En un futuro cercano, la prisión Ólea de máxima seguridad estrena su nueva y totalmente automatizada habitación para someter prisioneros.
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“¡AVANCEN!”
La voz del guardia retumba en el pasillo. Karl no necesita se lo digan dos
veces, y rápidamente sigue la fila de prisioneros a la habitación del fondo.
Pese a
la relativamente reciente construcción de la prisión Ólea, ya se siente un
ambiente pesado en ella; la perla entre las prisiones de alta tecnología y el
orgullo de su estado, esta cárcel cuenta con sistemas de seguridad como ninguna
otra, así como mecanismos para asegurar el buen comportamiento de sus
prisioneros. Los detalles no son sabidos por la población general, pero eso no
ha detenido a los rumores de florecer (muchos de ellos sin duda falsos). Las pocas
cosas que ha escuchado acerca de las técnicas de sometimiento en particular hacen
estremecer a Karl, quien está decidido a pasar la menor cantidad de tiempo
posible bajo el techo de su nuevo hogar.
En
esta nueva habitación les esperan un grupo de tres guardias. En otras
circunstancias el número no habría sido suficiente para controlar a los diez
prisioneros, pero estos se encuentran equipados de pies a cabeza con equipo que
hace pensar a Karl en una armadura medieval color azul. El protector de abdomen
y pecho, nota, está diseñado de tal forma que evita que se pueda penetrar por
un cuchillo u otro instrumento punzocortante. Sus extremidades se encuentran protegidas
con un material similar a una espinillera, y su rostro es invisible detrás de
la cubierta polarizada de su casco. Todos tienen en la mano lo que parece ser un
bate de cricket en color negro; uno de los guardias, aparentemente en respuesta
a la mirada desafiante de algunos de los prisioneros, activa con su pulgar un
pequeño switch en el bate que hace comiencen a salir chispas azules del
instrumento. La amenaza queda clara.
El
guardia que les había guiado a la habitación entra a paso flojo detrás de
ellos. Flanqueado por los tres guardias, se dirige a los desdichados que pasarán
los siguientes años de su vida bajo su cuidado.
“Quizá
han escuchado algunas cosas acerca de Ólea,” comienza con voz tranquila, “pero
olvídense de ellas. Ustedes, siendo los más recientes residentes de nuestra
humilde casa, tendrán la… ‘fortuna’ (hace un gesto burlón)… de ser los primeros
en estrenar las siguientes instalaciones. Descálcense, cuando se los indique la
mitad de ustedes se pondrá de píe en este punto marcado, mientras que la otra
mitad esperará donde se encuentra. No cometan el error de moverse, si valoran
su integridad física.”
Karl
no sabe qué significa eso, pero ciertamente le da mala espina. En otra época,
las cárceles habían sido instituciones que tenían por objetivo (al menos en
apariencia) la reformación de sus presos. Esos días han pasado, y el mundo no tiene
tiempo para al menos fingir que aún le importan las personas que en ella caen.
Los
guardias separan en dos grupos a los reos, indicándoles al primer grupo que se
queden de pie en una de las cinco bandas sinfín disponibles; cada una de las
bandas conecta a una puerta cerrada, por encima de las cuales se encuentra una
brillante luz verde que envuelve con su color a la habitación entera. Una vez
que los cinco hombres se hubieron colocado en la marca de pies descalzos sobre su
respectiva banda sinfín, uno de los guardias hace una seña y la banda comienza a
moverse en automático de manera deliberada, transportando a cada uno a diferentes
puertas que los llevarán a habitaciones independientes. Al acercarse cada
prisionero al umbral de su respectiva puerta, se abre ésta en automático muy rápidamente,
sólo para cerrarse bruscamente en cuanto se encuentran del otro lado. Desaparecen
de la vista del segundo grupo de prisioneros, y la luz cambia su color de verde
a rojo.
Este
segundo grupo, Karl entre ellos, espera en incómodo silencio con los guardias.
Detrás de las habitaciones no se escucha ruido alguno de las personas que han
entrado, sólo un constante chirrido de maquinaria en movimiento, por lo que
desconocen el destino de sus compañeros. Karl poco puede hacer para ocultar su
nerviosismo, una parte de él desea haber sido uno de los primeros en avanzar
para acabar con la agonía de la espera.
Los
minutos se alargan y el tiempo transcurre lentamente. Karl se pregunta cuánto
tiempo ha pasado ahí parado, esperando alguna señal de cambio o movimiento. Le parece
que ha esperado por media hora cuando repentinamente el foco encima de las
puertas cambia su color al verde nuevamente, y los guardias les indican a
gritos que se coloquen ellos también de pie en la banda, como antes hiciera el
primer grupo.
“¡ADELANTE!”
La
banda se siente fría a sus pies, aunque quizá fuesen los nervios. No tarda mucho
en comenzar a avanzar, automáticamente, hacia la siguiente habitación, y en
cuanto cruza el umbral la puerta se cierra bruscamente a sus espaldas. Se
encuentra totalmente sólo en una habitación de paredes blancas con una luz blanca
de intenso brillo que le hace daño a sus ojos. La habitación es pequeña y no cuenta
con decoración alguna. Frente a él se encuentra una puerta idéntica a la de la
entrada, pero igualmente cerrada; siendo que el prisionero a quien previamente
ha visto entrar no se ve por ninguna parte y no se le vio tampoco, asume que ha
salido por la puerta del fondo.
Un
silencio sepulcral llena la habitación. Karl está particularmente consciente de
su respiración, y casi da un brinco cuando un rayo horizontal de luz roja se
dispara a sus pies, moviéndose rápidamente hacia arriba hasta desaparecer al
llegar al techo; se da cuenta que está siendo escaneado. La agitación que siente
le hace sentirse claustrofóbico, y su mente corre rápidamente por un escenario
tras otro. Antes de que pudiese decidirse a hacer algo, algo en las paredes a
sus costados cobra vida y le aprisiona del cuello. Desesperado, Karl sube las
manos a lo que descubre son brazos metálicos que le aprietan y dificultan aún
más la respiración. Cuando se siente desvanecer, los brazos liberan ligeramente
la presión en su tráquea; en su mente comprende que no le sería muy difícil a
la habitación detener por completo su flujo de aire si ésta así lo designa.
Del
techo surge una máscara transparente sostenida por un delgado tubo plateado, similar
a una máscara de oxígeno con un largo tubo negro y flexible para la
suministración de algún gas. Sin poder hacer mucho por evitarlo, la máscara le es
colocada en su rostro, y aunque intenta contener la respiración, no puede hacerlo
por mucho tiempo. Sus pulmones se llenan del gas que le es administrado a
través del tubo negro, comienza a sentir como su cuerpo se relaja y se siente ligero,
casi como si flotara.
Fue en
ese estado que le encuentra el bisturí. En otra situación, por la manera repentina
en que aparece, se habría intentado mover bruscamente aunque no hubiera llegado
lejos, aprisionado como seguía aún del cuello. Lo que es más, es posible que se
hubiese lastimado seriamente con la filosa herramienta al hacer un torpe
movimiento. Pero la realidad era que tarda un par de segundos en identificar
siquiera la presencia de la misma, y cuando comienza a reaccionar ante ella,
ésta ya había hecho jirones con su camisa y se mueve para hacer lo mismo con su
pantalón. La filosa herramienta se mueve rápida y con movimientos precisos
sobre su cuerpo, haciendo un poco de presión para romper la delgada tela de su
pantalón.
Karl intenta
torpemente moverse, pero el instrumento en su cuello sólo le permite torcer un
poco su cuerpo intentando alejarse del instrumento. Ante sus movimientos, la
mano mecánica manejando el bisturí retrocede, y de las paredes surgen dos pares
de grilletes que rápidamente se colocan en
sus extremidades, haciéndole extender sus brazos a los costados y dejando a sus
piernas sin oportunidad de movimiento.
Una
vez fija su víctima, el bisturí reanuda su operación. Pese a sus intentos, Karl
es totalmente incapaz de escapar; siente un escalofrío cuando sus pantalones de
lana caen al suelo, absolutamente destrozados, y comenzó a sudar frío al
percibir cómo el frío instrumento se encuentra cerca del área de su
entrepierna.
La
única prenda que le queda era una trusa negra. Se siente particularmente
vulnerable al estar así en la habitación, manipulado por la maquinaria de forma
automática. Pero su humillación llega a su punto más alto cuando el brazo
mecánico gira el bisturí en dirección opuesta a la suya, lo introduce en una de
las piernas de su ropa interior, y en un rápido movimiento hacia arriba rompe la
delgada tela para dejarle completamente desnudo.
Más
expuesto que nunca, Karl baja la cabeza. El ser tratado así por una máquina…
ninguna persona tendría por qué pasar por algo así, es inhumano. “Inhumano,” se
repite a sí mismo en su mente. “Para ellos, un prisionero ya no es una
persona”. Con desesperación comienza a intentar mover sus extremidades una vez
más, sin lograr resultado alguno.
Distraído
y aún desorientado como se encuentra, siente una sensación curiosa en el área
de su miembro. Algo frío y muy suave se le está siendo aplicado en toda su área
genital, pero por más que intenta girar el cuello hacia abajo el candado que le
hace presión le impide ver por completo. Por el rabillo del ojo percibe movimiento,
una hoja afilada se acerca rápidamente y desaparece de su área de visión al
colocarse en alguna parte inferior de su cuerpo, donde otros brazos mecánicos
le han aplicado la suave sustancia. Es entonces que siente que su verga (un
poco encogida por la vergüenza) es agarrada directamente y sin muchos miramientos
por uno de los brazos mecánicos, es manipulada hacia abajo, y algo que parece ser
la hoja de la navaja se le coloca al ras de su piel. Sólo entonces Karl comprende
que está siendo rasurado en su área genital contra su voluntad.
La
operación tardo menos de cinco minutos, durante los cuales Karl contiene la
respiración en lo posible, nervioso ante la posibilidad de ser cortado en un
área tan delicada. Su miedo es infundado, pues la herramienta le manipula con
gran habilidad y no le hace la más mínima cortada a su cuerpo al tiempo que se deshace
del vello que había portado con orgullo desde que llegó a la pubertad. La
incredulidad de su situación da paso al enojo, la rabia y finalmente, a la
frustración. Karl ya no es dueño de su cuerpo, no es ya capaz de tomar
decisiones acerca de lo que se le hace y ni siquiera entiende la razón de tales
vejaciones a su persona. ¿Acaso había razón para rasurarle el pubis, fuera de
la humillación que le provocaba? La respuesta a esta última duda le vendría
inmediatamente después, aunque habría deseado no saberla nunca.
Una
vez que la habitación termina con la tarea de rasurarle el pubis, los brazos que
realizaron la operación se retiran también. Uno más surge del techo, blandiendo
algo que a Karl le recuerda la máscara que aún usa contra su voluntad. Piensa que
la máscara original se le será retirada para ser reemplazada por la nueva e intenta
girar su rostro para evitarlo, no queriendo ser drogado nuevamente, pero la
nueva máscara sigue su descenso y la original permanece en su rostro. Sólo
entonces Karl nota que no se trata de una máscara.
El
nuevo instrumento es de plástico y transparente también, pero no tan largo. Su
diseño es como el de una telaraña, con aberturas, y el espacio que
originalmente pensó sería para la nariz es un poco más largo de lo usual, con
una marcada curvatura hacia abajo. Continúa descendiendo hasta desaparecer de
la vista de Karl, y acaba presionándose contra su recién rasurado pubis; una
mano mecánica toma nuevamente control de su miembro, siente como es manipulado
y forzado a entrar al instrumento a la fuerza, presionándose contra sus
genitales. Descubre, con horror, que aquel infernal instrumento se le es colocado
en su entrepierna. No puede verlo pero puede sentirlo, aquella cubierta
plastificada recubre por completo a su flácido miembro sin prácticamente nada
de espacio para su crecimiento. Aún drogado como se encuentra, Karl comprende que
mientras use ese instrumento sería totalmente incapaz de tener una erección.
Cada
minuto en aquella satánica habitación, cada minuto es una nueva forma de
humillación. ¿Qué estaba pasando, por qué le hacían esto? ¿Es que en verdad
merecía todos estos ultrajes, sus crímenes le habían convertido en un animal
para ser tratado como tal? Intenta gritar, pero el aire le falta en los
pulmones. La vista se le nubla, gruesas lágrimas amenazan con caer provocadas
por el coraje de la situación, pero la habitación nada supo de eso. La
habitación no había terminado con él.
Mientras
Karl se encuentra sumido en su propia lástima, a espaldas de él surge un
dispositivo más. Cuelga del techo una larga manguera negra, serpenteando y
moviéndose como si se tratase del tentáculo de un molusco. La punta de la
manguera cuenta con un pico metálico, muy delgado y puntiagudo que acaba en una
abertura estrecha; de ella comienza a brotar un líquido transparente y viscoso,
chorreando y recubriendo el pico. Una vez que se hubo lubricado a sí mismo, el
tentáculo avanza, apuntándose en dirección al culo de su víctima. En un
instante se dispara hacia adelante, abriéndose paso fácilmente entre las
indefensas nalgas de Karl, quien tomado por sorpresa no alcanza a reaccionar al
momento que el pico se presiona contra su abertura.
El
líquido transparente aumenta su flujo, mojando la entrada de Karl y escurriendo
entre sus piernas. Éste comienza un débil forcejeo, temeroso de las intenciones
del tentáculo, pero es incapaz de separarse; al contrario, el tentáculo comienza
a ejercer presión y la punta, ayudada por la viscosa sustancia, comienza a
hacerse paso al esfínter del desdichado prisionero. Intenta apretar sus paredes
anales, pero es en vano, su cuerpo se niega a responder de la manera que él quiere,
y relajado como se encuentra no puede oponer resistencia al objeto invasor.
Pronto
la punta entera se ha hecho paso a través de él, y se introduce un poco más
dentro antes de detenerse. Se siente incómodo, aunque no adolorido, el objeto es
delgado y no había forzado demasiado su ano. Karl hace un gesto. La manguera en
su interior comienza a escupir un líquido en sus entrañas con gran presión; no sabe
si se trata de la misma substancia que le ha lubricado, pero le da la impresión
que ésta es más líquida y menos viscosa que la anterior.
Una
mueca de dolor se dibuja en su rostro. El líquido lo llena a gran velocidad, al
punto que se siente lleno muy pronto y a punto de explotar al siguiente. Aunque
sigue imposibilitado de mirar hacia abajo, piensa que su estómago se ha hinchado
por la cantidad de aquella sustancia en su interior.
Justo
cuando piensa que ya no podrá soportar más, la manguera se apaga y el flujo se detiene
en seco; así se queda por unos momentos, sin atreverse a moverse, manguera aún
dentro y su estómago increíblemente incómodo e hinchado. Pasados un par de
minutos, la manguera retrocede y sale de él con un sonido húmedo dejando caer un
poco del líquido, para luego desapareció en algún punto fuera de la visión de
Karl. Karl hace lo posible por mantener el líquido dentro de él, avergonzado
pese a la ausencia de otras personas, pero la faena le resulta cada vez más
difícil y de su débil esfínter escurre el líquido, frío y desagradable, bajando
por su pierna… súbitamente, una vara le golpea en el estómago, y con ello se pierden
sus esfuerzos por mantener su dignidad. El líquido brota de su ano en un enorme
chorro que es incapaz de controlar, y con él los deshechos de la última comida
de Karl.
Los
ruidos detrás de él le indican que la habitación se encarga de limpiar lo
ocurrido. Su propio agujero es sometido a una limpieza rápida por unos chorros
de agua a presión, aunque ahora externos. No lleva 24 horas en la prisión y ya
sentía que no sería la misma persona al salir… nadie podría serlo tras ser
ultrajado y humillado de aquella manera.
Los
ruidos de la limpieza disimulan la aparición de un dispositivo más. Se trata de
un tubo largo que acaba en una cabeza bulbosa cubierto por un par de hojas
metálicas, lo que le da un cierto parecido a una flor. El dispositivo se acerca
al recién limpiado culo de su víctima, y prontamente las hojas-pétalo se posicionan
una sobre cada nalga, ejerciendo presión hacia sentidos opuestos y exponiendo
su agujero, relajado por las drogas administradas. Karl se alarma al sentir las
frías hojas en su culo, y más aún cuando el “pistilo” del dispositivo se apoya contra
la abertura de su abierto culo. Jamás se resignaría a ser penetrado, jamás
aceptaría esto…
Un
chirrido mecánico, un sonido de pistón al ser disparado, y de pronto Karl siente
ver estrellas. Ocurre muy rápido, pero el “pistilo” se ha abalanzado e
introducido dentro de él; se siente extraño, lleno, y adolorido, aunque no
tanto como habría pensado. El pistilo se suelta de la flor para quedar en su
interior, y la flor retrocede, alejándose del cuerpo de Karl. Ha dejado dentro
de él el pistilo, el cual impide que su ano pueda cerrarse y volver a su tamaño
natural.
El
“pistilo” en sus entrañas comienza a abrirse, expandiéndose y acentuando su dolor.
Una vez más Karl se siente desvanecer, abre la boca para dar un grito pero
ningún sonido sale de él… sus entrañas se encuentran al fuego vivo, ese aparato
diabólico lo va a romper como a un muñeco y le desgarraría desde adentro… las
lágrimas que habían amenazado con salir lo hacen finalmente, corriendo
libremente por sus mejillas provocadas por el dolor, la humillación y la
impotencia.
Cuando
el dolor llega a su punto más alto, el pistilo libera un poco de la presión y vuelve
a un tamaño más pequeño, aunque aún grande. Un shock eléctrico recorre el cuerpo
de Karl, surgiendo desde sus intestinos; dura menos de un segundo, pero le dejó
aturdido y jadeante, la saliva escurre por las comisuras de su boca y se combina
con sus lágrimas. Aparentemente, el aparato cuenta con diferentes mecanismos
para asegurar la obediencia de su portador y ahora se encarga de demostrarlas.
Súbitamente,
las blancas paredes de la habitación comienzan a mostrar imágenes. Debe haber
múltiples cámaras en la habitación, puesto que puede verse a sí mismo. Era él,
visto desde arriba, de cerca, de espaldas, de abajo, de todos los ángulos… las imágenes
cambian, puede verse por completo de forma obscena: su cuerpo, ahora
completamente lampiño, de máscara en rostro y sostenido del cuello y extremidades,
un pistilo asomando por la entrada de su culo, penetrándolo e impidiendo
relajar su agujero, una jaula transparente aprisionando su pene e
imposibilitando las erecciones… las tomas cambian y le muestran todo, la
persona… no… el objeto en el que se ha convertido.
Y de
pronto, las tomas ya no son de su persona. Muestran ahora a un montón de
hombres y mujeres de rostros severos y vestimenta formal, mirando en su
dirección con atención. Lo rodean, se encuentran a donde quiera que mirase de
las paredes de la habitación, como si estuviesen ahí. Llevaban gafetes que les
identifican como miembros militares y del gobierno en posiciones importantes,
todos le miran atentamente y con seriedad, y sólo entonces Karl entiende que estaba
siendo observado, y así había sido a lo largo de toda su estancia en la
habitación. Toda humillación, sometimiento y tortura física y mental había sido
observada con detenimiento por aquellos sujetos de mirada impasible.
Los
brazos mecánicos y la máscara en su rostro liberan a su presa y Karl cae al
piso pesadamente. Se encuentra débil y no puede ponerse de pie; su vista se centra
en el piso, incapaz de hacer contacto visual con aquellas personas que lo veían
y habían sido testigos de su descenso a objeto. Se pregunta si se sentirían
complacidos con su nueva adquisición, y si alguno de ellos aún lo consideraba
una persona. La banda sinfín sobre la que se encuentra cobra vida nuevamente, y
de rodillas como está, avanza lenta e inexorablemente a la puerta de fondo,
ahora abierta, a su primer día como un objeto más de la prisión Ólea de máxima
seguridad.
Hola CyanideT, leerte ha sido como tener un sueño húmedo
ReplyDeleteMe has hecho sentir que vivía todo lo que le pasaba al personaje y eso es muy estimulante porque aunque a veces da miedo aceptar que tenemos este tipo de pensamientos eróticos es un hecho que existen y que forman parte de nuestra persona, no ganamos nada reprimiéndolos pero cierto que muchos de esos pensamientos por una razón u otra deben permanecer en la fantasía. Gracias por darme un espacio para acompañarte detrás de la puerta. Por cierto mi estilo de escritura es como un Deja Vu.