Thursday, October 29, 2015

Un día en la vida - Parte 2

Finalmente sólo en casa, Manuel intenta de forma fallida concentrarse en un libro. Lleva un buen rato intentando leer la página actual sin poder avanzar, frecuentemente vuelve a él el pensamiento de lo que sucedió hace un rato en la cocina; se siente enojado consigo mismo por lo ocurrido, el amo ha tenido que cambiarse el pantalón (algo que no le ha causado nada de gracia), por lo que es de esperarse que en la noche realice una “actividad de corrección”, otra forma de decir ‘castigo’. En realidad no es el castigo en sí lo que le molesta, sino el haber fallado de esa forma… ciertamente se sentía merecedor de recibirlo, quizá sin él incluso se habría sentido peor.

El timbre le saca de sus cavilaciones; le sorprende un poco, siendo que no espera a nadie hasta de dentro de media hora, pero es de esperarse que alguno de ellos hubiera llegado más temprano de la hora citada. Al asomarse por la mirilla comprueba que efectivamente se trata de uno de ellos, y le abre la puerta con gran nerviosismo debido a su desnudez, vestido solamente como está con las muñequeras y pulseras. Las instrucciones del amo son claras en ese aspecto. El estar desnudo en la casa es una cosa, pero el atender la puerta con una vestimenta tan obscena es otra totalmente diferente.

El muchacho en el umbral es delgado y pequeño de cabello rojizo corto. Su expresión es de sorpresa pura al ver la apariencia de la persona que le ha atendido; se queda boquiabierto unos instantes para gran molestia de Manuel, quien no desea nada más que acelerar el proceso y poder cerrar la puerta lo antes posible. Algún vecino podría pasar por el área en el tiempo que el chico se tarde en reaccionar, piensa para sí.

 “Llegaste temprano”,  le dice con el ceño fruncido. 

“Eh… pues, este, yo pensaba… bueno, hablé con…”

“Oye, hey, respira. Pasa y ya.”

Asiente rápidamente, visiblemente nervioso. Manuel se hace a un lado, invitándole a pasar. Apenas el muchacho cruza el umbral la puerta se cierra detrás de él. 

“Llegaste demasiado temprano”, le reclama al muchacho nuevamente. Éste parece como un pequeño conejo asustado, mira alrededor de la casa como buscando un lugar en donde esconderse.

“Bueno, este…  es que estaba por aquí… y, este, mi amo dijo que…”

“'¿Mi amo?'”, lo interrumpe Manuel. “Aún no es tu amo, recuérdalo. Si lo haces bien puedes serlo, va a depender de tu desempeño y cómo lo hagas con respecto a los demás.”

El chico le mira con ojos como platos. Manuel se obliga a suavizar su mirada y su tono; es claro que el chico está nervioso, no es su culpa que él esté pasando por un mal momento ni tiene por qué desquitarse con él.

“Es la primera vez que haces algo así, ¿no?, no te preocupes. No harás nada que no quieras hacer, nadie te obligará a nada.” El chico le mira y asiente. “Si quieres irte, ahora es cuando y no pasará nada. Pero si no es así mejor empezamos de una vez. Quítate la ropa y échala en esta cesta.”

Unos momentos de silencio. Manuel se pregunta si el chico se irá, pero éste finalmente se decide y comienza a desvestirse lentamente, temblando ligeramente al hacerlo, quizá de nerviosísimo, quizá de frío, o quizá de una combinación de ambas cosas. En su intento por ser más agradable con él y hacerle la situación más fácil, le saca plática, a la cual el muchacho responde casi exclusivamente con monosílabos, muletillas y tartamudeos. De lo poco que logra sacar de él es el nombre Omar.

El chico se detiene al llegar a su ropa interior (un calzoncillo blanco Fruit of the Loom), a lo que Manuel le debe indicar que continúe. Le da la espalda (su cuerpo es dolorosamente pálido, con pecas en los hombros) y desliza sus calzoncillos por sus piernas, dejando entrever un trasero blanco que no parece haber sido tocado alguna vez por los rayos del sol. Al voltear no mira a Manuel a la cara y se tapa ineficazmente sus privados, dejando entrever a pesar de ello su excitación. Su pene, visible entre sus dedos, es circuncidado y no particularmente grueso.  Con un gesto, el esclavo guía a Omar al baño.

En el baño Manuel se encarga de la limpieza del candidato a perro. Omar es el primero de los tres chicos en llegar, y el haber llegado con anticipación le da tiempo al esclavo de asearlo con tranquilidad, concentrándose solamente en él. La primer parte del proceso consiste en aplicarle un enema para asegurar su limpieza interior, a la cual el chico claramente no está acostumbrado, se le mira profundamente incómodo más no protesta cuando el instrumento se le es insertado en el ano para llenarle de solución (tendrá que acostumbrarse si espera ser perro del amo, piensa Manuel para sí). Omar se pone rojo de vergüenza cuando, una vez lleno del estómago, se le lleva a sentarse en la tasa del baño para evacuarse frente a la atenta mirada de Manuel. La operación se repite una vez más para asegurar la limpieza del candidato.

Las siguientes partes de la limpieza son más agradables para él; colocado en la tina, Manuel lo moja por completo con agua tibia usando una manguera plegable y lo enjabona de pies a cabeza, tallando su espalda, cabeza e incluso sus privados, cosa que le hace respingar a pesar de que no hacer comentario alguno. Está avergonzado y excitado al mismo tiempo, dejándose lavar como haría uno a un cachorro. El secado es igual de invasivo, es tallado con gran presteza y un poco de brusquedad, pero no deja de ser agradable.

La vestimenta del candidato a perro es tan básica como la usada por los esclavos; primero se le coloca un simple collar de cuero en el cuello (que en caso de ser elegido portará con su nombre de perro en una cadera), después unas rodilleras que evitarán que se lastime, y finalmente lo más importante: una cola de perro consistente en un butt plug que acaba en una cola respingada hecha de hule. Éste último aditamento no es fácil de usar por su notorio grosor, Manuel se encarga de lubricar generosamente el culo del muchacho para prepararlo para su entrada. 

“Relájate. Respira hondo.” El chico cierra fuertemente los ojos, parece todo menos relajado. Se requerirá aflojarlo más. 

“Apenas nos conocemos y mira que… bueno, ya va, te vas acostumbrando. Tú sólo relájate. ¡Eh! No, no, me estás apretando, así te va a doler… mira, ¿ves? Ahí va uno… casi ni se siente…” Manuel se cuestiona a sí mismo si el chico será virgen, aunque no se lo pregunta. ¿Qué lleva a un chico inexperimentado buscar que su primera experiencia sea una como esta? Ciertamente será memorable, de eso no hay duda, pero probablemente será demasiada intensa para él; al menos puede contar con la seguridad y experiencia de un amo como el suyo. El dedo índice de Manuel se introduce en la entrada del chico y le explora, girando y buscando que se acostumbre a él. Cuando intenta introducir el segundo dedo, siente gran resistencia del esfínter del muchacho, lo que lo lleva una vez más a tratar de calmarlo y relajarlo. Es bueno que haya llegado con tiempo, siendo que la operación está tomando tiempo.

Omar gime quedamente cuando comienzan los movimientos con dos dedos dentro, y gruñe con los tres, pero eventualmente se acostumbra a tener hasta cuatro de ellos, finalmente relajándose lo suficiente para permitirlos dentro de él. Su pene, que se había encogido al iniciar el proceso de dilatación, poco a poco recobra su firmeza.

Cuando la dilatación le parece apropiada, Manuel comienza a introducirle el butt plug que será la cola del perro. No es con poco esfuerzo que lo hace, conforme se va ensanchando puede ver cómo se esfuerza en recibirlo todo, apretando los dientes en vez de relajarse. Finalmente, la parte ancha del plug pasa por su entrada, y con un sonido húmedo su culo se cierra, aprisionando el butt plug dentro de él y dejando por fuera la cola de hule. 

Finalmente está listo. Engancha una correa a su collar y lo pasea a cuatro patas por la casa, practicando el moverse. Sus movimientos son muy lentos y deliberados, es claro que la cola que le sodomiza limita mucho su movimiento, pero se esfuerza en ello. El paseo acaba en el patio trasero, donde le amarra a la sombra del cuarto de lavado y le da instrucciones de esperar a la llegada del amo. Del cuarto de lavado saca un plato de perro metálico, en el cual sirve un poco de agua y coloca frente a Omar sin dirigirle la palabra. 

Pasan diez minutos más cuando llega Migue de la universidad. Tras saludar a Manuel y mirar desde la sala al perro que espera afuera, corre arriba a dejar su mochila y pronto se viste con su usual atuendo de casa, listo para servir. Llega en buen momento, piensa Manuel para sí cuando escucha el timbre sonar nuevamente. 

Migue corre escaleras abajo y se adelanta a abrir la puerta, sin molestarse siquiera en asomarse por la mirilla para comprobar quién se encuentra afuera, para exasperación de Manuel. Éste se asoma por detrás del otro esclavo para ver al muchacho que se encuentra afuera, un muchacho corpulento de alrededor de treinta años, con semblante serio. Le conoce por fotos, por lo que le ha comentado su amo sabe se llama José y que es foráneo, relativamente nuevo a la ciudad. 

“Hola, creo que me esperaban”, dice. Si está sorprendido porque dos hombres desnudos le atiendan a la puerta, lo disimula bien.

“¡Sí! ¡Así es! ¿Qué onda, como estas? Soy Migue, ese es Manuel, ya llegó otro chico, yo apenas vengo llegando… aún no llega el amo, pero está bien, llega al rato y pues, oye, deja tu ropa acá, ahorita necesitamos que hagas unas cosas. Creo que él te dijo, ¿no? ¿te dijo qué esperar? Sí, échalo acá”. Migue continuó bombardeando al nuevo visitante con su incesante charla. 

Una vez desnudo José, los esclavos pudieron contemplar su velludo cuerpo, el cual presumía sin aparente pudor como si fuese lo más natural del mundo. En el brazo izquierdo tenía un tatuaje con un diseño de figuras geométricas perfectas; círculos, rombos y líneas se cruzan de manera armónica entre sí, con lo que parecía un sol al centro. En el pecho, un pequeño piercing metálico relucía en su pezón derecho. Manuel los acompaño al baño, y entre los dos comenzaron a administrarle el proceso de limpieza dictaminado por su amo en días anteriores. 

La voz de Migue era la única que se hacía notar, llenando la habitación con sus comentarios. José, por su parte, se mantenía en silencio, sólo comentando cosas de vez en cuando. El enema probó ser innecesario, aparentemente se había preparado con anterioridad lo cual simplifica el proceso para poder dar paso directamente a la tallada de cuerpo. El reducido tamaño de la habitación de baño prueba ser difícil para el movimiento de los tres.

Casi acaban con la limpieza de José cuando sonó el timbre por tercera vez. Siendo que el amo tenía llaves de la casa, queda claro para Manuel que se debía tratar de el último de los candidatos a perro, por lo que manda a Migue a atender la puerta en lo que él acaba con la limpieza de José. Al secarle, los vellos húmedos se enroscan entre sí, por lo que Manuel procura no tallarle con demasiada fuerza para evitar lastimarlo. 

Migue llegó al baño seguido por el último de los candidatos, un muchacho ligeramente rechoncho, de cara redonda y piel morena, depilado de axilas y verga. Reía nerviosamente, presentándose como Rody. La situación le debe parecer bizarra, pensó Manuel. Ahí están ellos: cuatro muchachos, dos de ellos desconocidos, desnudos en una casa que no conocían mientras que sus anfitriones vestían obscenamente con nada más que unas pulseras de servidumbre, para ser preparados como si fueran perros de servicio. Realmente extraño.

Cuatro personas resultaron ser demasiadas para el pequeño baño. Manuel le indicó a Migue que esperara fuera del baño con Rody en lo que termina de aplicar los preparativos de José como perro; al salir Rody, el último candidato, Manuel le observó muy detenidamente las grandes y redondas nalgas, rosadas y prominentes, ciertamente uno de sus mejores atributos. Sacudió la cabeza y volvió a su tarea; cuenta con la esperanza de que aplicar la cola de perro a éste sería más sencillo de lo que había sido con el primer candidato, pero muy pronto estas esperanzas se desvanecieron: el culo de José era casi tan apretado como el del aparentemente virginal Omar. 

Si bien Omar fue difícil de penetrar, al menos mostró más resistencia al dolor de la que aparenta José. A pesar de su aspecto duro, da pequeños alaridos cuando los dedos de Manuel exploran sus interiores, o bien aprieta la mandíbula y enseña los dientes como si en verdad se tratara de un perro. Pese a los cuidados de Manuel, el desagrado en el cachorro es aparente, se encuentra tenso y aprieta su entrada con tal de protegerla de una invasión, más lo único que logra es hacer más dura para él la inserción; es imposible convencerle de que se relaje, pero eventualmente se le dilata razonablemente bien y, un tanto a la fuerza, el butt plug se le es insertado. 

Una vez vestido con collar, rodilleras, cola y correa es llevado a gatas directamente al patio, Manuel prefiere obviar el hacerle caminar por la casa para acostumbrarlo a andar a cuatro patas, es claro para él que ni uno ni otro disfrutarán la experiencia. El miserable rostro de Omar los recibe en el patio, no parece haber pasado un buen rato en el exterior pero, para sorpresa de Manuel, sí ha tomado del plato que le sirvió previamente. Había pensado que probablemente lo ignoraría, asqueado, pero el plato de agua se encuentra casi completamente vacío. Habría que culpar al cálido día. Tras amarrar a José, llena una vez más el plato con agua y lo coloca entre ambos, con la idea de que lo compartan. Una vez listo, se dirige al baño con la idea de ayudar a Migue con la limpieza del último esclavo, pero antes de hacerlo la mirada de Omar capta una vez más su atención. Se mueve inquieto, y su rostro muestra inconformidad, quizá incluso dolor; se agacha a su lado y le revuelve el pelo como uno haría con un cachorro, preguntándole que le sucede. 

“Este… es que, bueno, umm…” dirige una mirada rápida al recién perro y desvía la mirada. Su titubeo desespera a Manuel.

“¿Qué pasa? ¿Te estás echando para atrás? Mira, si es eso solo dímelo, pero no tengo tiempo de…”

“¡NO! Este… no… no es eso, pero es que… ah… es que quiero ir al baño.” Su voz va bajando de intensidad conforme avanza en lo que dice hasta volverse un suspiro apenas audible.

Manuel le dirige una dura mirada, y de pronto ríe. Ir al baño… bueno, eso es algo que puede hacer.

“Ahh… de haber sabido, si ya veo cómo estás de inquieto, perrito… entonces, qué, ¿quieres cagar?” El rostro del chico pelirrojo se enrojece tanto como su pelo y sacude firmemente la cabeza. “Oh, entonces sólo quieres mear. Eso es más fácil, no tendremos que quitarte tu colita. Ven aquí, perrito, vamos a dar un paseíto.”

Le desata y lo hace caminar (siempre a gatas) a un árbol al otro extremo del patio. Seguramente Omar puede adivinar lo que viene, pero de cualquier manera no dice nada.

“¿Qué pasa, acaso no morías de ganas de mear? No tengo todo el día. Alza la pierna como el perro que eres, vamos.”

El chico alza la mirada y lo mira a los ojos por un momento, para desviar la vista al otro extremo del patio donde lo observa atentamente el otro perro. Es claro que no tendría privacidad, es humillante pero no puede negar que al mismo tiempo excitante.

Con cuidado y siguiendo la indicación que se le acaba de dar, alza la pierna izquierda y suelta un chorro de amarillento líquido que brota en un pequeño chorro. Baja la mirada al piso al hacerlo y cierra los ojos, pero aún así puede sentir las miradas tanto del esclavo como del recién llegado perro.

Habiendo acabado, Manuel regresa al perro a su posición original, le ata, y se dirige al baño para finalmente ayudar a Migue con la limpieza, sólo para encontrar que éste no solo ya ha acabado de realizarle el baño completo al último esclavo, también le ha vestido con sus aditamentos de perro. Revisa su trabajo, y una vez satisfecho, le permite llevarlo al patio para esperar la evaluación del amo.

Ahora, sin que los perros lo supieran, comienza la primera de las pruebas que llevaría al amo a elegir a uno de ellos como su perro: la paciencia. El amo les había citado dos horas antes de lo que él tenía planeado llegar de la oficina, por lo que era labor de sus dos esclavos vigilar sus actividades en ese tiempo para evaluar su reacción. 

En el segundo piso de la casa se acomoda Manuel en un sillón con el libro que previamente había estado leyendo. Gira al sillón en dirección al ventanal, desde el cual se puede apreciar muy bien el patio trasera, aunque los perros desde su posición inferior difícilmente notarían su presencia y se sentirían libres de actuar a su antojo, sin saberse vigilados.

Rody, el último de los perros en llegar, no ha perdido tiempo en comenzar a entablar plática con los otros dos, aunque solamente Omar parece hacerle caso. Ninguno de ellos intenta ponerse de pie, continúan atados a cuatro patas aunque si lo quisieran fácilmente podrían alzarse. Manuel no puede escuchar lo que se dicen entre ellos, pero puede notar los gestos emocionados que intercambian. Por un momento cruza la imagen mental de ellos moviendo la cola de la emoción y sonríe para sí mismo. 

Bostezando, vuelve a su libro, lanzando miradas furtivas de cuando en cuando. Página tras página, sus ojos se vuelven más y más pesados, poco a poco va siendo seducido imperceptiblemente por los brazos de Morfeo, y sin darse cuenta, Manuel cierra los ojos y cae profundamente dormido. 

Thursday, October 15, 2015

Un día en la vida - Parte 1

El reloj despertador marca las 6 de la mañana al momento de sonar. Manuel nunca ha sido de la costumbre de levantarse muy temprano, aún después de este tiempo le cuesta mucho esfuerzo alzarse, pero tras enjuagarse la cara comienza a despabilarse.

Vestirse es más rápido para él que para la mayoría de la gente, si solo porque la mayoría viste algo más que un par de pulseras en brazos y tobillos, además de un collar de cuero que usa para identificarse como la propiedad de su amo. Su cuerpo, anteriormente flácido y débil, cada día muestra más las señales de las rutinas de ejercicio que sigue, en particular en su abdomen que si bien no está marcado al menos ya no sobresale. Su pelo es castaño y sus ojos oscuros, mientras que  su semblante serio refleja su carácter. Finalmente está preparado para comenzar las labores del día.

Y su primera labor le lleva precisamente a la recamara de su amo. Ahí lo encuentra en la penumbra recostado en su cama, profundamente dormido y roncando suavemente. La noche ha sido calurosa, y en lugar de encender el ventilador ha preferido dormir destapado y desnudo. Observa aquel ligeramente velludo cuerpo y recuerda con solo un dejo de nostalgia los días en que él mismo solía tener vello del cuello para abajo. Su atención se centra en la verga de su amo, aún dormida le parece gruesa y potente. Con cuidado se acerca, y toma suavemente su miembro entre sus dedos para acercarlo en su boca y engullirlo; al primer contacto su amo se remueve entre sueños, pero es su pene el que despierta primero al ser cubierto por la experta boca de su esclavo, la cual poco a poco se ajusta a su creciente miembro.

La lengua de Manuel recubre de saliva el falo, ahora duro y firme, pasándolo de la manera en que sabe que le gusta. Usa los dedos de su mano derecha para juguetear suavemente con sus bolas, mientras que con la izquierda comienza un suave movimiento arriba y abajo en el rígido miembro que succiona.

Poco a poco aumenta el ritmo hasta adquirir gran velocidad; repentinamente siente las manos de su amo en los costados de su cabeza y sabe en ese momento que él está despierto, pero no por ello frena su labor. Se esfuerza por respirar por la nariz, las embestidas del amo son muy rápidas y cada vez más violentas, hasta que con un último movimiento siente el chorro de su semilla golpeándole el paladar. Traga lo más rápidamente que puede para no derramar una sola gota.

Relame con cuidado la cabeza y la base, pasándola también por sus peludos y ligeramente sudados huevos. El amo, ahora despierto pero aún sin alzarse, observa la labor del esclavo sin dirigirle palabra alguna, hasta que satisfecho se levanta y se dirige al baño de su recamara. Al salir de la habitación, Manuel escucha el sonido del agua cayendo en la regadera. 

La esencia de su dueño le ha dejado un fuerte sabor en el interior de su boca, lo que le hace relamerse los dientes. Es un sabor amargo pero reconfortante, decide postergar su propio aseo y comenzar mejor por adelantar el desayuno. 

Para cuando el amo entra a la cocina el desayuno está listo. El amo, a quien Manuel nunca llama por su nombre, es un hombre de treinta y tres años (cinco más que él mismo) de pelo oscuro y corto generalmente relamido, barba de candado perfectamente recortada y adepto a usar ropa formal aun cuando su trabajo no lo requiere. El día de hoy viste con una camisa azul celeste, corbata lisa azul marino y pantalón negro ceñido. Al entrar gruñe un “buenos días”, agarra un plato y se sirve el huevo revuelto directamente de la sartén. Se sienta y sin dirigirle la palabra le hace un movimiento de cabeza a Manuel indicando la silla a un lado de él, lo que éste interpreta como una invitación a acompañarle; se sirve un plato de comida para sí mismo y se sienta a su lado. Platican mientras desayunan, Manuel recibe instrucciones para el día entre las cuales se encuentra el recibir y preparar a las visitas.

En la puerta de entrada se despide del amo, postrándose y besando suavemente sus zapatos, negros y lustrosos. Éste día será ajetreado para él, habrá mucho que hacer en casa. 

Una vez que se encuentra solo regresa a la cocina a limpiar; mira lo que queda del huevo revuelto en la sartén y suspira: Migue no ha bajado a desayunar. 

Lo encuentra en su habitación dormido de una manera no muy dignificada: boca abajo con el culo rojo alzado por una almohada y roncando ruidosamente. Un poco de saliva se asoma por la comisura de su boca. El día anterior Manuel había estado preocupado por él, pero era difícil estarlo al encontrarlo dormido a pierna suelta. Una fuerte nalgada es suficiente para despertarlo.

“¡OW! ¡SEÑOR! ¡Me re-dormí! ¡No lo…!”

“Tranquilo, Migue, soy yo,” le interrumpe. “Después de lo de ayer creo que nuestro amo prefirió que te quedaras descansando, me imagino que él quitó tu alarma. ¿Cómo sigues, te duele mucho?”

“Bastante,” dice frotando su posterior. “¿Por qué me tenías que despertar de esa forma? ¡Eh, qué malo eres, eso no era necesario!”

“Ya, deja de lloriquear. Voltéate,” de una cajonera saca Manuel un ungüento. Agarra un poco y lo frota entre sus manos buscando calentarlo, pero a pesar de ello Migue da un respingo cuando la fría crema toca su piel. “Hice de desayunar. Aunque nuestro amo te haya permitido descansar un poco más no significa que no tengas cosas que hacer hoy.”

En un principio hace muecas de dolor, pero poco a poco va suavizando su expresión. No es probable que la crema haga un efecto tan rápido en las abusadas nalgas de Migue, por lo que Manuel sospecha que está disfrutando esto más de lo estrictamente necesario. Efectivamente, cuando acaba sus administraciones y éste se voltea puede ver que su miembro muestra una considerable erección, pero la ignora por completo, así como la expresión de expectación en el rostro de Migue.

En cuanto Manuel se levanta, Migue cambia su expresión a una de decepción, pero no le dice nada: sabe que no deben jugar entre ellos sin permiso del amo. Le daba la impresión que el castigo del día de ayer no fue suficiente, generalmente es un chico obediente pese a sus diecinueve años, pero a veces las hormonas lo vuelven un poco loco y lo llevan a situaciones como las del día anterior en que el amo le castigó acostándolo sobre su regazo y azotándolo con la mano.  No parecieron ser golpes muy duros, pero Migue, en su inexperiencia, no tiene gran tolerancia al castigo físico.

Manuel lo mira mientras el otro se prepara. No puede evitar sentirse responsable por él, algo así como un protegido a quien debe guiar y, pese a que en ocasiones le desespera, siente la necesidad de protegerlo. El día anterior se había ofrecido a tomar su lugar en el regazo del amo sabiendo que él no aguantaría muchos azotes y que era inexperimentado, pero el amo le contestó que esa era la manera en que aprendería de sus errores. 

Migue es pequeño de estatura, aún para su edad, y muy delgado. Es además casi lampiño, al punto que el amo había decidido no rasurarle cuando entró a su servicio, e inexperimentado pero altamente entusiasta. Lleva su largo cabello negro recogido en una cola de caballo, el cual cuida extensamente.

Ahora que ambos chicos se encontraron listos comenzaron en conjunto las tareas domésticas. Todo tendría que estar listo para la hora de la comida, incluyendo la preparación de las visitas que ese día llegarían a la casa.

Las labores de limpieza del día ocupan la mayor parte de la mañana de ambos esclavos. Barren, sacuden, trapean y lavan habitaciones, baños y cocina; las actividades divididas entre ambos son menos pesadas. Para cuando la una de la tarde llega Migue se dedica a cocinar. Es un alivio para Manuel, siendo que nunca se ha especializado en ello y prefiere cuando alguien más lo hace. La comida está lista para ser servida a la hora en que el amo llega, así como también se encuentra ordenada ya la mesa para comer.

El amo generalmente no cuenta con mucho tiempo para comer y hoy no es la excepción. Poco les habla antes de sentarse en la mesa, atendido por Migue, quien le sirve un plato de sopa caliente; antes de empezar a comer se baja la bragueta y le indica a su joven sirviente que tome su posición bajo la mesa, con lo que deja claro que no solo está hambriento de comida.

Migue recibe la silenciosa orden con orgullo, su rostro se ilumina y ni tardo ni perezoso se posiciona bajo la mesa, sacando con cuidado el miembro de su amo para introducirlo en su boca con mucho cuidado. Si bien Manuel es inexperimentado en las artes culinarias, Migue lo es en las orales, pero contrarresta esta inexperiencia con un alto nivel de entusiasmo, agradeciendo cualquier oportunidad que se le presenta para practicarlas.

Como si nada ocurriese bajo la mesa, el amo plantica con su otro esclavo, quien se encuentra de pie a la puerta de la cocina listo para atenderle en cualquier cosa que se le ofrezca. Manuel observa de vez en vez las acciones de su compañero, ve como le pasa la lengua y cubre el pene de su amo con saliva; aún no está completamente erecto, pero parece ir en buen camino para estarlo. A pesar de que Manuel no deja de criticar mentalmente su técnica (“No es una paleta… ¡Tienes que agarrarlo con más firmeza!”), la escena le parece sumamente erótica; para el momento en que el plato fuerte es servido, Migue ya tiene problemas para adaptarse al tamaño del pedazo de carne en su boca, pero continua valientemente su esfuerzo.

Poco a poco, casi sin que sus ocupantes lo noten, la temperatura de la habitación ha aumentado. La situación incrementa el libido de los tres, y los esclavos, aún sin estimulación física, comienzan a reaccionar también. Manuel está particularmente atento a ese sentimiento familiar que tiene en la parte baja de su estómago. El estar desnudos por la casa ha reducido en gran medida cualquier sentimiento de pudor que alguna vez pueda haber sentido, incluso tener una erección es algo normal para ellos, pero Manuel tiene un problema con ello: ha comenzado a chorrear líquido pre-seminal. En general, él siempre ha chorreado mucho, es una especie de sello distintivo del cual no se siente particularmente orgulloso debido a los problemas que le ha causado, tales como la ropa interior húmeda en sus años de preparatoria o el ponerlo en evidencia cuando se encontraba en los vestidores de su gimnasio. Aun recientemente, bajo el servicio de su amo, ha llegado a ser problemático.

La atención del amo y Migue se encuentra enfocada uno en el otro. El amo ha hecho el plato de comida a un lado y cierra los ojos para concentrarse mejor en lo que siente, posicionado su mano derecha en la cabeza del esclavo para guiar su ritmo. Siente una ola de calor invadir su cuerpo, comenzando por su entrepierna y cubriendo su cuerpo entero; saborea el momento, siente como se aproxima el clímax, sabe que llegará pronto. Migue, por su parte, acaricia el cuerpo de su señor, pasando una mano debajo de su camisa para acariciar su pecho y otra en sus testículos, sobándolos por encima del pantalón. El amo gruñe, señal bien conocida por sus sirvientes, y Migue ve recompensado sus esfuerzos con un chorro de leche a presión que recibe golosamente, tragando lo más deprisa que puede para evitar que una sola gota llegue a ensuciar el inmaculado pantalón de su señor.

Aún Manuel, estoico como suele ser, se ve afectado por la escena. Distraído por lo que acaba de presenciar tarda unos momentos en reaccionar y darse cuenta que tiene tareas qué realizar; se inclina sin pensarlo sobre el amo para alcanzar los platos sucios y los lleva al fregadera para lavarlos.

“¡Puta madre!”, voltea al escuchar el grito de enojo de su amo. Se ha puesto de pie y mira su pantalón negro, donde una mancha de líquido transparente ha dejado su notable marca; Manuel piensa originalmente que Migue simplemente no pudo tragar el semen en su totalidad, pero un fino hilo de líquido traslucido conecta la mancha en el pantalón directamente al pene de Manuel, traicionando su origen. Una vez más, el chorrear en grandes cantidades le ha metido en problemas.