Wednesday, March 30, 2016

La Llamada

Salvador le besa suavemente en el lóbulo, recorriendo su pecho desnudo con las palmas de sus manos. Sus hábiles dedos juguetean con sus pezones, los cuales se han puesto erectos ante su suave tacto; les pellizca, provocándole escalofríos que se intensifican al sentir el cálido aliento de su novio en la nuca, a la cual le proporciona pequeños mordiscos que le hacen suspirar.

Repentinamente, el teléfono de Alex comienza a vibrar en el escritorio. La familiar tonada de llamada entrante hace a la pareja volver al mundo real por tan solo un momento antes de volver a enfocarse en sus actividades de pareja bajo mutuo acuerdo, sin intercambiar palabras al respecto.

Continúan sus jugueteos: Salvador sube una mano hasta ponerla frente a Alex y ofrece sus dedos a éste, quien los toma en su boca y ensaliva, pasando la lengua entre ellos y jugueteando. Se toma su tiempo, saboreando cada dígito como si de un dulce se tratara. Los dedos, al salir de su boca, brillan bajo la luz de la habitación con la saliva que los recubre y con ellos traza una línea en su pecho lentamente, dejando detrás de sí una húmeda marca que llega hasta su ombligo y continua bajando por su cadera, haciéndose paso entre las considerables nalgas del chico hasta finalmente acabar en la entrada  de éste.  Alex suspira al sentir el dígito de su novio describiendo círculos alrededor de su entrada con el dedo ensalivado, y exhala cuando el dígito se le es insertado con suavidad.

Una vez más, el teléfono vuelve a sonar. Salvador, exasperado, le pide un momento a su novio y toma el teléfono para apagarlo, pero Alex le detiene.

“Mejor contesta, ¿qué tal si es importante?”

“Lo dudo: es Ramón, ya sabes como es.”

“Pues con más razón. Nos va a andar molestando hasta que no te diga qué quiere”

Un tanto molesto ante la interrupción, Salvador contesta el teléfono. Su amigo, como sospechaba, no tiene nada importante que contarle, la gran urgencia que tiene es hablarle de las últimas noticias de María: que si sabe algo de ella, que si le está evitando, que si está en lo correcto enojarse porque según le parece le dejó plantado, que si aún valdría la pena hacer los planes que tenían contemplado para el fin de semana... Salvador intenta impacientemente desligarse de la conversación, pero su amigo encuentra la manera de arrastrarle de vuela a sus problemas de pareja.

Alex, mientras tanto, le contempla divertido desde la cama, acostado boca abajo en ella, completamente desnudo con sus blancas y lampiñas nalgas al aire y las piernas alzadas. Sabe cuán locuaz puede llegar a ser su amigo en común, y tras un par de minutos de espera se levanta y abraza a su novio para guiarle a la cama, haciéndolo sentarse arriba de él. La erección de Alex, a diferencia de la de Salvador, no ha desaparecido por completo, con ella moja la espalda de Salvador con líquido pre-seminal, y la restriega contra su espalda y sus nalgas morenas y peludas; éste intenta ignorar las acciones de su novio puesto que aún sigue ocupado en la línea telefónica, pero no puede evitar estremecerse cuando él mismo comienza a ser víctima de los mismos tratos que apenas hacia un momento le había propinado a su novio: el chico a sus espaldas le acaricia los bíceps, apretándolos con suavidad, recorre el contorno de los músculos y le toma de los pectorales, probando su firmeza. Salvador hace fuerza en el pecho, endureciendo los músculos y dándole al muchacho aún más lugar de donde aferrarse, y al hacerlo también comienza, inconscientemente, a apretar las nalgas aprisionando en ellas el delgado y largo miembro de su novio; la fricción calienta aún más a éste, y ayudado por el sudor de sus cuerpos lo desliza en medio de la hendidura del trasero perfecto de Salvador.

En el teléfono, Ramón parlotea incesantemente acerca de lo que hará si se entera que el supuesto primo de María es más que eso. Salvador se limita a decir “ajas” y “síes”, pero ya ha dejado de prestar la mínima atención a lo que se le dice por teléfono, concentrado en las sensaciones físicas que le provoca su novio. Éste se divierte buscando nuevas formas de provocarlo, haciendo de su misión el darle placer.

Alex le regresa el favor que antes había hecho Salvador en él y juega con sus pezones, pequeños y oscuros. No son tan sensibles como los suyos, pero aún así son una zona erógena que le hace respirar de forma más lenta y deliberada; confía que Ramón no note el cambio en su respiración, e intenta pensar en una manera de cortar la llamada, pero su mente se encuentra en blanco, incapaz de concentrarse en lo que su amigo le intenta decir acerca de lo que sucedió el viernes pasado.

Mientras aún juega con los pezones del otro, Alex comienza a mover las caderas, intentando alzar el peso del chico que se encuentra sentado arriba de él, tarea que no es sencilla dada su propia delgada complexión en comparación a la de Salvador, quien le supera en peso por diez kilos. A pesar de ello, y gracias a la cuantiosa cantidad de sudor que se ha acumulado entre los cuerpos de ambos, es capaz de moverse un poco adelante y atrás, alzándolo como haría un toro intentando hacer caer a su jinete, mientras magrea su verga a todo lo largo del gran culo.

Tomando con ambas manos las enormes nalgas, uno de los activos más imponentes del chico, le empuja para adelante para separarlo brevemente del contacto con su verga. Puede ver los vellos del área enredados entre sí producto de todo el líquido pre-seminal que le ha embarrado en nalgas y parte baja de la espalda, una imagen que le calienta en sobremanera; abre las nalgas al otro, descubriendo entre todos los vellos el ano, pequeño y rosado, de su novio. Salvador generalmente toma un rol activo en la relación, pero en contadas ocasiones a Alex le nace explorar de manera cercana el área entre los grandes montículos de carne de su pareja, por lo que el agujero de Salvador se mantiene generalmente escondido e imperturbado.

En esta ocasión, Alex mete su dedo índice a la boca y lo posa en sus pliegues anales. El hoyo, no acostumbrado a ser penetrado, pone resistencia a los avances del dedo pero con un poco de presión por parte del muchacho pronto cede, dejando entrar a aquel ensalivado dedo. Salvador gruñe, pero su interlocutor no parece notarlo en lo absoluto.

Con la punta del dedo adentro de él, la inserción del resto del mismo resulta trivial. Alex es capaz de girar la muñeca y hacer un suave movimiento de mete-saca, explorando las entrañas de su novio hasta encontrar, gracias a su experiencia propia, lo que busca: un pequeño punto, no demasiado disimilar en su forma a una nuez, al que al hacer presión le produce a su pareja una ola de calor que pasa por su cuerpo desde el culo hasta la cabeza de la verga. Salvador inhala con fuerza ante el masaje prostático y cierra los ojos, entregándose a la manipulación manual, mientras que Alex sigue explorando el área, ejerciéndole presión y rascando suavemente con la uña del dedo.

Salvador no se atreve a abrir la boca para continuar la conversación telefónica, teme que su voz se quebraría al hacerlo o algún otro sonido poco digno escaparía de él. El calor en su entrepierna se esparce por su cuerpo, le llena de lujuria.

Por su parte, Alex puede ver los efectos que la estimulación provocan en Salvador, por lo que entusiasmado por ello decide continuar con el juego. Al dedo que tenía adentro intenta sumarle uno más de la misma mano, lo cual logra con más trabajo que el anterior; aún con tan solo dos dedos, el agujero tiene problemas para abrirse lo suficiente para acomodarlos, por lo que el chico se ve obligado a esperar a que el esfínter se acostumbre antes de moverlos un poco, separandolos en lo posible y moviendolos a lo largo del muy estrecho camino; poco a poco el ano del muchacho se va dilatando lo necesario para permitirles más libertad de movimiento, pero en el inter de ello su víctima respira por la nariz de forma más exagerada, respingando al sentir que el tercero de los dedos se une a sus hermanos en su interior.

El acceso de tres dedos en Salvador no es algo inaudito pero sí inusual, por lo que aunque no es virgen en ser analmente pasivo, es tan poco común que experimenta las sensaciones como si se tratara de la primera vez. Su previa experiencia en el área, sin embargo, le es de utilidad al menos para saber que debe relajar el área, puesto que entre más se resista más dura sería la situación para él.

Tras unos minutos de constante estimulación, el ano de Salvador se ha dilatado lo suficiente para permitir que los tres dedos se adentraran más allá de sus nudillos, siendo Alex capaz de llegar a sobar la próstata de su novio con uno de los dedos para causarle más placer; el pene de este ha adquirido un grosor impresionante (otro aspecto de su físico que volvía loco a Alex), llegando a su longitud máxima de 20 centímetros. La cabeza del miembro se le ha oscurecido, haciéndose paso para asomarse entre los pliegues del glande, producto de la erección. Con la mano que tiene libre Alex le toma de la verga para hacer su estimulación más directa, mientras que los dedos en su trasero ahora salen por completo y vuelven a entrar; parecía que su culo se había acostumbrado perfectamente a recibirlos.

Ramón ahora hablaba de... algo que Alex no puede entender. Su voz se escucha lejana a través del auricular, pero, ¿qué le importaba a él? Es sólo en automático que sostiene el teléfono celular pegado a la oreja, no lo piensa.

Abre los ojos cuando siente algo diferente a los dedos en la entrada de su culo. Gira la cabeza y con ojos como platos mira a su novio apoyando la cabeza de su verga en su lugar; su novio hace contacto visual con él, y con una pícara sonrisa le jala de las caderas, haciéndole caer de sentón directamente en su miembro. Esta vez, Salvador no puede evitar el grito que le sale del alma.

“¡Güey! ¿Qué pasó, estás bien?”, la repentina punzada de dolor le hace regresar a la realidad de golpe, realidad en la cual habla por teléfono con Ramón, su amigo. Avergonzado, se apresura en crear una excusa.

“Si, no manches, me pegué bien cabrón con la pata de la cama... eso me pasa por andar caminando descalzo y hablar por teléfono al mismo tiem-- ay, ay…” Salvador se interrumpe a sí mismo nuevamente, no pudiendo evitar quejarse ante el escozor que tiene en el culo. Alex, con la verga aún adentro aunque sin moverse, aprieta su propio miembro haciendo que se ensanchara en su interior, lo que le provoca nuevas molestias. “Lo siento, creo que aún me duele un poco... oye güey, creo que ya me voy para revisarme, no vaya a ser me haya pegado más cabrón de lo que parece...”

“¡Espera! ¡No manches, sólo deja te digo de lo que piensa hacer Esteban con la...!” La voz de Ramón va desapareciendo de la consciencia de Salvador ahora que Alex ha comenzado a moverse nuevamente. Le agarra de las caderas y retrocede un poco antes de volver a introducir su largo y delgado miembro hasta el fondo, todo con movimientos lentos y deliberados. Con la mano derecha le masturba suavemente, mientras que la izquierda la pasa por todo su pecho, dedicándole particular atención a sus pezones y pectorales.

El estar sentado en la cama no le permite a Alex gran facilidad de movimiento, sólo puede mover un poco las caderas con Salvador ensartado en él como su jinete. Pronto el movimiento no es suficiente para el muchacho, por lo que empuja a su novio para que se ponga de pie, lo gira para que mire hacia la cama y con una mano en la espalda le hace inclinarse, apoyando la mano que tenía libre en el borde de la cama. Salvador no pone resistencia, dejándose mover libremente.

En la nueva posición, Salvador tiene las caderas alzadas y con ello el culo se le marca particularmente musculoso, viéndose exquisito a los ojos del otro. Saborea la imagen unos momentos antes de volver a colocarse detrás de él, apoyando la cabeza de la verga en los pliegues anales y ejerciendo presión; entró con gran facilidad.

Ahora que le es posible moverse con mucha mayor facilidad, Alex comienza a bombear con gran fuerza, metiendo el tronco entero en un solo movimiento y sacándolo así también, sólo para repetir la operación una y otra vez. Con cada embestida, las bolas de Alex se pegan contra el trasero del otro, haciendo un sonido de piel golpeando con piel. Salvador tiene la suficiente consciencia como para rogar mentalmente que aquel sonido no fuese lo suficientemente ruidoso como para escucharse del otro lado de la línea telefónica.

“Oye, Chava, ¿estás bien?” el tono de Ramón es de preocupación. Salvador traga saliva, empieza a temer lo peor.

“S-sí, ¿por qué lo preguntas?” su voz casi no se quiebra al responderle.

“Porque suenas sin aliento, como si hubieras estado corriendo...” Salvador sostiene el teléfono con el hombro y con la nueva mano libre se tapa la boca, avergonzado.

“Ugh... estoy bien... sólo me sentí un poco... uh... marea- marea- ¡MAREADO!” la voz de Salvador cede en la última palabra, coincidiendo con una embestida particularmente fuerte de Alex que casi le hace perder el equilibro y caer sobre la cama.

“OK, ¿Qué chingados? ¿Qué pasa?”

“Te digo... que no pasa nada... sólo me siento un po-OO-oco mal... no es nada...” Aún a pesar de que parece que serán atrapados en el acto, Alex no para; al contrario, parece querer penetrarlo con más fuerza aún.

Aunque la explicación no parece haber convencido a Ramón por completo, por lo menos es suficiente para que ignore el tema y continúe con la conversación. Salvador ahora se tapa la boca con la mano para evitar que cualquier sonido le delate frente a su amigo, y hace lo posible para normalizar su respiración. Su respiración no es la única que se ha alterado: a espaldas de él, su pareja ha empezado a bufar, él no se frena en expresar su calentura verbalmente y ahora lo hace de forma particularmente notoria. En vez de seguirse tapando la boca, Salvador tapa el auricular con la mano.

Sin dejar de darle estocadas, Alex se inclina y en el oído opuesto al del celular le susurra que está próximo a venirse. Puede sentirlo, también: las pulsaciones de la verga del muchacho se pueden sentir con asombrosa claridad en su interior, son inconfundible señal de que pronto estallará. Sin reparar en el ruido que hace, Alex se aferra de las caderas de su novio con renovada fuerza, y comienza a embestirlo de tal forma que ahora sí llega a perder el equilibrio, cayendo de frente a la cama. Esto no detiene al otro chico, quien simplemente comienza a cogerlo de forma rápida y violenta al tiempo que Salvador hunde la cara en la almohada, buscando ahogar los sonidos.

Alex se congela en la posición en la que llega al orgasmo: con su miembro clavado hasta el fondo de aquel culo. Su verga, en el interior de este, expulsa chorro tras chorro de semen que se va adentrando en lo más profundo de Salvador. Puede sentirlo, aquella sustancia se golpeaba contra sus paredes anales y le llena las entrañas. Suspira aliviado, pensando que aquella experiencia sexual ha acabado, y sólo gruñe un poco cuando el otro saca su miembro con delicadeza. Tendrá el culo adolorido durante las siguientes horas, eso era seguro.

Pero Alex tiene otras ideas. Ahora que había visto satisfecho su propio deseo sexual, tiene la intención de devolver el favor, quiera su novio o no.

Haciéndose paso entre las piernas del muchacho, que aún tiene la cabeza hundida en la almohada, encuentra su verga aún erecta. Sin darle oportunidad para que se de cuenta de sus intenciones abre la boca y saca la lengua para cubrir por completo la cabeza, succionando para crear una bomba de vacío con ella. Salvador da un pequeño quejido, única señal de vida que muestra.

Con la experta precisión de alguien que sabe exactamente lo que hace, Alex toma en su boca una buena parte del miembro, agarrándolo con una mano entera y ejerciendo un poco de presión, subiendo y bajando por todo el falo hasta ensalivarlo por completo. La misma saliva sirve de lubricante para la mano. No pasa mucho tiempo antes de que Salvador, como Alex antes de él, estuviese bufando y respirando laboriosamente.

Desesperado, Salvador sabe que se acerca a su propio orgasmo. Se le está dificultando mantener la boca cerrada, algunos gemidos se le escapan pero para consuelo de él Ramón no se interrumpe por ellos. Pero conforme la estimulación va en crescendo sabe que está librando una batalla que está destinado a perder. Apretando los dientes, Salvador suelta el grito que lleva en el interior mientras se corre en la boca de su novio.

“¡Ah...! ¡Puta madre...! ¡¡PUTA!!” Dispara toda la leche que lleva un buen rato acumulada en los huevos, la suelta mientras que Alex traga golosamente cada gota, limpiándole con la lengua las comisuras de la boca. No deja caer absolutamente nada de la preciada semilla.

Del otro lado de la línea, Ramón le cuestiona una y otra vez qué es lo que ocurre por allá.

“Tranquilo, güey, sólo me la estaban chupando.” Salvador, más relajado que nunca y con los ojos medio cerrados, ha encontrado finalmente algo con qué callar a su amigo, al menos por unos momentos. Cuando éste vuelve a hablar, trastabillea unas excusas y cuelga sin más ni más. A Salvador ya no le preocupa.

Alex, acurrucándose a su lado, rie a carcajadas.

“¿Y por qué no simplemente pusiste el teléfono en ‘Mute’?”

Wednesday, March 16, 2016

F.C. Servos - Parte 4

“Desnúdate.”

Me estremecí ante la orden. Después de aquel entrenamiento en el que había participado junto al resto del equipo nos encontrábamos ahora reunidos en los vestidores; los jugadores no habían necesitado que el entrenador les dijera nada, todos entraron en silencio y formaron un círculo alrededor de mí y el entrenador. Todos mis compañeros ya me habían visto el culo gracias al gran agujero que se había hecho en la parte posterior durante los estiramientos finales, pero aún así me cohibía quitarme el resto de la licra y mostrarme tal cual ante ellos y el entrenador.

No entró en mi cabeza la idea de no obedecer lo que aquel hombre había dicho, por lo que con manos temblorosas empecé a deslizar el ceñido material por mis hombros. El único sonido en la habitación era el de la ropa deslizándose por mi cuerpo, me parecía poder escuchar hasta mi propia respiración quizá producto de la paranoia. Me removí los tenis y tomé el traje que ya se encontraba a la altura de mis caderas, dispuesto a bajarlo, dispuesto a bajarlo, pero titubee, nervioso e inquieto.

“¡DESNÚDATE!”

Cerré los ojos, y de una sola bajé el resto del traje hasta mis tobillos.

¿Conocen ese sentimiento de desnudez? Saben a qué me refiero, no es estar sin ropa... es la sensación que te llega cuando eres el centro de atención, y te sientes expuesto, transparente, y que la gente puede penetrarte con su mirada, ocurre cuando uno tiene que dar la cara, hablar ante una audiencia o presentarse sin estar preparado para ello. Es uno de los miedos más comunes... y uno que yo estaba experimentando en ese momento. Quizá la única diferencia es que yo sí estaba totalmente desnudo.

“De pie, muchacho.”

Como bajo un hechizo me alcé. Todo a mí alrededor tenía una calidad de ensueño, pero no dejaba de estar consciente de lo real que era, y el que todo esto lo hacía bajo mi propia voluntad. Mi cuerpo, pese a que temblaba, presentaba una erección de gran potencia, única de entre los presentes por culpa de las jaulas de castidad que los jugadores portaban.

“Éste es el equipo F.C. Servos. Estos son tus compañeros, tus hermanos; yo soy tu entrenador, tu guía, tu amo. En este equipo vas a fortalecerte física y mentalmente, entrenarás en el deporte y en las artes del esclavo y mejorarás como persona. Vivirás tus fantasías, pero también sufrirás los castigos de aquellos que fallan en acatar sus órdenes.” El entrenador hablaba con una solemnidad que no le había escuchado antes usar. Me pregunté si sus palabras serían improvisadas o previamente practicadas. “El día de hoy tuviste tu primer encuentro con el equipo, pero esto es sólo el inicio... si es que decides unirte a nosotros. Ahora es tu oportunidad de dar media vuelta, y dejar todo lo que hoy has experimentado en el pasado, o por el contrario, iniciarte como un jugador más de F.C. Servos”.

La decisión era mía. Al final, si continuaba con esto sería porque yo quise hacerlo, no porque fui chantajeado u obligado. En cierta forma creo que lo hubiera preferido... así, al menos, no tendría que torturarme con dudas acerca de por qué había aceptado ser sometido sexualmente.

Bueno, ya había tenido demasiadas dudas al respecto. Ya había pasado por demasiada indecisión; la verdad era que había probado la sangre, ¡y quería más!

“¡Entrenador!” Había comenzado a hablar más fuerte de lo que había intencionado. “¡Quiero ser parte de este equipo, entrenar y servirle! Permítame demostrarle de lo que soy capaz...”

El hombre frente a mi sonrió, complacido. Aún me sentía nervioso, pero también me mantenía seguro de mi decisión.

“Que así sea. Ahora comenzará la iniciación del más reciente miembro de nuestro club. ¡Esclavo! Serás mi jugador y mi siervo, del cual por su naturaleza se esperan tres cosas de ti en particular: lealtad, obediencia y sumisión. ¿Estás dispuesto a ello?”

“¡Señor, sí, señor!” Pese a no haber recibido una instrucción de referirme así a él, me pareció la manera más apropiada para hablarle. No recibí una señal contraria a ello.

“Entonces como primer acto como esclavo, arrodíllate ante mí y besa mis zapatos.”

Sobra decir lo humillante que es hacer algo así. Posé las rodillas en el frío suelo frente a él, y me incliné sobre uno de sus zapatos para besarlo, apenas tocándolo con la punta de mis labios. Antes de que pudiera separarme, el entrenador puso el pie opuesto en mi espalda y me empujó para que le besara con más firmeza.

“No puedes esperar que me conforme con eso,” me dijo el entrenador, ejerciendo un poco de presión. “Vamos, bésalos, muéstrale a tu nuevo amo tu devoción hacia él. Usa tu lengua, asegúrate de cubrirlo todo.”

Lo que comenzó como un simple beso a sus zapatos terminó siendo toda una adoración de los mismos. El entrenador alzaba los zapatos para que también tuviera acceso a las suelas, y sin mucho entusiasmo pasé mi lengua por ellos. El sabor a tierra dominaba por encima de todos los sabores.

Enfocado en mi nueva tarea, no había puesto atención a lo que el resto de mis compañeros hacía a mí alrededor. La sensación de un cálido líquido cayendo sobre mi espalda me tomó por sorpresa, pero el entrenador me impidió moverme de mi lugar posicionando su pie en mi espalda nuevamente. Pronto otros chorros de líquido empezaron a caer sobre mi cuerpo, en brazos, piernas, espalda y culo, y un olor acre invadió mi nariz. Torcí la nariz en disgusto al saber que estaba siendo orinado encima.

“Esto que recibes es el bautizo de tus compañeros, quienes te han aceptado como uno de ellos.” No podía ver el rostro del entrenador, pero podía imaginar perfectamente la sonrisa que sin duda se dibujaba en su rostro. “Eres, sin embargo, el más bajo de entre todos ellos, eres tú ahora el esclavo Omega, el más inferior de los inferiores; como tal, ellos te están marcando. Aprenderás de tus hermanos, quienes te guiarán en el camino de la sumisión y serán tu ejemplo a seguir. Se esperan más cosas de ti que de cualquier otro, y así seguirá siendo hasta que alguien más tome tu lugar.”

El entrenador dio un paso atrás, y con ello algunos de mis compañeros empezaron a orinar sobre mi cabeza también. La agaché, sintiendo los chorros escurriendo entre mis cabellos; la humedad hacía que estos se pegaran a mi frente, tuve que cerrar los ojos y la boca firmemente para prevenir que algo de aquel líquido pudiera hacerse paso a mi interior también.

Algo de lo que el entrenador había dicho había captado mi atención. ¿Yo era el nuevo esclavo Omega? ¿Tomaría la posición de aquel muchacho a quien le había bajado el short en el primer encuentro que tuve con F.C. Servos? El capitán, en el breve tiempo que tuve para hablar con él, había comentado que aquel muchacho era tratado de forma particularmente dura por el entrenador y por el resto del equipo, lo que significaba... que me esperaba una ardua labor como el conejillo de indias para los castigos y torturas que idease el entrenador. Ser meado por todos los jugadores parecía ser lo normal, lo esperado para alguien en mi posición.

Los últimos de mis compañeros terminaron de vaciar sus vejigas en mí. Una pesada ola de fuerte olor, como una nube, me rodeaba; apestaba como jamás había hecho en la vida. El ácido olor se impregnaba a mi piel, y si esto es lo que podía percibir yo mismo ¡no quería imaginar cómo debía oler en realidad! Pasé una mano por mi frente intentando deshacerme de aquel líquido para poder abrir los ojos, mientras que en el resto del cuerpo se empezaba a enfriar a gran velocidad dejándome la piel pegajosa y desagradable.

“El nuevo esclavo Omega va tomando su nueva posición en el equipo, pero aún no ha terminado su iniciación. El viejo Omega, por su parte, hoy asciende de puesto y se le comenzará a tratar como un igual junto al resto del equipo... para lo cual deberá demostrar su superioridad sobre nuestro más reciente miembro.”

Alce la vista. No sabía a qué se refería el entrenador con aquello, pero no debía ser nada bueno para mí. Frente a mí se colocó aquel muchacho, ese al que hasta el día de hoy todos habían conocido como el más inferior entre ellos, pero a cuatro patas en el piso como yo estaba era necesario levantar la cabeza para llegar a verle en toda su altura. Hasta ese momento había pensado en él como alguien pequeño, casi insignificante, pero su porte había cambiado, la imagen que presentaba era diferente a lo que yo había tenido de él.

El muchacho estaba desnudo de la cintura para arriba, al igual que todos mis compañeros, y había tomado su jaula de castidad para sacarla por encima de la licra. Por las orillas de la jaula aún caían unas cuantas gotas de orina, atrapadas entre el miembro y el instrumento de plástico. Me miraba con una sonrisa que me daba mala espina. Volteo hacia el entrenador y se puso de rodillas frente a él, alzando las manos y poniéndolas juntas en forma de cuenca, éste respondió colocando una pequeña llave en sus manos, y con ello el esclavo le besó los pies. Empezaba a sospechar a donde se dirigía todo esto...

En cuanto el muchacho se abrió el candado y dejó salir su miembro al aire, este comenzó a hincharse y adquirir gran tamaño. Lo agarraba con una mano, acariciándolo con suavidad, como alguien que no ha visto una mascota en mucho tiempo (y en cierta forma, la comparación me pareció particularmente apta); su verga se hacía cada vez más y más grande, más de lo que yo hubiera creído considerando su delgado cuerpo y joven edad, hasta que alcanzó un grosor y largo que me pareció superior al mío.

Con verga erecta en mano, el joven muchacho, que no estaría lejos de tener la mitad de mi edad, se acercó a mí. No hice comentario alguno cuando puso su mano en mi hombro, o al agarrarme de la quijada con más fuerza de la que me pareció necesario. Coloco su otra mano en su verga nuevamente, y la comenzó a agitar de un lado a otro, golpeándome las mejillas con ella como si se tratase de un gran pedazo de chorizo, dejando tras de sí un húmedo camino que escurría por mi cara. Pegó aún más su cintura a mi frente, restregándome toda su verga, magreandola contra mí y envolviéndome en su fuerte olor a sexo, algo masculino y sucio, prohibido y embriagante.

“¿Estás listo, esclavo? ¿Listo para recibir la antorcha que cargarás ahora tú, para recibir por primera vez a otro hombre y satisfacerle como debes?” Apenas escuchaba las palabras del entrenador. Estaba excitado, y un tanto sorprendido por la misma razón. Me había dejado envolver por las emociones del momento, tenía antojo de ser lo que ellos querían que fuera, quería probar aquella intoxicante y jugosa verga... y ahora se presentaba la oportunidad para hacerlo, de comer aquel fruto prohibido por muchos años para mí.

Abrí la boca y saqué la lengua, y el esclavo no tardó tiempo en insertar de una sola su miembro en mí. La sensación fue inesperada y breve, sentí que en un momento había intentado probar más de lo que podía recibir; el muchacho era tan torpe en recibir el sexo oral como yo era en hacerlo, y sacó el pene de mi boca de inmediato.

Poco a poco fuimos encontrando el mejor ritmo para los dos. Volví a comenzar tocándole la cabeza con la lengua, saboreando su sabor amargo; era circuncidado, al igual que yo, y le parecían temblar las rodillas cuando le pasaba la lengua por el frenillo. Era muy receptivo a mis administraciones, perdía el aliento cada vez que le chupaba la cabeza y se ponía como loco a pesar de que no podía meter en mi boca más allá de la mitad del tronco. A momentos él se emocionaba e intentaba meterme más de su tranca a la fuerza, haciendo que me atragantara, pero pronto volvíamos al paso más tranquilo en el que yo debía concentrarme para evitar lastimarle con los dientes.

Fue breve el tiempo que duró mi primer esfuerzo en dar sexo oral. Ayudaba sin duda que quien la recibía era un joven muchacho que había pasado la última semana (¿semanas?) en constante estimulación y en un estado de excitación continua, negándosele el orgasmo. Sus gemidos al acercarse al orgasmo eran inconfundibles, y el amo respondió gritándole que me marcara. Apenas alcanzó a sacar el miembro de mi boca cuando empezó a disparar chorros de espeso líquido blanco que cayeron directo entre mis ojos; los cerré, y otros chorros le siguieron, mezclándose con la orina, ya seca, de todos sus compañeros.

A cuatro patas, empapado en orines y cubierta la cara de semen, me vino a la mente la pregunta de qué habría pesado de mí mismo si me hubiese podido ver hace apenas veinticuatro horas. Lo que pensaba el entrenador, por otra parte, no era ningún misterio:

“¡Magnifico! ¡Verdaderamente, un Omega como pocos! Con esto podemos darte bienvenida al equipo... lo único que queda es el que recibas tu comunión.”

Ya podía ver la luz del otro lado del túnel. Me acercaba al final de este rito para iniciarme, lo cual recibía con gran felicidad puesto que me encontraba cansado ya, agotado incluso mentalmente por abrirme a tantas prácticas sexuales nuevas para mí. Para ser la primera vez, realmente me había lanzado a hacer algo bastante extremo.

“Yo te he aceptado para ser parte de mis jugadores, entrenarte y moldéate. Tus compañeros te han recibido como su hermano, parte de su camada. El antiguo Omega te ha marcado como su inferior, incluso de él mismo. Lo único que queda... es tu propia aceptación, como sumiso y como esclavo.” Las palabras del entrenador tenían un saber amargo para mí; pese a haberme denigrado a este punto, aún tenía mi orgullo, y no me consideraba a mí mismo como sumiso o esclavo. Qué estupidez, ¿no? Después de todo... alguien que ha pasado por todo esto de forma voluntaria no puede ser otra cosa que un puto perro.

Y así fue como comenzó mi última instrucción para la noche, la más sencilla de todas ellas y sin embargo...

“Ahora, esclavo, vas a masturbarte para nosotros. Vas a tomar tu verga, y comenzarás a jalártela como siempre has hecho. Empieza, no pararás hasta que se te indique.”

Masturbarme. Es algo que he hecho durante más de veinte años, y que sin embargo nunca he hecho con audiencia; dicen que siempre hay una primera vez para todo, y después del espectáculo que he presentado ante ellos no se trataba de la gran cosa... pero aún así me sentía extrañamente cohibido. La sensación de desnudez volvió a apoderarse de mí, me sentía más descubierto que hacía un momento. Sabía que lo haría, no había duda de ello, pero aún me costaba trabajo comenzar.

Me coloqué de cuclillas, y con mano temblorosa me agarré del miembro, aún tieso como una roca. Agaché la cabeza, enfocándome en los pies del entrenador, pero este dio un paso al frente y me tomó con suavidad de la barbilla para alzar mi cabeza y hacerle mirar a los ojos. En su mirada podía ver la lujuria que le provocaba someterme de aquella manera, me parecía insoportable pero hice un esfuerzo por mantenerla fija en él al tiempo que me masturbaba para él y el resto de los presentes.

Conforme movía la mano adelante y atrás con más y más velocidad me encontré a mi mismo jadeando. Mis ojos estaban pegados en los del entrenador, me encontraba corto de aliento y sabía que no aguantaría mucho más. El entrenador también lo debió haber intuido, puesto que tronó los dedos sin despegar sus ojos de los míos y recibió en la mano por parte de uno de los esclavos un pequeño plato hondo. Se agachó, poniendo su mirada a la altura de la mía.

“Dime, esclavo, ¿estás cerca de tu orgasmo?” Asentí, silencioso. “Quiero escucharlo. Quiero que me digas qué eres, ¿por qué estás haciendo esto?”

“Por usted”, respondí entre jadeos. No pensaba, sólo hablaba. “Quiero ser un esclavo, quiero ser... ¡un puto perro!” Al momento en que decía esas palabras comencé a correrme como nunca había hecho. La constante estimulación, la excitación de los entrenamientos, la calentura acumulada, todo salió disparado con potentes chorros de semen expulsados a gran velocidad. El entrenador estaba preparado para ello, con recipiente en mano capturó la mayor parte de mi emanación, buscando no dejar caer ni una sola gota. Mi orgasmo me llevó a producir una gran cantidad de leche, como si de un puberto se tratara.

En los últimos momentos había llegado a olvidar que me encontraba rodeado del resto del equipo, pero conforme la ola del orgasmo me fue dejando atrás volvía a ser consciente de ese hecho, para mi vergüenza. ¿Qué había dicho? ¿Por qué lo había dicho? Me estaba entregando de manera demasiado fácil.

Se me concedió algo de tiempo para recuperar el aliento, tiempo en el que no podía dejar de pensar en todo lo que había accedido hacer aquella noche. Había llegado mucho más lejos de lo que me creía capaz, pero finalmente las cosas estaban llegando a su fin... aunque no sin que el entrenador cumpliera la parte que había dicho de tomar mi ‘comunión’.

El entrenador volvió a tomarme de la barbilla con una mano, y con la otra acercó el tazón en donde había recolectado la gran cantidad de semen que había expulsado. Desde que le habían entregado el plato debí haber supuesto lo que haría con él, pero en aquel momento me había encontrado tan excitado y metido en mi propio mundo que sólo ahora podía leer sus intenciones. Coloco el plato en mis labios, y lo inclinó para hacerme beber de mi propia semilla.

“Con esto, has llegado a aceptarte a ti mismo. De tu propia vez te llamas por lo que eres, y de forma voluntaria y consciente has participado en las actividades de iniciación. Ahora bebe, para darla por finalizada.”

Y eso fue lo que hice. Bebí aquella viscosa sustancia, sólo ligeramente asqueado por ella. Mantuve en mi boca la mayor cantidad de ella hasta que me vi obligando a dar un gran trago para pasarla por la garganta, dejando tras de sí un sabor amargo. Pronto estaba tragando más y más de ella, mi manzana de Adán subía y bajaba mientras intentaba no atragantarme con la cantidad que volvía a entrar en mí. Al acabar con todo el contenido del plato y por un buen tiempo después de haberlo hecho, el salado sabor se mantuvo tercamente en mi boca así como los alrededores de mis dientes pegajosos.

Alcé los ojos al entrenador, quien volvió a ponerse de pie y me dedicó una sonrisa.

“Bienvenido a F.C. Servos.”

*  *  *

En cuanto el jugador cae al suelo, el árbitro suena su silbato para marcar la falta.

Junto a algunos de mis nuevos compañeros formo parte de la barrera, cubriéndome la entrepierna para evitar un balonazo en ella; me pregunto si la jaula de castidad cuyo uso estreno en este juego me protegería en caso de recibir un golpe directo, pero lo dudo. Discretamente me rasco con una mano en el área, aún siento una cierta picazón por haber sido rasurado en preparación a portar la jaula, algo a lo que me había resistido pero que no estuvo realmente a discusión. Fue idea del entrenador hacerme usarla para que me fuera familiarizando con ella pese a que no me ha tocado perder ningún partido, pero confío que podremos ganar mi primer juego como parte de F.C. Servos y que por lo tanto no tendré que usarla por mucho más tiempo.

El oponente hace su tiro, y uno de mis compañeros es capaz de desviar el balón de un cabezazo, re-dirigiéndolo en mi dirección general. La barrera se deshace, comienza una lucha por el control del balón de la cual soy capaz de salir con el mismo tras una finta, y avanzo el balón antes de dar un pase a otro mediocampista. El haber tenido unas cuantas sesiones de entrenamiento me ha llevado a conocer el estilo de juego de cada uno y a coordinarnos de mejor manera, trabajando en equipo logramos penetrar su defensa y así nos encontramos cerca de la portería opuesta.

No me encuentro marcado, intento llamar la atención de mi compañero y éste responde haciéndome un pase exitoso, poniéndome el balón. No tengo tiempo de pensar, una duda y será demasiado tarde, en cuanto recibo el esférico lo re-dirijo de una patada a la esquina de la portería con gran velocidad. El portero, que había estado al pendiente de mi compañero listo para recibir el balón, no se repone a tiempo y para cuando intenta parar el balón con el pie izquierdo ya es demasiado tarde: ha entrado a la portería.

Los gritos de gol de mis compañeros no se hacen esperar. Yo mismo doy un grito que a medio camino se transforma en alarido, aunque el cambio pasa desapercibido por el resto de los jugadores. En mi interior algo vibra, siento en mis entrañas algo que se mueve estimulándome la próstata con su constante movimiento; la sensación ya no me es desconocida, en los días anteriores me he familiarizado con ella, pero aún así sigue provocándome una gran respuesta en mi cuerpo (¡particularmente cuando llega por sorpresa!). Parece que el entrenador también ha querido unirse a la celebración, activando la bala de largo alcance que consiguió para mi debut en el equipo.

Durante los siguientes minutos la bala vibra en mi interior, tiempo en el cual tengo que sonreír y recibir las felicitaciones del resto de mi equipo. Más de uno se da cuenta de mi predicamento, cuando se encuentran muy cerca de mí seguramente pueden escuchar el lejano zumbido y seguramente también pueden verlo en mi rostro al ver mi sonrisa nerviosa, pero no hacen nada al respecto más que murmurar algunas palabras a mi oído: “Parece que activaron el silbato del perro”, “Bien hecho, putito” y “¡Enhorabuena, Omega!” son solo algunas de las cosas que me dicen. El que anteriormente había ocupado el rol que ahora tengo, el antiguo Omega, es particularmente duro en su trato conmigo; es el único que además de ofrecerme algunas palabras humillantes también me propicia una fuerte nalgada, la cual disimula como el gesto amistoso de un jugador a otro.

Al terminar el partido el marcador es uno a cero, siendo el único gol anotado el mío. El equipo celebra la victoria en la cancha, pero la verdadera celebración ocurre más tarde en los vestidores, cuando nos hemos asegurado que todos los oponentes se han ido a casa. Desnudos todos, el entrenador reparte a cada uno de nosotros la llave que nos corresponde, y se nos ordena simultáneamente que abramos las jaulas. En mi caso, llevo menos de 24 horas portándola y ya siento una gran sensación de alivio al quitármela, por lo que no puedo imaginar el caso del resto del equipo.

Rodeado en círculo por cada uno de los miembros de F.C. Servos, soy nuevamente el centro de atención. Con las manos me apoyo en una banca, a mis espaldas el entrenador me introduce dedos cubiertos de lubricante claro; hasta ahora sólo he recibido el huevecillo vibrador en mi interior, y aunque ese entró sin gran dificultad hay un mundo de diferencia con otras cosas de mayor tamaño. Pero el entrenador es gentil en sus tratos, no fuerza la entrada de los dígitos sino que les da tiempo para que estos se acomoden a mi abertura; describe círculos con cada dedo y uno a uno los va introduciendo, esperando a que me amolde. La sensación es extraña y en un inicio nada placentera (aunque al menos no es dolorosa), pero en cuanto uno de los dedos entra en contacto con mi próstata un estremecimiento recorre mi espalda y me abro aún más a los tratos de mi amo.

Una vez bien dilatado, algo más se coloca en la entrada de mi culo. Sé lo que es, y no estoy seguro que estaré listo para recibirlo. Por primera vez en mi vida voy a ser sodomizado, estoy entregando mi culo a alguien que me ha hecho rasurarme el vello corporal, que ha puesto mi virilidad detrás de una jaula, que me ha introducido juguetes, incitado a tomar de mi propio semen y ordenado a un montón de hombres me orinen encima. He pasado de ser un hombre heterosexual, ni siquiera bi-curioso, a un esclavo en el último peldaño de la jerarquía de poder, sometido por un hombre mayor a mí que me hace humillarme y denigrarme de tantas maneras tan diferentes. ¿Realmente soy yo esa persona, ese esclavo? ¿En verdad estoy dispuesto a dar este paso que nunca podré olvidar?


En un solo movimiento me da una estocada que me hace jadear y ver estrellas, así como olvidar toda mi línea de pensamiento. Y en ese momento sé con seguridad que yo también pertenezco a F.C. Servos.

Thursday, March 3, 2016

F. C. Servos - Parte 3

Bueno, aquí estaba.

Después de noches en vela, largas discusiones mentales y muchas horas de decidirme y echarme para atrás, finalmente estaba frente al lugar que el entrenador me había indicado que habían rentado para sus entrenamientos personales. El viejo edificio era el gimnasio polivalente de una escuela que por ser verano se rentaba a particulares, era un edificio de gran altura a un costado de los salones de clase cuya entrada se encontraba dentro de las instalaciones del colegio; el anciano guardia de la entrada no requirió siquiera tomar mis datos, simplemente me indicó el camino que debía seguir y volvió a acurrucarse cómodamente en su silla, colocando su gorra de tal forma que le tapara el frente de la cara.

Al acercarme al edificio escuché el sonido de zapatos deportivos contra duela. En mi indecisión, había llegado un poco más tarde de lo que el entrenador había indicado era la hora en que comenzaba el entrenamiento, por lo que no me extrañaba ya hubiesen comenzado. Me detuve con la mano apoyada en la puerta de entrada; este era el momento, si quería echarme para atrás era ahora o nunca. Lo pensé apenas dos segundos, y con decisión empujé la puerta.

Todos pararon al instante en lo que hacían y voltearon a mirarme. Todos los jugadores sin excepción vestían una apretada licra azul de cuerpo completo que les llegaba desde los tobillos hasta el cuello, aunque la ausencia de mangas permitía ver que no tenían vello en las axilas. La ajustada licra dejaba muy poco a la imaginación en cuanto a los cuerpos de sus usuarios, se apretaba contra ellos como si fuese una segunda piel marcando en particular las pantorrillas de quienes más la tenían trabajada, así como sus traseros, fuertes y tonificados. Les había sorprendido a mitad de ejercicios de calentamiento, podía ver que habían estado corriendo en círculo por el perímetro de la cancha.

“¿Quién les dijo que pararan? ¡¡CORRAN, CORRAN, CORRAN!!”, gritó el entrenador desde un costado de la cancha. Obedecieron al instante, aunque algunos de ellos me dirigieron miradas curiosas cuando pasaban a mi lado.

“Viniste. Algo me decía que lo harías. ¿Listo para entrenar?”, el entrenador me dijo con una sonrisa.

“En realidad no sé ni por qué es que vine. ¿Qué hacen aquí, por qué me invitaste a que viniera? Ni siquiera estoy vestido para entrenar, en realidad.” Rápidamente estaba perdiendo el coraje que había adquirido, pese a mi anterior decisión comencé a echarme para atrás. “Mira, me parece es mejor que olvidemos todo... no tengo razón para estar aquí, vi cosas que no debía pero no soy como ustedes... sólo, creo que debo irme.” 

Di la media vuelta, listo para retirarme, pero su mano en mi hombro me detuvo. No me agarraba con fuerza, pero su mano era firme. Me ponía nervioso.

“Estás aquí porque quieres estar aquí. Y acerca del uniforme, no te preocupes, que tenemos algunos de repuesto precisamente para situaciones como esta.”

Me quedé plantado en mi lugar en lo que él iba por el uniforme prometido y les indicaba a los demás que pasaran al siguiente ejercicio. Me entregó una licra azul como la que todos usaban, indicándome donde se encontraban los vestidores.

Como un poseído me dirigí a los vestidores y me desvestí hasta mi bóxer para ponerme la licra, pero pronto descubrí que era al menos un par de tallas más chica que la mía. Me preparaba para vestirme nuevamente y decírselo al entrenador cuando la voz de alguien más a mis espaldas casi me hace saltar de la sorpresa.

“Pensaba ya estarías preparado”, dijo el entrenador, haciendo que los vellos de mi cuello se pusieran de punta. No le había escuchado entrar. “Mejor así. Desnúdate.”

Me quedé de piedra en mi lugar. No vestía mucho ya de por sí, sólo tenía puesto el aguado bóxer de pierna larga que usaba como interior, pero aún así  era algo. Aquel hombre, a quien apenas conocía y con quien no había intercambiado más que unas cuantas palabras, me estaba ordenando me desvistiera en su presencia, algo que en una situación normal me habría molestado y probablemente incluso encabronado... pero esto era todo menos una situación normal. Yo había ido ahí conscientemente, sin ser obligado por nadie, sabía de las peculiaridades de aquel equipo y ello es lo que me había traído aquí con ellos; lo que era más, al escuchar aquella orden, firme y directa, sentía algo en mi interior que me empujaba a hacerle caso, a obedecerle.

El entrenador no repitió la orden, limitándose a mirarme a los ojos. Sus ojos castaños bajo cejas pobladas eran penetrantes, la mirada intensa. No pasó mucho antes de que yo tuviera que desviar la mirada; aquel hombre ejercía sobre mí un poder que no podía entender (y siendo sinceros, aún no comprendo por completo).

Sin mirarlo a los ojos, tomé el elástico de la ropa interior por los costados e inclinándome lentamente lo bajé hasta los tobillos. Al alzarme, me tape con ambas manos al frente, removiéndome incómodamente en mi lugar. Detrás de las manos ocultaba una erección creciente.

Aquel hombre me miró en silencio por unos momentos, con el semblante serio. Se acercó, y caminó a mi alrededor, mirándome de arriba a abajo como un depredador evaluando a su presa; me dio un manotazo en las nalgas y con un gruñido me ordenó colocar las manos en los costados. Le obedecí, y al quita mis manos de ella mi verga dio un salto haciendo notar su presencia. El entrenador rió al ver aquella reacción.

“Si antes tenías duda, ahí está toda la evidencia que necesitas: te gusta esto. La idea de estar sometido a alguien, de entregarte, es una que te prende y te llena de vigor, así que no eres tan diferente al resto de mis jugadores. Yo soy su entrenador, y tú puedes ser uno de ellos también... con la preparación adecuada.” Tragué saliva al escuchar sus palabras. Sometido... siempre me he considerado un hombre viril, masculino, auto-suficiente; no había tenido mucho tiempo para experimentar en mi adolescencia, menos aún al volverme un hombre casado de joven edad. Pero ahora que era un hombre adulto y divorciado acercándose a la mediana edad estaba viviendo algo que no había imaginado, sentía la excitación de verme sometido sexualmente. “No necesitas decir nada, tu cuerpo habla por sí solo. Hoy vas a unirte a los entrenamientos, y quizá después al equipo. ¡Quién sabe, quizá descubras aún más cosas nuevas para ti!”

Buscó en una de las bolsas de su pants deportivo y sacó de él un pequeño objeto metálico y de bordes redondeados con la forma de un huevo de codorniz aunque un tanto más grande que el mismo, y una cuerda larga en uno de sus extremos. Lo alzó para mostrármelo.

“Este será lo primero que vas a necesitar, tu primer herramienta. Todos tus compañeros la usan para entrenar, y tú no serás la excepción. Voltéate y apoya las manos en la banca.”

No se necesitaba ser un genio para adivinar en dónde iría aquella cosa, pero a pesar de que había comenzado a abrirme a la idea de obedecer y dejarme llevar, el sólo pensar en introducirme eso era demasiado, aún siendo de tan pequeño tamaño.

“Hey, no, espera. Creo que eso no me va a mí, no quiero tener esa cosa adentro. Es la primera vez que hago algo así, yo no soy de ese tipo, no quiero...”

“¿No quieres?” me interrumpió. “¿Te parece te estaba pidiendo permiso? No me importa si lo has hecho antes o no, esto es algo que requiero de mis jugadores para los entrenamientos. ¿No te gusta? Entonces ahora es el momento para salir. Sólo no esperes volver, y no me hagas perder mi tiempo y el de mis jugadores.”

El silencio inundó los vestidores. Si quería salir, era ahora o nunca. No me gustaba la idea de que me metiera eso (o cualquier cosa), pero al verlo, podía ver era algo realmente pequeño... aún sin haber hecho algo así antes, yo podría recibirlo sin problema. Creo que mi problema con ello radicaba fundamentalmente en el orgullo, la idea de que mi hombría dependía de que mi culo se mantuviera intacto.

La terquedad de un hombre de mi edad.

Juntando las cejas, llené mi pecho de aire y le di la espalda, apoyando en la banca las manos. No podía ver al entrenador, pero lo escuchaba moverse a mis espaldas. Puso una mano en una de mis velludas nalgas, lo que me hizo respingar y cerrar los ojos. ¿Qué estaba haciendo yo, a qué estaba jugando al acceder a hacer esto?

El entrenador empujó la nalga para darle acceso a mi ano, un lugar al que nunca nadie desde que yo puedo recordar lo había visto tan de cerca. No quería ver lo que hacía, pero aún con los ojos cerrados podía imaginarlo mirándome de pie, un hombre adulto inclinado y mostrando su agujero de color rosado. Apreté aún más los ojos.

El sentimiento de algo frío escurriendo entre mis nalgas me provocó un escalofrío que me hizo abrir los ojos y girar la cabeza. Aquel hombre dejaba caer una sustancia viscosa y transparente en mi culo, para luego tomar el objeto metálico que antes me había enseñando y posicionarlo en mi entrada. Este también era frío, y al sentirlo apoyado contra mi ano no pude evitar apretarlo buscando evitar su entrada. Aquella sustancia, sin embargo, facilitaba su inserción; el entrenador la empujaba con fuerza constante, ya no lo sentía tan pequeño como me había parecido previamente.

“Eh, no, no, espera, espera, no lo hagas, no lo metas...” 

Pero me ignoró. Ni siquiera volteo a mirarme. En lugar de ello ejerció más presión y pronto la parte más ancha de aquel huevecillo pasó las paredes de mi esfínter y el resto fue prácticamente absorbido por mí. De aquella cosa no quedó más evidencia que la cuerda colgando entre mis piernas, como si fuese la delgada cola de un ratón. Solté el aliento que no me había dado cuenta había estado conteniendo.

“¿Ves? No fue tan difícil. Ahora vístete, que los demás ya han comenzado los ejercicios de calentamiento y tú estás ya atrasado.”

Sus palabras me hicieron despertar del trance en el que había caído. Me alcé y giré para mirarlo, y al hacerlo sentí aquel objeto foráneo en mi interior; era un sentimiento curioso y no enteramente desagradable, simplemente... extraño. 

“¡Ugh! Oye, espera, de hecho ya no te dije pero esta cosa no me queda, está demasiado pequeña. Y de hecho, ¿para qué me tenía que meter esta cosa en el culo?”

“No me tutees. A ver, intenta ponértelo, veamos si en verdad no te queda.” Ignoró mi última pregunta, y yo no insistí en hacerla. 

Comencé a intentar ponerme el uniforme, pero con dificultades podía hacer que subiera por mis piernas. Así se lo dije, pero él insistió en que continuara. Fue problemático y un poco tardado, pero finalmente pude portar aquella vestimenta.

La licra cubría mi cuerpo desde las piernas hasta el torso; lo ajustado del material acentuaba cada pequeña imperfección de mi cuerpo, haciéndome sentir inadecuado y un poco ridículo y recordándome la manera en que había descuidado mi trabajo físico. Mi paquete se sentía prisionero, y el bulto se marcaba prominentemente de forma obscena. Por si no fuera suficiente, el material se metía entre mis nalgas, incomodándome profundamente. A pesar de todo ello, o quizá precisamente por eso, el entrenador se veía complacido.

“Te dije que entraría. Ahora sí, ven conmigo. Vamos a hacerte trabajar.”

En el gimnasio el calentamiento había continuado en nuestra ausencia, liderados por su capitán. Hacían ejercicios de estiramiento, pero el entrenador me indicó que comenzara a trotar en el perímetro del gimnasio antes de unirme a ellos.

Fue una sensación curiosa cuando al comenzar a trotar a paso lento para calentar mis músculos sentí algo dentro de mí. La bala que el entrenador me había insertado, aunque pequeña, se podía sentir claramente en mi interior, y con cada paso que daba se movía un poco, como queriendo recordarme su presencia. No me provocaba dolor en lo absoluto, aunque sí una sensación nueva en mí.

En cada vuelta que pasaba al lado de mis nuevos compañeros sentía sus miradas clavándose en mi espalda. Yo también los miraba, aunque de reojo intentando hacerlo de forma más disimulada; algo que no había notado al llegar era el MUY notorio bulto que cada uno de ellos tenía, lo cual me sorprendió por su gran tamaño. Eventualmente y por su inusual silueta caí en cuenta que se trataba en realidad de las jaulas de castidad que todos ellos usaban, de la cual había escuchado al entrenador decir que para ganarse el privilegio de tener un orgasmo necesitarían salir victoriosos en su siguiente partido. Agradecí mentalmente no tener que usar yo mismo algo así, no sabía cuánto tiempo había sido desde la última vez que se habían corrido pero no les envidiaba en lo absoluto.

El único problema que encontraba por no usar una jaula como aquella es que mi paquete, alrededor de todos los demás, parecía ser el más pequeño entre ellos. A pesar de ello se marcaba de manera considerable; no me habría animado a salir así a la calle o me arriesgaría de ser detenido por obscenidad.

Al acabar las vueltas que se me indicaron me acerqué al resto del grupo, quienes ya acababan sus estiramientos. El capitán, aquel hombre de gran condición física a quien consideraba el mejor jugador del equipo basado en nuestro partido, se acercó y me estrechó la mano con gran fuerza, presentándose.

“El entrenador me dice estás en etapa de prueba, y que nunca antes has sido parte de la escena; tú no te preocupes, ve esto como cualquier entrenamiento que hayas hecho antes.”

“¿’La escena’?... la verdad es que no estoy muy enterado de nada de esto, no había pensado en preguntarle. ¿Todos ustedes tienen gustos... así?” Me pareció incómodo hablar de forma directa, pero el capitán rió de buena gana y me puso la mano al hombro.

“Y, así es. Ya te contaré con más detalle cómo surgió todo esto, pero digamos que comenzó como un club de BDSM que mutó en uno deportivo. Aún mantenemos el interés original, sin embargo, ¿No te habías preguntado de dónde venía el nombre, F.C. Servos?”

BDSM. Ahí estaba. Era la primera vez que le daban nombre a todo esto, y para ser francos creo que debí haberlo pensado antes. Claro que estaba familiarizado con el término, es sólo que no es algo en lo que solía pensar, no eran prácticas que hubiese tenido con anterioridad fuera, quizá, de usar algo de lenguaje sucio en la cama o propiciar un par de azotes sin fuerza al momento de la acción.

No pude pedirle que me aclarara a qué se refería con el nombre, pues el entrenador, impaciente, me indicó que comenzara con los estiramientos para no seguir retrasándome; sólo haría los más básicos para ponerme al corriente con el resto del equipo.

No soy un hombre muy flexible, nunca lo he sido, por lo que en condiciones normales apenas y podía inclinarme para delante y tocar con las puntas de los dedos a mis pies; entonces, usando un uniforme tan justo y ceñido como este me encontré aún más limitado de movimiento. Al inclinarme, también descubrí que la bala en mi interior también se movía un poco, haciendo que involuntariamente apretara el esfínter. Alguien detrás de mí colocó sus manos en mi espalda ejerciendo un poco de presión para obligarme a bajar más, aunque desde mi posición sólo podía ver sus tenis deportivos.

“El entrenador piensa puedes bajar un poco más,” dijo alguien joven en voz baja, casi en un murmullo. “Me mandó para ayudarte.”

Al ponerme de pie le pude ver a la cara. Era un muchacho de pelo castaño, bien rasurado y cuerpo delgado a quien previamente le había visto hasta de las nalgas: aquel a quien llamaban ‘Omega’. Opté por ignorar la manera en que nos habíamos conocido, y él tampoco se mostró interesado en hablar de ello, por lo que el resto de los estiramientos fueron hechos en silencio.

Pronto nos integramos a los ejercicios usuales de mis compañeros. Los observé antes de integrarme para ver lo que había que hacer: habían colocado varias hileras de pequeños conos anaranjados a lo largo del gimnasio, y en parejas comenzaban a correr a lo largo de ellos en zig-zag, moviéndose de un lado al otro a gran velocidad. Me llamó la atención que el entrenador, parado en la línea de inicio entre una y otra hilera, no usaba un silbato ni aparentaba decir nada para indicar a los jugadores que debían comenzar, pero pese a ello cada pareja comenzaba invariablemente al mismo tiempo. Noté además el gesto que cada uno hacía justo cuando arrancaba.

Me integré a una de las dos filas para esperar mi turno para correr por la pista con los conos. Mientras avanzábamos hacia la línea de inicio le pregunté a la persona que estaba frente a mí acerca de la aparente telepatía con la que se comunicaban entre sí para arrancar exactamente al mismo tiempo, pero este sólo rió y me dijo que al llegar mi turno lo comprendería.

No había entendido a qué se refería, pero no le cuestioné más. Al llegar al frente de la línea me preparé para comenzar a moverme entre los conos, esperando ver alguna señal que me indicaría que debía comenzar, pero lo que no esperaba era que la señal terminó llegando de dentro de mí.

Al inicio no comprendí qué es lo que sentía, la sensación fue tan inesperada que me hizo sentir débil de las rodillas. Era una vibración que procedía de mis entrañas, estimulando áreas jamás tocadas por nadie; me parecía que mi cuerpo entero vibraba por aquello, y entendí que se trataba de la bala en mi interior que incluso había llegado a olvidar.

La sensación desapareció tan repentinamente como había aparecido. Exhalé, y recibí una nalgada por parte del entrenador que me hizo recordar lo que tenía que hacer; mi compañero de la otra fila ya había comenzado desde que el entrenador había activado nuestras balas, por lo que me llevaba considerable ventaja. Corrí y me moví entre los conos, esquivándolos e intentando hacerlo lo más rápido posible, pero aún me sentía un poco inseguro en mis pisadas y lo hacía con inusual torpeza. Sentía una sensación fantasma de vibración en mi interior, como si aquel dispositivo se encontrara aún encendido en mi interior.

Al llegar al final se esperaba que trotáramos para regresar y volver a formarnos, y así repetir varias veces el ejercicio. Me tomé mi tiempo en hacerlo, pensando en las sensaciones que había tenido: realmente, había venido aquí sin saber absolutamente nada de nada. Comprendí entonces por qué es que el entrenador esperaba en la línea de inicio y por qué sólo aquellos cerca de él sentían las vibraciones: debían ser controladas a distancia, con un rango de corto alcance.

En la segunda ocasión en que se repitió el ejercicio ya estaba preparado para la sensación que vendría, por lo que pude comenzar a correr en cuanto la sentí; a pesar de ello, la intensidad me volvió a tomar por sorpresa y casi doy un paso en falso que me habría hecho tropezar. Llegué a repetir el ejercicio en cuatro ocasiones, y en cada una de ellas el entrenador hacía uso de la bala vibradora para indicarnos cuando debíamos comenzar a correr. Mientras que comencé a anticipar su activación, no llegué a acostumbrarme a la sensación puesto que era tan breve que cuando apenas comenzaba ya había terminado, dejándome sólo la memoria de su vibración.

Pronto descubrí que la activación de ese pequeño instrumento era el favorito del entrenador para indicar el comienzo de cada ejercicio. Cuando repetíamos el mismo ejercicio de correr entre los conos pero dominando un balón, o saltábamos a gran velocidad a través de un campo de aros en el piso, o también al lanzar tiros a la portería para que el portero los parara, el entrenador gustaba de hacer uso de aquella herramienta para indicar el inicio de cada uno.

Los ejercicios en sí eran variados, y pese a la excentricidad del grupo en realidad eran apropiados para el deporte. El entrenador nos fue colocando en varias posiciones para ensayar diversos escenarios en donde cada uno debía ejercer un rol diferente, tal como hacer pases a profundidad, adelantar el balón, driblearlo o tirar a gol. Parecía tomarse en serio su rol como entrenador, y me di cuenta no era tan sólo alguien interesado por el morbo de la dominación: este era un equipo que combinaba sus pasiones y no se limitaba a una sola.

Por mi parte, conforme me iba aclimatando entré en un ritmo familiar, fui agarrando firmeza y seguridad en mis movimientos y llegué a meterme de lleno en el entrenamiento, dando mi mejor esfuerzo y sudando por ello. A momentos olvidaba que este entrenamiento era como ningún otro que he tenido, hasta que la vibración de la bala en mi culo me lo recordaba nuevamente. 

Entre ejercicio y ejercicio me fui enterando también cada vez más del equipo: cómo había comenzado por un grupo de entusiastas por el BDSM, la manera en que entre broma y broma se habían decidido a inscribirse como equipo en la liga amateur de futbol, así como el que habían dejado que el esclavo Alfa tomara el lugar del capitán y el más joven e inexperto de ellos el del Omega. De este último me enteré recibía un trato particularmente más duro, pero disfrutaba su posición en el gran esquema de las cosas. Muchos se sorprendieron al saber la manera en que yo me había enterado de la verdadera naturaleza de su grupo, y aún más al escuchar de mi absoluta inexperiencia con otros hombres.

En uno de los ejercicios, me tocó observar una jugada particularmente mala de un chico regordete, quien con grandes esfuerzos podía apenas seguirnos el paso. Sudaba copiosamente y fallaba constantemente en sus tiros a la portería, y con cada fallo se ganaba nuevos gritos e insultos del entrenador, hasta que en la jugada que menciono lanzó un cañonazo en una dirección bastante lejana de la portería.

“¡VEN ACÁ!” el entrenador rugió. El chico pareció encogerse en su lugar pero le obedeció, y el entrenador le tomó del cuello. “Parece que no te estás concentrando. ¿Será acaso que no dejas de pensar en verga, que tu pequeño hoyito no está satisfecho hasta que no está relleno hasta el fondo? ¿Es eso, putito? Pues vamos a ver si apenas así puedes estar a la altura.”

Enfrente de todos comenzó a desnudarlo con una mano mientras que con la otra le seguía agarrando del cuello. Cuando le hubo bajado la licra hasta los tobillos, tomó la cuerda que le colgaba del culo (idéntica a la mía) y lo jaló sin miramientos provocándole una mueca a su víctima. Hizo que el muchacho se postrara de rodillas con la cabeza apoyada en la duela, y sacó de una de sus bolsas un dildo color negro de mediano grosor, el cual embadurnó rápidamente con considerable lubricante antes de colocarlo en la entrada del chico e insertárselo de un solo golpe. El muchacho chilló, su cuerpo había recibido aquella herramienta tan abruptamente que yo no podía creerlo. ¿Acaso estaría tan acostumbrado a ser penetrado que podía recibir algo como aquello de un momento a otro? Si alguien lo sabía, ese era el entrenador.

El entrenador, por su parte, le ordenó al muchacho se vistiera y continuara con los ejercicios, cosa que el muchacho obedeció lentamente; cuando llegó el turno de repetir el ejercicio en el que había fallado, se movía con movimientos muy torpes y aún más lentos, de su apretada licra se asomaba el cilindro del dildo en medio de sus nalgas pero pese a ello, al momento de hacer el tiro a la portería lo hizo con una fuerza más controlada y mayor precisión. Me pregunté si lo que había dicho el entrenador no habría tenido algo de verdad.

La imagen de aquel muchacho, de rodillas al piso y jadeando al recibir en su culo tal herramienta, dejó en mi una fuerte impresión. Si dijera que la escena no me excitó estaría mintiendo en gran medida: lo hizo, y mucho. Lo peor de todo era que no podía disimularlo en lo absoluto, la licra no me lo permitía. Más de uno miraba mi paquete, marcado todo su contorno ahora más que nunca, aunque no hicieron comentario al respecto y el entrenamiento continuó como había hecho hasta el momento.

La última media hora del entrenamiento fue dedicada a un partido entre nosotros. El entrenador dividió a todos los jugadores en dos equipos de tal forma que estuviesen balanceados, y nos indicó que para diferenciar entre unos y otros uno de los equipos habría de jugar sin camisa. 

“Ah. Me parece que he olvidado que su uniforme actual no tiene separación entre short y camisa,” dijo, fingiendo sorpresa. “Bueno, no habrá de otra más que tener que quitárselo por completo.”

Miré con nerviosismo cuando el jugador que habíamos elegido como nuestro representante se reunía con Alfa, el representante opuesto. Tiraron una moneda para decidir roles, y para gran alivio mío el resultado fue favorecedor para nosotros. El equipo opuesto comenzó a desvestirse, dejando las licras a un lado y exhibiendo con diferentes niveles de pudor sus cuerpos, en su mayoría rasurados o lampiños. Con anterioridad había visto a la mayoría de ellos desnudos, pero en aquella ocasión lo había hecho a distancia y tratando de no ser visto por ellos. En esta ocasión me encontré rodeado por sus cuerpos, y no pude menos que admirar a varios de ellos por la fuerza de sus músculos perfectamente trabajados, algo que no dejaba de sorprenderme.

Debo admitir que no es la primera vez en que me fijo en un hombre, pero nunca había pensado demasiado en ello. Miradas furtivas en los vestidores de los gimnasios, bromas entre amigos, claro que lo había hecho, pero siempre había considerado que cada vez que mi mirada divagaba al trasero de un compañero no era más que una simple y sana curiosidad que seguramente todos experimentaban. Ahora, sin embargo, podía admitirme a mí mismo una realidad diferente, una en la que observaba a hombres desnudos y les admiraba por su fuerza, por su cuerpo,  y particularmente (esto fue algo que me costó admitirme a mí mismo) por su culo.

Al final, nuestro equipo acabó perdiendo 2 a 1. Originalmente había pensado tendríamos la ventaja gracias a jugar vestidos, pero no había considerado el factor distractor que significaba jugar contra oponentes desnudos; como premio para los ganadores (o castigo para los perdedores, según sea visto) el entrenador les concedió darnos veinte azotes, diez por cada gol que metieron. Apoyados contra la pared, cada uno de nosotros recibió los golpes propiciados por los contrincantes; por suerte para mí, quien me los propició no pareció hacerlo con gran fuerza, al menos no en comparación a los azotes que recibieron algunos de mis compañeros de equipo.

Tras aquel partido rápido pasamos a hacer ejercicios finales y un poco de estiramientos para descansar los músculos. Fue en estos últimos en que sucedió la desgracia.

La licra, pese a ser un material flexible, tiene sus límites. Ya los había puesto a prueba en un inicio al hacer mis ejercicios de estiramiento, pero ahora que los repetía  resultaron ser demasiado para el material. Con cada movimiento, cada que jalaba y soltaba, el material se separaba poco a poco, aflojándose sin mi conocimiento, hasta que finalmente y para gran sorpresa mía acabó cediendo.

Fue muy repentino. Me encontraba abierto de piernas e inclinado lo más que podía hacia adelante ayudado por Omega cuando con un horrible sonido de tela descociéndose la licra acabó separándose a la mitad exactamente en mis nalgas. Me quedé paralizado en mi lugar, aún me tomó unos instantes comprender lo que había ocurrido pero todos los demás habían girado la cabeza en dirección al sonido inmediatamente. Me puse de pie de golpe, cubriéndome, y como si hubiesen despertado de un hechizo simultáneamente todo el equipo estalló en carcajadas.

“¿Qué pasó, novato?” el entrenador me dijo, con una amplia sonrisa. Me pregunté si ya lo habría planeado desde un inicio. “No sabía también eras exhibicionista, como el resto de pervertidos que hay acá. Puedo ver que son lindas nalgas, no me extraña que hayas buscado una excusa para presumírselas a todos los presentes, pero realmente sólo los estás distrayendo. Muy bien, basta de juegos, que aún no acabas con la rutina de estiramientos.”

Me le quedé mirando anonadado y con las manos aún cubriéndome. ¿No esperaba que continuara con el pantalón roto de aquella forma, enfrente de todos? Las comisuras de su boca poco a poco comenzaron a bajar hasta que su sonrisa se convirtió en una mueca.

“¿Qué esperas? ¿Una invitación? Parece que yo mismo tendré que supervisarte de cerca. ¡Piernas rectas, manos a los costados!”

Mis compañeros habían dejado de reír, se habían colocado en círculo alrededor nuestro como antes había visto hicieron con Omega. Inhalé de forma aguda e hinchando mi pecho, hice como se me indicó. Aún tenía nervio y la audiencia lo hacía aún más difícil, pero al mismo tiempo obtenía una curiosa sensación de placer de verme observado. Sabía que la cuerda de la bala aún se asomaba, pero ahora que estaba enterado que todos la portaban no me sentía tan avergonzado como antes por ella.

“Manos al suelo. No dobles las rodillas.” Me incliné hacia el frente obedeciendo la instrucción, y el material acabó cediendo aún más, haciendo más amplia aún la descosedura. Además, la posición nada dignificada hacía que mis nalgas se separaran, dejando que aquellos que se encontraban directamente a mis espaldas pudieran ver de mí más de lo que tenía contemplado, el punto en donde la cuerda se perdía en mi interior.

El entrenador no parecía complacido con mi desempeño. Las rodillas me temblaban muy ligeramente, producto del nervio, y las doblaba un poco, por lo que se acercó a mí y me forzó a mantenerlas firmes. Con una nalgada me indicó que bajara más, y cuando fallé en hacerlo se colocó detrás de mí, apoyando su paquete descaradamente entre mis nalgas, y con una mano hizo presión para hacerme bajar un poco más.

Mantuvimos la posición unos segundos, en los cuales mi rostro enrojecido había comenzado a sudar, quizá producto del esfuerzo, quizá producto de la situación, o quizá producto de ambas. Liberó la presión y me indicó que podía alzarme, pero sólo para continuar con el resto de los estiramientos.

Fiel a su palabra, me apoyo en cada uno de los ejercicios, haciéndome abrir las piernas e inclinarme, o estirar una pierna mientras la otra estaba doblada en una posición similar a la de un corredor en la línea de inicio. Yo le obedecí, lleno de nervio y emoción, miedo y excitación. Los ejercicios me hacían ponerme en posiciones vulnerables y visibles, y cuando finalmente acabé con todos los ejercicios de estiramientos el agujero se había hecho tan grande que los vellos de mis huevos se asomaban ya. Viendo aquello, el entrenador se acercó a mí, y mirándome a los ojos metió su mano en la abertura y me tomó de los huevos, lo que me dejó paralizado y jadeante. Ahí, frente a toda la audiencia, jaló de ellos hacia abajo para terminar de exponerlos por completo, y con ellos salió también mi verga, dura como roca.

“Hora de acabar el entrenamiento de hoy. Cinco vueltas a la cancha, todos ustedes.” Todos obedecieron al instante, todos menos yo. Me le quedé mirando, y él se limitó a darme una poderosa nalgada que me puso en movimiento.

¿Alguna vez han intentado correr con una erección? O peor aún, con una erección y nada de soporte. No es nada divertido, déjenme les digo... las bolas, para comenzar, se mueven de arriba abajo sin nada que las detenga, llegan incluso a doler, y la verga se convierte en un obstáculo con el que te golpeas la cadera con cada movimiento, entorpeciéndote y haciéndote correr de manera ridículo. Si a eso le sumamos que era el único entre mis compañeros que corría con las joyas y el culo expuestos, entonces queda claro que no era el mejor momento para mí.

Quizá se preguntan, ¿Por qué estaba haciendo todo esto? ¿Acaso no podía irme, mandar al carajo a todos ellos e irme de ahí? ¿Por qué soportaba ser tratado de aquella manera humillante, denigrante? Todas son preguntas válidas. Y a pesar de ello... no tenía una respuesta. En ese momento no me formulaba esas preguntas a mí mismo, no pensaba, simplemente no consideraba el desobedecer y lo único que pasaba por mi mente era que esto era lo que tenía que hacer. Eran mis inicios como un sumiso.