Wednesday, December 23, 2015

Un día en la vida - Parte 6

Afuera, la noche ha caído. En la entrada de la casa los tres perros se despiden. Todos llevan la misma ropa que tenían al llegar al domicilio, excepto por Argos, a quien se le ha sumado un collar de cuero en el cuello que posteriormente tendrá su nombre; siente su rostro un poco enrojecido por salir así a la calle, pero ya es de noche y no parece haber nadie a la redonda. Pronto su nuevo amo se pondrá en contacto con él, pero por lo pronto ya le ha dado su primer instrucción. Los otros esclavos se despiden de él, pero Argos les detiene y les comenta la primer tarea que el amo requiere de él y espera ellos le puedan acompañar…

Mientras tanto, en la casa, el amo se dirige a sus esclavos:

“Bueno, eso ha estado bien. Pronto tendremos en casa un nuevo perro, para que se vayan acostumbrando. Por otra parte…” el amo cambia su tono de voz a uno más grave. “Me parece, mi esclavo, que tú y yo tenemos algo pendiente.”

“Tú, ve a tu habitación,” le gruñe el amo a Migue. El chico no espera más instrucciones y sale de la sala, mirando a Manuel por el rabillo del ojo al pasar a su lado. Manuel, por su parte, se mantiene impasible, sin dejar que emoción alguna traicione su rostro.

El amo le indica con un gesto al esclavo que le siga, juntos suben al segundo piso. Se sienta en el cómodo sillón junto al ventanal en el que horas antes Manuel vigiló a los perros del patio, y da suaves palmadas a mano abierta en su rodilla. La indicación es clara por lo que la obedece sin cuestionarla, acostándose boca abajo en su regazo.

“Cuenta.”

El sonido de piel golpeando a piel resuena en la habitación al hacer contacto la gruesa mano del amo contra la piel desnuda de su esclavo. Éste hace un gesto pero se mantiene firme, gritando “¡Uno, señor!”. Otros golpes como el anterior le siguen, de fuerza cada vez superior pero de ritmo y posición variados; las nalgas del esclavo se enrojecen con cada golpe mientras continúa su conteo.

A las veinte nalgadas su amo le indica se ponga en pie. El esclavo conoce lo suficiente a su amo como para saber que el castigo no puede haber acabado aún, cosa que comprueba cuando observa a su amo moviendo el sillón, acercándolo para que se encuentre pegado al ventanal que da a la calle. Un escalofrío cruza su espalda.

No le vuelve a hacer un gesto al esclavo, simplemente le agarra de la muñeca y lo tira a su regazo. Las nalgadas previas habían sido lentas aunque arrítmicas, pero las que le siguen son rápidas y violentas. Manuel aún tiene tiempo para contemplar su mortificación ante encontrarse expuesto de esa forma frente al ventanal, cualquier persona que pase por la calle que se encuentra del otro lado del patio podrá ver cómo él, un hombre adulto de 28 años vestido con nada más que pulseras y un collar, es castigado como si se tratase de un niño malcriado.

No puede evitar mirar afuera, sobresaltándose ante lo que ve. Unas figuras se encuentran en la calle. Sólo le es posible apreciar sus siluetas, se encuentran paradas a orillas del círculo de luz que arroja un farol en la calle, pero no le es posible ver su rostro ni puede adivinar si están mirando lo que ocurre en casa. Piensa que posiblemente se encontrarán esperando al autobús nocturno, ruega porque no puedan verlo pero la idea no es suficiente para hacer a un lado su consternación; las luces de la casa actúan como reflectores en un escenario entre la oscura noche, y él está siendo el protagonista de tan denigrante escena.

“¡Señor! ¡Disculpe, señor, es que hay alguien afuera, creo que podrían estar vien…! ¡¡OWW!!” Las nalgadas no se interrumpen en ningún momento. Al contrario, aumentan de intensidad, haciendo a Manuel aullar de dolor.

“¿Te di permiso de que hablaras? Sigue contando”, el amo le dice secamente.

Los múltiples azotes comienzan a hacerse notar en las abusadas nalgas del esclavo. Aprieta los ojos e intenta no pensar en lo que el grupo voyerista del exterior pueda estar viendo, se concentra en contar golpe tras golpe. Al dolor físico se le suma la humillación de la situación, el verse expuesto de esa manera; intenta no pensar en ello pero le es imposible evitarlo. Pronto la situación le empuja al límite y se encuentra a sí mismo llorando abiertamente como haría un niño pequeño al ser castigado de aquella manera; con trabajos continúa contando, la mandíbula le parece fallar por lo que balbucea los números, diciéndolos con dificultad.

El amo ha tomado una de sus zapatillas y con ella continúa su violento ataque. El esclavo se intenta proteger casi inconscientemente, pero el amo le aprisiona bajo su brazo y con la otra mano continúa los golpes. Aúlla del dolor, pero los golpes no paran.

No sabe cuántos azotes ha recibido cuando el amo finalmente se detiene, pero cuando libera la presión de su cuerpo sobre el de él, se encuentra hecho un desastre. Manuel se pone de pie lo más rápidamente que puede. No se atreve a mirar a su amo a los ojos, se encuentra profundamente humillado y avergonzado de haberse quebrado de aquella manera; se apresura en secarse los ojos con el dorso de su mano y colocarse en posición de firme, aunque separado del ventanal y fuera de la vista de los mirones del exterior.

“Creo que los perros han disfrutado del show.”

Manuel alza una de sus cejas, confundido. Sigue con la vista la dirección a la que apunta el amo y mira hacia afuera, donde previamente viera a las siluetas de otras personas; ahora puede verlos con claridad, aplaudiendo en aparente aprobación del espectáculo que han visto. Se trata de Argos, junto a los otros dos perros, en clara instrucción del amo. Se pregunta si también habrá ordenado los aplausos, o si estos habrán sido por iniciativa propia.

“Eso es todo por ahora. Ve a descansar.”

Camino a su habitación se encuentra a Migue saliendo del baño. Le mira inquisitivamente, pero Manuel esquiva su mirada. Odia ser visto de aquella manera, sus ojos aún están rojos y el llanto seguramente se escuchó retumbando por la casa. Pasa a su lado sin dirigirle palabra alguna, y la mirada de Migue se posa inmediatamente en su trasero escarlata.

No es la primera vez que Manuel recibe nalgadas por parte de su amo, aunque no suelen ser tan intensas como lo ha sido en esta ocasión. La mejor posición para dormir en estos casos, él sabe, es tomar la posición que Migue adoptó en la mañana: boca abajo con el culo al aire. Bosteza, cansado, y piensa en los hechos del día; el último pensamiento que pasa por tu mente antes de conciliar el sueño es que mañana será otro día en la vida de este esclavo doméstico.

Wednesday, December 9, 2015

Un día en la vida - Parte 5

El amo despide en la entrada a sus dos amigos, agradeciéndoles una vez más el tomarse la molestia de jugar un rato con los perros y prometiéndoles que les volverá a invitar una vez que el can elegido este ejerciendo en su nuevo rol.

De vuelta en casa, su esclavo alfa se le acerca para comentarle el incidente ocurrido antes de que llegara del trabajo mientras vigilaban a los perros, obviando en su relato el detalle de que lo hacía con uno de los candidatos. Aprueba del castigo impartido por Manuel, y piensa para sí en que su siguiente adquisición será una jaula de castidad para ayudar a la calentura del esclavo; por otra parte, le recuerda a Manuel de su propio castigo, aún pendiente desde la hora de la comida cuando le manchó el pantalón de líquido pre-seminal, y a ser administrado en la noche antes de dormir.

En el patio le esperan los tres perros, sucios, sudados y cansados.

“Bueno, perros, creo que ya es hora de que sepan mi elección”, les dice el amo. “Vamos adentro para que salgan de dudas… pero primero, una limpieza rápida, que no quiero que me ensucien la sala con sus patas sucias”.

Agarra una manguera, y tras alinearlos contra la pared les suelta un chorro de agua fría a presión, mojándolos de pies a cabeza; la noche es cálida y el agua les refresca y remueve el sudor en sus cuerpos, producto del esfuerzo realizado. Una vez satisfecho el amo de que se encuentran totalmente empapados, les da instrucciones de que se sequen agitando sus cuerpos de manera salvaje e indica a sus esclavos que les terminen de secar con toallas.

Acabado el ritual, los perros se encuentran nuevamente en casa adoptando la posición que han aprendido a realizar cuando están a la espera de una nueva instrucción: las manos como patas delanteras apoyadas en el piso, de rodillas y con el culo pegado a los tobillos. El amo camina frente a ellos lentamente, observando a cada uno con detenimiento como si fuera la primera vez.

“Muy bien… muy bien. Lo han hecho bien, y no sé ustedes, pero yo me he divertido”, les dice de manera calmada y pausada. “Dieron lo mejor de sí, me parece, y aunque al final sólo adoptaré a uno de ustedes como mi nuevo perro, consuélense en saber que al menos han hecho una excelente labor. Durante el día he estado observando sus aptitudes, su desempeño y sobre todo, su disposición; en mi mascota quiero más que una cara bonita, un cuerpo bien labrado o un gusto por la humillación: quiero entrega y obediencia, lealtad y confianza, confianza que mi animal tendrá en mí.”

Una pausa. Los tres perros tienen su atención absoluta centrada en el amo, pendientes de cada palabra. El amo se coloca frente al más joven de los esclavos, Omar el chico de cabello rojizo, y le mira directamente a los ojos, quien desvía el rostro ante la penetrante mirada del amo. Él, sin embargo, le toma suavemente de la quijada y lo obliga a mirarlo nuevamente. Aplica un poco de presión en la quijada, haciendo que el perro abra el hocico al tiempo que se baja la cremallera y saca su grueso y duro miembro.

“El chihuahua. No confías en mí, no completamente, pero serías estúpido si lo hicieras”, le dice el amo, introduciendo lentamente su miembro en los suaves labios del chico sin dejar de verlo directamente a los ojos. “La confianza es algo que se gana, y eso es algo que aplica tanto a la bestia salvaje como al amaestrador. Eres carne tierna, fácilmente sometible pero demasiado endeble, puedo divertirme mucho contigo enseñándote de lo que eres capaz… y sospecho que tú mismo te sorprenderías si vieras hasta qué limite puedes llegar. No serías una mala elección, si me decidiese por un perrito faldero, y hay algo caliente en tus labios, aunque torpes.”

El chico respira con dificultad, traga saliva y asiente al escuchar la evaluación del amo a su persona. Es verdad que él mismo se ha sorprendido por las cosas que ha hecho, sabe que si continua sirviendo al amo sólo sería el inicio de ello, pero aunque hubo momentos en que se sintió incapaz de seguir, la excitación le impulsó a continuar. Había probado la sangre, y ahora quería más.

Un fino hilo de saliva conecta al perro con el miembro del amo cuando este lo saca, dejándole jadeante. Pasa al al siguiente candidato, José, chico de ceño fruncido y apariencia hosca. Como hizo con el esclavo anterior, le mira a los ojos para declarar sus observaciones finales al mismo tiempo que le da a probar una ración de su tiesa verga, previamente ensalivada.

“El doberman. Sabes, me gustan tus tatuajes, creo que te van bien como un animal salvaje. Eres fuerte, y puedo ser más duro contigo de lo que podría ser en un inicio con los otros dos… pero no estás entrenado, no como perro. Es claro que ya estás experimentado, me gusta lo que estás haciendo con la lengua, pero un perro debe tener una actitud que a ti te falta… aunque, siempre me ha gustado un reto. No tengo idea qué te llevó a querer venir aquí esta noche, pero lo que sí sé es que si decido quedarme contigo, vas a aprender a tomar una postura más sumisa.”

José le mira sin parpadear. Las palabras del amo le hacen pensar, él mismo considera haberse portado de una manera obediente, pero al parecer el amo notó algo en él que le hace decir no es lo suficientemente sumiso. Quizá hay algo en su actitud que se dejó entrever al cumplir las órdenes, algo inconsciente que le frena y le impide entregarse por completo a la humillación de ser tratado como un animal. Hasta ahora había tomado un rol dominante, pero ya hacía tiempo que tenía esa espina que le atraía de servir a alguien más por lo que había saltado ante la oportunidad de probarse, especialmente tras platicar con el amo que ahora tenía enfrente. Y la experiencia que acababa de vivir ese día en casa del amo sólo había reforzado lo que antes sospechaba: quería ser un perro, su perro.

El último de los perros se mueve incómodamente en su lugar, cambiando su peso de una nalga a la otra. Mira al amo y le esboza una tímida sonrisa que éste no le devuelve antes de abrir el hocico, en espera del mismo trato recibido por los otros perros. El amo le agarra del pelo y lo jala para adelante, haciendo que el perro lo reciba a la fuerza.

“El pug. Mira que si uno de ustedes es un perro, ese eres tú. Como animal te desempeñas muy bien en tu rol, eres tanto sumiso como obediente y sé que no tendría problema contigo en entrenarte. Y tendría que hacerlo, eres de culo gordo y quiero un perro para jugar con él, me temo que contigo te me colapsarás exhausto cuando lo hagamos. Habría que ponerte en una dieta especial o te acabarás todas las croquetas. Por otra parte… apenas si puedes respirar con mi verga en tu hocico, da lástima ver que no eres capaz de recibirme por completo. Como te dije antes, espero mucho de mi perro.”

Efectivamente, Rody apenas es capaz de escuchar lo que se le dice, su atención enfocada en no atragantarse con el pedazo de carne que se encuentra mamando. Intenta relajar la garganta con lágrimas en las comisuras de sus ojos cerrados, pero el esfuerzo es inútil y en cuanto el amo le suelta, comienza a toser apoyándose en el piso. Desde que el amo ha recibido visitas, le ha dado la impresión que es particularmente duro con él, disfruta humillándolo más que a los otros dos perros. Quizá algo en él provoca ese efecto…

El amo regresa a José, y en el vello de su peso restriega su verga para remover la saliva que la recubre. Satisfecho de que se encuentra limpia, la acomoda de vuelta dentro de su pantalón. Se dirige a los tres candidatos, en esta ocasión simultáneamente:

“Bien. Como pudieron ver, esa fue su prueba final, con la cual finalmente elegiré a mi nueva mascota. Ya desde antes tenía una idea de mi decisión, pero nunca está de más… probar… la que será mi nueva adquisición, por supuesto.  Así que sin hacer más teatro, te digo a ti, mi animal, que te elijo para que me sirvas”, toma a José de la barbilla y le sonríe. Éste alza ligeramente las cejas, mirando a su nuevo amo con orgullo, y comienza a agitar el culo sin que se le indique, haciendo que el rabo de plástico se mueva de un lado a otro.

Los otros perros miran al perro elegido, uno confundido, otro decepcionado. Su expresión no pasa desapercibida al amo.

“Ustedes”, les dice “no me cabe duda que tendrán a quien servir también. Son excelentes mascotas, y encontrarán también a otro amo. Puede que no les haya elegido para este rol, pero ya habrá oportunidades para ustedes también. De eso estoy seguro.”

Vuelve a dirigirse a José. “¡Perro! Tras todo un día de ejercicios, pruebas y juegos, te he elegido a ti por encima de los demás para servirme como mi mascota personal. ¿Estás de acuerdo con mi elección, dejarás atrás tu humanidad para pasar a ser un perro en mi presencia? Si aceptas tu rol como una bestia, responderás como tal; de lo contrario, que tu respuesta sea un reflejo de tu humanidad.” José no lo duda, y ladra inmediatamente. “Excelente. Siente éste el caso, te tomaré como mi perro, aunque la transición será paulatina. Pero lo que sí ocurrirá el día de hoy es que serás bautizado con un nombre apropiado para un animal.”

El amo guarda silencio unos momentos, contemplándolo. Observa la armonía de las figuras geométricas que están dibujadas con tinta en su brazo, así como el piercing en su pezón y su velludo cuerpo. Contempla su físico, producto del ejercicio, y su semblante taciturno.

“A partir del día de hoy serás conocido como Argos, nombre que tuvo la fiel mascota de Ulises. El perro le esperó durante muchos años, y cuando su amo volvió de la guerra fue el único que lo reconoció. Como él, deberás ser leal y fuerte, obedecerme y siempre serme fiel, mientras que por mi parte yo te protegeré y te cuidaré como un miembro más de este clan.” El amo extiende la mano, y Manuel le entrega un collar de eslabones plateado, preparado para la ocasión. Se lo coloca en el collar de cuero. “Esta correa de perro será el primero de los símbolos de tu entrega. Pronto tendrás también una placa personalizada con tu nombre para que la portes con orgullo en tu día a día. Espero grandes cosas de ti, Argos.”

Argos ladra en respuesta. Tiene una sonrisa torcida, la primera que le han visto en todo el día.

“Candidatos, la sesión del día de hoy ha terminado. Como les dije hace unos momentos, lo han hecho bien; a Argos le estaré dando más instrucciones, mientras que a ustedes,” el amo alza las cejas en dirección a los otros candidatos “seguiremos en contacto. Creo que esta no será la última vez que nos veamos… Ahora, mis esclavos les ayudarán a quitarse el equipo, podrán encontrar su ropa en la sala. Vayan y descansen, que se lo han ganado. Argos, tú ven conmigo.”


Manuel observa a su amo y a su nuevo perro mientras le quita el equipo a Omar. Su amo pasea a Argos con su nueva correa y le habla en voz baja, no alcanza a escuchar lo que le dice pero se le ve animado. Se pregunta qué cosa tendría que decirle que no pueda hacer enfrente de ellos. Curioso…