Thursday, March 3, 2016

F. C. Servos - Parte 3

Bueno, aquí estaba.

Después de noches en vela, largas discusiones mentales y muchas horas de decidirme y echarme para atrás, finalmente estaba frente al lugar que el entrenador me había indicado que habían rentado para sus entrenamientos personales. El viejo edificio era el gimnasio polivalente de una escuela que por ser verano se rentaba a particulares, era un edificio de gran altura a un costado de los salones de clase cuya entrada se encontraba dentro de las instalaciones del colegio; el anciano guardia de la entrada no requirió siquiera tomar mis datos, simplemente me indicó el camino que debía seguir y volvió a acurrucarse cómodamente en su silla, colocando su gorra de tal forma que le tapara el frente de la cara.

Al acercarme al edificio escuché el sonido de zapatos deportivos contra duela. En mi indecisión, había llegado un poco más tarde de lo que el entrenador había indicado era la hora en que comenzaba el entrenamiento, por lo que no me extrañaba ya hubiesen comenzado. Me detuve con la mano apoyada en la puerta de entrada; este era el momento, si quería echarme para atrás era ahora o nunca. Lo pensé apenas dos segundos, y con decisión empujé la puerta.

Todos pararon al instante en lo que hacían y voltearon a mirarme. Todos los jugadores sin excepción vestían una apretada licra azul de cuerpo completo que les llegaba desde los tobillos hasta el cuello, aunque la ausencia de mangas permitía ver que no tenían vello en las axilas. La ajustada licra dejaba muy poco a la imaginación en cuanto a los cuerpos de sus usuarios, se apretaba contra ellos como si fuese una segunda piel marcando en particular las pantorrillas de quienes más la tenían trabajada, así como sus traseros, fuertes y tonificados. Les había sorprendido a mitad de ejercicios de calentamiento, podía ver que habían estado corriendo en círculo por el perímetro de la cancha.

“¿Quién les dijo que pararan? ¡¡CORRAN, CORRAN, CORRAN!!”, gritó el entrenador desde un costado de la cancha. Obedecieron al instante, aunque algunos de ellos me dirigieron miradas curiosas cuando pasaban a mi lado.

“Viniste. Algo me decía que lo harías. ¿Listo para entrenar?”, el entrenador me dijo con una sonrisa.

“En realidad no sé ni por qué es que vine. ¿Qué hacen aquí, por qué me invitaste a que viniera? Ni siquiera estoy vestido para entrenar, en realidad.” Rápidamente estaba perdiendo el coraje que había adquirido, pese a mi anterior decisión comencé a echarme para atrás. “Mira, me parece es mejor que olvidemos todo... no tengo razón para estar aquí, vi cosas que no debía pero no soy como ustedes... sólo, creo que debo irme.” 

Di la media vuelta, listo para retirarme, pero su mano en mi hombro me detuvo. No me agarraba con fuerza, pero su mano era firme. Me ponía nervioso.

“Estás aquí porque quieres estar aquí. Y acerca del uniforme, no te preocupes, que tenemos algunos de repuesto precisamente para situaciones como esta.”

Me quedé plantado en mi lugar en lo que él iba por el uniforme prometido y les indicaba a los demás que pasaran al siguiente ejercicio. Me entregó una licra azul como la que todos usaban, indicándome donde se encontraban los vestidores.

Como un poseído me dirigí a los vestidores y me desvestí hasta mi bóxer para ponerme la licra, pero pronto descubrí que era al menos un par de tallas más chica que la mía. Me preparaba para vestirme nuevamente y decírselo al entrenador cuando la voz de alguien más a mis espaldas casi me hace saltar de la sorpresa.

“Pensaba ya estarías preparado”, dijo el entrenador, haciendo que los vellos de mi cuello se pusieran de punta. No le había escuchado entrar. “Mejor así. Desnúdate.”

Me quedé de piedra en mi lugar. No vestía mucho ya de por sí, sólo tenía puesto el aguado bóxer de pierna larga que usaba como interior, pero aún así  era algo. Aquel hombre, a quien apenas conocía y con quien no había intercambiado más que unas cuantas palabras, me estaba ordenando me desvistiera en su presencia, algo que en una situación normal me habría molestado y probablemente incluso encabronado... pero esto era todo menos una situación normal. Yo había ido ahí conscientemente, sin ser obligado por nadie, sabía de las peculiaridades de aquel equipo y ello es lo que me había traído aquí con ellos; lo que era más, al escuchar aquella orden, firme y directa, sentía algo en mi interior que me empujaba a hacerle caso, a obedecerle.

El entrenador no repitió la orden, limitándose a mirarme a los ojos. Sus ojos castaños bajo cejas pobladas eran penetrantes, la mirada intensa. No pasó mucho antes de que yo tuviera que desviar la mirada; aquel hombre ejercía sobre mí un poder que no podía entender (y siendo sinceros, aún no comprendo por completo).

Sin mirarlo a los ojos, tomé el elástico de la ropa interior por los costados e inclinándome lentamente lo bajé hasta los tobillos. Al alzarme, me tape con ambas manos al frente, removiéndome incómodamente en mi lugar. Detrás de las manos ocultaba una erección creciente.

Aquel hombre me miró en silencio por unos momentos, con el semblante serio. Se acercó, y caminó a mi alrededor, mirándome de arriba a abajo como un depredador evaluando a su presa; me dio un manotazo en las nalgas y con un gruñido me ordenó colocar las manos en los costados. Le obedecí, y al quita mis manos de ella mi verga dio un salto haciendo notar su presencia. El entrenador rió al ver aquella reacción.

“Si antes tenías duda, ahí está toda la evidencia que necesitas: te gusta esto. La idea de estar sometido a alguien, de entregarte, es una que te prende y te llena de vigor, así que no eres tan diferente al resto de mis jugadores. Yo soy su entrenador, y tú puedes ser uno de ellos también... con la preparación adecuada.” Tragué saliva al escuchar sus palabras. Sometido... siempre me he considerado un hombre viril, masculino, auto-suficiente; no había tenido mucho tiempo para experimentar en mi adolescencia, menos aún al volverme un hombre casado de joven edad. Pero ahora que era un hombre adulto y divorciado acercándose a la mediana edad estaba viviendo algo que no había imaginado, sentía la excitación de verme sometido sexualmente. “No necesitas decir nada, tu cuerpo habla por sí solo. Hoy vas a unirte a los entrenamientos, y quizá después al equipo. ¡Quién sabe, quizá descubras aún más cosas nuevas para ti!”

Buscó en una de las bolsas de su pants deportivo y sacó de él un pequeño objeto metálico y de bordes redondeados con la forma de un huevo de codorniz aunque un tanto más grande que el mismo, y una cuerda larga en uno de sus extremos. Lo alzó para mostrármelo.

“Este será lo primero que vas a necesitar, tu primer herramienta. Todos tus compañeros la usan para entrenar, y tú no serás la excepción. Voltéate y apoya las manos en la banca.”

No se necesitaba ser un genio para adivinar en dónde iría aquella cosa, pero a pesar de que había comenzado a abrirme a la idea de obedecer y dejarme llevar, el sólo pensar en introducirme eso era demasiado, aún siendo de tan pequeño tamaño.

“Hey, no, espera. Creo que eso no me va a mí, no quiero tener esa cosa adentro. Es la primera vez que hago algo así, yo no soy de ese tipo, no quiero...”

“¿No quieres?” me interrumpió. “¿Te parece te estaba pidiendo permiso? No me importa si lo has hecho antes o no, esto es algo que requiero de mis jugadores para los entrenamientos. ¿No te gusta? Entonces ahora es el momento para salir. Sólo no esperes volver, y no me hagas perder mi tiempo y el de mis jugadores.”

El silencio inundó los vestidores. Si quería salir, era ahora o nunca. No me gustaba la idea de que me metiera eso (o cualquier cosa), pero al verlo, podía ver era algo realmente pequeño... aún sin haber hecho algo así antes, yo podría recibirlo sin problema. Creo que mi problema con ello radicaba fundamentalmente en el orgullo, la idea de que mi hombría dependía de que mi culo se mantuviera intacto.

La terquedad de un hombre de mi edad.

Juntando las cejas, llené mi pecho de aire y le di la espalda, apoyando en la banca las manos. No podía ver al entrenador, pero lo escuchaba moverse a mis espaldas. Puso una mano en una de mis velludas nalgas, lo que me hizo respingar y cerrar los ojos. ¿Qué estaba haciendo yo, a qué estaba jugando al acceder a hacer esto?

El entrenador empujó la nalga para darle acceso a mi ano, un lugar al que nunca nadie desde que yo puedo recordar lo había visto tan de cerca. No quería ver lo que hacía, pero aún con los ojos cerrados podía imaginarlo mirándome de pie, un hombre adulto inclinado y mostrando su agujero de color rosado. Apreté aún más los ojos.

El sentimiento de algo frío escurriendo entre mis nalgas me provocó un escalofrío que me hizo abrir los ojos y girar la cabeza. Aquel hombre dejaba caer una sustancia viscosa y transparente en mi culo, para luego tomar el objeto metálico que antes me había enseñando y posicionarlo en mi entrada. Este también era frío, y al sentirlo apoyado contra mi ano no pude evitar apretarlo buscando evitar su entrada. Aquella sustancia, sin embargo, facilitaba su inserción; el entrenador la empujaba con fuerza constante, ya no lo sentía tan pequeño como me había parecido previamente.

“Eh, no, no, espera, espera, no lo hagas, no lo metas...” 

Pero me ignoró. Ni siquiera volteo a mirarme. En lugar de ello ejerció más presión y pronto la parte más ancha de aquel huevecillo pasó las paredes de mi esfínter y el resto fue prácticamente absorbido por mí. De aquella cosa no quedó más evidencia que la cuerda colgando entre mis piernas, como si fuese la delgada cola de un ratón. Solté el aliento que no me había dado cuenta había estado conteniendo.

“¿Ves? No fue tan difícil. Ahora vístete, que los demás ya han comenzado los ejercicios de calentamiento y tú estás ya atrasado.”

Sus palabras me hicieron despertar del trance en el que había caído. Me alcé y giré para mirarlo, y al hacerlo sentí aquel objeto foráneo en mi interior; era un sentimiento curioso y no enteramente desagradable, simplemente... extraño. 

“¡Ugh! Oye, espera, de hecho ya no te dije pero esta cosa no me queda, está demasiado pequeña. Y de hecho, ¿para qué me tenía que meter esta cosa en el culo?”

“No me tutees. A ver, intenta ponértelo, veamos si en verdad no te queda.” Ignoró mi última pregunta, y yo no insistí en hacerla. 

Comencé a intentar ponerme el uniforme, pero con dificultades podía hacer que subiera por mis piernas. Así se lo dije, pero él insistió en que continuara. Fue problemático y un poco tardado, pero finalmente pude portar aquella vestimenta.

La licra cubría mi cuerpo desde las piernas hasta el torso; lo ajustado del material acentuaba cada pequeña imperfección de mi cuerpo, haciéndome sentir inadecuado y un poco ridículo y recordándome la manera en que había descuidado mi trabajo físico. Mi paquete se sentía prisionero, y el bulto se marcaba prominentemente de forma obscena. Por si no fuera suficiente, el material se metía entre mis nalgas, incomodándome profundamente. A pesar de todo ello, o quizá precisamente por eso, el entrenador se veía complacido.

“Te dije que entraría. Ahora sí, ven conmigo. Vamos a hacerte trabajar.”

En el gimnasio el calentamiento había continuado en nuestra ausencia, liderados por su capitán. Hacían ejercicios de estiramiento, pero el entrenador me indicó que comenzara a trotar en el perímetro del gimnasio antes de unirme a ellos.

Fue una sensación curiosa cuando al comenzar a trotar a paso lento para calentar mis músculos sentí algo dentro de mí. La bala que el entrenador me había insertado, aunque pequeña, se podía sentir claramente en mi interior, y con cada paso que daba se movía un poco, como queriendo recordarme su presencia. No me provocaba dolor en lo absoluto, aunque sí una sensación nueva en mí.

En cada vuelta que pasaba al lado de mis nuevos compañeros sentía sus miradas clavándose en mi espalda. Yo también los miraba, aunque de reojo intentando hacerlo de forma más disimulada; algo que no había notado al llegar era el MUY notorio bulto que cada uno de ellos tenía, lo cual me sorprendió por su gran tamaño. Eventualmente y por su inusual silueta caí en cuenta que se trataba en realidad de las jaulas de castidad que todos ellos usaban, de la cual había escuchado al entrenador decir que para ganarse el privilegio de tener un orgasmo necesitarían salir victoriosos en su siguiente partido. Agradecí mentalmente no tener que usar yo mismo algo así, no sabía cuánto tiempo había sido desde la última vez que se habían corrido pero no les envidiaba en lo absoluto.

El único problema que encontraba por no usar una jaula como aquella es que mi paquete, alrededor de todos los demás, parecía ser el más pequeño entre ellos. A pesar de ello se marcaba de manera considerable; no me habría animado a salir así a la calle o me arriesgaría de ser detenido por obscenidad.

Al acabar las vueltas que se me indicaron me acerqué al resto del grupo, quienes ya acababan sus estiramientos. El capitán, aquel hombre de gran condición física a quien consideraba el mejor jugador del equipo basado en nuestro partido, se acercó y me estrechó la mano con gran fuerza, presentándose.

“El entrenador me dice estás en etapa de prueba, y que nunca antes has sido parte de la escena; tú no te preocupes, ve esto como cualquier entrenamiento que hayas hecho antes.”

“¿’La escena’?... la verdad es que no estoy muy enterado de nada de esto, no había pensado en preguntarle. ¿Todos ustedes tienen gustos... así?” Me pareció incómodo hablar de forma directa, pero el capitán rió de buena gana y me puso la mano al hombro.

“Y, así es. Ya te contaré con más detalle cómo surgió todo esto, pero digamos que comenzó como un club de BDSM que mutó en uno deportivo. Aún mantenemos el interés original, sin embargo, ¿No te habías preguntado de dónde venía el nombre, F.C. Servos?”

BDSM. Ahí estaba. Era la primera vez que le daban nombre a todo esto, y para ser francos creo que debí haberlo pensado antes. Claro que estaba familiarizado con el término, es sólo que no es algo en lo que solía pensar, no eran prácticas que hubiese tenido con anterioridad fuera, quizá, de usar algo de lenguaje sucio en la cama o propiciar un par de azotes sin fuerza al momento de la acción.

No pude pedirle que me aclarara a qué se refería con el nombre, pues el entrenador, impaciente, me indicó que comenzara con los estiramientos para no seguir retrasándome; sólo haría los más básicos para ponerme al corriente con el resto del equipo.

No soy un hombre muy flexible, nunca lo he sido, por lo que en condiciones normales apenas y podía inclinarme para delante y tocar con las puntas de los dedos a mis pies; entonces, usando un uniforme tan justo y ceñido como este me encontré aún más limitado de movimiento. Al inclinarme, también descubrí que la bala en mi interior también se movía un poco, haciendo que involuntariamente apretara el esfínter. Alguien detrás de mí colocó sus manos en mi espalda ejerciendo un poco de presión para obligarme a bajar más, aunque desde mi posición sólo podía ver sus tenis deportivos.

“El entrenador piensa puedes bajar un poco más,” dijo alguien joven en voz baja, casi en un murmullo. “Me mandó para ayudarte.”

Al ponerme de pie le pude ver a la cara. Era un muchacho de pelo castaño, bien rasurado y cuerpo delgado a quien previamente le había visto hasta de las nalgas: aquel a quien llamaban ‘Omega’. Opté por ignorar la manera en que nos habíamos conocido, y él tampoco se mostró interesado en hablar de ello, por lo que el resto de los estiramientos fueron hechos en silencio.

Pronto nos integramos a los ejercicios usuales de mis compañeros. Los observé antes de integrarme para ver lo que había que hacer: habían colocado varias hileras de pequeños conos anaranjados a lo largo del gimnasio, y en parejas comenzaban a correr a lo largo de ellos en zig-zag, moviéndose de un lado al otro a gran velocidad. Me llamó la atención que el entrenador, parado en la línea de inicio entre una y otra hilera, no usaba un silbato ni aparentaba decir nada para indicar a los jugadores que debían comenzar, pero pese a ello cada pareja comenzaba invariablemente al mismo tiempo. Noté además el gesto que cada uno hacía justo cuando arrancaba.

Me integré a una de las dos filas para esperar mi turno para correr por la pista con los conos. Mientras avanzábamos hacia la línea de inicio le pregunté a la persona que estaba frente a mí acerca de la aparente telepatía con la que se comunicaban entre sí para arrancar exactamente al mismo tiempo, pero este sólo rió y me dijo que al llegar mi turno lo comprendería.

No había entendido a qué se refería, pero no le cuestioné más. Al llegar al frente de la línea me preparé para comenzar a moverme entre los conos, esperando ver alguna señal que me indicaría que debía comenzar, pero lo que no esperaba era que la señal terminó llegando de dentro de mí.

Al inicio no comprendí qué es lo que sentía, la sensación fue tan inesperada que me hizo sentir débil de las rodillas. Era una vibración que procedía de mis entrañas, estimulando áreas jamás tocadas por nadie; me parecía que mi cuerpo entero vibraba por aquello, y entendí que se trataba de la bala en mi interior que incluso había llegado a olvidar.

La sensación desapareció tan repentinamente como había aparecido. Exhalé, y recibí una nalgada por parte del entrenador que me hizo recordar lo que tenía que hacer; mi compañero de la otra fila ya había comenzado desde que el entrenador había activado nuestras balas, por lo que me llevaba considerable ventaja. Corrí y me moví entre los conos, esquivándolos e intentando hacerlo lo más rápido posible, pero aún me sentía un poco inseguro en mis pisadas y lo hacía con inusual torpeza. Sentía una sensación fantasma de vibración en mi interior, como si aquel dispositivo se encontrara aún encendido en mi interior.

Al llegar al final se esperaba que trotáramos para regresar y volver a formarnos, y así repetir varias veces el ejercicio. Me tomé mi tiempo en hacerlo, pensando en las sensaciones que había tenido: realmente, había venido aquí sin saber absolutamente nada de nada. Comprendí entonces por qué es que el entrenador esperaba en la línea de inicio y por qué sólo aquellos cerca de él sentían las vibraciones: debían ser controladas a distancia, con un rango de corto alcance.

En la segunda ocasión en que se repitió el ejercicio ya estaba preparado para la sensación que vendría, por lo que pude comenzar a correr en cuanto la sentí; a pesar de ello, la intensidad me volvió a tomar por sorpresa y casi doy un paso en falso que me habría hecho tropezar. Llegué a repetir el ejercicio en cuatro ocasiones, y en cada una de ellas el entrenador hacía uso de la bala vibradora para indicarnos cuando debíamos comenzar a correr. Mientras que comencé a anticipar su activación, no llegué a acostumbrarme a la sensación puesto que era tan breve que cuando apenas comenzaba ya había terminado, dejándome sólo la memoria de su vibración.

Pronto descubrí que la activación de ese pequeño instrumento era el favorito del entrenador para indicar el comienzo de cada ejercicio. Cuando repetíamos el mismo ejercicio de correr entre los conos pero dominando un balón, o saltábamos a gran velocidad a través de un campo de aros en el piso, o también al lanzar tiros a la portería para que el portero los parara, el entrenador gustaba de hacer uso de aquella herramienta para indicar el inicio de cada uno.

Los ejercicios en sí eran variados, y pese a la excentricidad del grupo en realidad eran apropiados para el deporte. El entrenador nos fue colocando en varias posiciones para ensayar diversos escenarios en donde cada uno debía ejercer un rol diferente, tal como hacer pases a profundidad, adelantar el balón, driblearlo o tirar a gol. Parecía tomarse en serio su rol como entrenador, y me di cuenta no era tan sólo alguien interesado por el morbo de la dominación: este era un equipo que combinaba sus pasiones y no se limitaba a una sola.

Por mi parte, conforme me iba aclimatando entré en un ritmo familiar, fui agarrando firmeza y seguridad en mis movimientos y llegué a meterme de lleno en el entrenamiento, dando mi mejor esfuerzo y sudando por ello. A momentos olvidaba que este entrenamiento era como ningún otro que he tenido, hasta que la vibración de la bala en mi culo me lo recordaba nuevamente. 

Entre ejercicio y ejercicio me fui enterando también cada vez más del equipo: cómo había comenzado por un grupo de entusiastas por el BDSM, la manera en que entre broma y broma se habían decidido a inscribirse como equipo en la liga amateur de futbol, así como el que habían dejado que el esclavo Alfa tomara el lugar del capitán y el más joven e inexperto de ellos el del Omega. De este último me enteré recibía un trato particularmente más duro, pero disfrutaba su posición en el gran esquema de las cosas. Muchos se sorprendieron al saber la manera en que yo me había enterado de la verdadera naturaleza de su grupo, y aún más al escuchar de mi absoluta inexperiencia con otros hombres.

En uno de los ejercicios, me tocó observar una jugada particularmente mala de un chico regordete, quien con grandes esfuerzos podía apenas seguirnos el paso. Sudaba copiosamente y fallaba constantemente en sus tiros a la portería, y con cada fallo se ganaba nuevos gritos e insultos del entrenador, hasta que en la jugada que menciono lanzó un cañonazo en una dirección bastante lejana de la portería.

“¡VEN ACÁ!” el entrenador rugió. El chico pareció encogerse en su lugar pero le obedeció, y el entrenador le tomó del cuello. “Parece que no te estás concentrando. ¿Será acaso que no dejas de pensar en verga, que tu pequeño hoyito no está satisfecho hasta que no está relleno hasta el fondo? ¿Es eso, putito? Pues vamos a ver si apenas así puedes estar a la altura.”

Enfrente de todos comenzó a desnudarlo con una mano mientras que con la otra le seguía agarrando del cuello. Cuando le hubo bajado la licra hasta los tobillos, tomó la cuerda que le colgaba del culo (idéntica a la mía) y lo jaló sin miramientos provocándole una mueca a su víctima. Hizo que el muchacho se postrara de rodillas con la cabeza apoyada en la duela, y sacó de una de sus bolsas un dildo color negro de mediano grosor, el cual embadurnó rápidamente con considerable lubricante antes de colocarlo en la entrada del chico e insertárselo de un solo golpe. El muchacho chilló, su cuerpo había recibido aquella herramienta tan abruptamente que yo no podía creerlo. ¿Acaso estaría tan acostumbrado a ser penetrado que podía recibir algo como aquello de un momento a otro? Si alguien lo sabía, ese era el entrenador.

El entrenador, por su parte, le ordenó al muchacho se vistiera y continuara con los ejercicios, cosa que el muchacho obedeció lentamente; cuando llegó el turno de repetir el ejercicio en el que había fallado, se movía con movimientos muy torpes y aún más lentos, de su apretada licra se asomaba el cilindro del dildo en medio de sus nalgas pero pese a ello, al momento de hacer el tiro a la portería lo hizo con una fuerza más controlada y mayor precisión. Me pregunté si lo que había dicho el entrenador no habría tenido algo de verdad.

La imagen de aquel muchacho, de rodillas al piso y jadeando al recibir en su culo tal herramienta, dejó en mi una fuerte impresión. Si dijera que la escena no me excitó estaría mintiendo en gran medida: lo hizo, y mucho. Lo peor de todo era que no podía disimularlo en lo absoluto, la licra no me lo permitía. Más de uno miraba mi paquete, marcado todo su contorno ahora más que nunca, aunque no hicieron comentario al respecto y el entrenamiento continuó como había hecho hasta el momento.

La última media hora del entrenamiento fue dedicada a un partido entre nosotros. El entrenador dividió a todos los jugadores en dos equipos de tal forma que estuviesen balanceados, y nos indicó que para diferenciar entre unos y otros uno de los equipos habría de jugar sin camisa. 

“Ah. Me parece que he olvidado que su uniforme actual no tiene separación entre short y camisa,” dijo, fingiendo sorpresa. “Bueno, no habrá de otra más que tener que quitárselo por completo.”

Miré con nerviosismo cuando el jugador que habíamos elegido como nuestro representante se reunía con Alfa, el representante opuesto. Tiraron una moneda para decidir roles, y para gran alivio mío el resultado fue favorecedor para nosotros. El equipo opuesto comenzó a desvestirse, dejando las licras a un lado y exhibiendo con diferentes niveles de pudor sus cuerpos, en su mayoría rasurados o lampiños. Con anterioridad había visto a la mayoría de ellos desnudos, pero en aquella ocasión lo había hecho a distancia y tratando de no ser visto por ellos. En esta ocasión me encontré rodeado por sus cuerpos, y no pude menos que admirar a varios de ellos por la fuerza de sus músculos perfectamente trabajados, algo que no dejaba de sorprenderme.

Debo admitir que no es la primera vez en que me fijo en un hombre, pero nunca había pensado demasiado en ello. Miradas furtivas en los vestidores de los gimnasios, bromas entre amigos, claro que lo había hecho, pero siempre había considerado que cada vez que mi mirada divagaba al trasero de un compañero no era más que una simple y sana curiosidad que seguramente todos experimentaban. Ahora, sin embargo, podía admitirme a mí mismo una realidad diferente, una en la que observaba a hombres desnudos y les admiraba por su fuerza, por su cuerpo,  y particularmente (esto fue algo que me costó admitirme a mí mismo) por su culo.

Al final, nuestro equipo acabó perdiendo 2 a 1. Originalmente había pensado tendríamos la ventaja gracias a jugar vestidos, pero no había considerado el factor distractor que significaba jugar contra oponentes desnudos; como premio para los ganadores (o castigo para los perdedores, según sea visto) el entrenador les concedió darnos veinte azotes, diez por cada gol que metieron. Apoyados contra la pared, cada uno de nosotros recibió los golpes propiciados por los contrincantes; por suerte para mí, quien me los propició no pareció hacerlo con gran fuerza, al menos no en comparación a los azotes que recibieron algunos de mis compañeros de equipo.

Tras aquel partido rápido pasamos a hacer ejercicios finales y un poco de estiramientos para descansar los músculos. Fue en estos últimos en que sucedió la desgracia.

La licra, pese a ser un material flexible, tiene sus límites. Ya los había puesto a prueba en un inicio al hacer mis ejercicios de estiramiento, pero ahora que los repetía  resultaron ser demasiado para el material. Con cada movimiento, cada que jalaba y soltaba, el material se separaba poco a poco, aflojándose sin mi conocimiento, hasta que finalmente y para gran sorpresa mía acabó cediendo.

Fue muy repentino. Me encontraba abierto de piernas e inclinado lo más que podía hacia adelante ayudado por Omega cuando con un horrible sonido de tela descociéndose la licra acabó separándose a la mitad exactamente en mis nalgas. Me quedé paralizado en mi lugar, aún me tomó unos instantes comprender lo que había ocurrido pero todos los demás habían girado la cabeza en dirección al sonido inmediatamente. Me puse de pie de golpe, cubriéndome, y como si hubiesen despertado de un hechizo simultáneamente todo el equipo estalló en carcajadas.

“¿Qué pasó, novato?” el entrenador me dijo, con una amplia sonrisa. Me pregunté si ya lo habría planeado desde un inicio. “No sabía también eras exhibicionista, como el resto de pervertidos que hay acá. Puedo ver que son lindas nalgas, no me extraña que hayas buscado una excusa para presumírselas a todos los presentes, pero realmente sólo los estás distrayendo. Muy bien, basta de juegos, que aún no acabas con la rutina de estiramientos.”

Me le quedé mirando anonadado y con las manos aún cubriéndome. ¿No esperaba que continuara con el pantalón roto de aquella forma, enfrente de todos? Las comisuras de su boca poco a poco comenzaron a bajar hasta que su sonrisa se convirtió en una mueca.

“¿Qué esperas? ¿Una invitación? Parece que yo mismo tendré que supervisarte de cerca. ¡Piernas rectas, manos a los costados!”

Mis compañeros habían dejado de reír, se habían colocado en círculo alrededor nuestro como antes había visto hicieron con Omega. Inhalé de forma aguda e hinchando mi pecho, hice como se me indicó. Aún tenía nervio y la audiencia lo hacía aún más difícil, pero al mismo tiempo obtenía una curiosa sensación de placer de verme observado. Sabía que la cuerda de la bala aún se asomaba, pero ahora que estaba enterado que todos la portaban no me sentía tan avergonzado como antes por ella.

“Manos al suelo. No dobles las rodillas.” Me incliné hacia el frente obedeciendo la instrucción, y el material acabó cediendo aún más, haciendo más amplia aún la descosedura. Además, la posición nada dignificada hacía que mis nalgas se separaran, dejando que aquellos que se encontraban directamente a mis espaldas pudieran ver de mí más de lo que tenía contemplado, el punto en donde la cuerda se perdía en mi interior.

El entrenador no parecía complacido con mi desempeño. Las rodillas me temblaban muy ligeramente, producto del nervio, y las doblaba un poco, por lo que se acercó a mí y me forzó a mantenerlas firmes. Con una nalgada me indicó que bajara más, y cuando fallé en hacerlo se colocó detrás de mí, apoyando su paquete descaradamente entre mis nalgas, y con una mano hizo presión para hacerme bajar un poco más.

Mantuvimos la posición unos segundos, en los cuales mi rostro enrojecido había comenzado a sudar, quizá producto del esfuerzo, quizá producto de la situación, o quizá producto de ambas. Liberó la presión y me indicó que podía alzarme, pero sólo para continuar con el resto de los estiramientos.

Fiel a su palabra, me apoyo en cada uno de los ejercicios, haciéndome abrir las piernas e inclinarme, o estirar una pierna mientras la otra estaba doblada en una posición similar a la de un corredor en la línea de inicio. Yo le obedecí, lleno de nervio y emoción, miedo y excitación. Los ejercicios me hacían ponerme en posiciones vulnerables y visibles, y cuando finalmente acabé con todos los ejercicios de estiramientos el agujero se había hecho tan grande que los vellos de mis huevos se asomaban ya. Viendo aquello, el entrenador se acercó a mí, y mirándome a los ojos metió su mano en la abertura y me tomó de los huevos, lo que me dejó paralizado y jadeante. Ahí, frente a toda la audiencia, jaló de ellos hacia abajo para terminar de exponerlos por completo, y con ellos salió también mi verga, dura como roca.

“Hora de acabar el entrenamiento de hoy. Cinco vueltas a la cancha, todos ustedes.” Todos obedecieron al instante, todos menos yo. Me le quedé mirando, y él se limitó a darme una poderosa nalgada que me puso en movimiento.

¿Alguna vez han intentado correr con una erección? O peor aún, con una erección y nada de soporte. No es nada divertido, déjenme les digo... las bolas, para comenzar, se mueven de arriba abajo sin nada que las detenga, llegan incluso a doler, y la verga se convierte en un obstáculo con el que te golpeas la cadera con cada movimiento, entorpeciéndote y haciéndote correr de manera ridículo. Si a eso le sumamos que era el único entre mis compañeros que corría con las joyas y el culo expuestos, entonces queda claro que no era el mejor momento para mí.

Quizá se preguntan, ¿Por qué estaba haciendo todo esto? ¿Acaso no podía irme, mandar al carajo a todos ellos e irme de ahí? ¿Por qué soportaba ser tratado de aquella manera humillante, denigrante? Todas son preguntas válidas. Y a pesar de ello... no tenía una respuesta. En ese momento no me formulaba esas preguntas a mí mismo, no pensaba, simplemente no consideraba el desobedecer y lo único que pasaba por mi mente era que esto era lo que tenía que hacer. Eran mis inicios como un sumiso.

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