Con un horrible
chillido, la criatura cayó en la distancia.
Keon se hizo paso a través del bosque lo más rápidamente que pudo, arco
aún en mano. El sonido que había escapado de la criatura debía haberse oído a
gran distancia, y además no estaba completamente seguro que había sido herida
de muerte; iba a necesitar al menos un pedazo de sus alas si quería cobrar la
recompensa y no le haría nada de gracia si alguien más se le adelantara a ello,
o si algún otro ser carroñero se hacía de ella.
Titubeo un momento ante el oscuro camino frente a él. Los árboles, cada
vez más frondosos, apenas dejaban pasar un poco de luz del exterior en esa área
tan profunda; no solía adentrarse tanto en el bosque como estaba haciendo ahora
debido a los seres que ahí habitaban, pero sabía que el guiverno no debía haber
caído mucho más lejos. Decidió que el riesgo valdría la pena, y de cualquier
manera sólo se adentraría un poco para buscar al monstruo herido.
Casi inmediatamente dio con aquella criatura malherida, guiado por su
débil llanto; se encontraba postrada entre las ramas de un gran árbol, sangrando
copiosamente de las heridas de flecha que le había provocado; algunas de éstas
aún se encontraban incrustadas en su escamosa piel. Giró la cabeza en dirección
a Keon y le siseo de forma amenazante, pero no se movió de otra forma.
Keon tomó una flecha de su carcaj y apuntó a la cabeza de la
convaleciente criatura. Se tomó su tiempo para afinar su puntería, y la flecha
encontró su blanco justo en el cráneo del guiverno, acabando en un instante con
su agonía.
El guerrero guardó el arco, ajustándolo contra su espalda, y se preparó
para trepar el árbol. El grosor del tronco hacía que la subida no fuera
sencilla, no había mucho lugar del cual aferrarse de forma natural por lo que
tuvo que hacer uso de sus herramientas para ayudarse a subir; trepaba a menor
velocidad de lo que le hubiese gustado, pero era necesario para evitar correr
el riesgo de caer.
Una vez arriba de la rama en la que su presa se encontraba hizo uso de
uno de sus cuchillos para cortar una de las alas de la criatura; pese a ser uno
de los más afilados que tenía, apenas era suficiente para traspasar a través
del correoso material, se le dificultaba penetrar la piel del guiverno.
Enfrascado en su tarea, tratando de acabar con ella para salir del área lo
antes posible, cometió el frecuentemente fatal error de no prestar atención a
sus alrededores, algo que le ha valido la vida a mejores guerreros que él. Para
cuando se daría cuenta del peligro que se cernía sobre él ya sería demasiado
tarde.
La primera señal que Keon tuvo de que algo no estaba bien fue el
silencio a su alrededor. Se detuvo a mitad de desgarrar el ala y se mantuvo
quieto, escuchando, o mejor dicho no escuchando, los sonidos del profundo
bosque. No había ya cantos de pájaros ni aullidos de bestias cercanas, el
silencio era innatural en un área como en la que se encontraba. Procurando no
mover el cuerpo, miró a sus alrededores buscando algo de movimiento, y por
primera vez vio algo que había fallado en notar en las ramas del árbol: en
algunas de ellas colgaban finos hilos blancos casi invisibles cuando eran
mirados desde ciertos ángulos. Alzando la vista, pudo ver que estos hilos caían
de las copas del árbol, y en la parte superior, apenas visible detrás de la
gran frondosidad del árbol, estaba cubierta por una gran cantidad de telarañas,
dando la apariencia de que una gran capa de nieve había caído en ellas.
Buscando controlar su respiración, Keon guardó el cuchillo en una de las
bolsas laterales del zurrón y comenzó a alejarse de la presa poco a poco,
buscando hacer la menor cantidad de ruido posible al acercarse al tronco.
Conocía ese tipo de telarañas, y la criatura que generalmente merodeaba detrás
de ellas; había ido a meterse directamente a la boca del lobo, no se trataba de
ningún arácnido normal y ciertamente no valía la pena arriesgar la vida por la
recompensa que le darían.
Pegó la espalda contra el tronco, y sin mirar comenzó a sacar las
herramientas que había usado para treparlo. Le interrumpió en su tarea la suave
caída de un fino hilo de aquella telaraña, reluciente al sol; poco a poco alzó
la cabeza, y directamente encima de él, a diez metros de altura y aferrada al
tronco del árbol, vio un enorme arácnido que le contemplaba con sus ocho ochos.
Tomando firmemente un par de los ganchos que usó para trepar, Keon se aventó
del árbol.
Frenó su descenso usando los ganchos contra la corteza del árbol, pero a
pesar de ello cayó con gran pesadez; no se dio tiempo para revisar si se había
lastimado, y en cuanto estuvo en el suelo rompió a correr en dirección al área
más iluminada del bosque, contando con la esperanza de que aquel ser no le
daría persecución. Pronto se dio cuenta que sus deseos no se cumplirían, podía
escuchar detrás de él un horrible sonido de patas moviéndose en su dirección a
gran velocidad, y lo que era peor, estas iban ganando terreno a cada segundo. A
pesar de ello no miró para atrás.
Un gran golpe le lanzó a un costado, azotándolo contra un árbol y
sacándole el aire al harcerlo. Frente a él se encontró con la horrible
criatura, un ser arácnido de cuerpo peludo y completo color negro excepto por
sus ocho ojos rojos, relucientes en la penumbra del bosque. Sus dos metros de
altura le daban un aspecto impactante, más aún cuando alzaba las patas
delanteras en actitud agresiva. Keon, dándose cuenta que no podría huir de ella,
se puso trabajosamente de pie y desenvainó su espada, preparándose para el
combate.
Los dos oponentes se contemplaron, cada uno esperando una reacción del
otro. La enorme araña fue la primera en reaccionar, abalanzándose contra su
contrincante a sorprendente velocidad. Este esquivó el placaje y aprovechó para
atacarle en un costado, pero el arácnido reaccionó de forma más veloz de lo que
tenía planeado, dejando caer una de sus múltiples patas en el cuerpo del
guerrero; la garra curva y afilada al final de la pata hizo una cortada en el
pecho de Keon, penetrando su armadura de cuero y dejando una línea roja en su
blanca piel. Las garras eran más afiladas de lo que originalmente había pensado,
y las patas más resistentes también: pese a recibir un golpe directo de la
espada en una de éstas apenas y le había dejado marca alguna, la quitina de la
que estaban recubiertas le protegía de todo golpe con excepción de los más
severos. Keon cambió su postura, re-dirigiendo sus ataques al cuerpo peludo y
considerablemente más suave de la criatura, y se lanzó al ataque nuevamente.
Cuando el
gran arácnido se abalanzó nuevamente sobre él, estaba listo para recibirlo con
un ataque por debajo de su cuerpo. Otras garras le cayeron encima provocándole
múltiples cortadas en el cuerpo, pero se obligó a sí mismo a ignorarlas en su
búsqueda de un punto sensible para atacarle. El agacharse debajo de la bestia
le ponía en una posición muy vulnerable, pero también le permitió acceso a la
parte más suave de ella; en momento en que la araña alzó las patas delanteras,
exponiéndose, Keon empuño el arma con ambas manos y dio una estocada que
penetró a la criatura. Ésta soltó un chillido infernal, y de la herida brotó
una sustancia verde y viscosa. No soltó el arma, esforzándose por introducirla
más en el interior del ser, pero ésta torció su abdomen y le atacó con el gran
aguijón en su extremo trasero. Tanteo violentamente y a ciegas, intentando
acertar a su oponente, pero Keon, enfrascado en la lucha, no logró evadirlo
para siempre y eventualmente él también fue penetrado por su oponente. Ambos
contrincantes mantuvieron su posición, el impasse entre ambos
significaba que el primero que soltara al otro sería el perdedor, pero la
monstruosa araña tenía una ventaja sobre el humano: con aquel aguijón comenzó a
bombear veneno que circuló por las venas del guerrero hasta paralizarlo.
El veneno no surtió efecto de inmediato. El primer síntoma que llegó a
tener fue un hormigueo en las extremidades del cuerpo, seguido por una pérdida
de fuerza en el agarre que eventualmente le hizo soltar la empuñadura de la
espada, dejando el arma clavada en el torso de la araña. Sus brazos cayeron
inertes a sus costados; no podía alzarlos, moverlos significaba ahora un
esfuerzo sobrehumano para él. Trastabillando, dio un par de pasos atrás, pero
sus piernas también comenzaron a volverse pesadas, como si estuviesen hechas de
plomo. Muy pronto no fueron capaces de soportar su propio peso, sus rodillas
cedieron y cayó de frente al duro suelo como un muñeco de títere al que le han
cortado las cuerdas.
Con la cara pegada al suelo no alcanzaba a ver nada más que las hojas
secas que cubrían el suelo del bosque. Su cuerpo entero no respondía a sus
intentos de moverse, no era capaz de al menos alzar la cabeza o de arrastrarse
por el suelo como un gusano. Se preguntó si así es como acabaría todo, y se
sorprendió de la calma que sentía al contemplar semejante escenario.
Una de las patas de la araña entró a su rango de visión. La criatura se
había puesto directamente encima de él, una posición inusual si acaso se
disponía a comer. Quizá, pensó para sí, lo guardaría como almuerzo para otra
ocasión, lo que le daría la oportunidad de escapar si el veneno salía de su
torrente sanguíneo.
A pesar de estar paralizado aún tenía sensibilidad en el cuerpo, por lo
cual se dio cuenta cuando la criatura comenzó a rasguñarle en la parte trasera
de su armadura. Lo hacía con sorprendente delicadeza, no aparentaba buscar
destriparlo o desentrañarlo, aunque con sus afiladas garras lo podría haber
hecho con gran facilidad. Los constantes arañazos comenzaron a destrozar la
armadura de cuero, y las delgadas vestiduras de lana debajo de estas fueron
hechas jirones en un instante; su espalda también recibió algunos de los
arañazos, pero por suerte para él apenas fueron suficientes para sacarle un
poco de sangre. La araña continuó escarbando con una pata, haciendo a un lado
la destrozada armadura, y no dejó de hacerlo hasta no quedó nada de la misma en
toda la parte trasera de su cuerpo, dejando expuesta la piel desnuda del
guerrero. Keon se preguntó nuevamente las intenciones de aquel ser.
Fuera del rango de visión de Keon, un nuevo apéndice surgió de un lugar
cercano al aguijón de la monstruosa criatura. Se trataba de una membrana
carnosa de color oscuro con forma de tubo delgado, con apenas un centímetro de
diámetro. El apéndice salió del torso del gran arácnido, expendiéndose en
longitud más y más, y moviéndose ciegamente por sus alrededores, buscando su
objetivo. Finalmente llegó a tocar con la punta la pantorrilla del guerrero
caído en batalla, y comenzó a recorrer la pierna, dejando tras de sí una babosa
sustancia; esto no pasó desapercibido para Keon, quien se asqueo al sentir tan
desagradable sensación. Una vez más intentó moverse, sin éxito alguno.
La membrana, por su parte, subía lentamente por la pantorrilla, percibiendo
con sus primitivos sentidos una fuente de calor en el cuerpo de su presa.
Conforme se acercaba al área del trasero, la sensación iba en aumento, y al
subir por los enormes montículos de carne encontró finalmente su objetivo, un
lugar con la temperatura apropiada para la incubación. El delgado apéndice de
la araña se hizo paso serpenteando entre las nalgas del guerrero hasta encontrar
lo que buscaba: la apretada abertura del guerrero, totalmente virgen al toque
ajeno. Con firmeza, se pegó a la oscura entrada y lento pero seguro se empezó a
hacer paso entre los pliegues anales, introduciéndose a través del ano de su
víctima a su cuerpo. Keon sentía la extraña sensación del delgado objeto
haciéndose paso por su interior, le provocaba un curioso cosquilleo aunque no
le lastimaba gracias a su flexibilidad e insignificante grosor. Aún así, estaba
alarmado por las acciones de aquella bestia. Nada bueno para él saldría de
esto.
A sus espaldas, dicha bestia se preparaba. Ahora que había hecho
contacto directo y había hecho conexión con el área adecuada para su carga,
continuó con la siguiente parte del proceso que había comenzado. El extremo de
la membrana que aún estaba pegada a su abdomen pareció inflarse, estirando el flexible
material a su máxima capacidad; una bola, de un tamaño similar al de un puño
humano, pudo apreciarse en la carnosa membrana, haciéndose paso a lo largo del
camino con extrema dificultad. Se acercaba a la víctima que, yaciendo boca
abajo en el piso, de nada de lo que ocurría estaba enterado.
Finalmente aquella bola llegó hasta el lugar en donde aquel conducto se
perdía entre las entrañas del guerrero. Keon comenzó a sentir que el tubo,
hasta ahora delgado y fácilmente soportable, comenzaba a ensancharse, forzando
a las paredes anales abrirse más y más. Su esfínter, como el resto de su
cuerpo, no le respondía y relajado como estaba no puso gran resistencia al
intento de aquel objeto foráneo de invadirle; a pesar de ello, fue con gran
dificultad que la bola se podía forzar a entrar. Si la esfera había tenido
problemas para moverse a través del conducto, lo tuvo en mucha mayor medida al
intentar hacerse paso por el anillo anal de aquel hombre.
Keon comenzó a sudar frío. En los años que llevaba como aventurero y
mercenario nunca había escuchado de algo como esto, conocía los hábitos de
cientos de criaturas y bestias, había prestado gran atención a los relatos de
otros como él y se había entrenado para enfrentar cualquier situación, pero
nunca nada como esto. No sabía lo que aquella bestia le estaba haciendo y, la
verdad sea dicha, ello le provocaba un sentimiento que creía haber olvidado: el
miedo.
A base de constante presión, el camino de la esfera se fue ensanchando.
El ano se fue haciendo cada vez más grande, provocando un gran dolor en Keon;
en el punto más ancho de la bola sintió que no sería capaz de soportarlo por
mucho tiempo más, le parecía que se desgarraría del esfuerzo, pero la sensación
sólo duró un momento: como si se tratara de una boca hambrienta su ano terminó
de recibir aquella bola y se cerró tras ella. Aún sentía con gran dolor a aquel
pulsante invasor moverse de a poco en su interior, las paredes anales se
ensanchaban en su interior para hacerle paso pero ya no le pesaba tanto como
fue la entrada. Respiró aliviado de que al menos eso había pasado ya, sin saber
que otras bolas como esa se hacían paso ya por el ducto, camino al mismo
destino que la primera.
La segunda esfera en intentar entrar tuvo dificultades en menor medida,
producto de que tanto la membrana como el esfínter se habían estirado ya para
aumentar su máxima capacidad. Sin embargo, su ano se encontraba adolorido aún,
y al sentir que nuevamente algo ejercía presión para entrar en él deseo haberse
desmayado. Temía volver a tener aquellas sensaciones, no quería volver a
experimentarlo, pero ahí estaba nuevamente un objeto foráneo en su entrada,
ejerciendo presión, presión, presión... se sentía a reventar, su culo no podía
abrirse tanto, un dolor agudo... y de pronto, aquel redondo objeto se
encontraba ya en su interior, avanzando hacia su interior a un destino
desconocido como lo hizo la anterior.
A la segunda esfera le siguió otra, y otra, y otra más. Aquellos objetos
se movían por el ducto con cada vez mayor facilidad, pero todos por igual se
atoraban en la entrada del esfínter anal, en donde debían ejercer mayor presión
y finalmente lograban entrar con algo de esfuerzo. Invariablemente, el esfínter
se cerraba tras ellos, como si los devorara, y también sin falla le provocaba
un punzante dolor al guerrero. Cada vez que sentía uno de aquellos invasores
acercarse comenzaba a sudar más copiosamente, deseando que el momento pasada;
no dejó de resentir el paso de cada uno de aquellos objetos ni siquiera con el
último de ellos.
Con la última de aquellas esferas a salvo en el interior del humano, el
arácnido comenzó a extraer el apéndice de manera veloz, retrayéndolo a su
abdomen. Keon sintió una sensación de quemazón al salir éste de la abertura que
acababa de violar, dejando tras de sí un líquido baboso que escurrió por su
perineo. Se detuvo en la entrada del guerrero, y de la punta comenzó a excretar
una pegajosa sustancia que le provocaba ardor e irritación. Cuando dio por
terminado su trabajo final, el apéndice acabó por desaparecer en algún lugar
del abdomen de la criatura, invisible como lo había sido en un principio.
Lo único que alcanzó a ver Keon, tirado aún boca abajo en el piso,
fueron las patas de la araña desaparecer de su rango de visión, y el sonido del
ser mientras se alejaba. No podía creerlo: contra todo pronóstico había
sobrevivido la experiencia de pesadilla, aunque aún no podía decir que estaba
fuera de peligro: se encontraba aún paralizado y a merced de las criaturas del
bosque. Con esfuerzo llegó a mover las puntas de los dedos, y un par de horas
después ya podía arrastrarse, si no bien caminar.
La noche había caído cuando pudo salir del área más profunda del bosque,
cojeando y apoyándose en su arco. Su armadura había quedado absolutamente
destrozada, sólo le quedaban pedazos que le colgaban del frente, y no había
sido capaz de encontrar la espada que había clavado en la criatura (aunque, la
verdad sea dicha, no había hecho mucho por buscarla). Con temblorosa mano se
tocó el lugar en donde había sido atacado por el ser, e hizo una mueca de
dolor: el anillo anal estaba magullado e híper-sensible, y se mantenía
totalmente pegado entre sí por una sustancia pegajosa. Sus intentos por arrancarla
fueron infructuosos: el material estaba firme y dolorosamente pegado a la
abertura anal, bloqueando el acceso y manteniendo a su culo estrechamente
cerrado. Se rindió en la tarea y continuó en su camino para salir del bosque.
Ya se ocuparía de ello después.
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