Wednesday, June 8, 2016

La Vaca

“Re-calculando ruta.”

Me maldije a mí mismo. Había pasado de largo la última salida y no veía ningún retorno cercano, quería llegar antes de que terminara de caer la noche pero todo parecía indicar que no sería el caso. El GPS hizo un pequeño ruido, indicando que había encontrado una nueva ruta.

“En cinco kilómetros, de vuelta a la derecha.”

* * *

“¡Pedazo de mierda!” Antes de detenerse por completo, del escape del carro se escucharon unos fuertes tronidos y el vehículo tembló violentamente. Ya desde hace algunos kilómetros de distancia temía que pasara algo así, desde que escuché un traqueteo en el motor y percibido los espasmos del carro, pero no había tenido opción más que continuar esperando llegar al siguiente pueblo para no quedar varado en medio de la nada.

Suspirando, bajé del coche y abrí el cofre para evaluar los daños. Inmediatamente se abalanzó sobre mí una onda de humo y un fétido olor a aceite quemado se impregno a mis fosas nasales. Tosí y retrocedí un paso para permitir que el humo se dispersara; al apearme de nuevo me puse a evaluar los daños.

No soy ningún mecánico, pero sé lo suficiente para saber cuando tengo problemas, y en ese momento los tenía. Me apoyé contra el viejo Pontiac y contemplé mis circunstancias: alejado del camino principal y en uno totalmente desconocido y desolado, sin batería en el celular, y sin poder reparar mi coche. Claramente en problemas.

Tomé un cigarrillo y en el tiempo que me tomó fumármelo medité sobre qué es lo que convendría hacer. Quedarme en el coche a esperar ayuda no era opción; desde que había salido de la carretera el camino se había vuelto más y más difícil, las calles pavimentadas habían dado paso a un camino rocoso y finalmente a terracería. No había visto pasar un solo carro, sólo mi propia terquedad y mi fe en el GPS me habían empujado a continuar. Tampoco estaba familiarizado con el área y la noche ya había caído, oscureciendo el resto del camino como la boca de un lobo.

En la lejanía, un destello momentáneo captó mi atención. Entorné los ojos y me concentré en ella hasta que la volví a ver; algo había adelante, aunque no podía asegurar de qué se trataba. Sin embargo, era algo y con ello me tendría que conformar. Tiré la colilla y la aplasté contra el piso usando la suela de mi zapato. Mejor comenzar a caminar de una vez.

* * *

Una cosa curiosa ocurre cuando uno camina a un destino sin punto de referencia. Algo que parece estar cerca en realidad toma considerable tiempo alcanzarse, hasta que uno se queda con la impresión que aquello incluso se está alejando. No me pareció que me tomaría tanto tiempo alcanzar aquel destello, el cual ahora podía ver con más claridad, pero debió estar a gran distancia para el tiempo que me tomó llegar a él.

Al estar ya cerca de mi destino casi tropiezo con una vieja cerca a orillas del camino, la cual delimitaba la entrada a una granja. Dentro, había una casucha burdamente construida de la cual provenía mi luz guiadora: se trataba de un quinqué, el cual con su cálida luz me invitaba a entrar. Respiré aliviado, feliz de haber encontrado un vestigio de civilización.

En la oscuridad no pude encontrar la puerta de entrada en la cerca, por lo que simplemente la salté; me dirigí a la casa, pero alguien en el interior debió haberme oído porque escuché a alguien maldecir y salir apresuradamente.

“¡Eh! ¡Eh! ¿Quié’ va a’i? ¡Qui le disparo, juro por Dios, qui le disparo!” En la silueta de mi interlocutor podía ver un arma, larga y apuntada en mi dirección. Alcé las manos inmediatamente y juré mis buenas intenciones, pero aquel hombre no bajó el arma hasta que se hubo acercado a mí, apoyando el cañón en mi pecho. “¿Y qui hace acá? ¿Será quiri mia gallina? ¡Un ladrón, será, un ladrón!”

Intenté explicarle atropelladamente mi situación, sudando copiosamente. Ahora que estaba más cerca de mí podía verlo con mayor claridad, la suave luz del quinqué me permitían ver que se trataba de un señor de edad avanzada, con grandes arrugas en su curtida piel, producto de una vida vivida bajo constantes trabajos al sol. No debía haberse rasurado en algún tiempo, su gran barba cubría buena parte de su cara.

No fue fácil convencerle de mis buenas intenciones, y aunque eventualmente bajó el arma no dejó de mirarme con recelo. Negó tener un teléfono, y cuando le supliqué al menos me dejara pasar la noche sólo accedió permitirme hacerlo en el establo, fuera de la casa. Realmente no tenía muchas cartas a mi favor, y cuatro paredes y un techo eran mejor que permanecer a la intemperie o intentar volver al coche a oscuras, por lo que accedí.

El ‘establo’ acabó siendo poco más que un cobertizo, en donde albergaba tan solo una única vaca, flaca y vieja, que dormía. Entré al pequeño espacio e inspeccioné el lugar, en una esquina encontré un poco de paja apilada y me dispuse a acostarme en ella. Aquello tendría que ser suficiente para al menos pasar la noche.

El viajo me miraba de forma curiosa desde la entrada. A pesar de que no sentía el menor sentimiento de simpatía hacia él, me obligué a agradecerle, pero no respondió. Sin decir palabra, cerró la puerta del establo, dejándome  en la oscuridad sin nada más que el sonido de los grillos en la distancia. Bostezando, me acosté y contra lo que había pensado caí dormido casi inmediatamente, sin saber que aquel se convertiría en mi hogar durante un largo tiempo.

* * *

No tengo idea qué hora era cuando desperté.

Debía ser temprano puesto que la oscuridad aún gobernaba afuera, pero los brazos entumecidos me decían que llevaba horas dormido. Lo que me despertó fue el ruido del cobertizo abriéndose; en la oscuridad distinguí a mi anfitrión, arma en mano.

“¿Qué pasa…?”

“¡CÁLLA!” La intensidad de su grito me terminó de despertar. Me quedé aturdido mientras él entraba dando largas zancadas, apuntando su arma en mi dirección. “Qui sé la tomaste, la tienes, sí que lo tienes, pero me lo vas a dar, me lo vas a dar.” Sus palabras no tenían sentido alguno para mí, pero lo único que me importaba era el arma que blandía de forma descuidada; aquel hombre estaba claramente perturbado y no iba a ponerme a discutir con alguien armado. Tropezándome, comencé a retroceder mientras él avanzaba hasta que me vi arrinconado entre la escopeta y la pared.

“¿Dónde esti? ¿Dónde? ¡Esti en ti, sé que esti in ti!” Me acusaba de un crimen desconocido. Intenté preguntar a qué se refería, qué cosa era aquello que él creía que yo tenía, pero el hombre se limitaba a repetir esas y otras palabras sin aparente conexión. En un intento por apaciguarlo vacié las bolsas de la chamarra y el jeans, mostrándole que no tenía nada en ellas fuera de las llaves del coche, una cajetilla de cigarros medio vacía, un encendedor, mi cartera y el móvil sin batería. Sin dejar de gritar me propinó un manotazo, lanzando aquellos utensilios de mis manos y esparciéndolos en el piso oscuro; acto seguido, con la mano que no agarraba el arma intentó quitarme la chamarra. El arma ahora estaba a escasos centímetros de mi rostro, el cañón estaba tan cercano a mí que decidí dejar de poner resistencia, no fuese a ser que un movimiento en falso hiciera que una bala saliera disparada. Acabó quitándome la chamarra con un poco de cooperación mía, pero no se vio satisfecho con ello.

“Lo escondes, si que lo escondes en alguna parte y mi vas a mostrar, claro que sí. ¡Muistrame dónde, hijo de perra!” A momentos se volvía más violentos, a momentos se calmaba. Me asustaba la manera en que podía pasar de un estado de ánimo al otro, especialmente cuando con el cañón comenzó a alzarme la playera. Entendí sus intenciones de desnudarme para inspeccionarme por completo por lo que decidí adelantarme a sus órdenes y yo mismo me ofrecí a hacerlo en un intento desesperado por apaciguarlo; me permitió retroceder un paso para alzarme la playera, quitarme el cinturón y bajarme los jeans de mezclilla.

Vestido ahora solamente con nada más que unos bóxer holgados alce los brazos a los costados, mostrando que no tenía nada que ocultar. No por ello dejó de apuntarme, pateando las ropas en el suelo buscando algo que no iba a encontrar; insatisfecho, me indicó que me bajara también la ropa interior.

Aquello se estaba volviendo ridículo. Había llegado ahí buscando ayuda y sólo había encontrado un viejo paranoico que me amenazaba e insultaba, sabía que no debía molestarle pero estaba llegando al límite de mi paciencia. Apretando la mandíbula, me bajé el bóxer, exponiendo mi miembro flácido ante él. Alce una vez más las manos al aire y di una media vuelta en mi lugar, incapaz de disimular mi disgusto, pero cuando le daba la espalda a aquel hombre sentí un fuerte golpe en la parte trasera del cráneo, propinado con la culata del arma. Caí desvanecido al instante.

* * *

Desconozco el número de horas que pasé inconsciente, volver al mundo de los vivos fue un proceso paulatino; veía imágenes borrosas y confusas, por un momento me pareció que el suelo del establo, pegado a mis mejillas, se movía hasta que comprendí que yo era quien estaba siendo arrastrado. Cerraba los ojos, los volvía a abrir, y sentía que estaba siendo abrazado desde muchas direcciones, un abrazo que me impedía moverme con libertad.           Al momento siguiente, alzaba la cabeza con dificultad y veía a mí alrededor el establo, sin más compañía que la vieja vaca a mi izquierda. Podía ver a través de la vieja madera que en el exterior ya había salido el sol.

A partir de ese momento comencé a estar más consciente de mis alrededores. Intenté alzarme pero no podía moverme; moví la cabeza en lo posible y sólo así pude ver mis ataduras. Me encontraba a cuatro patas en el sucio suelo de ese viejo cobertizo, afianzado del cuello a un tablón de madera que sólo me permitía mover con trabajo para mirar alrededor. Debía estar similarmente atado de los pies a un pedazo de madera para mantenerlos a una distancia fija, puesto que no podía juntarlos o separarlos, y así también de las manos, apoyadas las palmas contra el suelo sin que se me permitiera levantarlas. Seguía desnudo, como había estado antes de ser atacado.

Con esfuerzos grité, primero débilmente y poco a poco con más fuerza. Gritaba por ayuda, a pesar de saber que no había ninguna otra vivienda en los alrededores. Mis alaridos, sin embargo, sí llegaron a llamar la atención de alguien: entró empujando violentamente la puerta, y apenas me dio tiempo de insultarle y exigirle que me soltara antes de que me callara con una gran bofetada.

“¡CHATA! ¡MALA CHICA! ¡No quiro volvir a escucharte dando esos horriblis bramidos! ¡Y dispués de lo preocupado qui estaba por ti!” Me quedé atónito ante lo que escuchaba. Desde un inicio había sospechado que aquel viejo granjero no estaba del todo bien de la cabeza, pero esto era un nuevo nivel de locura. “¡Ah! No sabes lo feliz qui me puso haberte rescatado de ise mal hombre... me alegra tanto volver a tinerte conmigo... no sabes cuánto ti extrañe...” sus ojos se comenzaron a nublar por las lágrimas. ¿Lloraba por una vaca muerta? ¿Acaso creía que yo era su maldita vaca? Furioso, no pude contenerme más.

“¡Pedazo de mierda, te voy a partir la cab-!” La mirada del anciano cambio al instante en que abrí la boca y me propinó un azote más antes de que pudiera acabar la frase. Sus ojos, antes enternecidos, se transformaron en hielos. Comenzó a azotarme la cara con su palma desnuda, y ante mis gritos de dolor e insultos no hizo más que pegarme con más fuerza. No paró hasta que paré de maldecir, limitándome a gritar.

“No si de dónde has aprendido a bramar de isa forma tan fea, Chata, ¡¡pero NO MI GUSTA!! ¡Vas a volver a sir una chica buena, ¡sí señor! ¡Como solías ser!” Deje caer la cabeza, cansado. Las mejillas me ardían como si estuviesen encendidas, no me atrevía a decir otra palabra por aversión a ser golpeado nuevamente.

Los pies del hombre desaparecieron de mi campo de visión, sólo para volver unos momentos más tarde. El viejo me tomó del cabello, alzando mi cabeza y mostrándome una herramienta formada por tiras de cuero entrelazadas; antes de que supiera de qué se trataba, comenzó a pasarme aquella herramienta por mi cabeza sin mucha dificultad, ajustando las tiras para acomodarlo a la forma de mi cabeza. Una de esas tiras fue colocada en mi boca, y al apretarla se vio forzada al interior de mi boca y contra las comisuras de mi boca, obligándome a entreabrir la boca. La tira aprisionaba mi lengua, limitando su movimiento e impidiéndome alzarla. Desesperado, olvide por completo mis intentos de permanecer en silencio para evitar molestarlo más e intenté protestar, pero al no poder mover la lengua libremente sólo logre balbucear y hacer sonidos ininteligibles. La posición de la boca, además, me hacía salivar en exceso, y pronto me encontré escurriendo saliva por las comisuras de la boca. Aquello debía ser algo similar a una brida, adaptada para ser usada por humanos.

Al no poder gritar reinicié nuevamente mis intentos por mover el resto del cuerpo. Intenté desesperadamente romper las ataduras, pero fuese cual fuese el material de las cuerdas y la madera a la que ésta estaba atado eran resistentes, sumado a lo cual aún me sentía débil por el golpe. Atado, desnudo, a cuatro patas y con una brida en la cabeza debía parecer más un animal que una persona.

El hombre, por su parte, estaba complacido por haber logrado silenciar mis palabras y me acarició con sus manos toscas y callosas, tocándome en la mejilla y alborotándome el cabello. Ignoraba mis balbuceos e intentos por alejarme de su tacto, actuaba como si no fuese más que uno más de sus animales de granja; su tono de voz también había cambiado, había vuelto a dirigirse a mí con tono dulce y mirada amorosa, diciéndome palabras vacuas acerca de cómo era una “buena chica” y que “él me protegería”.

Alejándose de mí, me decía que garantizaba que nunca jamás volvería a perderme de su vista, que se aseguraría de ello, pero no entendí la gravedad de sus palabras hasta que fue muy tarde. No podía ver lo que hacía y le tomó algo de tiempo tener todo listo, hasta que un fuerte olor a algo ardiendo inundó el lugar; algo hacía a mis espaldas, pero hasta que no sentí una onda de calor acercándose a mi culo es que advertí el peligro: ¡aquel hombre buscaba marcarme como a una res! Grité como pude cuando apoyó el fierro ardiente contra mi nalga izquierda, y pensé volvería a perder la consciencia por el dolor, aunque en realidad la herrada no duró más que un par de segundos. El intenso dolor no desapareció inmediatamente, se fue apaciguando poco a poco, pero además de ello también me dolía el pensar que ahora, y por el resto de mi vida, estaría marcado como un animal. En ocasiones había llegado a pensar hacerme un tatuaje... pero nunca había imaginado que sería algo como esto.

Unos minutos más tarde el viejo se disculpaba por tener tareas pendientes que hacer, y salió del cobertizo sin mirar atrás. Gemí con toda la fuerza que me permitían mis pulmones, intenté suplicar me soltara pero ninguna palabra escapó de mi interior. Voy a admitir que en el momento en que cerró la puerta del establo dejándome nuevamente en la oscuridad una lágrima corrió por mi mejilla, producto de la frustración y el miedo a verme abandonado a mi suerte.

Aquel día fue el primero que pasé como la vaca.

* * *

El sonido de la puerta abriéndose me despertó.

Giré la cabeza inmediatamente para ver al hombre entrar, y nuevamente intenté suplicar que me permitiera salir, aunque sin lograr articular palabra alguna por la brida en mi boca. No lo había visto desde que me la había puesto en la tarde de ayer, llevaba ya más de 24 horas prisionero en su granja, y en el tiempo en que había desaparecido me había quedado sólo con mis pensamientos, analizando formas en que podría escapar y pensando cuánto tiempo pasaría antes de que alguien notara mi ausencia. Este último era un problema, puesto que había salido del camino principal y el GPS me había mandado por aquel maldito lugar abandonado por la mano de Dios.

El viejo se me acercó, ignorando mis chillidos. Llevaba en mano un balde y un banquillo, colocando el primero debajo de mis caderas y el segundo en el suelo para sentarse él. Bajé la cabeza en lo posible y miré entre mis piernas lo que hacía, y me quedé frío cuando sin miramientos me tomó  de la verga con gran firmeza, estrujándola y estirándola. Me agité en mi lugar queriendo alejarme de él, pero aquel sólo se limito a acariciarme las nalgas como si de la retaguardia de una vaca se tratara, murmurando palabras tranquilizantes. Una vez más había empezado a escurrir saliva, me pareció incluso brotaba espuma de mi boca producto de la vejación de la que era víctima. A decir verdad, la manera en que movía mis caderas en mi desesperación no debió ser demasiado diferente al que haría un caballo salvado que intenta desmontar a su jinete.

Mientras tanto, aquella mano no había dejado de acariciarme y jalonearme la verga, ejerciendo presión en la base y estirándola hacia abajo. No soy un hombre de pequeño tamaño en esa área, pero debido a que estaba flácida me podía cubrir todo con la palma de su mano. Apretaba y tiraba con firmeza, firme aunque sin lastimarme. Para mi gran horror                sentí el inicio de una erección provocada por la estimulación; no podía evitarlo, pese a todo lo que pasaba mi cuerpo me estaba traicionando, reaccionando de aquella manera en automático sin importarle que la causa fuera un hombre jugueteando con mi cuerpo como si de un animal se tratara.

Hilos de saliva pendían de mi boca, movidos de un lado a otro por los violentos movimientos de mi cabeza. No iba a permitir que aquel hijo de perra me usara de esa forma, le mataría con mis propias manos, le partiría la cabeza...

Pero aquel no se inmutaba en lo absoluto, enfocado en su trabajo. Ignoraba el que me movía de un lado a otro inquieto y los sonidos guturales que hacía; por el contrario, tarareaba una tonada desconocida, enfrascado en su tarea. Mi verga ya había adquirido su máximo grosor, mis respetables más de 18 centímetros estaban en toda su gloria y ahora usaba ambas manos para recorrerlos; con la palma de una mano de agarraba de la base, y apretando recorría todo el tronco hasta llegar a la cabeza mientras que la otra mano tomaba el lugar de la anterior, repitiendo la operación. La forma en que me apretaba con el pulgar en el frente, acabando en el frenillo, es de lo que más me estimulaba; debo admitir que lo hacía con gran destreza y habilidad. Quizá sea posible que años de ordeñar vacas le habían dado las herramientas necesarias para tratar también con la estimulación sexual, aunque bien podría ser también que estas habilidades las hubiese aprendido en algún otro lugar.

En ningún momento me resigné a mi suerte, luche en todo momento sin resultado alguno. La estimulación de mi verga no se detenía, y el fuego en mi interior se avivaba cada vez más. Podía sentir la familiar sensación de las bolas contrayéndose contra el cuerpo, y una presión continua en la base de mi verga que amenazaba con salir. Me esforcé en pensar en otra cosa, cualquier otra cosa, algo que impidiera el orgasmo que cernía sobre mí, pero aquel era inminente. Hay un punto que todo hombre conoce en el que ha llegado al punto de no retorno, aquel en el que sabe que haga lo que haga, aunque pare en su estimulación o piense en lo que piense, la corrida es inevitable. Yo llegué a ese punto, y al gemir el sonido que escapo de mi sonó a mis oídos como el de una vaca, como si con ello mi transformación en una vaca lechera estuviera completada; al mismo tiempo que me corría en el balde expulsando chorros y chorros de caliente semen continué mis mugidos y comprendí que continuaría siendo usado para proveer un líquido lleno de nutrientes en contra de mi voluntad, que él continuaría ordeñándome mañana tras mañana, día tras día, mientras permaneciera ahí.

Toda mi leche fue a parar al balde, pero pese a ello no paró. Continuó, y logró sacarme otros chorros más en cantidades menores; sólo paró cuando mi verga se achicó y estuvo totalmente flácida, totalmente desgastada y empequeñecida aún más de lo usual.

Cuando finalmente se levantó, ya no tenía más energía para mirarle. Estaba exhausto, pero creo la humillación también tuvo su parte en cómo me sentía; me odiaba a mi mismo por el orgasmo, sintiéndome culpable por no haber sido capaz de impedirlo, detestaba con todo mi ser la manera en que me hablaba como un animal estúpido, y no podía soportar el ser silenciado por aquella asquerosa herramienta en mi cabeza. No presté atención al hombre cuando repetía el proceso que había hecho conmigo en la vaca de la izquierda, ni le vi cuando salió del cobertizo, balde en mano, abandonándome una vez más en la oscuridad del lugar.

* * *

Durante el siguiente par de días poco vi del granjero. Cuando aparecía ante mí sentía una ira encegadora, pero al mismo tiempo me invadía una gran vergüenza al recordar lo que me había hecho. Poca paciencia tenía él para mis rabietas, no dudaba en hacer uso de la fusta si mi gesto le desagradaba por lo que comencé a evitar su mirada para protegerme.

Por las noches era frecuente verlo tomando alguna sustancia desconocida de un recipiente oscuro, bebida probablemente fermentada por él mismo. Cuando tomaba solía ponerse particularmente violento, no necesitaba una excusa para descargar su ira contra mí, por lo que siempre que aparecía su figura tambaleante por las noches me estremecía, temeroso de recibir una paliza como las anteriores.

Aquella noche, sin embargo, era diferente a las otras. Ya era particularmente tarde cuando me despertó el sonido de la puerta del cobertizo abriéndose; a la luz de la luna vi la silueta del granjero. Se acercó trastabillando, no era necesario oler su aliento para adivinar lo que había estado haciendo.

“Chata...Chata...” hablaba con voz gangosa, arrastrando las palabras. Pese a que frecuentemente le había visto borracho, había algo diferente en su actitud. Sus palabras no tenían el tono amenazador y peligroso con el que le relacionaba al estar intoxicado, estaba tranquilo, casi solicito, ahora que venía a buscarme; me pregunté qué es lo que quería.

“Chata... ti extrañi tanto, querida...” me frotaba la cara con sus toscas manos, acercándose. Apestaba a aquel licor barato que sospechaba él mismo producía. “Chata... no mi vuelvas a dejar solo...” Con la poca iluminación que la luz de luna proveía noté que algo brillaba en sus mejillas. ¿Estaba llorando?

Continuó acariciando mi cara y cuello, apoyándose en mi cuerpo para no perder el equilibrio. Me mantuve quieto, incómodo, rogando a que se retirara antes de que volviera a azotarme, pero el hombre se abrazaba de mí, pegándose de una forma como jamás había hecho.

Repentinamente se separó, retrocediendo titubeante a un costado mío. Escuché el crujir de sus ropas mientras eran removidas, así como sus sollozos ahora más sonoros que antes. Comencé a ponerme nervioso, un miedo diferente al que sentía por recibir sus golpes empezaba a invadirme.

Con los pantalones caídos hasta las rodillas, el viejo se coloco detrás de mí tomándome de las caderas. Mordí la brida y me removí inquieto en mi lugar, imposibilitado de escapar por las ataduras que me mantenían fijo a cuatro patas en el establo. El anciano murmuraba palabras quizá dirigidas a mí, quizá a sí mismo.

“¡Lo siento, lo siento…! Sé qui está mal, dije qui no lo volvería a hacer... no debo, piro el calor... el calor...” Me agarraba con ambas manos las nalgas, separándolas, y apoyaba entre ellas su miembro duro y caliente. Estaba desesperado por escapar, intentaba girar la cabeza para mirarlo pero apenas y tenía espacio para hacerlo; con la brida aún en la boca no podía hablar claramente, por lo que intenté protestar por medio de los sonidos guturales y gruñidos que tanto odiaba, pero por una vez los ignoró.

“Mi Chata... mi Chata... lo siento, Chata, no puedo evitarlo...” Con sus ciegas embestidas frotaba su miembro contra mi piel. No llegaba a encontrar su objetivo pero era sólo cuestión de tiempo que lo hiciera. Por mi parte, agitaba el culo de un lado a otro en mi intento por escapar, pero me agarraba con sorprendente firmeza considerando su estado de ebriedad; alzó una mano, y me propinó fuertes azotes en las nalgas hasta que me estuve quieto. En cuento me dejé de mover volvió a apoyar su miembro, más endurecido que nunca, pero ahora con mayor precisión: abriéndome las nalgas usando las masos, apoyó su cabeza inferior en los pliegues anales de mi abertura.

Con fuerza el hombre empujó, bufando. Decir que sentí un gran dolor es quedarme corto: aquella verga me penetraba con gran violencia, sentí que me partiría en dos y creí desvanecerme del dolor. Una vez que hubo apoyado su gorda cabeza en mí sólo era cuestión de empujar, y con ello se hacía paso en mi interior. Mordí con gran fuerza la brida y me agité con violencia, pero ya era demasiado tarde para evitar lo que ocurría, aquel hombre me estaba haciendo suyo.

Centímetro a centímetro, el mástil de carne se perdía en mi interior. El hombre no dejaba de llorar y balbucear palabras sin sentido, y yo mismo le acompañaba con mi propio llanto. Dolía en el interior, de una forma diferente a todos los golpes que me había proporcionado hasta aquel día; este dolor no era sólo físico, algo en mi interior se estaba quebrando… sentía que estaba siendo emasculado... pero no, no era eso, más bien estaba siendo... deshumanizado. Para el granjero, lo que estaba haciendo no era violar a un hombre, lo estaba haciendo con su vaca la Chata. Para él, estaba haciendo lo que tantos hombres habían hecho en la calentura y soledad de los campos alejados de la civilización, me veía tan sólo como una bestia en la cual descargar su tensión acumulada. Estaba a cuatro patas, desnudo, con una brida en la boca que me impedía hablar y siendo cogido por un viejo granjero mientras el mundo entero da otra vuelta, desconocedor de mi destino. Dejaba de ser una persona, no era más que un animal.

Con lágrimas en los ojos dejé caer la cabeza, rendido, al sentir a sus caderas golpeando las mías; como con tantas otras cosas que me había hecho ya, dejé de poner resistencia.

La verdad sea dicha, el viejo tenía buen aguante pese a su edad. Debió haberme cogido durante al menos veinte minutos, y cuando finalmente terminó por venirse lo hizo en mi interior. Sacó de mi su verga, ahora flácida, y sin volver a dirigirme la palabra salió del establo, apoyándose de las paredes para evitar caer.

Rodeado nuevamente por la oscuridad, lloré.

* * *

Los días subsecuentes se volvieron una especie de rutina.

Todas las mañanas sin falta, al cantar de los gallos, el granjero llegaba al cobertizo para una sesión de ordeña de sus dos vacas. Los primeros días protestaba tanto o más que la primera vez, pero eventualmente opté por mantenerme quieto y sin hacer ruidos, amedrentado por su violento temperamento. Generalmente el viejo comenzaba la ordeña de buen humor, pero cuando yo intentaba rebelarme y protestar no dudaba en azotarme con fuerza, diciéndome que lo hacía por mi propio bien. Después de mí siempre ordeñaba a la otra vaca, y finalmente se retiraba. Esta operación la repetía dos veces por día, aunque en mi caso era simplemente incapaz de producir más leche que la que le daba cada mañana.

Nos alimentaba dos veces por día, aunque en un inicio me negaba a probar bocado. Él mismo me obligaba a consumirlo, alimentándome directamente, y se aseguraba que tomara una gran cantidad de agua; eventualmente, y al ver que no me oponía ya al consumo de alimento,  me dejaba el alimento en el suelo y desamarraba la cabeza y la brida. Generalmente mientras comía se encargaba de limpiar los deshechos a mi alrededor, lo cual no ayudaba a mi apetito.

Un día cometí el error de intentar hablar, con voz ronca y desconocida para mis oídos, cuando me quitó la brida. Si en un inicio se había enojado por ello, no era nada en comparación con cómo se puso aquel día: de algún rincón de la granja sacó una fusta, y con ella me azotó el cuerpo, cubriéndome del cuello para abajo con grandes surcos rojos, algunos de los cuales llegaron a convertirse en llagas. Grité hasta que mi voz se quebró, y cuando finalmente detuvo su ataque sollocé, jurándome a mí mismo que no volvería a repetir aquello. El viejo, para mi sorpresa, también lloró, y me abrazó con ternura, acariciando mis heridas. Aquel día me lavó a consciencia, buscando sanar aquello que él mismo me había provocado.

Ese cambio de ánimo era algo frecuente en él: un momento podía ser un amo cariñoso y dulce, al siguiente se transformaba en un salvaje que buscaba lastimar sin miramientos. Los días en que nos bañaba a mí y a mi hermana solía hacerlo con buen ánimo, hablándonos de lo que había hecho en el día (siempre lo mismo), y cepillándonos con suavidad. Llegue a apreciar esos momentos de tranquilidad, pues en aquellos momentos es cuando puedo decir realmente estaba tranquilo, sin miedo. Es curioso lo que las situaciones extremas le hacen a la mente de uno, me pregunté si algo de su locura se habría pegado a mí.

Sus visitas nocturnas, en cambio, eran siempre inesperadas. A veces pasaba una semana entera desde la última vez, en otras lo hacía durante varios días seguidos. Lo que sí era constante era su estado de embriaguez, y la calentura que le invadía. Se desfogaba con mi cuerpo, frecuentemente llorando y disculpándose por hacerlo; aquellas noches eran lo que más temía, más que cualquier azote que pudiera darme, más que los golpes en el cuerpo o las bofetadas, aquello que me hacía me lastimaba por dentro, quebrando mi espíritu sin proponérselo.

No sé si mi culo llegó a acostumbrarse a ser penetrado. Sé que yo nunca lo hice.

* * *

Perdí la noción del tiempo, los días se convirtieron en semanas, y estos en meses. ¿Cuánto tiempo más pasaría en este lugar?

* * *

REPORTE OFICIAL, COMISARÍA  DE XXXXX
9 de septiembre de 20XX

El caso de la desaparición de Roberto Gerardo Torres Jiménez fue re-abierto cuando un pastor reportó el vehículo el pasado martes 5 de septiembre. El vehículo fue encontrado sin restos de su dueño en el viejo camino a XXXXX, abandonado desde que se construyó la nueva carretera; se desconoce por qué el Sr. Torres se adentró a un área tan inhóspita como ésta, ignorando los letreros de camino cerrado.

La investigación se encargó de explorar los alrededores, con lo que se llegó a la vivienda de un señor de aproximadamente 58 años, identidad desconocida. El acercamiento de los agentes a la vivienda resultó en un enfrentamiento con el sujeto, quien inmediatamente comenzó a atacar a los agentes con un arma tipo escopeta con punta aserrada no registrada; los agentes respondieron al ataque y el sospechoso fue abatido en el lugar de los hechos, tras lo cual fue pronunciado muerto.

Al revisar en los alrededores de la vivienda se encontró un rudimentario establo, en donde se hizo contacto con el desaparecido. El Sr. Torres fue encontrado desnudo y con indicios de estar mal nutrido, portaba en su cuerpo solamente una brida adaptada a la cabeza humana. Alzó la mirada a los agentes pero no dio indicios de angustia o preocupación, simplemente les miró con curiosidad como si no reconociese que estaba siendo rescatado de cualquiera que fuese el cautiverio del que había sido presa


Los agentes reportaron una gran inquietud cuando, al removérsele la brida, la víctima no hizo esfuerzo por hablar, optando en lugar de ello lanzar un ruido que podría ser interpretado como el mugido de una vaca...