El
amo despide en la entrada a sus dos amigos, agradeciéndoles una vez más el
tomarse la molestia de jugar un rato con los perros y prometiéndoles que les
volverá a invitar una vez que el can elegido este ejerciendo en su nuevo rol.
De
vuelta en casa, su esclavo alfa se le acerca para comentarle el incidente
ocurrido antes de que llegara del trabajo mientras vigilaban a los perros, obviando
en su relato el detalle de que lo hacía con uno de los candidatos. Aprueba del
castigo impartido por Manuel, y piensa para sí en que su siguiente adquisición
será una jaula de castidad para ayudar a la calentura del esclavo; por otra
parte, le recuerda a Manuel de su propio castigo, aún pendiente desde la hora
de la comida cuando le manchó el pantalón de líquido pre-seminal, y a ser
administrado en la noche antes de dormir.
En
el patio le esperan los tres perros, sucios, sudados y cansados.
“Bueno,
perros, creo que ya es hora de que sepan mi elección”, les dice el amo. “Vamos
adentro para que salgan de dudas… pero primero, una limpieza rápida, que no
quiero que me ensucien la sala con sus patas sucias”.
Agarra
una manguera, y tras alinearlos contra la pared les suelta un chorro de agua
fría a presión, mojándolos de pies a cabeza; la noche es cálida y el agua les
refresca y remueve el sudor en sus cuerpos, producto del esfuerzo realizado.
Una vez satisfecho el amo de que se encuentran totalmente empapados, les da
instrucciones de que se sequen agitando sus cuerpos de manera salvaje e indica
a sus esclavos que les terminen de secar con toallas.
Acabado
el ritual, los perros se encuentran nuevamente en casa adoptando la posición
que han aprendido a realizar cuando están a la espera de una nueva instrucción:
las manos como patas delanteras apoyadas en el piso, de rodillas y con el culo
pegado a los tobillos. El amo camina frente a ellos lentamente, observando a
cada uno con detenimiento como si fuera la primera vez.
“Muy
bien… muy bien. Lo han hecho bien, y no sé ustedes, pero yo me he divertido”,
les dice de manera calmada y pausada. “Dieron lo mejor de sí, me parece, y
aunque al final sólo adoptaré a uno de ustedes como mi nuevo perro, consuélense
en saber que al menos han hecho una excelente labor. Durante el día he estado
observando sus aptitudes, su desempeño y sobre todo, su disposición; en mi
mascota quiero más que una cara bonita, un cuerpo bien labrado o un gusto por
la humillación: quiero entrega y obediencia, lealtad y confianza, confianza que
mi animal tendrá en mí.”
Una
pausa. Los tres perros tienen su atención absoluta centrada en el amo,
pendientes de cada palabra. El amo se coloca frente al más joven de los
esclavos, Omar el chico de cabello rojizo, y le mira directamente a los ojos,
quien desvía el rostro ante la penetrante mirada del amo. Él, sin embargo, le
toma suavemente de la quijada y lo obliga a mirarlo nuevamente. Aplica un poco
de presión en la quijada, haciendo que el perro abra el hocico al tiempo que se
baja la cremallera y saca su grueso y duro miembro.
“El chihuahua.
No confías en mí, no completamente, pero serías estúpido si lo hicieras”, le
dice el amo, introduciendo lentamente su miembro en los suaves labios del chico
sin dejar de verlo directamente a los ojos. “La confianza es algo que se gana,
y eso es algo que aplica tanto a la bestia salvaje como al amaestrador. Eres
carne tierna, fácilmente sometible pero demasiado endeble, puedo divertirme
mucho contigo enseñándote de lo que eres capaz… y sospecho que tú mismo te
sorprenderías si vieras hasta qué limite puedes llegar. No serías una mala
elección, si me decidiese por un perrito faldero, y hay algo caliente en tus
labios, aunque torpes.”
El
chico respira con dificultad, traga saliva y asiente al escuchar la evaluación
del amo a su persona. Es verdad que él mismo se ha sorprendido por las cosas
que ha hecho, sabe que si continua sirviendo al amo sólo sería el inicio de
ello, pero aunque hubo momentos en que se sintió incapaz de seguir, la
excitación le impulsó a continuar. Había probado la sangre, y ahora quería más.
Un
fino hilo de saliva conecta al perro con el miembro del amo cuando este lo
saca, dejándole jadeante. Pasa al al siguiente candidato, José, chico de ceño
fruncido y apariencia hosca. Como hizo con el esclavo anterior, le mira a los
ojos para declarar sus observaciones finales al mismo tiempo que le da a probar
una ración de su tiesa verga, previamente ensalivada.
“El
doberman. Sabes, me gustan tus tatuajes, creo que te van bien como un animal
salvaje. Eres fuerte, y puedo ser más duro contigo de lo que podría ser en un
inicio con los otros dos… pero no estás entrenado, no como perro. Es claro que
ya estás experimentado, me gusta lo que estás haciendo con la lengua, pero un
perro debe tener una actitud que a ti te falta… aunque, siempre me ha gustado
un reto. No tengo idea qué te llevó a querer venir aquí esta noche, pero lo que
sí sé es que si decido quedarme contigo, vas a aprender a tomar una postura más
sumisa.”
José
le mira sin parpadear. Las palabras del amo le hacen pensar, él mismo considera
haberse portado de una manera obediente, pero al parecer el amo notó algo en él
que le hace decir no es lo suficientemente sumiso. Quizá hay algo en su actitud
que se dejó entrever al cumplir las órdenes, algo inconsciente que le frena y
le impide entregarse por completo a la humillación de ser tratado como un
animal. Hasta ahora había tomado un rol dominante, pero ya hacía tiempo que
tenía esa espina que le atraía de servir a alguien más por lo que había saltado
ante la oportunidad de probarse, especialmente tras platicar con el amo que
ahora tenía enfrente. Y la experiencia que acababa de vivir ese día en casa del
amo sólo había reforzado lo que antes sospechaba: quería ser un perro, su
perro.
El
último de los perros se mueve incómodamente en su lugar, cambiando su peso de
una nalga a la otra. Mira al amo y le esboza una tímida sonrisa que éste no le
devuelve antes de abrir el hocico, en espera del mismo trato recibido por los otros
perros. El amo le agarra del pelo y lo jala para adelante, haciendo que el
perro lo reciba a la fuerza.
“El
pug. Mira que si uno de ustedes es un perro, ese eres tú. Como animal te
desempeñas muy bien en tu rol, eres tanto sumiso como obediente y sé que no
tendría problema contigo en entrenarte. Y tendría que hacerlo, eres de culo
gordo y quiero un perro para jugar con él, me temo que contigo te me colapsarás
exhausto cuando lo hagamos. Habría que ponerte en una dieta especial o te
acabarás todas las croquetas. Por otra parte… apenas si puedes respirar con mi
verga en tu hocico, da lástima ver que no eres capaz de recibirme por completo.
Como te dije antes, espero mucho de mi perro.”
Efectivamente,
Rody apenas es capaz de escuchar lo que se le dice, su atención enfocada en no
atragantarse con el pedazo de carne que se encuentra mamando. Intenta relajar
la garganta con lágrimas en las comisuras de sus ojos cerrados, pero el
esfuerzo es inútil y en cuanto el amo le suelta, comienza a toser apoyándose en
el piso. Desde que el amo ha recibido visitas, le ha dado la impresión que es
particularmente duro con él, disfruta humillándolo más que a los otros dos
perros. Quizá algo en él provoca ese efecto…
El
amo regresa a José, y en el vello de su peso restriega su verga para remover la
saliva que la recubre. Satisfecho de que se encuentra limpia, la acomoda de
vuelta dentro de su pantalón. Se dirige a los tres candidatos, en esta ocasión simultáneamente:
“Bien. Como pudieron ver, esa fue su prueba final, con la cual finalmente elegiré a mi nueva mascota. Ya desde antes tenía una idea de mi decisión, pero nunca está de más… probar… la que será mi nueva adquisición, por supuesto. Así que sin hacer más teatro, te digo a ti, mi animal, que te elijo para que me sirvas”, toma a José de la barbilla y le sonríe. Éste alza ligeramente las cejas, mirando a su nuevo amo con orgullo, y comienza a agitar el culo sin que se le indique, haciendo que el rabo de plástico se mueva de un lado a otro.
Los
otros perros miran al perro elegido, uno confundido, otro decepcionado. Su expresión
no pasa desapercibida al amo.
“Ustedes”,
les dice “no me cabe duda que tendrán a quien servir también. Son excelentes
mascotas, y encontrarán también a otro amo. Puede que no les haya elegido para
este rol, pero ya habrá oportunidades para ustedes también. De eso estoy
seguro.”
Vuelve
a dirigirse a José. “¡Perro! Tras todo un día de ejercicios, pruebas y juegos,
te he elegido a ti por encima de los demás para servirme como mi mascota
personal. ¿Estás de acuerdo con mi elección, dejarás atrás tu humanidad para
pasar a ser un perro en mi presencia? Si aceptas tu rol como una bestia,
responderás como tal; de lo contrario, que tu respuesta sea un reflejo de tu
humanidad.” José no lo duda, y ladra inmediatamente. “Excelente. Siente éste el
caso, te tomaré como mi perro, aunque la transición será paulatina. Pero lo que
sí ocurrirá el día de hoy es que serás bautizado con un nombre apropiado para
un animal.”
El
amo guarda silencio unos momentos, contemplándolo. Observa la armonía de las
figuras geométricas que están dibujadas con tinta en su brazo, así como el
piercing en su pezón y su velludo cuerpo. Contempla su físico, producto del
ejercicio, y su semblante taciturno.
“A
partir del día de hoy serás conocido como Argos, nombre que tuvo la fiel
mascota de Ulises. El perro le esperó durante muchos años, y cuando su amo volvió
de la guerra fue el único que lo reconoció. Como él, deberás ser leal y fuerte,
obedecerme y siempre serme fiel, mientras que por mi parte yo te protegeré y te
cuidaré como un miembro más de este clan.” El amo extiende la mano, y Manuel le
entrega un collar de eslabones plateado, preparado para la ocasión. Se lo
coloca en el collar de cuero. “Esta correa de perro será el primero de los
símbolos de tu entrega. Pronto tendrás también una placa personalizada con tu
nombre para que la portes con orgullo en tu día a día. Espero grandes cosas de
ti, Argos.”
Argos
ladra en respuesta. Tiene una sonrisa torcida, la primera que le han visto en
todo el día.
“Candidatos,
la sesión del día de hoy ha terminado. Como les dije hace unos momentos, lo han
hecho bien; a Argos le estaré dando más instrucciones, mientras que a ustedes,”
el amo alza las cejas en dirección a los otros candidatos “seguiremos en
contacto. Creo que esta no será la última vez que nos veamos… Ahora, mis
esclavos les ayudarán a quitarse el equipo, podrán encontrar su ropa en la
sala. Vayan y descansen, que se lo han ganado. Argos, tú ven conmigo.”
Manuel
observa a su amo y a su nuevo perro mientras le quita el equipo a Omar. Su amo
pasea a Argos con su nueva correa y le habla en voz baja, no alcanza a escuchar
lo que le dice pero se le ve animado. Se pregunta qué cosa tendría que decirle
que no pueda hacer enfrente de ellos. Curioso…
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