Usando ambas manos como un cuenco, Keon tomó un poco del agua del lago
para salpicarse la cara.
El agua fresca se sentía como un gran alivio sobre sus músculos cansados
y magullados, en ese momento no había nada en el mundo que deseara por encima de
aquel baño para descansar de las constantes batallas.
Se talló el cuerpo entero con consciencia buscando deshacerse de la capa
de tierra que le cubría, pero al pasar su mano por el culo uno de los dedos
llegó a tocar el tapón que aquella criatura le había introducido. Su semblante
se oscureció al tiempo que los recuerdos inundaron su mente, recuerdos de lo
que había pasado aquel día hacía ya tantas semanas cuando fue atacado por la
monstruosa araña.
Recordó que aquella noche la había pasado en el bosque, no había sido
capaz de llegar a la aldea más cercana hasta que se escucharon los primeros
cacareos de la mañana, momento en que le descubrió un anciano en el perímetro
de la villa. El viejo respetó sus deseos de no alertar a los demás aldeanos, y
cuidó de él en la privacidad de su hogar durante los siguientes días. Sólo él,
en sus curaciones, había visto aquel pegajoso material que recubría su área
privada trasera; aquello avergonzó a Keon, quien había deseado mantener el
hecho privado, pero aquel hombre, con la sabiduría de alguien que ha vivido por
muchos años, le brindó nuevo conocimiento al joven guerrero.
“Sólo una vez he visto algo como esto,” relató. “Hace años, otro
guerrero como tú llegó a mi umbral, y también al igual que tú había sido
víctima de las horribles criaturas que habitan en lo más profundo de este
maldito bosque. La marca que tenía... era idéntica a la que ahora portas. Yo
mismo intenté removerle las telarañas que habían sido pegadas a sus entrañas,
sin lograrlo. Sabiendo que la obstrucción le impediría realizar las funciones
vitales de un hombre, temíamos el día en que, inevitablemente, la obstrucción
le mataría. ¡Pero cosa curiosa! Ese día nunca llegó. Tras varios días, y pese a
su alimentación, me confesó que parecía haber perdido la necesidad de alivio.
¡No temas, muchacho! Hay cosas en este mundo que no podemos entender, y parece
que frente a nosotros tenemos una más de ellas.”
Las palabras del anciano aún resonaban en su cabeza. En su momento las
había escuchado escéptico, pero, ¡cuánta razón había tenido! En los días
subsecuentes descubrió, para su gran asombro, que no había sentido ni siquiera
la necesidad de hacer sus necesidades, algo que en un inicio preocupó y
eventualmente llegó a aceptar como nueva realidad de vida. En un inicio había
intentado removerla él mismo, pero aquella membrana no podía ser cortada
fácilmente, y le lastimaba intentarlo, por lo que parte de la aceptación
involucró el disuadirse a sí mismo de ya no intentarlo.
Ahora, semanas más tarde después de aquel encuentro, las únicas secuelas
que tenía del ataque era el tapón en su ano, un ligero dolor de estómago de cuando
en cuando, y los recuerdos que en momentos insospechados se abalanzaban sobre
él. Aprendería a vivir con ello.
Salió del lago y se recostó desnudo contra una roca, secándose al sol.
Los rayos de calor también eran una sensación agradable contra su cuerpo. Cerró
los ojos y se relajó.
Cuando abrió los ojos de nuevo se dio cuenta que algo de tiempo había
pasado. Alzó la cabeza, y vio que a sus ropas y armas se le habían sumado otro
par; en el lago, divisó el cuerpo de un hombre dándose un baño. Había sido
descuidado en dejar sus cosas tan libremente, si de otra persona se hubiera
tratado habría corrido riesgo de quedarse sin ellas.
El otro hombre volteo al escuchar a Keon vistiéndose. Se acercó a la
orilla para conversar con el guerrero; su cuerpo, musculoso, oscuro y lleno de
cicatrices, sugería un estilo de vida no demasiado disimilar, aunque le
superaba en experiencia a juzgar por las arrugas alrededor de sus ojos. Le
dirigió una amplia sonrisa.
“¡Nada como esto!, ¿eh?” El joven guerrero asintió sin dirigirle la
mirada, asegurando la vaina de su espada. El otro, sin embargo, no pareció
disuadirse: “No te he visto en estos rumbos, ¿vienes, quizá, de las tierras del
otro lado de la sierra? Encontrarás por aquí buenas recompensas por las
criaturas de los alrededores…”
Keon le miró por el rabillo del ojo, respondiendo en monosílabos en lo
posible. Aquel hombre se presentó como Mandek y parecía ser incapaz de dejar de
platicar, aunque cualquier persona que hubiese llegado a su edad con todas sus
extremidades en una profesión como la suya merecía su respeto.
Cuando Mandek se inclinó desnudo para recoger sus vestiduras, algo captó
la atención del otro, cosa que le hizo mirarle de forma disimulada con mayor
atención: en el culo, expuesto al agacharse, estaba algo muy familiar para él,
algo que sólo había visto en su propio cuerpo usando el reflejo del agua: la
marca que aquel arácnido había dejado en él.
Desvió la mirada cuando Mandek volteo en su dirección, disimulando su
mirada inquisidora. No se atrevió a mencionar el tema, pero la cabeza le daba
mil vueltas con las posibilidades: había otros como él que habían sido atacados
similarmente y eso, curiosamente, le hizo sentirse mejor consigo mismo: si incluso
un guerrero más experimentado que él había caído presa al mismo ataque, no
podía ser tan malo.
Viendo que ambos guerreros tenían la misma dirección, convinieron continuar
su camino juntos. Ninguno de los dos comentó nada acerca del extraño olor
dulzón que les guiaba por aquel camino, un olor que llevaba a ambos guerreros a
un destino desconocido, atraídos como una abeja por el polen de la flor...
* * *
Horas más tarde, Keon y Mandek habían llegado a un claro del bosque.
Caminaron por el amplio espacio despejado de árboles a paso tranquilo, y por
primera vez desde que habían comenzado su viaje juntos lo hacían en silencio. A
Keon, quien había comenzado a familiarizarse con el gusto de su compañero por
la charla, el hecho no pasó desapercibido.
Agudizando el oído, Keon sólo escuchó el silencio del bosque. No era la
primera vez que percibía al bosque tan silencioso, y recordando sus
experiencias con ello desenvainó su espada sin palabra alguna. Mandek, sin
voltear a mirarlo, había hecho lo mismo.
Se mantuvieron en silencio, espalda contra espalda, durante un minuto
entero. Podían esperar.
Un sonido, similar al piar de un ave recién nacida, rompió la quietud
del momento. En un comienzo fue casi imperceptible, pero fue gradualmente incrementando
en volumen hasta volverse imposible de ignorar. Keon asió su arma con firmeza,
preparado para lo que ocurriera.
Cuando aquel ruido se volvió ensordecedor apareció de entre los árboles
el origen del mismo. De entre los árboles comenzó a descender una gran cantidad
de seres arácnidos, similares en apariencia a aquella que había atacado hacía
algún tiempo a Keon aunque en diferentes tamaños. Aquella araña que le había
sometido debía haber medido dos metros de altura, mientras que la mayor de
estas otras no debía pasar del metro. Bajaban de los árboles a gran velocidad,
un mar negro de ellas se abalanzaba en su dirección. Cuando las primeras se
acercaron, el joven guerrero respondió blandiendo su arma. Hizo a un lado a la primera
horda mientras que a sus espaldas el otro hacía lo mismo, defendiéndose
En un inicio fueron exitosos en repeler a las criaturas; las arañas, con
corazas menos desarrolladas, eran susceptibles a los ataques de sus espadas y
caían heridas a sus pies, incapacitadas. Pero lo que carecían en resistencia lo
compensaban con simple cantidad, abalanzándose una tras otra contra los
guerreros; inevitablemente, algunas de ellas eran capaces de penetrar sus
defensas y los atacaban con sus filosas garras, sacándoles sangre.
El inicio del fin de su resistencia, sin embargo, llegó con la forma de
un aguijón. Flanqueado por las criaturas, Keon fue incapaz de evadir a una de
ellas, y con ello recibió en el brazo la sustancia maldita que anteriormente le
había paralizado por completo. Aún tuvo la suficiente fuerza para usar el arma contra
el ser que le había envenenado, pero el daño estaba hecho. La cantidad de veneno
que le fue inyectado no era lo suficiente potente para dejarle paralizado por
completo, aunque sí para entorpecerle y hacerle caer víctima de más ataques por
parte de los arácnidos restantes. Conforme fue inyectado por más de las
criaturas, inevitablemente cayó inerte al suelo con un golpe seco, incapaz de
moverse.
Las arañas restantes le ignoraron a partir de ese momento, dejándole tirado
y sumándose a aquellas que atacaban a Mandek. Boca abajo en el piso, con la
cabeza de lado, Keon observó el breve combate en el que el experimentado
guerrero era abrumado hasta que él, también, cayó víctima del veneno de
aquellos seres.
“¡No... otra vez! ¡Esta vez no, criaturas infernales!” gritó el
guerrero, cayendo primero de rodillas y después de frente. Los arácnidos, como
antes habían hecho al paralizar a Keon, detuvieron su ataque. Muchas de ellas,
las más pequeñas en el grupo, inmediatamente se dispersaron, trepando por los
árboles por los que habían aparecido, pero las más grandes entre ellos se
mantuvieron en el área, encarándose entre sí.
Repentinamente, las pocas arañas que quedaban se abalanzaron entre sí.
Keon no podía ver exactamente lo que pasaba desde su punto limitado de visión,
pero alcanzaba a ver algunas de las arañas peleando entre sí. Se atacaban de
forma viciosa, usando sus garras para cortar a las demás, chillando y haciendo
más temibles ruidos. El combate fue breve y brutal, sólo paró cuando una sola
de las arañas adultas quedó en pie.
El arácnido restante, herido, se acercó a Mandek. El joven guerrero
podía verlos aunque no podía moverse para ayudarle, vio al arácnido alzar una
de las garras e imaginó que vería la muerte de su compañero, pero en realidad
aquella criatura comenzó a rasguñarle la armadura y vestimentas de Mandek, haciéndolas
jirones hasta exponer su piel desnuda al bosque. Ya estaba familiarizado con
aquel proceso, lo había intentado olvidar pero ahora le tocaría ser testigo de
alguien más siendo víctima del mismo. O al menos eso era lo que creía.
Mandek, por su parte, bufaba y lentamente giraba el cuello para mirar a
su acompañante, algo que a éste le sorprendió siendo que él era totalmente
incapaz de moverse. Hicieron contacto visual, y con esfuerzo Mandek le habló.
“No... no me mires... por favor, no me mires...” Las palabras le salían
con dificultad, no sólo por la parálisis sino por el orgullo que debió tragarse
para decirlas. Nunca creyó que escucharía a aquel guerrero rogar. No podía, sin
embargo, respetar su deseo: se sentía hipnotizado por la escena frente a él y
no era capaz de desviar la mirada. La criatura, por su parte, alzó el abdomen
hasta que el aguijón apuntó a la parte trasera de su víctima, y comenzó, casi
con delicadeza, a puntear con ella en las nalgas ahora expuestas del guerrero;
no penetraba su piel, pero parecía buscar un lugar apropiado para colocarse.
Cuando finalmente pareció dar con su objetivo, la criatura movió de forma
violenta su abdomen hacia adelante, penetrando con el aguijón la piel en algún
punto que Keon no alcanzaba a ver. De la garganta de Mandek quiso escapar un
grito, pero ningún sonido salió de ella. La luz escapó de sus ojos y el otro
comprendió se había desmayado.
El arácnido se quedó en su posición por varios momentos, inmóvil. El
aguijón seguía perdido en alguna parte del guerrero, y el otro se preguntaba si
le estaría terminando de envenenar para terminar con su vida. Así continuó por
varios instantes más, hasta que retrocedió, sacando el aguijón de su cuerpo
inerte; del aguijón le escurría un líquido viscoso. El arácnido le encaró, y supo
que había llegado su turno.
Como había hecho con el otro, el arácnido no tardó tiempo en comenzar a
desagarrarle y cortarle la armadura que portaba. Sabiendo que era fútil, el
guerrero intentó mover aunque fuese una de sus extremidades sin resultado
alguno, no iba a quedarse inerte mientras era víctima nuevamente. La criatura acabó
destrozando la armadura a tal punto que sería inservible, y la tela bajo esta
corrió una suerte similar. Indefenso, con la piel al aire libre, los recuerdos
de aquel terrible día le atormentaban nuevamente; necesitaba moverse, tenía que
hacerlo, no podía pasar por lo mismo una vez más, no podía...
La criatura, posicionada arriba de él, dobló el abdomen y, guiado por su
aguijón, lo coloco suavemente en las nalgas de Keon. Buscaba algo en
particular, movía el aguijón a lo largo de la piel siempre con cuidado de no
perforarla; se detuvo cuando el aguijón llegó a tocar lo que se ocultaba entre
las nalgas del guerrero, aquella cubierta pegajosa que se le había colocado en
el ano como si fuese un tapón. Con un movimiento brusco, guió al aguijón a
aquel tapón, destrozándolo al hacerlo. Keon gimió, y habría gritado con todas
sus fuerzas de haber sido capaz de hacerlo. A la mente le vino la comparación
del himen de una chica virgen, destrozado por primera vez al perder la virginidad.
Una vez con el aguijón adentro, un líquido proveniente de él comenzó a
llenar las entrañas. De haberse tratando de un mamífero habría pensado que le
orinaba en su interior, pero siendo un ser como este desconocía por completo
sus intenciones. Aquel líquido le llenó por dentro hasta que estuvo
completamente lleno, y sólo entonces paró aunque no sacó el aguijón. La araña
se mantuvo en su posición por varios momentos más, quieta. Keon deseaba que él
también se hubiera desmayado del dolor, en lugar de seguir consciente de toda
esa injuria.
Finalmente salió de su interior con un sonido húmedo. La sustancia, viscosa
y ahora coagulada, se mantuvo en su interior, aunque un poco de ella salió escurriéndole
por el ano, mezclado con una poca de su sangre. Agotado, cerró los ojos... no
había sido tan terrible como el incidente anterior, aunque había sido similarmente
terrible. La criatura, por su parte, corrió a la profundidad del bosque y
desapareció sin mayor incidente.
El ataque no había sido como el anterior... ¿por qué aquellas criaturas le
habían atacado en dos ocasiones, y seguía aún con vida? ¿Qué objetivo tenía
aquello? Durante las horas que duró su parálisis reflexionó sobre ello, pensó
en aquellas las esferas que se le habían introducido, aquel tapón, y la
sustancia que en ese momento yacía en sus entrañas, pero sin saber nada de los criaturas
contra las que luchaba más que sus habilidades en combate, la razón de todo
escapaba de él.
Como antes había pasado, la movilidad regresó a sus extremidades poco a
poco, empezando por los brazos. Se tocó cautelosamente en el lugar en donde
había recibido aquel aguijón, y comprobó que la obstrucción había sido removida
por completo; intentó remover algo de aquella sustancia en su interior, pero
aún esta adolorido, por lo que en su lugar se arrastró hasta donde Mandek yacía
tirado, y comprobó que seguía con vida aunque aún inconsciente. En cierta forma
le envidiaba, y una parte de él se alegraba que no haya sido testigo de su propio
ataque.
Para cuando pudo ponerse en pie, habían comenzado a darle dolores
estomacales. Con cuidado se puso de pie, apoyándose contra la corteza de un
árbol y agarrándose del abdomen, hinchado. Las piernas, temblorosas, apenas
soportaban su peso, por lo que se movía con cuidado. Los calambres en el
estómago, sin embargo, le mantenían doblado del dolor, y finalmente tuvo que
ponerse de cuclillas, agarrado de una rama baja de un árbol.
Su cuerpo entero estaba cubierto de sudor. El dolor en su interior le
abrumaba, no podía pensar, quería alivio. Algo en él se movía, podía sentirlo
en sus entrañas, era la causa de su dolor. Jadeando, agarró la rama con fuerza
y comenzó a hacer esfuerzos por expulsar aquello que tenía en el interior, moviéndose
a través de él. En la posición que estaba, su ano comenzó a ensancharse, más y
más y más, algo blanco y duro comenzaba a asomarse a través de él. Gimiendo, el
guerrero rogó por alivio, pero aquello era tan grande que le lastimaba al
intentar salir, estaba forzado al límite para intentar expulsarlo. Su ano siguió
dilatándose, obligándose a abrirse para permitirle la salida a aquel objeto,
hasta que finalmente, y con un gran quejido, cayó pesadamente en el duro suelo.
El alivio que sintió Keon no duró mucho tiempo, puesto que los dolores
estomacales volvieron inmediatamente.
El proceso se repitió, y en cierta forma fue aún más doloroso para el
guerrero. Con cada esfera blanca que expulsaba, gemía y bufaba, deseando que
todo acabara; él, experimentado a sentir el dolor de un golpe en la cara o una
cortada en el cuerpo, ahora sentía un dolor diferente que venía de su interior,
dolor que le provocaba aullar y le sacaba lágrimas. Cuando la última de
aquellas esferas salió de su culo, cayó rendido al frente, escurriendo de la nariz
y con surcos de lágrimas en el rostro. Su trabajo como portador finalmente
había acabado.
Al abrir Keon los ojos vio que ya era la mañana siguiente. La vida en el
bosque continuaba como siempre había sido, escuchaba los usuales animales y no
veía evidencia del ataque del día anterior; a su alrededor se encontró aquellas
esferas blancas y perfectamente redondas que había expulsado antes de caer rendido,
pero cada una de ellas presentaba una abertura que parecía haber sido provocada
del interior; aquellos cascarones, sin embargo, se encontraban vacíos en el
interior, por lo que no pensó más en ello.
A pesar de que buscó en los alrededores, no encontró tampoco rastro de
Mandek. En donde él había estado sólo estaban cascarones idénticos a los que
había encontrado a su alrededor al despertar, pero nada del guerrero. Pensó que
sería lo mejor, no quería tener que hablar de lo ocurrido.
Haciendo un nudo en su cadera con los trozos de tela que aún tenía para
vestirse, Keon tomó sus armas y continuó su camino. No miró atrás para ver
aquello que dejaba.
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