profundo odio, no solo por él, sino por mí mismo. ¿Por qué tenía aún una erección? ¿Qué diablos tenía mi cuerpo, cómo era posible que no respondiera de la manera en que yo quería que lo hiciera? Una parte de mí estaba consciente que no se trataba más que de una reacción involuntaria producto de la droga, pero de cualquier forma sentía que mi cuerpo debería ser capaz de luchar contra eso, de obedecerme. Quizá el puto creía que me gustaba.

Cuando retiró los dedos no sentí alivio, porque sabía lo que significaba. Efectivamente, pronto estos fueron reemplazados por algo de mayor tamaño que se apoyó contra mi entrada. Gruñí y apreté el culo, empeñado en evitar su acceso. No lo haría, no podría…

El hombre a mis espaldas empezó a dar estocadas, con mi ano como su objetivo. Mis esfuerzos no le disuadieron en lo absoluto, al contrario, parecían alentarlo a intentarlo con más fuerza y dedicación; yo no tenía oportunidad, era solo una cuestión de tiempo pero primero muerto se lo haría sencillo. Poco a poco, la verga comenzó a hacerse paso a través de mis labios anales, su gruesa cabeza haciéndome daño a su paso. Apreté los dientes.

Y entró. Y me dolió el alma. Quiero poder decir que me mantuve estoico, sólo gruñendo pero tomándolo como el macho que soy, pero no fue así. La verdad es que estalle en un llanto desconsolado, una parte por el dolor, otra parte por la humillación. Al ser sodomizado por aquella persona sentí que mi hombría escapaba de mí, que dejaba de ser el macho que siempre me había sentido y salía a flor de piel todas aquellas inseguridades que vivían dentro de mí, silenciosas y solitarias. Aquel hombre me poseía como si yo fuera menos que él, me cogía de una manera que yo jamás había podido hacer con otra persona. Y fue por eso que sollocé como nunca, un adulto llorando a moco tendido.

Si mi victimario se enteró de algo de eso no dio señales de ello. Las embestidas continuaron sin tregua una tras otra, taladrándome el culo como si no hubiera mañana; el dolor era horrible, sentía que me estaba dejando abierto y que jamás volvería a ser el mismo (y en cierta forma, aún lo creo). Su miembro no dejaba de entrar y salir con gran velocidad, y yo moqueaba como un niño, sin poder respirar ni dejar de llorar.

Repentinamente aumentó su ya de por sí acelerado ritmo. Me agarró de las caderas y me movía adelante y atrás lo poco que podía, haciendo que me magullara de brazos y hombros. Se movía con gran velocidad, sacando su miembro por completo de mí y metiéndomelo hasta el fondo, haciéndome aullar del dolor. Él mismo dio un gruñido, tras lo cual sentí con asco que llenaba mis entrañas de su semen. Las ganas de vomitar se intensificaron.

Y así tan repentino como comenzó, terminó. No habían pasado ni cinco minutos desde que había comenzado a cogerme, no había durado mucho tiempo pero a mí me había parecido eterno. Jadeando, se quedó unos momentos más dentro de mí, su miembro haciéndose cada vez más flácido, cuando me dirigió la palabra por primera vez.

“Gracias”

Fue como si me hubieran golpeado en el estómago. Era la voz que más temía escuchar, la voz de mi hermano agradeciéndome por haber usado mi culo como a una puta barata. Gruñí cuando salió de mí, podía sentir su semilla escapando de mi agujero y escurriendo por mi pierna. Estaba entumecido, mi mente en blanco y no podía pensar.

No sé cuánto tiempo pasé ahí. Cuando volví a reaccionar me encontraba solo nuevamente y el líquido se había secado contra mi pierna. Pasé los siguientes minutos buscando librarme de mi prisión, haciendo movimientos lentos y deliberados; me parece que el brusco vaivén de la actividad previa había ayudado a aflojar un poco la presión de las paredes en mis brazos, pero no quería pensar en ello. Finalmente, sentí que mi brazo izquierdo tenía un poco más de espacio para moverse, y con ello resultó trivial liberar el resto de mi cuerpo.

No pasé mucho tiempo en ese lugar, quería dejarlo atrás inmediatamente y con él todos los recuerdos que ahora me traía. Si no salí corriendo fue sólo porque seguía desnudo, pero me apuré en dirigirme a la barda y saltarla en cuanto comprobé que no había nadie del otro lado. Continué escabulléndome entre las calles como había hecho previamente, sin dilatar demasiado siendo que ya era mediodía. Sentía el culo arder con cada paso pero procuraba no pensar en ello, concentrándome en encontrar protección tras protección detrás de la cual taparme.

Para mi gran alivio las tres cuadras faltantes pasaron sin mayor incidente. Podía ver mi casa del otro lado de la calle, sólo tenía que cruzarla y finalmente estaría a salvo. Rogaba porque la vecina no estuviera pegada a la ventana cuando cruzara por el descubierto patio frontal.

Después de que pasó un carro, me armé de valor y salí corriendo, tapándome con ambas manos el frente. Crucé la calle y el jardín frontal en tiempo récord; en la puerta de entrada frené en seco y me agaché a un lado de una de las macetas, donde busqué en la tierra desesperadamente hasta finalmente encontrar la llave de repuesto que guardábamos en caso de emergencias.

Al entrar lo primero que hice fue correr al baño. Aún tenía poco más de media hora antes de que mis padres llegaran a casa, y lo que más deseaba era darme un baño largo y caliente. Me sentía sucio, no solo por toda la tierra y lodo del que me había cubierto, sino también por lo que había pasado conmigo; encendí la regadera y sentí la calidez envolverme. Intenté poner mi mente en blanco mientras me tallaba, pero de pronto veía destellos de Aron con su enorme verga, Aron metiéndome flores, Aron depositando su semilla dentro de mí. Apreté los puños con coraje y di un golpe al azulejo de la pared, frustrado. Quería apartar esos pensamientos pero volvían a mí sin aviso, tomándome por sorpresa. Al menos los efectos de la droga finalmente estaban pasando, mi pene volvía a su estado de reposo.

Tardé media hora en salir de la regadera y habría pasado más tiempo de no ser que mi familia no tardaría en llegar. Descubrí que en mi prisa por entrar al baño no había traído ropa para cambiarme, como suelo hacer. Siempre la llevo al baño para vestirme, producto de mi propia resistencia a encontrarme desnudo, pero ahora estaba solo en casa así que me envolví en una toalla y salí al pasillo.

Camino a mi habitación, escuché el sonido de alguien abriendo la puerta del refrigerador. Alguien había llegado a casa, creí que los escucharía llegar pero claramente no había sido así. Me apuré en caminar llegar a mi cuarto, pero quien había llegado puso su mano en mi hombro.

“Hey Omar”, Aron habló con la boca llena. No voltee a verlo, no quería verlo. “Llegaste antes que yo, y eso que llegué temprano. Escuche la regadera. ¿No tenías hoy entrenamiento?”

“Se canceló”, mi boca estaba seca. Quería poner una distancia enorme entre él y yo, no podía soportarlo.

“¿Qué te pasó en los brazos?”, notó los rasguños y raspaduras que me hice al estar atorado. Apreté los dientes y no respondí. “¡Tienes los hombros llenos de moretones! Y aquí en el lumbar...”

Se quedó callado. Un silencio sepulcral se hizo entre los dos. Giré la cabeza y lo miré por primera vez a los ojos.

Y entonces pude ver en su mirada horrorizada que se acababa de enterar quién había sido su víctima.

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Nota del Autor:
Esta historia fue inspirada por conversaciones con mi pareja, quien además me hizo favor de ilustrar la historia con la imagen de cabecera. ¡Gracias por ello, mi muso! 

Wednesday, September 16, 2015

El Oficinista

SINOPSIS

Hay algo inusual en el día laboral de Raúl, su mente parece estar más dispersa de lo usual y una visita al baño le depara una desagradable sorpresa. 
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“Raúl, quiero esos reportes mañana. Nada de excusas.”

“Téngalo por seguro, señor Holi”

Métaselo por el culo, viejo idiota, pensó Raúl para sus adentros. Hizo una mueca de dolor, su propio culo se sentía adolorido… ¿pero por qué? Se levantó y salió de su estación de trabajo para dirigirse al baño. Si alguien lo hubiera visto detenidamente habría notado la sutil protuberancia que se asomaba por la parte trasera de sus apretados pantalones negros cada vez que caminaba, así como el muy ligero vaivén de caderas que parecía haber adquirido en las últimas semanas, muy inusual en su persona para quienes lo conocen. 

Encerrado en uno de los cubículos del baño fue que Raúl se llevó su primer sorpresa, al descubrir las bragas rosas de encaje que usaba por ropa interior. ¿Qué estaba pasando? Él siempre usaba boxers holgados, y no habría usado tal ropa interior ni aunque su novia se lo hubiese pedido. Además, no cabía duda que recordaría haberse puesto algo así. Un mareo le sobrevino y tuvo que sostenerse de una de las paredes para no perder el equilibrio.

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué no lograba recordarlo? Y sin embargo… había algo interesante acerca de aquellas bragas tan femeninas. No las podía explicar, pero tampoco podía negar que ahora que las tenía, se sentía… lindo. Pasó la mano por ellas, eran suaves… ojala hubiera un espejo dentro del cubículo del baño, le gustaría verse de cuerpo completo.

Sacudió la cabeza. Algo no estaba bien. Las tiraría ahí mismo, la idea de que alguien en la oficina pudiese darse cuenta de alguna forma era simplemente impensable, así que no había otra cosa que hacer más que deshacerse de ellas aunque ello significara tener que estar el resto del día sin ropa interior.

Las bajó bruscamente, pero al inclinarse sintió nuevamente una punzada de dolor en su culo. Puso su mano en él, y descubrió con horror su segunda sorpresa del día.

“¿Qué chingados…?”

Algo plástico sobresalía de su culo. El contorno era redondo, formando una base delgada sobra la que había un tronco más delgado que se perdía en el interior de su ano. Aunque no pudiera tocarlo, podía imaginar que dentro de él el objeto tenía una forma expandida que impedía saliera por su apretado y adolorido agujero.

Y adolorido es como estaba. ¿¿De qué forma no podría haberlo notado?? Era imposible ignorar que uno tiene un butt plug en el culo, puta madre, qué chingados tiene que hacer una cosa así en su culo, ¡¡EN SU CULO!!

El pánico se empezaba a apoderar de él. Agarró el objeto que invadía sus entrañas y jaló con fuerza para extraerlo, pero esto sólo le causó otra punzada de dolor. Su ano jamás había sido tocado, nunca nadie había puesto un dedo en él (¡ni se lo pondría!) y ahora éste objeto, que de alguna forma había entrado a él, simplemente no salía.

Un par de minutos se empeñó en su tarea, pero se detuvo en seco al escuchar que alguien más entró al baño. Se mantuvo absolutamente quieto en la posición como estaba, inclinado hacia adelante con ambas manos en el objeto que invadía su trasero; las pisadas se acercaban, y vio unos zapatos negros por debajo de la separación del cubículo que ocupaba, quedando parado en los mingitorios vecinos. Un zipper bajó.

Raúl se mantuvo inmóvil, con los ojos cerrados con fuerza, mientras escuchaba el chorro de líquido cayendo sobre agua. Sentía que si hacía cualquier sonido que llamara la atención sobre él haría saber a su vecino de la situación en la que se encontraba; sabía que la idea era ridícula, no podría verlo a través de las paredes, pero no podía quitarse la idea de la cabeza. Vete de aquí, vete de aquí… 

El líquido disminuyó su flujo hasta ser sólo unas cuantas gotas. Una vez más se escuchó el sonido de un zipper, seguido de la pisada de un zapato. Pero la otra no llegó, una carcajada ocupó su lugar.

“¡JAJAJAJA! Hey, amigo, ¡Bonitas bragas! ¿Eres la misma talla que tu novia? ¡JAJAJA!”

Sintió su rostro enrojecer y apretó aún más los ojos. Reconocía la voz, sabía era Carlos, aunque le parecía que Carlos no le había reconocido a él o lo habría llamado por su nombre. ¿Pero cómo se había dado cuenta…? No acabó la pregunta en su mente, abrió los ojos y tuvo la respuesta: las bragas rosas estaban en sus tobillos, sobre su pantalón bajado. ¿Por qué no se lo quitó cuando pudo? 

En cuanto Carlos salió del baño, Raúl se subió las bragas y el pantalón. Aún estaba siendo sodomizado por aquel objeto, aún tenía aquella ropa interior femenina, pero estaba bien, sólo aguantaría unas horas y se lo quitaría en casa, no son tan malos. Abrió la puerta del cubículo y vio su reflejo en el espejo del baño. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué diablos pasaba por su cabeza al pensar que iba a estar así en la oficina? 

Está bien, es solo un par de horas más…. ¡Un par de horas! ¿Por qué habría de…? No, no, está bien, está bien… iba y venía entre una y otra idea, pero la idea de simplemente dejar las cosas como estaban tenía un inexplicable atractivo, era sencillo, sólo necesitaba relajarse y dejarse llevar… 

La cabeza le dolía tanto como el culo. Se mojó la cara, respiró hondo y poco a poco se calmó, sumido en pensamientos agradables. Se sentía aletargado, como si una nube se hubiese colado a su mente y nublado todo. 

Cuando salió del baño ya no pensaba en lo ocurrido ahí, estaba pensando en los reportes que necesitaba acabar para el día de mañana. El Sr. Holi no era un hombre paciente, y ahí estaba él, esperándolo en su escritorio.

 “Raúl, pasa a mi oficina por favor.”

No estaba de ánimo para escuchar lo que fuese a decirle el Sr. Holi, sólo quería llegar a casa, quitarse la ropa, quizá depilarse, nunca lo había hecho antes pero últimamente lo había pensado. 

Las pláticas motivacionales del Sr. Holi solían ser largas y aburridas, le adormilaban y temía que incluso había llegado a quedarse dormido por unos instantes en un par de ocasiones, pero el viejo lobo no parecía haberlo notado siquiera, enfrascado como estaba en su tediosa plática. Aun así, no podía arriesgarse a quedarse dormido frente a él de nue…

“Lupus”

La mirada de Raúl se veía perdida y desenfocaba. El Sr. Holi sonrió para sí.

“Raúl, haz favor de cerrar la puerta. No queremos interrumpir el trabajo de los demás…”

Wednesday, September 2, 2015

La Habitación

SINOPSIS

En un futuro cercano, la prisión Ólea de máxima seguridad estrena su nueva y totalmente automatizada habitación para someter prisioneros.
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“¡AVANCEN!” La voz del guardia retumba en el pasillo. Karl no necesita se lo digan dos veces, y rápidamente sigue la fila de prisioneros a la habitación del fondo.
Pese a la relativamente reciente construcción de la prisión Ólea, ya se siente un ambiente pesado en ella; la perla entre las prisiones de alta tecnología y el orgullo de su estado, esta cárcel cuenta con sistemas de seguridad como ninguna otra, así como mecanismos para asegurar el buen comportamiento de sus prisioneros. Los detalles no son sabidos por la población general, pero eso no ha detenido a los rumores de florecer (muchos de ellos sin duda falsos). Las pocas cosas que ha escuchado acerca de las técnicas de sometimiento en particular hacen estremecer a Karl, quien está decidido a pasar la menor cantidad de tiempo posible bajo el techo de su nuevo hogar.
En esta nueva habitación les esperan un grupo de tres guardias. En otras circunstancias el número no habría sido suficiente para controlar a los diez prisioneros, pero estos se encuentran equipados de pies a cabeza con equipo que hace pensar a Karl en una armadura medieval color azul. El protector de abdomen y pecho, nota, está diseñado de tal forma que evita que se pueda penetrar por un cuchillo u otro instrumento punzocortante. Sus extremidades se encuentran protegidas con un material similar a una espinillera, y su rostro es invisible detrás de la cubierta polarizada de su casco. Todos tienen en la mano lo que parece ser un bate de cricket en color negro; uno de los guardias, aparentemente en respuesta a la mirada desafiante de algunos de los prisioneros, activa con su pulgar un pequeño switch en el bate que hace comiencen a salir chispas azules del instrumento. La amenaza queda clara.
El guardia que les había guiado a la habitación entra a paso flojo detrás de ellos. Flanqueado por los tres guardias, se dirige a los desdichados que pasarán los siguientes años de su vida bajo su cuidado.
“Quizá han escuchado algunas cosas acerca de Ólea,” comienza con voz tranquila, “pero olvídense de ellas. Ustedes, siendo los más recientes residentes de nuestra humilde casa, tendrán la… ‘fortuna’ (hace un gesto burlón)… de ser los primeros en estrenar las siguientes instalaciones. Descálcense, cuando se los indique la mitad de ustedes se pondrá de píe en este punto marcado, mientras que la otra mitad esperará donde se encuentra. No cometan el error de moverse, si valoran su integridad física.”
Karl no sabe qué significa eso, pero ciertamente le da mala espina. En otra época, las cárceles habían sido instituciones que tenían por objetivo (al menos en apariencia) la reformación de sus presos. Esos días han pasado, y el mundo no tiene tiempo para al menos fingir que aún le importan las personas que en ella caen.
Los guardias separan en dos grupos a los reos, indicándoles al primer grupo que se queden de pie en una de las cinco bandas sinfín disponibles; cada una de las bandas conecta a una puerta cerrada, por encima de las cuales se encuentra una brillante luz verde que envuelve con su color a la habitación entera. Una vez que los cinco hombres se hubieron colocado en la marca de pies descalzos sobre su respectiva banda sinfín, uno de los guardias hace una seña y la banda comienza a moverse en automático de manera deliberada, transportando a cada uno a diferentes puertas que los llevarán a habitaciones independientes. Al acercarse cada prisionero al umbral de su respectiva puerta, se abre ésta en automático muy rápidamente, sólo para cerrarse bruscamente en cuanto se encuentran del otro lado. Desaparecen de la vista del segundo grupo de prisioneros, y la luz cambia su color de verde a rojo.
Este segundo grupo, Karl entre ellos, espera en incómodo silencio con los guardias. Detrás de las habitaciones no se escucha ruido alguno de las personas que han entrado, sólo un constante chirrido de maquinaria en movimiento, por lo que desconocen el destino de sus compañeros. Karl poco puede hacer para ocultar su nerviosismo, una parte de él desea haber sido uno de los primeros en avanzar para acabar con la agonía de la espera.
Los minutos se alargan y el tiempo transcurre lentamente. Karl se pregunta cuánto tiempo ha pasado ahí parado, esperando alguna señal de cambio o movimiento. Le parece que ha esperado por media hora cuando repentinamente el foco encima de las puertas cambia su color al verde nuevamente, y los guardias les indican a gritos que se coloquen ellos también de pie en la banda, como antes hiciera el primer grupo.
 “¡ADELANTE!”
La banda se siente fría a sus pies, aunque quizá fuesen los nervios. No tarda mucho en comenzar a avanzar, automáticamente, hacia la siguiente habitación, y en cuanto cruza el umbral la puerta se cierra bruscamente a sus espaldas. Se encuentra totalmente sólo en una habitación de paredes blancas con una luz blanca de intenso brillo que le hace daño a sus ojos. La habitación es pequeña y no cuenta con decoración alguna. Frente a él se encuentra una puerta idéntica a la de la entrada, pero igualmente cerrada; siendo que el prisionero a quien previamente ha visto entrar no se ve por ninguna parte y no se le vio tampoco, asume que ha salido por la puerta del fondo.
Un silencio sepulcral llena la habitación. Karl está particularmente consciente de su respiración, y casi da un brinco cuando un rayo horizontal de luz roja se dispara a sus pies, moviéndose rápidamente hacia arriba hasta desaparecer al llegar al techo; se da cuenta que está siendo escaneado. La agitación que siente le hace sentirse claustrofóbico, y su mente corre rápidamente por un escenario tras otro. Antes de que pudiese decidirse a hacer algo, algo en las paredes a sus costados cobra vida y le aprisiona del cuello. Desesperado, Karl sube las manos a lo que descubre son brazos metálicos que le aprietan y dificultan aún más la respiración. Cuando se siente desvanecer, los brazos liberan ligeramente la presión en su tráquea; en su mente comprende que no le sería muy difícil a la habitación detener por completo su flujo de aire si ésta así lo designa.
Del techo surge una máscara transparente sostenida por un delgado tubo plateado, similar a una máscara de oxígeno con un largo tubo negro y flexible para la suministración de algún gas. Sin poder hacer mucho por evitarlo, la máscara le es colocada en su rostro, y aunque intenta contener la respiración, no puede hacerlo por mucho tiempo. Sus pulmones se llenan del gas que le es administrado a través del tubo negro, comienza a sentir como su cuerpo se relaja y se siente ligero, casi como si flotara.
Fue en ese estado que le encuentra el bisturí. En otra situación, por la manera repentina en que aparece, se habría intentado mover bruscamente aunque no hubiera llegado lejos, aprisionado como seguía aún del cuello. Lo que es más, es posible que se hubiese lastimado seriamente con la filosa herramienta al hacer un torpe movimiento. Pero la realidad era que tarda un par de segundos en identificar siquiera la presencia de la misma, y cuando comienza a reaccionar ante ella, ésta ya había hecho jirones con su camisa y se mueve para hacer lo mismo con su pantalón. La filosa herramienta se mueve rápida y con movimientos precisos sobre su cuerpo, haciendo un poco de presión para romper la delgada tela de su pantalón.
Karl intenta torpemente moverse, pero el instrumento en su cuello sólo le permite torcer un poco su cuerpo intentando alejarse del instrumento. Ante sus movimientos, la mano mecánica manejando el bisturí retrocede, y de las paredes surgen dos pares de grilletes  que rápidamente se colocan en sus extremidades, haciéndole extender sus brazos a los costados y dejando a sus piernas sin oportunidad de movimiento.
Una vez fija su víctima, el bisturí reanuda su operación. Pese a sus intentos, Karl es totalmente incapaz de escapar; siente un escalofrío cuando sus pantalones de lana caen al suelo, absolutamente destrozados, y comenzó a sudar frío al percibir cómo el frío instrumento se encuentra cerca del área de su entrepierna.
La única prenda que le queda era una trusa negra. Se siente particularmente vulnerable al estar así en la habitación, manipulado por la maquinaria de forma automática. Pero su humillación llega a su punto más alto cuando el brazo mecánico gira el bisturí en dirección opuesta a la suya, lo introduce en una de las piernas de su ropa interior, y en un rápido movimiento hacia arriba rompe la delgada tela para dejarle completamente desnudo.
Más expuesto que nunca, Karl baja la cabeza. El ser tratado así por una máquina… ninguna persona tendría por qué pasar por algo así, es inhumano. “Inhumano,” se repite a sí mismo en su mente. “Para ellos, un prisionero ya no es una persona”. Con desesperación comienza a intentar mover sus extremidades una vez más, sin lograr resultado alguno.
Distraído y aún desorientado como se encuentra, siente una sensación curiosa en el área de su miembro. Algo frío y muy suave se le está siendo aplicado en toda su área genital, pero por más que intenta girar el cuello hacia abajo el candado que le hace presión le impide ver por completo. Por el rabillo del ojo percibe movimiento, una hoja afilada se acerca rápidamente y desaparece de su área de visión al colocarse en alguna parte inferior de su cuerpo, donde otros brazos mecánicos le han aplicado la suave sustancia. Es entonces que siente que su verga (un poco encogida por la vergüenza) es agarrada directamente y sin muchos miramientos por uno de los brazos mecánicos, es manipulada hacia abajo, y algo que parece ser la hoja de la navaja se le coloca al ras de su piel. Sólo entonces Karl comprende que está siendo rasurado en su área genital contra su voluntad.
La operación tardo menos de cinco minutos, durante los cuales Karl contiene la respiración en lo posible, nervioso ante la posibilidad de ser cortado en un área tan delicada. Su miedo es infundado, pues la herramienta le manipula con gran habilidad y no le hace la más mínima cortada a su cuerpo al tiempo que se deshace del vello que había portado con orgullo desde que llegó a la pubertad. La incredulidad de su situación da paso al enojo, la rabia y finalmente, a la frustración. Karl ya no es dueño de su cuerpo, no es ya capaz de tomar decisiones acerca de lo que se le hace y ni siquiera entiende la razón de tales vejaciones a su persona. ¿Acaso había razón para rasurarle el pubis, fuera de la humillación que le provocaba? La respuesta a esta última duda le vendría inmediatamente después, aunque habría deseado no saberla nunca.
Una vez que la habitación termina con la tarea de rasurarle el pubis, los brazos que realizaron la operación se retiran también. Uno más surge del techo, blandiendo algo que a Karl le recuerda la máscara que aún usa contra su voluntad. Piensa que la máscara original se le será retirada para ser reemplazada por la nueva e intenta girar su rostro para evitarlo, no queriendo ser drogado nuevamente, pero la nueva máscara sigue su descenso y la original permanece en su rostro. Sólo entonces Karl nota que no se trata de una máscara.
El nuevo instrumento es de plástico y transparente también, pero no tan largo. Su diseño es como el de una telaraña, con aberturas, y el espacio que originalmente pensó sería para la nariz es un poco más largo de lo usual, con una marcada curvatura hacia abajo. Continúa descendiendo hasta desaparecer de la vista de Karl, y acaba presionándose contra su recién rasurado pubis; una mano mecánica toma nuevamente control de su miembro, siente como es manipulado y forzado a entrar al instrumento a la fuerza, presionándose contra sus genitales. Descubre, con horror, que aquel infernal instrumento se le es colocado en su entrepierna. No puede verlo pero puede sentirlo, aquella cubierta plastificada recubre por completo a su flácido miembro sin prácticamente nada de espacio para su crecimiento. Aún drogado como se encuentra, Karl comprende que mientras use ese instrumento sería totalmente incapaz de tener una erección.
Cada minuto en aquella satánica habitación, cada minuto es una nueva forma de humillación. ¿Qué estaba pasando, por qué le hacían esto? ¿Es que en verdad merecía todos estos ultrajes, sus crímenes le habían convertido en un animal para ser tratado como tal? Intenta gritar, pero el aire le falta en los pulmones. La vista se le nubla, gruesas lágrimas amenazan con caer provocadas por el coraje de la situación, pero la habitación nada supo de eso. La habitación no había terminado con él.
Mientras Karl se encuentra sumido en su propia lástima, a espaldas de él surge un dispositivo más. Cuelga del techo una larga manguera negra, serpenteando y moviéndose como si se tratase del tentáculo de un molusco. La punta de la manguera cuenta con un pico metálico, muy delgado y puntiagudo que acaba en una abertura estrecha; de ella comienza a brotar un líquido transparente y viscoso, chorreando y recubriendo el pico. Una vez que se hubo lubricado a sí mismo, el tentáculo avanza, apuntándose en dirección al culo de su víctima. En un instante se dispara hacia adelante, abriéndose paso fácilmente entre las indefensas nalgas de Karl, quien tomado por sorpresa no alcanza a reaccionar al momento que el pico se presiona contra su abertura.
El líquido transparente aumenta su flujo, mojando la entrada de Karl y escurriendo entre sus piernas. Éste comienza un débil forcejeo, temeroso de las intenciones del tentáculo, pero es incapaz de separarse; al contrario, el tentáculo comienza a ejercer presión y la punta, ayudada por la viscosa sustancia, comienza a hacerse paso al esfínter del desdichado prisionero. Intenta apretar sus paredes anales, pero es en vano, su cuerpo se niega a responder de la manera que él quiere, y relajado como se encuentra no puede oponer resistencia al objeto invasor.
Pronto la punta entera se ha hecho paso a través de él, y se introduce un poco más dentro antes de detenerse. Se siente incómodo, aunque no adolorido, el objeto es delgado y no había forzado demasiado su ano. Karl hace un gesto. La manguera en su interior comienza a escupir un líquido en sus entrañas con gran presión; no sabe si se trata de la misma substancia que le ha lubricado, pero le da la impresión que ésta es más líquida y menos viscosa que la anterior.
Una mueca de dolor se dibuja en su rostro. El líquido lo llena a gran velocidad, al punto que se siente lleno muy pronto y a punto de explotar al siguiente. Aunque sigue imposibilitado de mirar hacia abajo, piensa que su estómago se ha hinchado por la cantidad de aquella sustancia en su interior.
Justo cuando piensa que ya no podrá soportar más, la manguera se apaga y el flujo se detiene en seco; así se queda por unos momentos, sin atreverse a moverse, manguera aún dentro y su estómago increíblemente incómodo e hinchado. Pasados un par de minutos, la manguera retrocede y sale de él con un sonido húmedo dejando caer un poco del líquido, para luego desapareció en algún punto fuera de la visión de Karl. Karl hace lo posible por mantener el líquido dentro de él, avergonzado pese a la ausencia de otras personas, pero la faena le resulta cada vez más difícil y de su débil esfínter escurre el líquido, frío y desagradable, bajando por su pierna… súbitamente, una vara le golpea en el estómago, y con ello se pierden sus esfuerzos por mantener su dignidad. El líquido brota de su ano en un enorme chorro que es incapaz de controlar, y con él los deshechos de la última comida de Karl.
Los ruidos detrás de él le indican que la habitación se encarga de limpiar lo ocurrido. Su propio agujero es sometido a una limpieza rápida por unos chorros de agua a presión, aunque ahora externos. No lleva 24 horas en la prisión y ya sentía que no sería la misma persona al salir… nadie podría serlo tras ser ultrajado y humillado de aquella manera.
Los ruidos de la limpieza disimulan la aparición de un dispositivo más. Se trata de un tubo largo que acaba en una cabeza bulbosa cubierto por un par de hojas metálicas, lo que le da un cierto parecido a una flor. El dispositivo se acerca al recién limpiado culo de su víctima, y prontamente las hojas-pétalo se posicionan una sobre cada nalga, ejerciendo presión hacia sentidos opuestos y exponiendo su agujero, relajado por las drogas administradas. Karl se alarma al sentir las frías hojas en su culo, y más aún cuando el “pistilo” del dispositivo se apoya contra la abertura de su abierto culo. Jamás se resignaría a ser penetrado, jamás aceptaría esto…
Un chirrido mecánico, un sonido de pistón al ser disparado, y de pronto Karl siente ver estrellas. Ocurre muy rápido, pero el “pistilo” se ha abalanzado e introducido dentro de él; se siente extraño, lleno, y adolorido, aunque no tanto como habría pensado. El pistilo se suelta de la flor para quedar en su interior, y la flor retrocede, alejándose del cuerpo de Karl. Ha dejado dentro de él el pistilo, el cual impide que su ano pueda cerrarse y volver a su tamaño natural.
El “pistilo” en sus entrañas comienza a abrirse, expandiéndose y acentuando su dolor. Una vez más Karl se siente desvanecer, abre la boca para dar un grito pero ningún sonido sale de él… sus entrañas se encuentran al fuego vivo, ese aparato diabólico lo va a romper como a un muñeco y le desgarraría desde adentro… las lágrimas que habían amenazado con salir lo hacen finalmente, corriendo libremente por sus mejillas provocadas por el dolor, la humillación y la impotencia.
Cuando el dolor llega a su punto más alto, el pistilo libera un poco de la presión y vuelve a un tamaño más pequeño, aunque aún grande. Un shock eléctrico recorre el cuerpo de Karl, surgiendo desde sus intestinos; dura menos de un segundo, pero le dejó aturdido y jadeante, la saliva escurre por las comisuras de su boca y se combina con sus lágrimas. Aparentemente, el aparato cuenta con diferentes mecanismos para asegurar la obediencia de su portador y ahora se encarga de demostrarlas.
Súbitamente, las blancas paredes de la habitación comienzan a mostrar imágenes. Debe haber múltiples cámaras en la habitación, puesto que puede verse a sí mismo. Era él, visto desde arriba, de cerca, de espaldas, de abajo, de todos los ángulos… las imágenes cambian, puede verse por completo de forma obscena: su cuerpo, ahora completamente lampiño, de máscara en rostro y sostenido del cuello y extremidades, un pistilo asomando por la entrada de su culo, penetrándolo e impidiendo relajar su agujero, una jaula transparente aprisionando su pene e imposibilitando las erecciones… las tomas cambian y le muestran todo, la persona… no… el objeto en el que se ha convertido.
Y de pronto, las tomas ya no son de su persona. Muestran ahora a un montón de hombres y mujeres de rostros severos y vestimenta formal, mirando en su dirección con atención. Lo rodean, se encuentran a donde quiera que mirase de las paredes de la habitación, como si estuviesen ahí. Llevaban gafetes que les identifican como miembros militares y del gobierno en posiciones importantes, todos le miran atentamente y con seriedad, y sólo entonces Karl entiende que estaba siendo observado, y así había sido a lo largo de toda su estancia en la habitación. Toda humillación, sometimiento y tortura física y mental había sido observada con detenimiento por aquellos sujetos de mirada impasible.
Los brazos mecánicos y la máscara en su rostro liberan a su presa y Karl cae al piso pesadamente. Se encuentra débil y no puede ponerse de pie; su vista se centra en el piso, incapaz de hacer contacto visual con aquellas personas que lo veían y habían sido testigos de su descenso a objeto. Se pregunta si se sentirían complacidos con su nueva adquisición, y si alguno de ellos aún lo consideraba una persona. La banda sinfín sobre la que se encuentra cobra vida nuevamente, y de rodillas como está, avanza lenta e inexorablemente a la puerta de fondo, ahora abierta, a su primer día como un objeto más de la prisión Ólea de máxima seguridad.