Wednesday, April 13, 2016

El Guerrero

Con un horrible chillido, la criatura cayó en la distancia.

Keon se hizo paso a través del bosque lo más rápidamente que pudo, arco aún en mano. El sonido que había escapado de la criatura debía haberse oído a gran distancia, y además no estaba completamente seguro que había sido herida de muerte; iba a necesitar al menos un pedazo de sus alas si quería cobrar la recompensa y no le haría nada de gracia si alguien más se le adelantara a ello, o si algún otro ser carroñero se hacía de ella.

Titubeo un momento ante el oscuro camino frente a él. Los árboles, cada vez más frondosos, apenas dejaban pasar un poco de luz del exterior en esa área tan profunda; no solía adentrarse tanto en el bosque como estaba haciendo ahora debido a los seres que ahí habitaban, pero sabía que el guiverno no debía haber caído mucho más lejos. Decidió que el riesgo valdría la pena, y de cualquier manera sólo se adentraría un poco para buscar al monstruo herido.

Casi inmediatamente dio con aquella criatura malherida, guiado por su débil llanto; se encontraba postrada entre las ramas de un gran árbol, sangrando copiosamente de las heridas de flecha que le había provocado; algunas de éstas aún se encontraban incrustadas en su escamosa piel. Giró la cabeza en dirección a Keon y le siseo de forma amenazante, pero no se movió de otra forma.

Keon tomó una flecha de su carcaj y apuntó a la cabeza de la convaleciente criatura. Se tomó su tiempo para afinar su puntería, y la flecha encontró su blanco justo en el cráneo del guiverno, acabando en un instante con su agonía.

El guerrero guardó el arco, ajustándolo contra su espalda, y se preparó para trepar el árbol. El grosor del tronco hacía que la subida no fuera sencilla, no había mucho lugar del cual aferrarse de forma natural por lo que tuvo que hacer uso de sus herramientas para ayudarse a subir; trepaba a menor velocidad de lo que le hubiese gustado, pero era necesario para evitar correr el riesgo de caer.

Una vez arriba de la rama en la que su presa se encontraba hizo uso de uno de sus cuchillos para cortar una de las alas de la criatura; pese a ser uno de los más afilados que tenía, apenas era suficiente para traspasar a través del correoso material, se le dificultaba penetrar la piel del guiverno. Enfrascado en su tarea, tratando de acabar con ella para salir del área lo antes posible, cometió el frecuentemente fatal error de no prestar atención a sus alrededores, algo que le ha valido la vida a mejores guerreros que él. Para cuando se daría cuenta del peligro que se cernía sobre él ya sería demasiado tarde.

La primera señal que Keon tuvo de que algo no estaba bien fue el silencio a su alrededor. Se detuvo a mitad de desgarrar el ala y se mantuvo quieto, escuchando, o mejor dicho no escuchando, los sonidos del profundo bosque. No había ya cantos de pájaros ni aullidos de bestias cercanas, el silencio era innatural en un área como en la que se encontraba. Procurando no mover el cuerpo, miró a sus alrededores buscando algo de movimiento, y por primera vez vio algo que había fallado en notar en las ramas del árbol: en algunas de ellas colgaban finos hilos blancos casi invisibles cuando eran mirados desde ciertos ángulos. Alzando la vista, pudo ver que estos hilos caían de las copas del árbol, y en la parte superior, apenas visible detrás de la gran frondosidad del árbol, estaba cubierta por una gran cantidad de telarañas, dando la apariencia de que una gran capa de nieve había caído en ellas.

Buscando controlar su respiración, Keon guardó el cuchillo en una de las bolsas laterales del zurrón y comenzó a alejarse de la presa poco a poco, buscando hacer la menor cantidad de ruido posible al acercarse al tronco. Conocía ese tipo de telarañas, y la criatura que generalmente merodeaba detrás de ellas; había ido a meterse directamente a la boca del lobo, no se trataba de ningún arácnido normal y ciertamente no valía la pena arriesgar la vida por la recompensa que le darían.

Pegó la espalda contra el tronco, y sin mirar comenzó a sacar las herramientas que había usado para treparlo. Le interrumpió en su tarea la suave caída de un fino hilo de aquella telaraña, reluciente al sol; poco a poco alzó la cabeza, y directamente encima de él, a diez metros de altura y aferrada al tronco del árbol, vio un enorme arácnido que le contemplaba con sus ocho ochos. Tomando firmemente un par de los ganchos que usó para trepar, Keon se aventó del árbol.

Frenó su descenso usando los ganchos contra la corteza del árbol, pero a pesar de ello cayó con gran pesadez; no se dio tiempo para revisar si se había lastimado, y en cuanto estuvo en el suelo rompió a correr en dirección al área más iluminada del bosque, contando con la esperanza de que aquel ser no le daría persecución. Pronto se dio cuenta que sus deseos no se cumplirían, podía escuchar detrás de él un horrible sonido de patas moviéndose en su dirección a gran velocidad, y lo que era peor, estas iban ganando terreno a cada segundo. A pesar de ello no miró para atrás.

Un gran golpe le lanzó a un costado, azotándolo contra un árbol y sacándole el aire al harcerlo. Frente a él se encontró con la horrible criatura, un ser arácnido de cuerpo peludo y completo color negro excepto por sus ocho ojos rojos, relucientes en la penumbra del bosque. Sus dos metros de altura le daban un aspecto impactante, más aún cuando alzaba las patas delanteras en actitud agresiva. Keon, dándose cuenta que no podría huir de ella, se puso trabajosamente de pie y desenvainó su espada, preparándose para el combate.

Los dos oponentes se contemplaron, cada uno esperando una reacción del otro. La enorme araña fue la primera en reaccionar, abalanzándose contra su contrincante a sorprendente velocidad. Este esquivó el placaje y aprovechó para atacarle en un costado, pero el arácnido reaccionó de forma más veloz de lo que tenía planeado, dejando caer una de sus múltiples patas en el cuerpo del guerrero; la garra curva y afilada al final de la pata hizo una cortada en el pecho de Keon, penetrando su armadura de cuero y dejando una línea roja en su blanca piel. Las garras eran más afiladas de lo que originalmente había pensado, y las patas más resistentes también: pese a recibir un golpe directo de la espada en una de éstas apenas y le había dejado marca alguna, la quitina de la que estaban recubiertas le protegía de todo golpe con excepción de los más severos. Keon cambió su postura, re-dirigiendo sus ataques al cuerpo peludo y considerablemente más suave de la criatura, y se lanzó al ataque nuevamente.

Cuando el gran arácnido se abalanzó nuevamente sobre él, estaba listo para recibirlo con un ataque por debajo de su cuerpo. Otras garras le cayeron encima provocándole múltiples cortadas en el cuerpo, pero se obligó a sí mismo a ignorarlas en su búsqueda de un punto sensible para atacarle. El agacharse debajo de la bestia le ponía en una posición muy vulnerable, pero también le permitió acceso a la parte más suave de ella; en momento en que la araña alzó las patas delanteras, exponiéndose, Keon empuño el arma con ambas manos y dio una estocada que penetró a la criatura. Ésta soltó un chillido infernal, y de la herida brotó una sustancia verde y viscosa. No soltó el arma, esforzándose por introducirla más en el interior del ser, pero ésta torció su abdomen y le atacó con el gran aguijón en su extremo trasero. Tanteo violentamente y a ciegas, intentando acertar a su oponente, pero Keon, enfrascado en la lucha, no logró evadirlo para siempre y eventualmente él también fue penetrado por su oponente. Ambos contrincantes mantuvieron su posición, el impasse entre ambos significaba que el primero que soltara al otro sería el perdedor, pero la monstruosa araña tenía una ventaja sobre el humano: con aquel aguijón comenzó a bombear veneno que circuló por las venas del guerrero hasta paralizarlo.

El veneno no surtió efecto de inmediato. El primer síntoma que llegó a tener fue un hormigueo en las extremidades del cuerpo, seguido por una pérdida de fuerza en el agarre que eventualmente le hizo soltar la empuñadura de la espada, dejando el arma clavada en el torso de la araña. Sus brazos cayeron inertes a sus costados; no podía alzarlos, moverlos significaba ahora un esfuerzo sobrehumano para él. Trastabillando, dio un par de pasos atrás, pero sus piernas también comenzaron a volverse pesadas, como si estuviesen hechas de plomo. Muy pronto no fueron capaces de soportar su propio peso, sus rodillas cedieron y cayó de frente al duro suelo como un muñeco de títere al que le han cortado las cuerdas.

Con la cara pegada al suelo no alcanzaba a ver nada más que las hojas secas que cubrían el suelo del bosque. Su cuerpo entero no respondía a sus intentos de moverse, no era capaz de al menos alzar la cabeza o de arrastrarse por el suelo como un gusano. Se preguntó si así es como acabaría todo, y se sorprendió de la calma que sentía al contemplar semejante escenario.

Una de las patas de la araña entró a su rango de visión. La criatura se había puesto directamente encima de él, una posición inusual si acaso se disponía a comer. Quizá, pensó para sí, lo guardaría como almuerzo para otra ocasión, lo que le daría la oportunidad de escapar si el veneno salía de su torrente sanguíneo.

A pesar de estar paralizado aún tenía sensibilidad en el cuerpo, por lo cual se dio cuenta cuando la criatura comenzó a rasguñarle en la parte trasera de su armadura. Lo hacía con sorprendente delicadeza, no aparentaba buscar destriparlo o desentrañarlo, aunque con sus afiladas garras lo podría haber hecho con gran facilidad. Los constantes arañazos comenzaron a destrozar la armadura de cuero, y las delgadas vestiduras de lana debajo de estas fueron hechas jirones en un instante; su espalda también recibió algunos de los arañazos, pero por suerte para él apenas fueron suficientes para sacarle un poco de sangre. La araña continuó escarbando con una pata, haciendo a un lado la destrozada armadura, y no dejó de hacerlo hasta no quedó nada de la misma en toda la parte trasera de su cuerpo, dejando expuesta la piel desnuda del guerrero. Keon se preguntó nuevamente las intenciones de aquel ser.

Fuera del rango de visión de Keon, un nuevo apéndice surgió de un lugar cercano al aguijón de la monstruosa criatura. Se trataba de una membrana carnosa de color oscuro con forma de tubo delgado, con apenas un centímetro de diámetro. El apéndice salió del torso del gran arácnido, expendiéndose en longitud más y más, y moviéndose ciegamente por sus alrededores, buscando su objetivo. Finalmente llegó a tocar con la punta la pantorrilla del guerrero caído en batalla, y comenzó a recorrer la pierna, dejando tras de sí una babosa sustancia; esto no pasó desapercibido para Keon, quien se asqueo al sentir tan desagradable sensación. Una vez más intentó moverse, sin éxito alguno.

La membrana, por su parte, subía lentamente por la pantorrilla, percibiendo con sus primitivos sentidos una fuente de calor en el cuerpo de su presa. Conforme se acercaba al área del trasero, la sensación iba en aumento, y al subir por los enormes montículos de carne encontró finalmente su objetivo, un lugar con la temperatura apropiada para la incubación. El delgado apéndice de la araña se hizo paso serpenteando entre las nalgas del guerrero hasta encontrar lo que buscaba: la apretada abertura del guerrero, totalmente virgen al toque ajeno. Con firmeza, se pegó a la oscura entrada y lento pero seguro se empezó a hacer paso entre los pliegues anales, introduciéndose a través del ano de su víctima a su cuerpo. Keon sentía la extraña sensación del delgado objeto haciéndose paso por su interior, le provocaba un curioso cosquilleo aunque no le lastimaba gracias a su flexibilidad e insignificante grosor. Aún así, estaba alarmado por las acciones de aquella bestia. Nada bueno para él saldría de esto.

A sus espaldas, dicha bestia se preparaba. Ahora que había hecho contacto directo y había hecho conexión con el área adecuada para su carga, continuó con la siguiente parte del proceso que había comenzado. El extremo de la membrana que aún estaba pegada a su abdomen pareció inflarse, estirando el flexible material a su máxima capacidad; una bola, de un tamaño similar al de un puño humano, pudo apreciarse en la carnosa membrana, haciéndose paso a lo largo del camino con extrema dificultad. Se acercaba a la víctima que, yaciendo boca abajo en el piso, de nada de lo que ocurría estaba enterado.

Finalmente aquella bola llegó hasta el lugar en donde aquel conducto se perdía entre las entrañas del guerrero. Keon comenzó a sentir que el tubo, hasta ahora delgado y fácilmente soportable, comenzaba a ensancharse, forzando a las paredes anales abrirse más y más. Su esfínter, como el resto de su cuerpo, no le respondía y relajado como estaba no puso gran resistencia al intento de aquel objeto foráneo de invadirle; a pesar de ello, fue con gran dificultad que la bola se podía forzar a entrar. Si la esfera había tenido problemas para moverse a través del conducto, lo tuvo en mucha mayor medida al intentar hacerse paso por el anillo anal de aquel hombre.

Keon comenzó a sudar frío. En los años que llevaba como aventurero y mercenario nunca había escuchado de algo como esto, conocía los hábitos de cientos de criaturas y bestias, había prestado gran atención a los relatos de otros como él y se había entrenado para enfrentar cualquier situación, pero nunca nada como esto. No sabía lo que aquella bestia le estaba haciendo y, la verdad sea dicha, ello le provocaba un sentimiento que creía haber olvidado: el miedo.

A base de constante presión, el camino de la esfera se fue ensanchando. El ano se fue haciendo cada vez más grande, provocando un gran dolor en Keon; en el punto más ancho de la bola sintió que no sería capaz de soportarlo por mucho tiempo más, le parecía que se desgarraría del esfuerzo, pero la sensación sólo duró un momento: como si se tratara de una boca hambrienta su ano terminó de recibir aquella bola y se cerró tras ella. Aún sentía con gran dolor a aquel pulsante invasor moverse de a poco en su interior, las paredes anales se ensanchaban en su interior para hacerle paso pero ya no le pesaba tanto como fue la entrada. Respiró aliviado de que al menos eso había pasado ya, sin saber que otras bolas como esa se hacían paso ya por el ducto, camino al mismo destino que la primera.

La segunda esfera en intentar entrar tuvo dificultades en menor medida, producto de que tanto la membrana como el esfínter se habían estirado ya para aumentar su máxima capacidad. Sin embargo, su ano se encontraba adolorido aún, y al sentir que nuevamente algo ejercía presión para entrar en él deseo haberse desmayado. Temía volver a tener aquellas sensaciones, no quería volver a experimentarlo, pero ahí estaba nuevamente un objeto foráneo en su entrada, ejerciendo presión, presión, presión... se sentía a reventar, su culo no podía abrirse tanto, un dolor agudo... y de pronto, aquel redondo objeto se encontraba ya en su interior, avanzando hacia su interior a un destino desconocido como lo hizo la anterior.

A la segunda esfera le siguió otra, y otra, y otra más. Aquellos objetos se movían por el ducto con cada vez mayor facilidad, pero todos por igual se atoraban en la entrada del esfínter anal, en donde debían ejercer mayor presión y finalmente lograban entrar con algo de esfuerzo. Invariablemente, el esfínter se cerraba tras ellos, como si los devorara, y también sin falla le provocaba un punzante dolor al guerrero. Cada vez que sentía uno de aquellos invasores acercarse comenzaba a sudar más copiosamente, deseando que el momento pasada; no dejó de resentir el paso de cada uno de aquellos objetos ni siquiera con el último de ellos.

Con la última de aquellas esferas a salvo en el interior del humano, el arácnido comenzó a extraer el apéndice de manera veloz, retrayéndolo a su abdomen. Keon sintió una sensación de quemazón al salir éste de la abertura que acababa de violar, dejando tras de sí un líquido baboso que escurrió por su perineo. Se detuvo en la entrada del guerrero, y de la punta comenzó a excretar una pegajosa sustancia que le provocaba ardor e irritación. Cuando dio por terminado su trabajo final, el apéndice acabó por desaparecer en algún lugar del abdomen de la criatura, invisible como lo había sido en un principio.

Lo único que alcanzó a ver Keon, tirado aún boca abajo en el piso, fueron las patas de la araña desaparecer de su rango de visión, y el sonido del ser mientras se alejaba. No podía creerlo: contra todo pronóstico había sobrevivido la experiencia de pesadilla, aunque aún no podía decir que estaba fuera de peligro: se encontraba aún paralizado y a merced de las criaturas del bosque. Con esfuerzo llegó a mover las puntas de los dedos, y un par de horas después ya podía arrastrarse, si no bien caminar.


La noche había caído cuando pudo salir del área más profunda del bosque, cojeando y apoyándose en su arco. Su armadura había quedado absolutamente destrozada, sólo le quedaban pedazos que le colgaban del frente, y no había sido capaz de encontrar la espada que había clavado en la criatura (aunque, la verdad sea dicha, no había hecho mucho por buscarla). Con temblorosa mano se tocó el lugar en donde había sido atacado por el ser, e hizo una mueca de dolor: el anillo anal estaba magullado e híper-sensible, y se mantenía totalmente pegado entre sí por una sustancia pegajosa. Sus intentos por arrancarla fueron infructuosos: el material estaba firme y dolorosamente pegado a la abertura anal, bloqueando el acceso y manteniendo a su culo estrechamente cerrado. Se rindió en la tarea y continuó en su camino para salir del bosque. Ya se ocuparía de ello después.

No comments:

Post a Comment