Wednesday, March 16, 2016

F.C. Servos - Parte 4

“Desnúdate.”

Me estremecí ante la orden. Después de aquel entrenamiento en el que había participado junto al resto del equipo nos encontrábamos ahora reunidos en los vestidores; los jugadores no habían necesitado que el entrenador les dijera nada, todos entraron en silencio y formaron un círculo alrededor de mí y el entrenador. Todos mis compañeros ya me habían visto el culo gracias al gran agujero que se había hecho en la parte posterior durante los estiramientos finales, pero aún así me cohibía quitarme el resto de la licra y mostrarme tal cual ante ellos y el entrenador.

No entró en mi cabeza la idea de no obedecer lo que aquel hombre había dicho, por lo que con manos temblorosas empecé a deslizar el ceñido material por mis hombros. El único sonido en la habitación era el de la ropa deslizándose por mi cuerpo, me parecía poder escuchar hasta mi propia respiración quizá producto de la paranoia. Me removí los tenis y tomé el traje que ya se encontraba a la altura de mis caderas, dispuesto a bajarlo, dispuesto a bajarlo, pero titubee, nervioso e inquieto.

“¡DESNÚDATE!”

Cerré los ojos, y de una sola bajé el resto del traje hasta mis tobillos.

¿Conocen ese sentimiento de desnudez? Saben a qué me refiero, no es estar sin ropa... es la sensación que te llega cuando eres el centro de atención, y te sientes expuesto, transparente, y que la gente puede penetrarte con su mirada, ocurre cuando uno tiene que dar la cara, hablar ante una audiencia o presentarse sin estar preparado para ello. Es uno de los miedos más comunes... y uno que yo estaba experimentando en ese momento. Quizá la única diferencia es que yo sí estaba totalmente desnudo.

“De pie, muchacho.”

Como bajo un hechizo me alcé. Todo a mí alrededor tenía una calidad de ensueño, pero no dejaba de estar consciente de lo real que era, y el que todo esto lo hacía bajo mi propia voluntad. Mi cuerpo, pese a que temblaba, presentaba una erección de gran potencia, única de entre los presentes por culpa de las jaulas de castidad que los jugadores portaban.

“Éste es el equipo F.C. Servos. Estos son tus compañeros, tus hermanos; yo soy tu entrenador, tu guía, tu amo. En este equipo vas a fortalecerte física y mentalmente, entrenarás en el deporte y en las artes del esclavo y mejorarás como persona. Vivirás tus fantasías, pero también sufrirás los castigos de aquellos que fallan en acatar sus órdenes.” El entrenador hablaba con una solemnidad que no le había escuchado antes usar. Me pregunté si sus palabras serían improvisadas o previamente practicadas. “El día de hoy tuviste tu primer encuentro con el equipo, pero esto es sólo el inicio... si es que decides unirte a nosotros. Ahora es tu oportunidad de dar media vuelta, y dejar todo lo que hoy has experimentado en el pasado, o por el contrario, iniciarte como un jugador más de F.C. Servos”.

La decisión era mía. Al final, si continuaba con esto sería porque yo quise hacerlo, no porque fui chantajeado u obligado. En cierta forma creo que lo hubiera preferido... así, al menos, no tendría que torturarme con dudas acerca de por qué había aceptado ser sometido sexualmente.

Bueno, ya había tenido demasiadas dudas al respecto. Ya había pasado por demasiada indecisión; la verdad era que había probado la sangre, ¡y quería más!

“¡Entrenador!” Había comenzado a hablar más fuerte de lo que había intencionado. “¡Quiero ser parte de este equipo, entrenar y servirle! Permítame demostrarle de lo que soy capaz...”

El hombre frente a mi sonrió, complacido. Aún me sentía nervioso, pero también me mantenía seguro de mi decisión.

“Que así sea. Ahora comenzará la iniciación del más reciente miembro de nuestro club. ¡Esclavo! Serás mi jugador y mi siervo, del cual por su naturaleza se esperan tres cosas de ti en particular: lealtad, obediencia y sumisión. ¿Estás dispuesto a ello?”

“¡Señor, sí, señor!” Pese a no haber recibido una instrucción de referirme así a él, me pareció la manera más apropiada para hablarle. No recibí una señal contraria a ello.

“Entonces como primer acto como esclavo, arrodíllate ante mí y besa mis zapatos.”

Sobra decir lo humillante que es hacer algo así. Posé las rodillas en el frío suelo frente a él, y me incliné sobre uno de sus zapatos para besarlo, apenas tocándolo con la punta de mis labios. Antes de que pudiera separarme, el entrenador puso el pie opuesto en mi espalda y me empujó para que le besara con más firmeza.

“No puedes esperar que me conforme con eso,” me dijo el entrenador, ejerciendo un poco de presión. “Vamos, bésalos, muéstrale a tu nuevo amo tu devoción hacia él. Usa tu lengua, asegúrate de cubrirlo todo.”

Lo que comenzó como un simple beso a sus zapatos terminó siendo toda una adoración de los mismos. El entrenador alzaba los zapatos para que también tuviera acceso a las suelas, y sin mucho entusiasmo pasé mi lengua por ellos. El sabor a tierra dominaba por encima de todos los sabores.

Enfocado en mi nueva tarea, no había puesto atención a lo que el resto de mis compañeros hacía a mí alrededor. La sensación de un cálido líquido cayendo sobre mi espalda me tomó por sorpresa, pero el entrenador me impidió moverme de mi lugar posicionando su pie en mi espalda nuevamente. Pronto otros chorros de líquido empezaron a caer sobre mi cuerpo, en brazos, piernas, espalda y culo, y un olor acre invadió mi nariz. Torcí la nariz en disgusto al saber que estaba siendo orinado encima.

“Esto que recibes es el bautizo de tus compañeros, quienes te han aceptado como uno de ellos.” No podía ver el rostro del entrenador, pero podía imaginar perfectamente la sonrisa que sin duda se dibujaba en su rostro. “Eres, sin embargo, el más bajo de entre todos ellos, eres tú ahora el esclavo Omega, el más inferior de los inferiores; como tal, ellos te están marcando. Aprenderás de tus hermanos, quienes te guiarán en el camino de la sumisión y serán tu ejemplo a seguir. Se esperan más cosas de ti que de cualquier otro, y así seguirá siendo hasta que alguien más tome tu lugar.”

El entrenador dio un paso atrás, y con ello algunos de mis compañeros empezaron a orinar sobre mi cabeza también. La agaché, sintiendo los chorros escurriendo entre mis cabellos; la humedad hacía que estos se pegaran a mi frente, tuve que cerrar los ojos y la boca firmemente para prevenir que algo de aquel líquido pudiera hacerse paso a mi interior también.

Algo de lo que el entrenador había dicho había captado mi atención. ¿Yo era el nuevo esclavo Omega? ¿Tomaría la posición de aquel muchacho a quien le había bajado el short en el primer encuentro que tuve con F.C. Servos? El capitán, en el breve tiempo que tuve para hablar con él, había comentado que aquel muchacho era tratado de forma particularmente dura por el entrenador y por el resto del equipo, lo que significaba... que me esperaba una ardua labor como el conejillo de indias para los castigos y torturas que idease el entrenador. Ser meado por todos los jugadores parecía ser lo normal, lo esperado para alguien en mi posición.

Los últimos de mis compañeros terminaron de vaciar sus vejigas en mí. Una pesada ola de fuerte olor, como una nube, me rodeaba; apestaba como jamás había hecho en la vida. El ácido olor se impregnaba a mi piel, y si esto es lo que podía percibir yo mismo ¡no quería imaginar cómo debía oler en realidad! Pasé una mano por mi frente intentando deshacerme de aquel líquido para poder abrir los ojos, mientras que en el resto del cuerpo se empezaba a enfriar a gran velocidad dejándome la piel pegajosa y desagradable.

“El nuevo esclavo Omega va tomando su nueva posición en el equipo, pero aún no ha terminado su iniciación. El viejo Omega, por su parte, hoy asciende de puesto y se le comenzará a tratar como un igual junto al resto del equipo... para lo cual deberá demostrar su superioridad sobre nuestro más reciente miembro.”

Alce la vista. No sabía a qué se refería el entrenador con aquello, pero no debía ser nada bueno para mí. Frente a mí se colocó aquel muchacho, ese al que hasta el día de hoy todos habían conocido como el más inferior entre ellos, pero a cuatro patas en el piso como yo estaba era necesario levantar la cabeza para llegar a verle en toda su altura. Hasta ese momento había pensado en él como alguien pequeño, casi insignificante, pero su porte había cambiado, la imagen que presentaba era diferente a lo que yo había tenido de él.

El muchacho estaba desnudo de la cintura para arriba, al igual que todos mis compañeros, y había tomado su jaula de castidad para sacarla por encima de la licra. Por las orillas de la jaula aún caían unas cuantas gotas de orina, atrapadas entre el miembro y el instrumento de plástico. Me miraba con una sonrisa que me daba mala espina. Volteo hacia el entrenador y se puso de rodillas frente a él, alzando las manos y poniéndolas juntas en forma de cuenca, éste respondió colocando una pequeña llave en sus manos, y con ello el esclavo le besó los pies. Empezaba a sospechar a donde se dirigía todo esto...

En cuanto el muchacho se abrió el candado y dejó salir su miembro al aire, este comenzó a hincharse y adquirir gran tamaño. Lo agarraba con una mano, acariciándolo con suavidad, como alguien que no ha visto una mascota en mucho tiempo (y en cierta forma, la comparación me pareció particularmente apta); su verga se hacía cada vez más y más grande, más de lo que yo hubiera creído considerando su delgado cuerpo y joven edad, hasta que alcanzó un grosor y largo que me pareció superior al mío.

Con verga erecta en mano, el joven muchacho, que no estaría lejos de tener la mitad de mi edad, se acercó a mí. No hice comentario alguno cuando puso su mano en mi hombro, o al agarrarme de la quijada con más fuerza de la que me pareció necesario. Coloco su otra mano en su verga nuevamente, y la comenzó a agitar de un lado a otro, golpeándome las mejillas con ella como si se tratase de un gran pedazo de chorizo, dejando tras de sí un húmedo camino que escurría por mi cara. Pegó aún más su cintura a mi frente, restregándome toda su verga, magreandola contra mí y envolviéndome en su fuerte olor a sexo, algo masculino y sucio, prohibido y embriagante.

“¿Estás listo, esclavo? ¿Listo para recibir la antorcha que cargarás ahora tú, para recibir por primera vez a otro hombre y satisfacerle como debes?” Apenas escuchaba las palabras del entrenador. Estaba excitado, y un tanto sorprendido por la misma razón. Me había dejado envolver por las emociones del momento, tenía antojo de ser lo que ellos querían que fuera, quería probar aquella intoxicante y jugosa verga... y ahora se presentaba la oportunidad para hacerlo, de comer aquel fruto prohibido por muchos años para mí.

Abrí la boca y saqué la lengua, y el esclavo no tardó tiempo en insertar de una sola su miembro en mí. La sensación fue inesperada y breve, sentí que en un momento había intentado probar más de lo que podía recibir; el muchacho era tan torpe en recibir el sexo oral como yo era en hacerlo, y sacó el pene de mi boca de inmediato.

Poco a poco fuimos encontrando el mejor ritmo para los dos. Volví a comenzar tocándole la cabeza con la lengua, saboreando su sabor amargo; era circuncidado, al igual que yo, y le parecían temblar las rodillas cuando le pasaba la lengua por el frenillo. Era muy receptivo a mis administraciones, perdía el aliento cada vez que le chupaba la cabeza y se ponía como loco a pesar de que no podía meter en mi boca más allá de la mitad del tronco. A momentos él se emocionaba e intentaba meterme más de su tranca a la fuerza, haciendo que me atragantara, pero pronto volvíamos al paso más tranquilo en el que yo debía concentrarme para evitar lastimarle con los dientes.

Fue breve el tiempo que duró mi primer esfuerzo en dar sexo oral. Ayudaba sin duda que quien la recibía era un joven muchacho que había pasado la última semana (¿semanas?) en constante estimulación y en un estado de excitación continua, negándosele el orgasmo. Sus gemidos al acercarse al orgasmo eran inconfundibles, y el amo respondió gritándole que me marcara. Apenas alcanzó a sacar el miembro de mi boca cuando empezó a disparar chorros de espeso líquido blanco que cayeron directo entre mis ojos; los cerré, y otros chorros le siguieron, mezclándose con la orina, ya seca, de todos sus compañeros.

A cuatro patas, empapado en orines y cubierta la cara de semen, me vino a la mente la pregunta de qué habría pesado de mí mismo si me hubiese podido ver hace apenas veinticuatro horas. Lo que pensaba el entrenador, por otra parte, no era ningún misterio:

“¡Magnifico! ¡Verdaderamente, un Omega como pocos! Con esto podemos darte bienvenida al equipo... lo único que queda es el que recibas tu comunión.”

Ya podía ver la luz del otro lado del túnel. Me acercaba al final de este rito para iniciarme, lo cual recibía con gran felicidad puesto que me encontraba cansado ya, agotado incluso mentalmente por abrirme a tantas prácticas sexuales nuevas para mí. Para ser la primera vez, realmente me había lanzado a hacer algo bastante extremo.

“Yo te he aceptado para ser parte de mis jugadores, entrenarte y moldéate. Tus compañeros te han recibido como su hermano, parte de su camada. El antiguo Omega te ha marcado como su inferior, incluso de él mismo. Lo único que queda... es tu propia aceptación, como sumiso y como esclavo.” Las palabras del entrenador tenían un saber amargo para mí; pese a haberme denigrado a este punto, aún tenía mi orgullo, y no me consideraba a mí mismo como sumiso o esclavo. Qué estupidez, ¿no? Después de todo... alguien que ha pasado por todo esto de forma voluntaria no puede ser otra cosa que un puto perro.

Y así fue como comenzó mi última instrucción para la noche, la más sencilla de todas ellas y sin embargo...

“Ahora, esclavo, vas a masturbarte para nosotros. Vas a tomar tu verga, y comenzarás a jalártela como siempre has hecho. Empieza, no pararás hasta que se te indique.”

Masturbarme. Es algo que he hecho durante más de veinte años, y que sin embargo nunca he hecho con audiencia; dicen que siempre hay una primera vez para todo, y después del espectáculo que he presentado ante ellos no se trataba de la gran cosa... pero aún así me sentía extrañamente cohibido. La sensación de desnudez volvió a apoderarse de mí, me sentía más descubierto que hacía un momento. Sabía que lo haría, no había duda de ello, pero aún me costaba trabajo comenzar.

Me coloqué de cuclillas, y con mano temblorosa me agarré del miembro, aún tieso como una roca. Agaché la cabeza, enfocándome en los pies del entrenador, pero este dio un paso al frente y me tomó con suavidad de la barbilla para alzar mi cabeza y hacerle mirar a los ojos. En su mirada podía ver la lujuria que le provocaba someterme de aquella manera, me parecía insoportable pero hice un esfuerzo por mantenerla fija en él al tiempo que me masturbaba para él y el resto de los presentes.

Conforme movía la mano adelante y atrás con más y más velocidad me encontré a mi mismo jadeando. Mis ojos estaban pegados en los del entrenador, me encontraba corto de aliento y sabía que no aguantaría mucho más. El entrenador también lo debió haber intuido, puesto que tronó los dedos sin despegar sus ojos de los míos y recibió en la mano por parte de uno de los esclavos un pequeño plato hondo. Se agachó, poniendo su mirada a la altura de la mía.

“Dime, esclavo, ¿estás cerca de tu orgasmo?” Asentí, silencioso. “Quiero escucharlo. Quiero que me digas qué eres, ¿por qué estás haciendo esto?”

“Por usted”, respondí entre jadeos. No pensaba, sólo hablaba. “Quiero ser un esclavo, quiero ser... ¡un puto perro!” Al momento en que decía esas palabras comencé a correrme como nunca había hecho. La constante estimulación, la excitación de los entrenamientos, la calentura acumulada, todo salió disparado con potentes chorros de semen expulsados a gran velocidad. El entrenador estaba preparado para ello, con recipiente en mano capturó la mayor parte de mi emanación, buscando no dejar caer ni una sola gota. Mi orgasmo me llevó a producir una gran cantidad de leche, como si de un puberto se tratara.

En los últimos momentos había llegado a olvidar que me encontraba rodeado del resto del equipo, pero conforme la ola del orgasmo me fue dejando atrás volvía a ser consciente de ese hecho, para mi vergüenza. ¿Qué había dicho? ¿Por qué lo había dicho? Me estaba entregando de manera demasiado fácil.

Se me concedió algo de tiempo para recuperar el aliento, tiempo en el que no podía dejar de pensar en todo lo que había accedido hacer aquella noche. Había llegado mucho más lejos de lo que me creía capaz, pero finalmente las cosas estaban llegando a su fin... aunque no sin que el entrenador cumpliera la parte que había dicho de tomar mi ‘comunión’.

El entrenador volvió a tomarme de la barbilla con una mano, y con la otra acercó el tazón en donde había recolectado la gran cantidad de semen que había expulsado. Desde que le habían entregado el plato debí haber supuesto lo que haría con él, pero en aquel momento me había encontrado tan excitado y metido en mi propio mundo que sólo ahora podía leer sus intenciones. Coloco el plato en mis labios, y lo inclinó para hacerme beber de mi propia semilla.

“Con esto, has llegado a aceptarte a ti mismo. De tu propia vez te llamas por lo que eres, y de forma voluntaria y consciente has participado en las actividades de iniciación. Ahora bebe, para darla por finalizada.”

Y eso fue lo que hice. Bebí aquella viscosa sustancia, sólo ligeramente asqueado por ella. Mantuve en mi boca la mayor cantidad de ella hasta que me vi obligando a dar un gran trago para pasarla por la garganta, dejando tras de sí un sabor amargo. Pronto estaba tragando más y más de ella, mi manzana de Adán subía y bajaba mientras intentaba no atragantarme con la cantidad que volvía a entrar en mí. Al acabar con todo el contenido del plato y por un buen tiempo después de haberlo hecho, el salado sabor se mantuvo tercamente en mi boca así como los alrededores de mis dientes pegajosos.

Alcé los ojos al entrenador, quien volvió a ponerse de pie y me dedicó una sonrisa.

“Bienvenido a F.C. Servos.”

*  *  *

En cuanto el jugador cae al suelo, el árbitro suena su silbato para marcar la falta.

Junto a algunos de mis nuevos compañeros formo parte de la barrera, cubriéndome la entrepierna para evitar un balonazo en ella; me pregunto si la jaula de castidad cuyo uso estreno en este juego me protegería en caso de recibir un golpe directo, pero lo dudo. Discretamente me rasco con una mano en el área, aún siento una cierta picazón por haber sido rasurado en preparación a portar la jaula, algo a lo que me había resistido pero que no estuvo realmente a discusión. Fue idea del entrenador hacerme usarla para que me fuera familiarizando con ella pese a que no me ha tocado perder ningún partido, pero confío que podremos ganar mi primer juego como parte de F.C. Servos y que por lo tanto no tendré que usarla por mucho más tiempo.

El oponente hace su tiro, y uno de mis compañeros es capaz de desviar el balón de un cabezazo, re-dirigiéndolo en mi dirección general. La barrera se deshace, comienza una lucha por el control del balón de la cual soy capaz de salir con el mismo tras una finta, y avanzo el balón antes de dar un pase a otro mediocampista. El haber tenido unas cuantas sesiones de entrenamiento me ha llevado a conocer el estilo de juego de cada uno y a coordinarnos de mejor manera, trabajando en equipo logramos penetrar su defensa y así nos encontramos cerca de la portería opuesta.

No me encuentro marcado, intento llamar la atención de mi compañero y éste responde haciéndome un pase exitoso, poniéndome el balón. No tengo tiempo de pensar, una duda y será demasiado tarde, en cuanto recibo el esférico lo re-dirijo de una patada a la esquina de la portería con gran velocidad. El portero, que había estado al pendiente de mi compañero listo para recibir el balón, no se repone a tiempo y para cuando intenta parar el balón con el pie izquierdo ya es demasiado tarde: ha entrado a la portería.

Los gritos de gol de mis compañeros no se hacen esperar. Yo mismo doy un grito que a medio camino se transforma en alarido, aunque el cambio pasa desapercibido por el resto de los jugadores. En mi interior algo vibra, siento en mis entrañas algo que se mueve estimulándome la próstata con su constante movimiento; la sensación ya no me es desconocida, en los días anteriores me he familiarizado con ella, pero aún así sigue provocándome una gran respuesta en mi cuerpo (¡particularmente cuando llega por sorpresa!). Parece que el entrenador también ha querido unirse a la celebración, activando la bala de largo alcance que consiguió para mi debut en el equipo.

Durante los siguientes minutos la bala vibra en mi interior, tiempo en el cual tengo que sonreír y recibir las felicitaciones del resto de mi equipo. Más de uno se da cuenta de mi predicamento, cuando se encuentran muy cerca de mí seguramente pueden escuchar el lejano zumbido y seguramente también pueden verlo en mi rostro al ver mi sonrisa nerviosa, pero no hacen nada al respecto más que murmurar algunas palabras a mi oído: “Parece que activaron el silbato del perro”, “Bien hecho, putito” y “¡Enhorabuena, Omega!” son solo algunas de las cosas que me dicen. El que anteriormente había ocupado el rol que ahora tengo, el antiguo Omega, es particularmente duro en su trato conmigo; es el único que además de ofrecerme algunas palabras humillantes también me propicia una fuerte nalgada, la cual disimula como el gesto amistoso de un jugador a otro.

Al terminar el partido el marcador es uno a cero, siendo el único gol anotado el mío. El equipo celebra la victoria en la cancha, pero la verdadera celebración ocurre más tarde en los vestidores, cuando nos hemos asegurado que todos los oponentes se han ido a casa. Desnudos todos, el entrenador reparte a cada uno de nosotros la llave que nos corresponde, y se nos ordena simultáneamente que abramos las jaulas. En mi caso, llevo menos de 24 horas portándola y ya siento una gran sensación de alivio al quitármela, por lo que no puedo imaginar el caso del resto del equipo.

Rodeado en círculo por cada uno de los miembros de F.C. Servos, soy nuevamente el centro de atención. Con las manos me apoyo en una banca, a mis espaldas el entrenador me introduce dedos cubiertos de lubricante claro; hasta ahora sólo he recibido el huevecillo vibrador en mi interior, y aunque ese entró sin gran dificultad hay un mundo de diferencia con otras cosas de mayor tamaño. Pero el entrenador es gentil en sus tratos, no fuerza la entrada de los dígitos sino que les da tiempo para que estos se acomoden a mi abertura; describe círculos con cada dedo y uno a uno los va introduciendo, esperando a que me amolde. La sensación es extraña y en un inicio nada placentera (aunque al menos no es dolorosa), pero en cuanto uno de los dedos entra en contacto con mi próstata un estremecimiento recorre mi espalda y me abro aún más a los tratos de mi amo.

Una vez bien dilatado, algo más se coloca en la entrada de mi culo. Sé lo que es, y no estoy seguro que estaré listo para recibirlo. Por primera vez en mi vida voy a ser sodomizado, estoy entregando mi culo a alguien que me ha hecho rasurarme el vello corporal, que ha puesto mi virilidad detrás de una jaula, que me ha introducido juguetes, incitado a tomar de mi propio semen y ordenado a un montón de hombres me orinen encima. He pasado de ser un hombre heterosexual, ni siquiera bi-curioso, a un esclavo en el último peldaño de la jerarquía de poder, sometido por un hombre mayor a mí que me hace humillarme y denigrarme de tantas maneras tan diferentes. ¿Realmente soy yo esa persona, ese esclavo? ¿En verdad estoy dispuesto a dar este paso que nunca podré olvidar?


En un solo movimiento me da una estocada que me hace jadear y ver estrellas, así como olvidar toda mi línea de pensamiento. Y en ese momento sé con seguridad que yo también pertenezco a F.C. Servos.

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