"Empieza desde el principio"
Respiré hondo y comencé mi relato. Sé que le gusta
escuchar hasta el más mínimo detalle, nunca duda en interrumpirme y preguntarme
acerca de cómo me sentí en uno u otro momento, saboreando mi humillación con
cada palabra. Sabe cuánto me incomoda, pero eso parte del placer que recibe.
“Llegué al gimnasio a eso de las 8, más o menos la
misma hora de siempre. Empecé trabajando los...”
“¿Qué vestías?” me interrumpió. Como comenté antes,
nunca duda en hacerlo.
“Tenía el short blanco, y esa playera deportiva sin mangas que me hiciste comprar, aquella con pequeños agujeritos en los costados.”
“Sabes que debes decirme tu indumentaria completa” Tragué
saliva al escucharlo, y desvié la mirada.
“Pues... las calcetas esas rojas, y los zapatos
deportivos de siempre.” Ya sabía que eso no era lo que realmente quería
escuchar, y me obligué a continuar. “Me puse también la ropa interior que me
pediste que usara.”
“Que te ordene que usaras. ¿Y cuál era esa, dime?”
Murmuré la respuesta, pero él no estaba satisfecho
con ello. Fingió no escucharme, haciendo una cuenca con la mano y poniéndola en
el oído con un gesto exagerado. Repetí la respuesta dos veces más hasta que
finalmente alcancé un volumen que consideró adecuado.
“¡Una tanga!” repitió animado después de mi, como
si la respuesta le sorprendiese. “¿Usaste una tanga para ir al gimnasio? Vaya,
debo estar desconectado del mundo del ejercicio, no sabía que esa es
indumentaria típica para ello. Recuerdo ese short que mencionas, el blanco...
la tela es muy delgada, ¿no es así? Cuando se pega con tu piel se transparenta
por completo, sin mencionar cómo se pone cuando comienzas a sudar.” Me enrojecí
de la cara. No necesitaba que él me lo dijera, ya había pensado en todas esas
cosas en el momento de usarlas. Al entrar al gimnasio me saludaron los
compañeros usuales, y una parte de mí no podía dejar de pensar que sin duda
notarían lo que traía debajo de la ropa... era algo ridículo, en realidad, pero
el saberlo no me quitaba el miedo irracional de pensar que se marcaba la forma
de la tanga y que todos a mi alrededor sabían lo que estaba usando.
Ignorando sus comentarios, continué mi relato.
“Ese día me enfoqué en las piernas, como es mi
rutina usual, pero también agregué los ejercicios que me solicitaste... esos
para trabajar también el trasero.”
“El culo.”
“Sí, eso, el culo. ¡Fue el entrenamiento más incómodo que he tenido! Cada vez que hacía algún movimiento como agacharme sentía la tela metiéndose entre las nalgas, no tengo idea cómo alguien puede usar ropa como esa. El hilo me rozaba el hoyo, cada vez que me veía en el espejo me sentía...” Me detuve, dubitativo. No me dijo nada, espero a que terminara la frase. “Me sentía como una putona.”
Rió de buena gana, y con un gesto me indicó que
continuara.
“En realidad el entrenamiento pasó sin incidente,
fuera de la incomodidad y la paranoia que sentía de que alguien se diera
cuenta... había un hijo de papi que no me quitaba la vista de encima, me sentía
incómodo pero evité su mirado. No, pero el verdadero problema fueron los
vestidores... busqué entrar en un momento en que estuviera sólo para poder
cambiarme rápido, siempre obedeciendo sus instrucciones; encontré un momento en
que efectivamente estaban vacíos, por lo que me apuré a entrar y quitarme zapatos,
playera y shorts para tomarme la evidencia fotográfica que me solicitó. Pero estaba
ocupado con las poses... cuando entró alguien más a los vestidores”.
Escuchaba mi relato con una gran sonrisa en el
rostro, y al escuchar que había sido
sorprendido su sonrisa se ensanchó aún más. Me costaba relatar lo ocurrido,
revivía las emociones de vergüenza y humillación de aquel momento.
“Me... me tape inmediatamente con el pantaloncillo
al frente, pero no me dio tiempo de cubrirme a tiempo, desde que entró me había
visto... se detuvo en la entrada y me hizo una mueca.”
“¿En serio? ¿Y qué sentiste?”
“¡Como una basura! Me sentía demasiado avergonzado,
quería huir de ahí, ¡salir corriendo! No tenía dónde meter la cara, y ese tipo
sólo pasó a mi lado y se rió de mí. Lo peor es que lo reconozco como alguien
que va frecuentemente en ese horario... cada vez que nos topemos va a pensar en
mí de aquella forma.”
“Es sólo natural. Así va conociendo a tu verdadero
‘yo’.”
“Qué vergüenza... Dios, sentí tanta humillación. No
solo me sentí patético, también asqueroso. En verdad, no quiero volver a hacer
eso de nuevo.”
“Ni lo tendrás que hacer, si te portas bien. Fue un
castigo, después de todo, y los castigos tienen que costarte... aunque, no dudo
que te haya gustado también, ¡mira! Te has puesto como burro”, me indicó mi
propio bulto, pero en realidad no necesitaba que lo hiciera para saber cómo me
había puesto. Desvié la mirada. “¿Qué, te avergüenzas? ¿Te da pena admitir que
eres un pervertido que disfruta ser exhibido, que anda en tanga por orden de
alguien más? Entre antes aceptes tu naturaleza más fácil será todo para ti.”
Mi naturaleza... frecuentemente él mencionaba el tema. A veces, en momentos de introspección personal aquello pasaba por mi mente pero intentaba no hacerlo. Era una cosa odiosa el pensar en ello porque en realidad no es verdad, aquello que él dice no es mi verdadera persona: en realidad soy un macho hecho y derecho, no me andaban mariconadas ni tenía nada que ver con todos esos putones que uno ve en la calle, agarrados de la mano o contoneándose como damitas. No; yo no era de ‘esos’.
A pesar de que en ese momento me encontraba hincado
frente a otro hombre, relatándole la degradación que pasé al cumplir lo que se
me fue encomendado, yo no era ningún puto, sólo era un macho que de pronto
sentía necesidad de probar este tipo de cosas. Había momentos en que me odiaba
a mi mismo por sentirme así. Pero en aquellos momentos, esos en los que me
encontraba con él y me acariciaba el cabello como uno haría a un perro y me
hablaba de aquella manera usando términos que no le habría permitido a nadie
más que a él, en esos momentos me sentía realizado, mi resistencia se
derrumbaba y no podía más que obedecerle, excitado y a su merced.
El silencio entre nosotros se extendía. Me miraba detenidamente
con una sonrisa burlona como era usual, medía mis reacciones saboreando mi incomodidad.
Seguía sin devolverle la mirada, mis mejillas enrojecidas al acabar mi relato; yo
sabía lo que venía, él sabía lo que venía, pero ninguno de los dos tenía
ninguna prisa por adelantarse a ello.
“Buen chico... muéstrame ahora esas fotos, que quiero
ver cómo te veías con ese pedazo de tela.”
Del bolsillo saqué el celular, lo desbloqué y se lo
pasé. Era la primera vez que él las veía, había esperado para verlas en persona
probablemente porque quería ver mi rostro al hacerlo; en ellas salía posando de
frente y de espaldas, haciendo fuerza y marcando bíceps, muslos, espalda, pecho...
mis nalgas, velludas aún, sobresaltaban gracias al hilo que las dividía,
clavado entre ellas. Aquella minúscula tanga había sido idea de él también, por
supuesto; me había hecho buscarme un lugar en donde las vendieran y preguntar a viva voz
al dependiente acerca de ellas; el hombre, estoico, me había acompañado para mostrármelas
preguntando la talla y sugiriendo algunos modelos. En realidad sólo había
agarrado el primero que encontré de mi talla, pagué, y salí volando del lugar.
Esas fotos que le mostraba era también la primera
vez que él veía la tanga en persona; se veía complacido, sobándose el paquete
por encima de la mezclilla; le miré con la lengua de fuera, imaginando cómo se
vería aquello en vivo y en directo, tenía la esperanza que hoy lo podría ver de
cerca como tantas veces había querido.
Alzó la mirada y me miró.
“Te quedan bien esos interiores, muchacho. Pero
apuesto se ven aún mejores en persona.”
Me tomó de la barbilla y me hizo mirarle a los
ojos, diciéndome simplemente ‘Muéstrame’.
Gemí un poco. Quería verle a él... no quería
mostrarle... pero él quería que lo hiciera, por lo que no tenía opción. Me puse
de pie, y alcé la playera para mostrar así los costados de la tanga por encima del
pantalón de mezclilla, tal como él me había indicado que debía hacer cuando
fuera a su casa. Desabroché el pantalón y tímidamente comencé a bajarlo,
exponiendo así aquel hilo dental que en aquel momento apenas y me cubría por lo
hinchado de mi miembro. Alce la playera para permitirle una mejor vista, a lo
que él respondió con un chiflido de apreciación. Con un gesto me indicó que
debía darme media vuelta, y lentamente giré para él.
“Nada mal, puto, elegiste bien. Y se nota que te
gusta, quizá debería inscribirte en uno de esos concursos de fisicoculturistas,
sólo necesitas seguir trabajando tus músculos. ¿Te imaginas? ¡La audiencia te
va a amar! Y tendrás una oportunidad más para probar esa vena tan
exhibicionista que tienes, ¿no crees?”
No respondí a sus comentarios. Cualquier cosa que
dijera podía ser usada en mi contra, y temía que pudiese cumplir aquella
amenaza, por lo que continué mirando a la nada. Posó bruscamente las manos en
mis nalgas, haciendo respingar, y las masajeo toscamente. Contenía la
respiración al ser maltratado de aquella manera, paralizado y a su merced.
“Quizá deberíamos quitarte todo este vello
sobrante... te lo había dicho antes, te vendría bien para complementar tu ‘look’,
¿no lo crees?” Su comentario me horrorizó.
“¡NO! ¡Por favor, señor, se lo ruego! Lo necesito,
es parte de mi masculinidad, de mi...!”
Repentinamente y sin previo aviso agarró mi tanga
de la parte trasera y la alzó, haciendo un calzón chino inesperado con ella. Chillando,
le pedí que parara al tiempo que ponía de puntitas para intentar liberarme un
poco de la presión, pero él simplemente me alzaba más, rozando el culo con el
hilo de la tela provocándome escozor.
“¿Masculinidad?”, me dijo con una carcajada, “¡Masculinidad!
No seas mamón, ¿qué tipo de hombre masculino viste así como estás en este
momento? Eres más bien una puta, caliente y deseosa de macho que va por ahí
viendo quién la pica”. Sus duras palabras me pegaban dentro, muy dentro;
dolían, más que nada por la verdad que había detrás de ellas. Me había rebajado
a ser una perra, y lo peor de todo es que me encantaba serlo. Mis ojos se
comenzaron a humedecer al pensar en ello, pero aún había algo de rebeldía en
mí.
“No es verdad... no es verdad... no soy una puta...”
Mi voz parecía haber subido un octavo, no era mi voz usual de macho sino una
más aguada, no me podía reconocer a mí mismo al escucharla. ¿Sería a raíz de mi
emasculación, o una aceptación inconsciente de mi rol actual como sumiso?
“Shh... tranquila nena, está bien, déjalo ser, acéptalo.
Hoy has escuchado unas verdades difíciles, te cuesta aceptarlas pero sé que lo
harás. Te dejaré conservar tu vello por ahora... pero vas a obedecerme en todo
lo que te indique, y a la primera señal de desobediencia serás castigada y le
dirás adiós a todo ese vello corporal. ¿Está claro, nena?” La sensación de
rebeldía, sin embargo, no había desaparecido por completo aunque amenazaba con
hacerlo. Sus últimas palabras fueron un fuego para incrementarla.
"¡NO! ¡No soy una nena!" El labio me
temblaba, lo había dicho con voz más aguda de lo planeado. ¿Por qué siempre me
ponía así? ¿Qué era ese poder que tenía sobre mí para ponerme de esta forma? Libraba
una lucha interior entre someterme y resistir, entregarme y huir. Quería ser su
nena, pero también quería ser un macho, el macho que había sido toda mi vida.
Pensaba que mi arranque de ira sería la gota que
derramó el vaso para él, o que al menos sería castigado, pero en lugar de ello
me soltó de la tanga y girándome para voltear a verlo me agarró en un fuerte
abrazo, pegándome contra su pecho. Aquello me desarmó, no era lo que esperaba; sentía
su erección contra mi pierna, y su esencia llenaba mis fosas nasales, una
mezcla de un poco de sudor y calentura. Lo deseaba, de ello no me cabía duda.
“Tienes que aceptar tu naturaleza... entre antes lo
hagas, más pronto podrás gozar” Mientras me decía aquellas palabras, con una de
sus manos comenzó a acariciar mis nalgas, con firmeza pero de forma agradable. La
delgada tela, que apenas ocultaba mi apretado agujero, puso la mínima
resistencia cuando uno de los dedos se hizo paso, y comenzó a introducirme aquel
dedo medio con apenas un poco de presión. “Te gusta eso, ¿verdad, mi nena? ¿Te
gusta sentir mis dedos dentro de ti?”
Asentí, más humillado que nunca. Las lagrimas ahora
sí habían comenzado a fluir, todo aquello era demasiado para mí. Nunca había
sido humillado a tal extremo, ni había tenido las sensaciones que ahora se
apoderaban de mi cuerpo. Me siguió introduciendo sus dedos, jugando y atormentándome
a mi ano. Me avergüenza escribir que pronto
comencé a gemir, de una manera aguda y absolutamente inapropiada para un macho,
algo que le deleitó.
"Eres una perra calientahuevos, te crees muy
machito... pero mira cómo gimes con un macho de verdad. Y eso es sólo al
recibir mis dedos; ¿estarás listo para recibir a un verdadero hombre?".
Asentí, ahogado en las sensaciones. En respuesta, me
separó de él un momento para desabrocharse el pantalón y sacar su verga, larga,
gruesa y endurecida. Apenas se había puesto el condón cuando me lancé sobre
ella como un poseso, deseoso ya de probarla y saborearla; me hundí en los
olores masculinos de su entrepierna, probé su textura, pasé la lengua por todo
el tronco y la cubrí de saliva de arriba a abajo. Recibí aquel monstruo de pene
en mi boca, buscando generarle tanto placer él me daba a mí. Mientras me
concentraba en el oral, él volvió a jugar con mi agujero, dedeandome y calentándome.
Pronto, estaba él tan caliente que no pudo esperar
más. Se alzó y separó mi boca de su sexo para mi decepción, aunque pronto fui satisfecho
de una forma diferente. Colocándose detrás de mí, no se molestó en quitarme la
tanga, simplemente hizo la tela a un lado y apoyó la cabeza contra mi agujero
se empezó a hacer paso dentro de mí con firmeza y cuidado. La saliva cubriendo
el miembro ayudaba un poco aunque no demasiado. Yo bufaba y gemía, rogándole fuese
cuidadoso, y pronto se encontró totalmente dentro de mí, enterrado él en mi
hasta el fondo con las bolas pegadas al culo.
Comenzó un rápido movimiento de mete-saca, yo me
debía apoyar contra su cama para no caer al suelo; con cada movimiento sacaba su
miembro casi por completo y bruscamente lo metía hasta el fondo, golpeando así
un área en mi interior que me hacía chillar y escurrir un poco de líquido que
salía de mi propia verga. Me decía que era su puta, su perra, y gritaba a los
cuatro vientos que quería escucharme gemir; en realidad no tenía que decírmelo:
como si una válvula se hubiera roto en mí, gemía fuertemente como esa puta que
siempre me había dicho él que yo era.
Con una mano comencé a masturbarme, excitado como nunca. Mi orgasmo no estaba lejos ya, y al comenzar a jalármela sentí que estaba más cerca de lo que había pensado; a mis espaldas mi macho me daba con estocadas cada vez más rápidas, y la sensación de presión en mi próstata me volvía loco. No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a disparar chorro tras chorro de semen que cayó inerte al piso, y con mi orgasmo comencé a contraer inconscientemente mi propio esfínter, provocándole a él también un fuerte orgasmo.
“¡AH! ESO ES, ASÍ, APRIETA EL CULO MI PERRAAA...”, con
sus palabras en mis oídos expulsé un último chorro, y él se congeló un momento
en su posición antes de caer a mis espaldas, agotado.
“Así es como me gusta, cachorro... no lo has hecho
nada mal. Te digo, entre antes aceptes tu propia naturaleza, menos vas a sufrir”.
Hice una mueca al escuchar sus palabras; ahora que la ola de excitación
abandonaba mi cuerpo, comenzaba nuevamente a resentir aquello forma que tenía
de dirigirse a mí. No ayudaba el que aún tuviera su verga en mi culo.
“Por otra parte, ¡no puedo esperar a ver cómo te
verás ahora que te rasure por completo!” dijo con una pícara sonrisa. Voltee a
verlo sorprendido.
“¡Pero habías dicho que…!”
“Había dicho que perderías todo derecho a tu vello si
te rebelabas, y lo primero que hiciste fue rebelarte. Je, ¿acaso crees que iba
a dejar pasar eso por alto? Todo en esta vida tiene sus consecuencias...”
No comments:
Post a Comment